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Opinión

30 de Julio de 2019

[Columna sobre el patrimonio arquitectónico] El Mamarracho

"¿Acaso no eran los arquitectos los convocados por la sociedad a conectar el hábitat de nuestra especie humana con los cielos? ¿No se formaron para eso? ¿Para armonizar lo telúrico con lo cósmico? ¿No fue que gracias a ello construimos las pirámides egipcias y el Taj-Mahal? Si es que de veras es así, ¿cómo se explica que se haya perpetrado una obra civil de esta naturaleza justo al frente de nuestro querido y magnífico patrimonio que cumple 100 años?", escribe Marcos Vergara.

Marcos Vergara
Marcos Vergara
Por

Marcos Vergara Iturriaga es médico cirujano egresado de la Universidad de Concepción, Doctor en Salud Pública, Magíster en Administración en Salud, Profesor Asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y académico del programa de Políticas y Gestión de la Escuela de Salud Pública.

 

En Marzo de 1973 caminaba por la avenida que conecta el arco de Medicina con el Foro del Campus de la Universidad de Concepción, uno de los más espléndidos espacios públicos que jamás antes había conocido. Lo hacía por primera vez. Me reuniría con Lutgarda Leiva, Asistente Social, a quien debía demostrar que era merecedor de gratuidad para estudiar en la Universidad, tal como lo indicaban las exiguas liquidaciones de impuestos de mi padre. Monumentales edificios art-decó bordeaban la avenida: la casa del deporte, el pabellón de anatomía, biología, química y farmacia, letras, leyes, el campanil. Un sendero alucinante.

Hace un par de semanas estuvimos allí de nuevo, 46 años después, con un grupo de compañeras y compañeros de la generación que egresó en 1980. La Universidad de Concepción celebraba sus 100 años de vida. El día estaba soleado, el aire era fresco y respirable, los árboles estaban teñidos de colores otoñales diversos, los tres cisnes de siempre en la laguna de los patos y al fondo la biblioteca, con sus mosaicos amarillos. Frente a biología se emplazaba el esqueleto de una ballena y réplicas de esculturas de renombre estaban esparcidas como siempre por los jardines del campus, entre los árboles. Los edificios, los mismos de siempre, conservados, relucientes e impecables. La casa del arte, frente a la Plaza Perú, con su mural abierto a público de par en par.

Sin embargo, si se transita de poniente a oriente por la calle Chacabuco se llegará a la esquina con Janequeo, la calle del hospital. A mano derecha se tendrá el ingreso al campus de la Universidad de Concepción, el arco de Medicina, un edificio curvo con las figuras en relieve en lo alto, sus ventanales alargados y sus columnas monumentales. Nosotros estudiamos en sus aulas. Ahí fuimos felices.

Pero me inspiro ahora en el recuerdo de Enrique Lafourcade, que en paz descanse, cuando se refirió por televisión en los 80 a la escultura de Rebeca Matte “Unidos en la Gloria y en la Muerte” ubicada en el frontis del Bellas Artes-la misma que destruyeron las retroexcavadoras del Intendente Orrego- y la comparó con la silla de playa ubicada a su lado en esos entonces, silla que terminó sus días en el Mapocho.

Lo anterior para decir que, a mano izquierda, en plena esquina de Chacabuco con Janequeo, frente al arco de Medicina, se encuentra el más desafortunado mamarracho arquitectónico que sea posible imaginar y que alberga a la Escuela de Medicina en la actualidad. Me pregunto cómo ha podido ocurrir algo así. ¿Acaso no eran los arquitectos los convocados por la sociedad a conectar el hábitat de nuestra especie humana con los cielos? ¿No se formaron para eso? ¿Para armonizar lo telúrico con lo cósmico? ¿No fue que gracias a ello construimos las pirámides egipcias y el Taj-Mahal? Si es que de veras es así, ¿cómo se explica que se haya perpetrado una obra civil de esta naturaleza justo al frente de nuestro querido y magnífico patrimonio que cumple 100 años? Por suerte, amigos míos, está en la vereda del frente.

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