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Opinión

21 de Agosto de 2019

Columna de Juan Cristóbal Romero: Mirando a un hombre nuevo

A través del programa Vivienda Primero, financiado por el ministerio de Desarrollo Social, la fundación CATIM en conjunto con el Hogar de Cristo busca entregarle un techo a personas en situación de calle para que puedan tener una mejor vida.

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Doce personas en el Bíobio, en 5 casas ubicadas en Concepción, Tomé, San Pedro de la Paz y Hualpén, administradas por fundación CATIM. Y otras 15 en Santiago, en 6 viviendas, en Estación Central, San Bernardo y Santiago Centro, manejadas por el Hogar de Cristo, en el marco del programa Vivienda Primero, financiado por el ministerio de Desarrollo Social.

Inspirada en la experiencia Houssing First implementada con éxito en varios países de Europa, Vivienda Primero es una iniciativa para personas en calle, con una trayectoria de más de 5 años en esa extrema situación de precariedad y sus problemas asociados: consumo problemático de alcohol y otras drogas, enfermedades físicas o mentales, ausencia de redes familiares y sociales, ingresos inestables y mínimos, entre una larga cadena de carencias. Si para cualquiera de nosotros, afrontar una crisis es desestabilizador, imagínese cómo es para quien las sufre todas juntas y además vive a la intemperie, sometido a inclemencias inenarrables en su dureza y profundidad. Por eso Vivienda Primero es una respuesta tan esperanzadora para afrontar el sinhogarismo más grave, buscando una solución definitiva para los que ni siquiera tienen un suelo dónde pararse.

Hogar de Cristo en 2018 atendió a más de 15 mil personas en situación de calle, por lo que 27 hombres y mujeres que hoy mismo, esta noche, cuentan con una vivienda, con una cama con sábanas limpias, agua potable, techo, abrigo, y están en proceso de convertirla en un espacio propio, pueden parecer tan insignificantes como una gota en el mar.

Yo doy fe que no es así. Una de esas casas de Estación Central está frente a mi oficina. Desde mi ventana he visto el cambio físico, actitudinal, de postura de Mario Carreño (72), el primer habitante de nuestras viviendas. A la semana de dejar la calle, era un hombre nuevo, como hacen notar las monitoras. “Guapo, bien parado, barriendo su vereda, yendo a comprar pan, construyendo una vida y una rutina dignas”, dicen, admiradas. El cambio en este nuevo y especial vecino se suma al de Erika (52), que compró un florero, unas conchitas y empezó a decorar el living, después de haber reaprendido cómo se enciende el califont, la cocina o se administra la libertad de horario en una casa que debe sentir suya.

Protegidos bajo cartones, en rucos a la vera de las autopistas, Erika y Mario y otras 18 mil personas según las cifras oficiales más recientes son invisibles, salvo cuando alguien los captura en una foto y la sube al ciberespacio para hacer justicia y clamar para que otro, alguien, el Hogar de Cristo quizás, se ocupe. A ellos dedicamos nuestros esfuerzos, a evitar el deterioro biosicosocial que provoca la vida en calle, tan feroz, que puede ser mortal. Y eso incluye hacer que quienes no los ven, lo hagan. Que los escuchen, les pongan cara, nombre, apellido, sepan de ellos y las circunstancias que los llevaron a la calle.

Pero lo más importante es conseguir que vuelvan, que dejen la calle y su vida de marginación y vulneración de derechos. El padre Hurtado militó en la causa de los más pobres y excluidos y, movido por la pulsión de activar el mecanismo de la justicia por encima de la mera caridad, creó en 1944 el Hogar de Cristo, buscando soluciones reales para los más pobres, no paliativos compasivos. Él habría aplaudido Vivienda Primero, como hacemos hoy todos los que hemos visto el cambio de Mario y los esfuerzos de Erika.

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