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Cultura

15 de Agosto de 2019

Ruth Valentini: “La muerte no le queda bien a Ángel”

Tras la muerte de Ángel Parra, hace más de dos años, Ruth transformó la pena de la pérdida de su esposo en un trabajo de voluntad y rigor germánico. Se puso a ordenar y clasificar todo lo que le perteneció al artista. Su objetivo: convertirlo en el patrimonio inmaterial de todo un pueblo, tal como sucedió con Violeta. Para que sea embalado y posteriormente exhibido en la fundación que ella y los hijos, Javiera y Ángel, están abocados en crear. Dice que esto es una búsqueda por no olvidar, necesidad alimentada por ese Chile del exilio en Europa donde el músico fue una voz central y referente para varias generaciones. “Quisiera llegar al centenario, pero no sé si lo haga. Por eso quisiera preservar la memoria de Ángel mientras pueda” , dice a The Clinic.

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Cerca de 40 años y seis meses fue el tiempo que Ángel Parra y Ruth Valentini estuvieron juntos. Se conocieron en el matrimonio de un amigo en común, en las afueras de París, a finales de los ‘7Os. Una celebración de las grandes, en un chateau, con exigencias vestimentarias como son el vestido largo para las mujeres y el smoking para los hombres. Fue allí, al volver del jardín cuando comenzaba la tormenta, que Ruth se topó con otro invitado, alguien que se veía muy diferente a los demás. Le llamó la atención que usara jeans y chaqueta de la misma tela con un morral cruzado hacia adelante. 

 

También le impresionó el bigote y el pelo negro de este latino que le preguntó si podían bailar. Y lo hicieron. Ella con su look de castillo, él como un hippie extraviado. 

 

Antes de irse de la fiesta, Ruth le dejó el teléfono de donde trabajaba. “Imagínate, era el 76. Chile que estaba presente en todos los espíritus y yo, acababa de conocer a un chileno aquí en París. Esta criatura que iba vestida de blanco de la cabeza a los pies me fue a buscar al trabajo. Tenía el pelo largo, era muy flaco, como de 49 kilos. Todo el mundo lo miraba. Yo dije ‘Ah, me viene a buscar a mí’, y  todos me preguntaban cómo lo había conocido porque no pasaba inadvertido. Eso fue en septiembre y a partir de entonces nunca más nos separamos”. 

 

Decenas de recuerdos, anécdotas e imágenes irán poblando esta conversación con la viuda de Ángel Parra, la periodista alemana Ruth Valentini que llegó a París motivada por el espíritu de mayo del ‘68. A través de ella, pareciera que Ángel aún existe, aquí en el departamento que ocuparon juntos en la Rue de Gergovie en el 14eme arrondissement (distrito). Una historia que duró hasta marzo del 2017 cuando el cantante chileno, hijo de la artista y compositora Violeta Parra, murió enfermo de cáncer y a quien Ruth cuidó hasta el final. 

 

***

 

