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Opinión

9 de Septiembre de 2019

El Cuento Chino

"¿Qué pasaría por la agenda del diputado Bellolio si un líder del partido comunista chino viajara hasta la novena región y se fotografiara con los líderes de la Coordinadora Arauco Malleco? Algunos dirán que ahí existe terrorismo", escribe José Antonio Neme.

José Antonio Neme
José Antonio Neme
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He seguido de cerca y con mucha atención el notable intercambio epistolar entre el diputado Jaime Bellolio y el embajador chino en Chile Xu Bu. Ambos trenzados en un debate vía El Mercurio sobre el horizonte hongkonés y, en especial, sobre la figura de uno de los rostros visibles de las masivas movilizaciones que intentan poner a la República Popular en jaque; el joven Joshua Wong.

De hecho es el propio Wong quien hace un paréntesis en su lucha contra Beijing para escribir esta semana una carta mediante la cual, detalla las razones de su encuentro con parlamentarios chilenos, entre ellos Bellolio, y enumera desde su óptica las mentiras publicadas por del embajador Bu sobre Hong Kong, ex colonia británica en poder chino desde 1997. Desde entonces, Beijing solo puede supervisar la isla y su franja continental sin obligar a cambios estructurales hasta el año 2047, cuando el Partido Comunista podría,  progresivamente, poner condiciones de anexión política, económica y social más allá de los alcances soberanos a un país dos sistemas.

Sin embargo, más allá de la escalada de violencia -que ya entra en su semana número catorce y que tiene semiparalizado a un polo financiero y de tránsito tan importante como lo es el puerto de Hong Kong-, vale la pena mirar el gallito político qué hay detrás del cruce Bellolio-Bu. El diplomático chino le reclama al parlamentario chileno haber elevado a Wong al nivel de justiciero libertario, mientras que para China no es más que  un matón social. Ante eso Bellolio responde con la única arma que desde la corrección política se asoma siempre como monopolio de occidente; la lucha democrática.

Y es aquí donde me quiero detener porque para muchos este es, precisamente, el núcleo incómodo que significa China desde este lado del mundo. Pareciera que los duopolios democráticos occidentales quedaran desconcertados, mudos, ciegos, desencajados y aturdidos ante la expresión china. “Somos mil 400 millones de personas, atravesamos de las hambrunas más nefastas, crueles y fatales de la historia de la humanidad, tenemos recién 70 años en la lógica de la República Popular, desconocimos a Marx, diseñamos nuestro propio comunismo, somos partido único, salimos de la pobreza, nos gusta el mercado abierto y hoy somos más ricos y económicamente prósperos que la mayoría de ustedes y lo hicimos sin democracia. Supérenlo” decía un funcionario del gobierno chino a la prensa norteamericana a raíz de la guerra comercial.

No pueden, no quieren o se rebelan ante ese escenario que es real y que tiene números. Tras el llamado “salto adelante”, las curvas chinas son impresionantes, la velocidad de su crecimiento en términos de PIB es algo jamás antes visto, la erradicación de la pobreza, el nivel de la balanza de pagos y el control comercial. Crearon estrategias de intervención indirecta del mercado cambiario que les ha permitido usar el tipo de cambio para potenciar el producto interno sin tocar necesariamente la estructura tributaria hasta la guerra comercial.

China es, a todas luces, un milagro no democrático que los demócratas se resisten a reconocer desde el debate público, porque en privado todos son felices proveedores o consumidores con coparticipación del modelo de libertad económica y restricción política.  Pero hay algo aún peor y que tiene que ver con la ceguera occidental y, en especial latinoamericana, de no ver el sistema cruzado de valorización de la violencia que no hace más que dejarnos en ridículo.

¿Qué pasaría por la agenda del diputado Bellolio si un líder del partido comunista chino viajara hasta la novena región y se fotografiara con los líderes de la Coordinadora Arauco Malleco? Algunos dirán que ahí existe terrorismo. Pero contrarresta informando que la semana pasada los hongkoneses movilizados ingresaron a las instalaciones de uno de los aeropuertos más ocupados del mundo mediante el uso de fuerza, que han bloqueado vías, destruido comercio, impedido el acceso a colegios y destrozado infraestructura pública y privada. Si el PC chino siguiera esos pasos, si se paseara por Ercilla dando ánimo a quienes ven como enemigo al estado de Chile, lo más seguro faltarían páginas en los diarios para el número de cartas al director a publicar.

