Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

12 de Agosto de 2019

Columna: Mejor (no) hablar de ciertas cosas

Ocultar las dimensiones problemáticas del fenómeno puede deberse, en parte, a que el miedo a posibles reacciones xenófobas o discriminatorias en contra de los extranjeros nos hace tomar partido de inmediato por ellos, destacando únicamente lo que les es útil. Es entendible que sea así, considerando que el último tiempo han aparecido extremistas convocando a delirantes marchas en contra de los inmigrantes. Sin embargo, dar la espalda a las tensiones de la inmigración es contraproducente, pues solo exacerba aquello que se intenta combatir.

Guillermo Pérez Ciudad
Guillermo Pérez Ciudad
Por

*Guillermo Pérez Ciudad, investigador IES.

Es cada vez más frecuente escuchar a los diversos expertos hablar sobre la necesidad de derribar los mitos que rodean la inmigración. Así, cada cierto tiempo aparecen en los medios de comunicación con sendos datos que buscan refutar las percepciones de la gente, y desmentir rotundamente que la inmigración cause problemas en empleo, salud o vivienda. La conclusión pareciera ser siempre la misma: el fenómeno migratorio trae muchos más beneficios que costos.

Es plausible que el balance final de los resultados sea positivo. El problema es que, por alguna extraña razón, actuamos como si los efectos perjudiciales no existieran, y como si ellos no estuvieran distribuidos de manera profundamente desigual. Dicho de otro modo, no parece haber consciencia de que quienes experimentan en primera persona las tensiones más complejas vinculadas a la llegada de extranjeros no son las élites, sino los más vulnerables. Independencia, por ejemplo, un territorio con altos índices de hacinamiento, es también una de las comunas con más inmigrantes en Chile. A esto se agrega el contexto precario en el que se encuentran gran parte de las personas que llegan a nuestro país, escenario que evidentemente exige preocupación por sus condiciones de vida.

Ocultar las dimensiones problemáticas del fenómeno puede deberse, en parte, a que el miedo a posibles reacciones xenófobas o discriminatorias en contra de los extranjeros nos hace tomar partido de inmediato por ellos, destacando únicamente lo que les es útil. Es entendible que sea así, considerando que el último tiempo han aparecido extremistas convocando a delirantes marchas en contra de los inmigrantes.

Sin embargo, dar la espalda a las tensiones de la inmigración es contraproducente, pues solo exacerba aquello que se intenta combatir. Con esta actitud no solo perjudicamos a los chilenos que experimentan ciertos costos, sino también a los extranjeros que interactúan con ellos. De hecho, que los técnicos subvaloren las opiniones que difieren de la evidencia, o vean en ellas solo racismo o ignorancia, no va a revertir las percepciones negativas respecto del fenómeno migratorio. Por más que se las quiera desconocer, las percepciones también son reales y tienen efectos muy concretos.

Por lo mismo, la evidencia empírica es un insumo útil y necesario, pero no constituye la única variable que debemos considerar para abordar fenómenos complejos, pues los números no explican por sí solos la realidad. Ahora bien, los técnicos suelen usarlos sin tener consciencia de sus límites y sesgos, y sin estar dispuestos a discutir bajo premisas diferentes de las que proporcionan sus datos. La lógica pareciera ser la siguiente: solo quienes conocen la evidencia empírica pueden interpretar lo que nos rodea, y cualquiera que la ignore debe quedar a priori excluido del debate.

De esta forma, olvidan que los datos que manejan no son neutros y que, como toda aproximación a la realidad, necesariamente deja cosas fuera que deben ser compensadas considerando más elementos. Y para el caso particular de la inmigración, uno de esos elementos podrían ser las vilipendiadas percepciones de quienes reciben realmente a los inmigrantes.

Una de las consecuencias más complejas de la renuncia de estos sectores a discutir asuntos difíciles es que les facilitan la tarea a grupos radicales anti inmigrantes. Ellos se alimentan de las lagunas que deja nuestro debate político y tienen especial habilidad para instalar sus discursos de odio en aquellos temas donde la ciudadanía se siente postergada.

Para evitar marchas desquiciadas hay que enfrentar los problemas de convivencia derivados de la inmigración. Esto implica cambiar la actitud frente a las percepciones que difieren de la evidencia empírica. Si realmente nos preocupan los inmigrantes, es esencial conectar con las legítimas inquietudes de quienes conviven con ellos. Y eso no se hace exclusivamente con regresiones o cruzando bases de datos que enrostren al pueblo su ignorancia.

Notas relacionadas