La Rue de Gergovie es una calle tranquila. Quizás porque es verano y muchos parisinos andan de vacaciones, se siente como estar en un pueblo. Al abrir la puerta del departamento, Ruth sonríe. Está mejor.  Hace un par de días atrás tuvo un accidente en bicicleta que podría haber sido grave. Si bien le dio susto seguirá pedaleando por la ciudad a la que llegó en su juventud. Venía de Hamburgo, Alemania, con la idea de estudiar artes plásticas. Se encontró con esa Francia que cada tanto pide cambios profundos y aquí se quedó. En ese entonces,  su pasión era pintar aunque también siempre le gustó leer y escribir. Culta, elegante y crítica entró a la redacción del semanario francés, “Le Nouvel Observateur”, un diario independiente de izquierda y allí fue donde hizo carrera como periodista hasta que jubiló. Cuando conoció a Ángel ya era madre de su único hijo que vive en Suiza y quien la visita seguido. Muy reservada y discreta, no se siente cómoda hablando de sí  misma ni de su historia. Tiene humor y también sensibilidad, de ahí el que sea posible imaginarla junto a al personaje del cual se enamoró y a quien admira profundamente. La rodean fotos de ambos; hay una en particular en que se le ve rubia y esbelta, junto a Ángel que sonríe pícaro a la cámara. “Esto fue en Formentera, a comienzos de los 90 en las islas Baleares” un lugar que descubrieron juntos y al que iban seguido en busca de sol y mar. En su espacio se respira paz, también cierta solemnidad y perfeccionismo. Es una mujer a la que es mejor no preguntarle la edad;  en ese misterio Ruth se ve muy bien, con su pelo liso y blanco, casi nada de maquillaje y delgadez monacal. Aquí en su casa se habla español, con acento alemán – aunque de repente se le escape un voila y otros francesismos- pero con la melodía del habla chilena. Empezó a viajar a Chile con Ángel y lo convirtió en otro hogar. Tiene una casa en Providencia, la “casa azul” como la llaman y donde se queda durante meses escapando del invierno. 

 

“Yo no conocía la historia de los Parras. Pero yo ya estaba en “Le Nouvel Observateur” en el momento del Golpe. Jamás había visto llorar a tanta gente como  cuando nos enteramos del 11 de septiembre en Chile. Era toda la redacción del diario en lágrimas. Yo había vivido intensamente los eventos que estaban sucediendo desde París. Sabía que Chile era como la esperanza de los socialistas franceses; mirar lo que Allende iba a hacer para eventualmente aspirar a ello. Pero entonces ignoraba a Violeta Parra. La primera cosa que Ángel me hizo escuchar fue la música para una película; era la música de Chacabuco, el solo de guitarra. En esa época habían cassettes solamente. A partir de allí, Ángel me empezó a contar quién era él y por qué se encontraba en París”, recuerda.  

 

Consciente de la importancia del músico y escritor para la cultura chilena, el año pasado Ruth comenzó la labor titánica de recolectar todos los manuscritos, fotos y los interminables recuerdos y objetos que le pertenecieron en vida a Ángel, para hacer un inventario. Una tarea que ella se autoasignó como un deber. Con una amiga francesa, especialista en archivos, se clasificó todo lo que fue encontrando, cuadernos, cartas y traducciones, más todo lo que había en varias carpetas, parte de la memorabilia y todo lo que aún no termina de ordenar. Un trabajo al que le ha dedicado muchas horas y que ha dividido en etapas para organizarlo mejor. Muchas de estas cosas, como los instrumentos, ya estaban en Chile en manos de sus hijos Javiera y Ángel. Pero quedaba todo lo que se puede acumular cuando se es músico, se ha viajado por todo el mundo y tienes el talento creativo de un Parra. También porque aquí en París está el estudio taller donde Ángel componía y ensayaba días enteros. Y también, en sus últimos años,  el lugar donde escribió casi obsesivamente. “Es una manera de luchar contra el olvido” afirma Ruth, orgullosa.

 

“Nuestro objetivo final es que todo lo que está en el estudio sea embalado en cajas y que parta en un container rumbo a Chile”, agrega. Su propósito es que allí se cumpla su sueño, una especie de homenaje al hombre que amó: la fundación Ángel Parra. “Mi mayor preocupación es que Ángel, un personaje súper importante para Chile y Francia, caiga en el olvido”, cuenta un poco intranquila. La reconforta saber que en mayo pasado fue reinaugurado en París un conocido centro cultural, esta vez con el nombre de su pareja, y que está en el mismo barrio en el que vivieron por más de cuatro décadas. Para la ocasión se montó una muestra de fotografías que dan cuenta de toda su trayectoria, imágenes que Ruth seleccionó cuidadosamente junto a Daniel Sandoval, amigo de ambos. Estas fotos en blanco y negro son las que hoy tapizan todos los pisos del centro. Afuera, en el patio, fue pintado un mural en el que se ve Ángel con su guitarra y con anteojos redondos a lo John Lennon. 

