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Opinión

1 de Julio de 2019

Columna de Aïcha Liviana Messina: ¿Por qué soy una incondicional de la Gay Pride?

"La Gay Pride toma la forma de una fiesta porque no presupone nada fijo, porque está atravesada de dolores, porque el orgullo que afirma no procede de cualidades inmóviles o propias a los individuos y porque requiere de sentidos múltiples para que nos volvamos actores, actrices políticas y seres en curso de nacer".

Aïcha Liviana Messina
Aïcha Liviana Messina
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La así llamada Gay Pride (o, mejor dicho, la marcha de los orgullos) es una manifestación política que recuerda que existir a la luz del día no es un hecho dado. La luz, lo sabemos, es lo que nos legitima, es decir, lo que nos asegura dentro de un marco en el que tenemos derechos. Pero la luz es también lo que nos permite existir con otras personas y por ende transformar la sociedad en su conjunto. Al revés, no estar en la luz es estar expuesto a una vida sin derechos en la que todas las agresiones son posibles, porque no serán vistas. Es además vivir aislado, sin un marco histórico y común. Es en la luz que el mundo se da. “Salir del clóset”, como se suele decir, es simplemente salir al mundo, pero para hacerlo con otros. Esta salida, esta existencia en la luz, esta participación de un mundo común que no dejamos de hacer, celebra la Gay Pride.

Pero en la Gay Pride, la legitimidad se da en la forma de una fiesta. ¿Por qué?

En la Gay Pride se festeja, antes que todo, la posibilidad del amor. Es una de las pocas manifestaciones en las que lo íntimo, lo privado, se vuelve político. Pero si bien el amor es íntimo, la Gay Pride exhibe amores singulares (como todos los amores) dentro de un marco colectivo, una comunidad o una familia. El día de la Gay Pride aparecemos dentro de un marco común, más allá de las formas instituidas de familia que conocemos. Ese día, lo íntimo fuerza entonces el reconocimiento, eso que según Hegel posibilita tanto la libertad como la igualdad. Asimismo, en la Gay Pride no se celebra solo el derecho privado a amarse: el amor se vuelve un asunto político que va creando familias, amistades, marcos posibles de existencias libres e igualitarias. Entonces en la Gay Pride la exhibición de lo íntimo se excede siempre a sí misma, pues lo que se exhibe es la visibilidad misma, así como los marcos políticos de existencia dentro de los cuales el amor es un derecho privado.

La Gay Pride es una fiesta caracterizada por la exhibición. A diferencia de manifestaciones sindicalistas, por ejemplo, que reivindican derechos particulares, en la Gay Pride lo estético parece ser un fin en sí mismo. Sin embargo, no se celebra que somos lo que somos como si bastara con ser para tener una aspiración política. La tautología nunca ha sido política porque la política es nuestra exposición de una/o/es a otra/o/es. Si el esteticismo de la Gay Pride visibiliza sus propias condiciones de existencia, las trae a la luz como frágiles. Asimismo, el estetismo de la Gay Pride es el de formas de vidas que no están aseguradas en su derecho (si es que lo tuvieran) y que por lo mismo se arrogan la luz, que es precisamente lo que no es dado a todo el mundo y no siempre está dado. Como se puede celebrar el fruto de una cosecha, la Gay Pride celebra la luz, pero no como lo que fue sembrado, sino como lo que sigue siendo objeto de lucha. En la Gay Pride no nos alegramos de la luz, nos alegramos de la tarea común de producir lo visible.

En cuanto momento estético, la Gay Pride parece a veces un escenario identitario y formalista en el que solo los que cumplen los cánones de una comunidad determinada se sentirían aptos para participar. Por cierto, hay un aspecto canónico que caracteriza la comunidad LGBT tal como se presenta el día de la Gay Pride, pero es un canon que sirve precisamente para iluminar. La Gay Pride crea su canon y lo celebra como un acto desde el que agarramos luz, belleza. Sin embargo, la aisthesis propia a la Gay Pride no está al mundo de las formas, de lo bello, de la luz. En la Gay Pride, los cuerpos que agarran luz emergen también de la soledad y hacen un gesto político desde la soledad. La exhibición de la sexualidad, por ejemplo, a través de vestimentas específicas, no es la exhibición de formas transgresoras de ser, sino del carácter de resto que tiene la sexualidad cuando el conjunto de una existencia no se puede inscribir en una historia. Cuando la sexualidad es legitimada, el sexo tiene el lenguaje quieto de la vida privada. Cuando cuerpos, formas de ser, identidades, sexualidades, historias singulares, son rechazadas o no consiguen articularse en un lenguaje común, el sexo puede ser un instrumento de sobrevivencia. Es en muchos casos la imposibilidad o incluso el rechazo a una vida quieta, privada, apropiada. Así, el sexo puede ser el lugar de lo privado (el cual, en su secreto, no está exento de violencia), del lugar propio, o bien puede exponer la existencia a no tener un lugar definido. En el sexo hay una quietud y hay un grito. Hay una forma de sociabilidad y hay una violencia. En todos estos casos, no estamos en el ámbito del lenguaje claro, público, lo que Kierkegaard llama la generalidad. Estamos en el ámbito silencioso que perturba la dicotomía entre lo público y lo privado y que concierne a todos, a todas y a todes.

