Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

15 de Julio de 2019

Columna de Elena Pantoja: Sonidos que no existen

Buscando más sonidos que no existen, me topé con la luna sobreponiéndose al sol mientras deja a nuestro planeta en oscuridad. El famoso eclipse del 2 de julio. También pensé en cómo sería verdaderamente ese sonido, porque lo pasé en Santiago donde había 92% de visibilidad.

Elena Pantoja
Elena Pantoja
Por

Cuando era pequeña, estaba segura que podía escuchar el sonido del sol hundiéndose en el mar al atardecer. Era un sonido majestuoso, que se sobreponía de los otros sonidos marinos, terminando con una oscuridad absoluta, alejando a todos de la orilla del mar y devolviéndolos a casa.

Por supuesto que nadie me creía, así que pasé los veranos playeros huyendo de la familia cada atardecer, para escuchar el sol apagándose en el mar y mis padres buscándome como locos por la playa.

Los adultos tenían razón. La ciencia había demostrado hace rato que el sol no se apaga en el mar ni se enciende en algún misterioso lugar cada mañana.

Conversando con otra amiga, confesó -con alivio para ambas- que ella escuchaba, cuando estaba en la montaña, cómo una lluvia de meteoritos se apagaba en la nieve. Lejos de poder comprobar el sonido, esa realidad la acompaña hasta el día de hoy, al igual que mi recuerdo.

Buscando y preguntando sobre sonidos que no existen, encontré que en algunos casos eran una enfermedad llamada acúfeno o tinitus, -la que padece Pedro Almodovar- zumbidos en los oídos que nunca se van y extremadamente dolorosos. También pensé en algunas enfermedades en los cuales sus síntomas escuchan voces que les dicen –y hasta ordenan cosas- pero ese es otro tema. Aún así, todos escuchamos sonidos que no existen.

Encontré el blog de un músico de cámara* que hablaba de ilusiones sonoras, por supuesto lo más mateo que encontré en este intento de coleccionar sonidos que no existen. Los definía como “Una ilusión es un producto mental elaborado con fenómenos sensoriales y cognitivos. Se trata de una combinación entre lo que percibimos de la dimensión física y lo que esperamos de ella. Para entender esta afirmación, nótese que el mundo de los sonidos transita por dos dimensiones: la física y la psicológica. En la primera, se produce el estímulo e incluye las dos primeras condiciones del sonido: fuente y medio. En esta dimensión, los sonidos pueden medirse y cuantificarse físicamente, por lo que su registro es totalmente objetivo”. Eso lo dedujo en una clase de música de cámara con un quinteto de flautas y lo encontré totalmente seductor; para alguien ajena a la música como yo, ser dueño de un oído privilegiado que pueda descubrir ilusiones sonoras, me parece un don envidiable. Si hay expertos con ojo para editar libros es obvio que hay expertos con oídos para encontrar anomalías en los sonidos, fue mi suposición. Solo recordé la participación de una amiga en un concierto de música de cámara; después del evento, con unas cervezas en el cuerpo, les confesé mi emoción al escucharlos. Solo recibí miradas asombradas porque, según ellos, fue la peor interpretación de sus vidas, llena de errores que nunca percibí, y que las cervezas eran para consolarse de ese nefasto chascarro.

Buscando más sonidos que no existen, me topé con la luna sobreponiéndose al sol mientras deja a nuestro planeta en oscuridad. El famoso eclipse del 2 de julio. También pensé en cómo sería verdaderamente ese sonido, porque lo pasé en Santiago donde había 92% de visibilidad.

Días previos, en una charla sobre astronomía inclusiva, conocí el LightSound y reconozco que no le di mucha importancia cuando me contaron que ese aparato, les permitía a los no videntes sentir el eclipse a través de los sonidos. Estábamos en una sala cerrada y era de noche, por lo que no tenía mucha gracia esa vez. El Lightsound es un dispositivo que capta la cantidad de luz que recibe y la transforma, a través de un circuito, en un sonido con distintos tonos. Mientras más luz capta, el tono es más alto y agudo; mientras la luz baja, el sonido se transforma en un tono más grave. El aparato fue desarrollado en la Universidad de Harvard por la astrónoma portorriqueña Wanda Díaz-Merced, quien perdió la vista mientras estudiaba física. Díaz- Merced diseñó un sistema de sonificación para convertir grandes cantidades de datos en sonidos como si pudiera escribir la partitura de la música del Universo para analizar sus datos. Su trabajo es muy importante porque demostró que el sonido puede proporcionar información no visible al ojo humano.

Pero como mencioné, todo lo importante del Lightsound que acabo de mencionar y no tomé en cuenta, duró hasta el día del Eclipse, cuando la astrónoma a cargo me pone los audífonos y dirige el aparato hacia al sol. No había escuchado un sonido tan dulce y nuevo: me emocioné profundamente. En un principio supuse que se interpretaba como bronces, después como algún tipo de flauta, o teremin, pero la cosa es que la emoción fue real. Repito, no soy músico, no tengo estudios ni el oído privilegiado, pero si tocó una fibra profunda: llegar a conmoverse por el sonido del sol, que lo veo a diario y hasta pataleo porque hay mañanas que me despierta cuando no quiero. No sé cómo dimensionar la emoción que pudieron vivir los no videntes cuando escucharon, al igual que todos, los sonidos del cielo en ese momento. La tecnología logró transformar un sonido que no existía (o suponíamos que no existe) en algo concreto, en una canción, que quizás se pueda transformar en versos. Cuando alguien se cruzaba en la ruta del Lightsound, para acortar camino, un sonido grave y brusco cortaba esa emoción. Luego con el sol, volvía a ser dulce y agudo.

La tecnología logró transformar luz en sonidos y recopilar esos datos. Falta que la ciencia logre atrapar otro sonido que no existe: cuando escuchas tu nombre fuerte y claro, giras con toda seguridad y no encuentras absolutamente a nadie detrás, pronunciándolo.

Notas relacionadas