 

Los franceses son muy nacionalistas, ¿cómo fue que decidieron cambiarle el nombre del centro por el de tu marido? 

-No fue de un día para otro. Ángel participó en la creación de este centro en el 2004. Junto con otro chileno, Roberto Romero, amigo de Ángel trabajaron activamente para que este lugar existiera. Que fuera un espacio abierto a los jóvenes, un centro de carácter  popular para enseñarles distintas expresiones artísticas. Lo llamaron así porque queda en la calle Vercingetorix en el distrito 14. Lo del cambio de nombre comenzó después de que Ángel murió y fue una iniciativa de la alcaldesa de este distrito, Karine Petit y se demoró casi dos años en convertirse en una realidad. 

 

Vercingetorix era un galo emblemático, un guerrero. 

-Si. El día de la reinauguración dije algo sobre lo que reflexioné respecto a este personaje histórico y mi marido. Cuando piensas que Vercingetorix fue de alguna manera destronado por Ángel Parra, empiezas a pensar en quienes fueron estos dos hombres. El primero era un jefe de guerra de los galos, un resistente en contra de los césares y unificador de la Galia. Todos estos elementos le iban muy bien a Ángel. Además los dos tenían un bigote impresionante. Es increíble pensar que un pequeño gran chileno como él llegó a París a instalarse a la Calle Gergovie, que es el lugar de la única batalla que Vercingetorix ganó contra los romanos. Se quedó viviendo aquí para terminar tomando el nombre del Centro Cultural Vercingetorix. Hoy se llama Ángel Parra. Quiere decir, si lo piensas bien, que de ese gran hombre, ¡consiguió alcanzar una parte de él y de su territorio! Creo que esa interpretación habría hecho reír mucho a Ángel. 


 

Es una victoria material además de simbólica. 

-Lo es, pero algo así toma tiempo. Me da una enorme consolación que exista este Centro Ángel Parra aquí. ¿Lo ves? Él ya está presente en Francia, incluso antes de Chile. Eso es lo que yo busco, que no caiga en el olvido. Ahí también está la transmisión; Ángel ya había comenzado a hacer eso, poco a poco, y en el curso de los años con sus hijos. Transmitirles Violeta y su legado. Hoy en día son ellos los que intentan impregnarse del padre que ya no está, de cantar sus canciones y de todo lo que hizo. Ahora Ángel existe en la memoria de París y siento que este reconocimiento viene del barrio y de su gente porque era muy querido. 

 

¿De qué manera se traducía ese aprecio que sentían por él? ¿Cómo era la vida de Ángel en este barrio? 

-Ángel nunca quiso cambiarse de este distrito. Yo habría podido irme a otro lugar. Teníamos rutinas muy distintas. Yo trabajaba, salía y llegaba tarde de regreso al departamento y claro, no vivía la vida de barrio como él. Siempre vivimos en esta calle, en el mismo edificio. Al principio, en un departamento más abajo y luego en este que finalmente compramos y remodelamos a nuestro gusto.  Ángel tenía su estudio un par de calles más allá. Todo el mundo lo conocía y lo saludaba, le decían “Angelo aquí y Angelo allá”. Hay dos bistrot que eran sus favoritos y que se lo peleaban por tenerlo como cliente, le preguntaban “Angelo, vas a venir a almorzar hoy día?”. Al bistrot  “Au Metro” él lo llamaba su segunda oficina porque era como su centro de operaciones; pasaba metido allí. Le quedaba a dos pasos de su estudio donde trabajaba componiendo y escribiendo. Un ejemplo de su relación con los demás: un día salimos a tomar un tren a las siete de la mañana y nos encontramos con el personal que recoge la basura. Ángel los saludó y se puso a conversar con ellos como si los conociera desde siempre. Luego me preguntó por qué yo no los saludaba y yo le contesté que no los conocía. Así era Ángel, demasiado simpático y cálido con todos. Era una persona que yo describiría como “solar”. Era resplandeciente. 