El carácter de fiesta de la Gay Pride coincide con un arrogarse la luz y también con un traer a la luz, dentro de formas posibles, la soledad del existir y sus sufrimientos. Asimismo, la Gay Pride no es precisamente una celebración de sí mismo, un orgullo que confinaría a la arrogancia. Se es arrogante cuando se cree tener algo. Sin embargo, el orgullo (pride) celebrado en la Gay Pride designa una tarea política y no una relación especular consigo. Es un orgullo que remonta a sufrimientos distintos y que muchas veces ponen en cuestión la posibilidad de la vida. Recordemos la película 120 latidos de Robin Campillo. 120 latidos documenta el trabajo de la asociación Act Up que milita para luchar contra la indiferencia respecto a la existencia del VIH. Las acciones de Act Up no se limitan a denunciar los lobbies del mundo farmacéutico, su responsabilidad en la propagación del virus así como la dimensión política que tiene la enfermedad. La presencia de militantes seropositivos en la ciudad, la lucha llevada a cabo desde la precariedad de la vida y la tenacidad de los afectos (como por ejemplo amarse dentro de situaciones de contagio), trae a la luz una aisthesis que no puede darse otra forma que la del orgullo de ser: el mantenerse en pie, con otros, en la precariedad de la vida. Asimismo, si bien la presencia de Act Up en la Gay Pride, alimenta el riesgo de demonización de la comunidad LGBT (haciendo del virus un elemento discriminatorio adicional), se inscribe en realidad en una línea política en la que los afectos en cuestión están más allá del formalismo de lo bello, de la división entre lo público y lo privado y entre lo visible y lo invisible. La visibilización de la enfermedad no remite a meras formas sino a modos de vivir, en soledad o junto a quienes nos rodean. En la Gay Pride, la fiesta es también lo que nos ayuda a vivir el sufrimiento, el nuestro y el de las otras personas a las que somos ligados por afecto.

En la Gay Pride emergen caracteres, cuerpos, vestimentas, signos de afectos, modos de mirarse, de estar cerca o a distancia. Estas modalidades se vuelven canónicas. Lo que se hace visible son ya estereotipos. Pues solo puede salir a la luz lo que ya estuvo en la luz. Y sin embargo, el ritual se repite y en la repetición se amplifican sus apuestas, y las persona que ya no son miembros de una comunidad es porque son llamados a ser actores y actrices de la luz y no estar dentro de una luz. Hoy día es la comunidad LGBTQI+ (Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Queer, Intersexo, y más) la que se reúne el día de la Gay Pride, es decir, no una comunidad cerrada sino una comunidad constitutivamente abierta y por ende en perpetua creación. Por cierto, la Gay Pride visibiliza marcos de existencias y no solo existencias, condiciones de posibilidad de la visibilidad y no meros seres vueltos visibles: familias, familias compuesta por la amistad, o familias atípicas, o la política que también es, a su manera, una gran familia. Pero esta familia nunca termina de ser constituida y nunca está dada de una vez por todas. Por lo mismo, lo que se celebra en la Gay Pride no es una segunda vida, como es el caso de los bautizos, es el nacimiento como algo siempre en curso y que no es un mero hecho biológico, sino que requiere de una existencia política. Nacer a la vida no está dado. Es un asunto político distinto de las políticas de reproducción que aun descansando en medios artificiales, siguen concibiendo la vida y el nacimiento como asuntos biológicos y no políticos y existenciales.

El 22 de junio, en París, bajo un sol abrazador, la Gay Pride consiguió reunir tantas personas que no se veía el fin de la marcha. Había parejas, había amigos, amigas, amigues, había familias, niñez. Aún dentro de la violencia de los cánones y del acto que constituye arrogarse la luz, hubo una rara –quizás la única– ocasión de inocencia en política: la sorpresa de una niña de cuatro años que ve “una princesa… ¡no: un princeso!” (¡lo que el corrector de ortografía aún no reconoce!) y que, luego de maravillarse de haber visto su sonrisa de cerca, llama su mamá “mamá” para luego corregir, en una risa, “papá”.

Ver aquí la raíz de toda perversión es no ver el juego, el poder desprender un segundo de la realidad tal como está configurada, para recrearla de nuevo en un escenario lúdico y político donde tenemos aún que constituirnos a través del reconocimiento. Pues la Gay Pride es esta imbricación de fiesta y de política donde la fiesta es política y la política solo puede tomar la forma de una fiesta: fiesta del reconocimiento y del existir por primera vez en la luz de otra persona; fiesta del nacimiento que es una tarea nunca acabada; fiesta de la risa desde la cual descubrimos que la realidad es un teatro del cual somos partícipes. Y risa con la cual nos hacemos testigos de la precariedad de la vida, sin fijar todo lo que es doloroso en saberes o en juicios de valor. La Gay Pride toma la forma de una fiesta porque no presupone nada fijo, porque está atravesada de dolores, porque el orgullo que afirma no procede de cualidades inmóviles o propias a los individuos y porque requiere de sentidos (aisthesis) múltiples para que nos volvamos actores, actrices políticas y seres en curso de nacer.

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