¿Y cuál sería la razón para que la eventual molestia chilena sea más legítima que la China? ¿Qué hay en el consciente del mundo político nacional que nos hace tener la convicción que tenemos crédito suficiente para levantar banderas morales frente a China? Tenemos cuenta corriente ética porque somos democráticos, pero no nos alcanza. Y no nos alcanza por la simple razón de que tenemos dentro de nuestro sistema violencia social institucionalizada e integrada. Mucho de estas conductas son tan graves como la que viven miles de ciudadanos chinos la única trampa en la que caen muchos  -entre ellos el diputado Bellolio- es que es con valorización invertida. Paso a explicar.

Libertad de expresión, de reunión, de partidos políticos, entre otras tantas que en China no existen y si lo hacen es bajo una alta restricción. El ciudadano es abiertamente consciente de su asfixia no tiene otra opción que soportarla e integrarla. El secretariado comunista redacta leyes que tramita un buró de cerca de cuatro mil funcionarios, se controla y monitorea el acceso a redes, sitios informativos y de investigación. No hay opciones de manifestar oposición alguna al presidente Xi. No hay y punto.

Desde el profundo respeto y consagración de los DDHH ese escenario es censurable, incluso obligatoriamente combatible a nivel mundial, pero ojo que este deber ser siempre puede convertirse en un boomerang para quienes lo sostienen. En Chile gozamos de libertades consagradas y miramos la realidad china con horror. Podemos jugar en Facebook y publicar en Instagram, entendemos o al menos eso creemos, que somos sujetos de libre expresión y libre información. Tenemos libertad de culto y de filiación política, pero en nuestro país los amarres y la asfixia vienen desde el otro lado, desde el mercado, ese mismo mercado que China hace mucho tiempo liberalizó y a quien le agradece el milagroso salto de Mao.

La mayoría de los chilenos no puede acceder a una vivienda. Son ciudadanos que tienen bienes pero tienen a plazo en un círculo donde el trabajo es el origen del pago para otros, porque en el fondo la propiedad real es una ilusión. Nuestro sistema de competencia multidimensional  nos va dejando soterradamente presos y sin libertad, no hay acceso universal a salud ni a educación. Todo cuesta y cuesta mucho. Creemos que tenemos, pero en el fondo no tenemos nada y ni siquiera la damos cuenta porque es violencia institucionalizada y con valoración social integrada tal como para muchos chinos no poder navegar en redes o debatir contra el gobierno central es algo natural.

Las conductas que nosotros vemos con horror desde acá lucen menos anomales desde allá y viceversa. En cruzado lo dice el embajador Bu en una de sus cartas y nos golpea recordándonos que en Chile la salud, la educación, la previsión y la vivienda son un lujo.  A nivel regional el estatus moral para apuntar a China no es mejor. Michelle Bachelet denunció la semana pasada miles de ejecuciones extrajudiciales en Brasil, lo que enfureció a Bolsonaro, pero en panoramas reales la comisionada demostró con cifras que miles de personas son asesinadas sin juicio previo en este país. En México el panorama no es mejor y son miles de mexicanos quienes mueren a manos del narcotráfico lanzados a fosas comunes. El crimen organizado y la corrupción han obligado a familias completas a desplazarse hacia el norte desde Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. En Argentina, cerca del 40 por ciento de los hogares está expuesto a alguna forma de pobreza y hablar de Venezuela sería ya majadero con una validación brutal de la persecución política y la reprensión social.

Podemos deducir que regionalmente tampoco tenemos superioridad moral para apuntar a China como el único centro de un cuento de horror absolutamente condenable pero del cual Latinoamérica y Chile también han participado. Porque decir desde acá que estamos libres de violencia y que nuestra democracia opera en plenitud, ese si que es un cuento chino.

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