 

¿Guardas alguna imagen, algún recuerdo en el que se notara que él era así, como dices, un ser “solar”?

-Como signo increíble, cuando él estaba en el hospital lo llevé a Urgencias el 8 de marzo del 2017. Fue la primera vez que llamábamos a una ambulancia y después de eso cayó en el coma. Todo fue muy rápido. Habíamos regresado después de haber estado algunos meses en Chile. Todo ese período, desde finales de enero, febrero y principio de marzo hizo un tiempo horrible aquí en París; gris, húmedo, ni un solo rayo de sol. Y cuando murió, el sábado 11 de marzo del 2017 a las 7 de la mañana, el cielo amaneció azul con un sol radiante. Yo no lo podía creer. Yo dije, “¿pero qué hizo?”. Después, los días previos a la ceremonia de incineración en el cementerio Pere Lachaise, también hizo un tiempo horrible. Sus hijos viajaron para estar aquí todos juntos. Y justo el 16 de marzo en la mañana, el día de su cremación, nuevamente un sol total. Y la tercera vez, cuando viajé a Chile a la dispersión de sus cenizas en el mes de mayo pasó lo mismo. Con Javi y Ángel tuvimos que cambiar la fecha varias veces producto del mal tiempo. Porque Ángel quería que esto fuera en Valparaíso. Hubo una serie de tormentas y además tampoco fue posible hacerlo en el puerto. Elegimos una nueva fecha para hacerlo en otro lugar, en Algarrobo. La dispersión de las cenizas fue el 21 de mayo y el día amaneció precioso, con un sol enorme. Entonces en tres oportunidades distintas, del gris total, aparecía el sol radiante gracias a Ángel. Yo ya sabía que era un ser solar pero estos fueron signos que lo confirmaron para mí. 

Él es Achour Ben Dhaou y es de Túnez. Es dueño del almacén “Primeur de Gama” en la rue Raymond Losserand en el distrito 14 eme. Era la parada obligada de Angel Parra que transitaba entre su casa y su taller.

 

¿Cómo fue haber estado casada con alguien que resplandecía de ese modo? ¿Con  ese carisma? 

-Si te interesas en alguien tan intensamente, quieres saber todo sobre él y automáticamente te sumerges en su mundo. Y creo que yo hice eso: sumergirme en su universo, aprender todo sobre él y sobre Chile. Poco a poco constaté que no era cualquiera.  Al principio, no fue fácil. Teníamos temperamentos opuestos pero quizás por esta razón nos complementábamos. Y Ángel, poco a poco se empezó a sentir seguro conmigo. Porque yo era alguien que le daba seguridad, no era una artista, tenía un trabajo estable. Yo trabajaba en una revista importante, viajaba pero no tanto como él. Yo creo que se sentía bien a mi lado y a la vez estaba orgulloso de mí… Nunca peleábamos. 

 

Ya han pasado un par de años desde su muerte, ¿cómo vives su ausencia?

-Es horrible. La muerte no le queda bien a Ángel. Cuando murió, dejó un vacío terrible en la vida cotidiana. Yo pensé, y también me lo han dicho mis amigos, “Ruth verás que con los años va a pasar”. Sin embargo, ya ha pasado un poco más de dos años y nada. Al contrario, esa sensación de vacío ha aumentado con el tiempo. Y cuando estoy en ese estado es triste, porque él estaba tan presente… pero no era alguien que te chupaba el aire, al contrario, era alguien que te lo daba. Entre nosotros se producía un intercambio. Y de repente, de la nada, eso ya no está, y ese vacío del que hablo es una situación que te vuelve desamparada. Tengo muchos amigos, familia, pero nadie reemplaza en lo absoluto la ausencia de este hombre. La verdad es que no sé cómo será más adelante. Trato de aprender a vivir en soledad, porque él era omnipresente. 

 

¿Has podido ir catalizando la pena, ese vacío del que me hablas?

-A veces, cuando me siento mal, le hablo mirando una foto de él. Miro su sonrisa que fue lo que me conquistó, al igual que a muchísimas personas. Una sonrisa tan reconfortante. Después de mirarlo en la foto, me siento mejor y puedo seguir. 

 

Y en pleno duelo, ¿cómo fue que decidiste empezar a mirar y a ordenar todo lo que le perteneció?

-Al principio no pensaba en hacerlo. No fue una idea que me vino espontáneamente, porque cuando estás en el duelo no piensas en esas cosas esenciales y que son importantes para mí también. Es una ocupación que hace que te concentres en otras cosas y no solamente en la tristeza. 

 

Pero él tenía demasiadas cosas, repartidas en Chile y aquí en París, ¿cómo te organizaste para hacerlo? 

-Fue un amigo íntimo de nosotros, después de haber estado en el estudio, quien me dijo “Ruth, tienes que hacer los archivos de Ángel”. Eso hizo un clic en mí. Y de eso han pasado dos años y medio. Tenía razón, pero enseguida me pregunté cómo hacerlo, porque no podía hacerlo sola. El estudio era su lugar, al que yo iba solamente si me invitaba, porque jamás me metí o indagué en sus cosas. A veces yo decía “oh la la, qué desorden”, porque a mí en mi espíritu germánico, me costaba ver cosas repartidas por todos lados. Pero él me decía “no toques, no toques”. Por eso todo quedó intacto, como él lo dejó, salvo los instrumentos, que en su mayor parte fueron inscritos y entregados a sus hijos, lo que es completamente normal. Cuando hay algo que se puede dar, siempre le pregunto a sus hijos primero. De todos los instrumentos quedó un guitarrón. Uno que yo le había regalado para uno de sus cumpleaños mientras nos encontrábamos en Chile. Lo quise conservar porque si se lo llevan no quedaría ningún instrumento que fuese testigo de Ángel músico aquí en París. 

 

¿Cómo empezaste el trabajo de archivo? 

-No lo hice sola. Cuando mi amigo Guillermo Carrasco me dio la idea, recordé que tenía el contacto de una persona que hacía ese trabajo de manera profesional. Una bibliotecaria como se dice en Chile, que se llama Anne. Ella tenía tiempo y me dijo que lo haría como amiga y así fue como empezamos hace un año.  Sacamos cada uno de los documentos, mirando los cuadernos, las fotos y, de alguna manera, tratando de reconstruir el tiempo. Respetamos totalmente el orden en el desorden de Ángel Parra. Quiero decir que Ángel como todo artista, no era alguien muy ordenado. Por ejemplo, están sus cuadernos en donde no hay ninguna fecha. Era yo la que le decía “tienes que poner fecha”. Con las canciones es mucho más fácil saber cuándo fueron escritas, pero con los cuadernos de notas no. Entonces todo estaba un poco disperso, pero aún así hay un cierto orden en ese caos. Archivamos todo. Los textos, traducciones, las partituras, los cuadernos, las fotos, los objetos, todo lo que fuimos encontrando en el estudio. Ahora esto no se puede hacer de un día para otro y ahora vamos a comenzar una nueva etapa hasta terminar.

 

Imagino que era algo difícil de hacer para ti. 

-Cuando empezamos a clasificar fue muy doloroso. Porque en un instante me encontraba sumergida en el pasado de mi marido. Después de dos horas seguidas ya no podía más y le decía “Anne, basta por hoy”.

 

¿Cómo surgió la idea de hacer una Fundación Ángel Parra en Chile? 

-De sus hijos y de mí. Todo esto va en perfecta armonía con ellos y conmigo. Ángel y Javiera vinieron para la reinauguración del Centro Cultural en mayo pasado y entonces conversamos sobre la posibilidad de que el proyecto sea enviado de aquí a final de año, pero no con un lugar establecido todavía. Pero se habrá hecho la solicitud al menos. La idea es reunir todo lo que le perteneció como artista en un lugar donde los visitantes, los que estudian la obra de Ángel y de Violeta, puedan ir a consultar. Hay que encontrar un lugar que no sea muy lejos, de fácil acceso para las personas. Porque la trayectoria de Ángel es enorme y yo algún día voy a desaparecer. El material que está aquí tiene que quedarse en Chile, en la Fundación. Y esa es la razón por la que estoy apurada de terminar.

 

Has mencionado que una preocupación compartida por ti y por Ángel era el olvido entendido como la memoria histórica y colectiva de un pueblo, ¿Por qué es tan importante que Chile sepa de Ángel en el plano de la historia política en el contexto de la dictadura?

-Para él significaba luchar contra el olvido por Violeta y también por lo que él había vivido. Miles de personas pasaron por esa experiencia de dolor. Cuando viajas a Chile ves que la gente desconoce su propia historia. De ahí que todo este tema de la memoria ha sido tan importante para nosotros y ha sido alimentado por nuestra relación con el documentalista Patricio Guzmán, que terminó la tercera parte de su trilogía con “La Cordillera de Los Sueños”. Él tiene una verdadera obsesión con la memoria y el olvido. Creo que lo que pasó es que la gente quería reconciliación, quería poner todo lo que había ocurrido debajo de la alfombra como sucede generalmente en una dictadura. Las personas que habían vivido eso no tenían ganas de hablar de lo ocurrido. Querían dar vuelta la página y vivir una nueva vida, otra vida. Angel constató que la nueva generación que hoy tiene, 20 y 30 años, estaba mucho más involucrada con ese pasado y con la historia de Chile. ¿Cómo era Chile? esa es la pregunta que se hace Patricio, por eso que sus películas son híper importantes. 

 

Y en relación a Violeta, Ángel siempre dijo que que la riqueza y el patrimonio de Violeta es increíble para Chile. Ella siempre dijo que lo que hacía era para el pueblo de Chile. Ángel siempre repetía que todos los jóvenes que tengan ganas de cantar Violeta, que lo hagan, jamás hay que negarles eso. Hacer un libro, una película, poco importa. A Violeta cada uno puede atribuírsela. Lo esencial es que ella continúe viviendo. Y vimos eso con la lucha estudiantil en el 2011, con “Vivan los estudiantes” donde se veían pancartas que decían “Violeta Parra está con nosotros” Imaginate lo que era para Ángel ver eso,  le daba una alegría inmensa. Qué su madre fuera un símbolo contra las injusticias de los estudiantes. Y esas eran las mismas preocupaciones de Ángel. 

 

¿Qué recuerdas de ese último viaje a Chile con él? 

-De la última navidad. Para él era algo muy importante, lo vivía con el entusiasmo de un niño. Siempre me acuerdo de las fiestas. A veces busco en mis agendas antiguas para buscar qué hicimos en tal y tal año. Esa búsqueda es como un alimento y me ayuda a darme coraje. Una vida juntos demasiado bella. No puedo más que agradecer por haber logrado construir eso junto a él. 

 

Más de 40 años juntos desde que se conocieron en ese matrimonio en el castillo. Es como un cliché sacado de un cuento. 

-Sí, una vez dije en una entrevista que Ángel tenía algo que los franceses llaman el charme latino que es como el encanto latino, pero con los años pienso que no fue para nada eso. No era solamente su particular encanto latino. Era una cosa que era muy de él, y que nunca había visto antes en otra persona. Algo, que estoy segura, no volveré a encontrar nunca más en nadie que se cruce por mi camino.

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