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Opinión

16 de Septiembre de 2019

11 de septiembre

Agencia Uno

"Bastaría con confiar en el paso del tiempo para que su curso inexorable termine por consolidar el acuerdo de que, con independencia de las diferentes interpretaciones del gobierno de la Unidad Popular, nada justifica la brutalidad y el terror que el régimen militar desplegó durante 17 años", escribe Josefina Araos.

Josefina Araos Bralic
Josefina Araos Bralic
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Josefina Araos Bralic

Investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)

Las recurrentes polémicas de cada 11 de septiembre tuvieron este año un tono distinto a causa de la comentada inserción publicada en El Mercurio, titulada “Chile se salvó de ser como Venezuela”. Sin embargo, la novedad no residió en la inserción misma –que con distintas formulaciones se ha difundido en otras ocasiones– sino en la extendida sensación de sorpresa frente a declaraciones que, a estas alturas, se esperarían superadas.

Varios se han concentrado en destacar la brutalidad escondida de la publicación que, lo que es peor, parece más indiferente que negacionista frente a la violación sistemática de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Pero también hay algo de vestigial en ese texto: por la selección unilateral de las citas, por las comparaciones arbitrarias entre el Chile del 70 y la Venezuela del 2019 (como si no hubiera más alternativa que la caricatura para ilustrar circunstancias dramáticas), pero sobre todo por su radical parcialidad e incompletitud. Y es que el correr de los años no puede ser en vano. Uno podría considerar comprensible una publicación así a horas del golpe militar, pero no casi 50 años después, como si la evidencia incontestable de lo ocurrido tras el 11 de septiembre de 1973 nunca hubiera llegado a hacerse patente ante los ojos de los 60 orgullosos firmantes.

Uno podría pensar, con cierta amargura, que se trata de la iniciativa de figuras marcadas y atadas irremediablemente a su biografía. Si sólo fuera eso, bastaría con confiar en el paso del tiempo para que su curso inexorable termine por consolidar el acuerdo de que, con independencia de las diferentes interpretaciones del gobierno de la Unidad Popular, nada justifica la brutalidad y el terror que el régimen militar desplegó durante 17 años. Sin embargo, en distintas ocasiones hemos podido confirmar que este tipo de expresiones nunca desaparecen del todo. Y por lo mismo, quizás valga más la pena aprender a enfrentarlas volviendo a formular los argumentos, antes que apelando a discursos prohibitivos que confían simplemente en acallar lo que disgusta. Ese espíritu no sólo parece destinado al fracaso, sino que puede terminar colaborando a que la justificación resurja como exabrupto, y ya no sólo en los más viejos, sino también en las nuevas generaciones.

Se trata, sin duda, de una tarea difícil. Uno esperaría que la trágica evidencia de muertos y desaparecidos fuera suficiente como argumento. Porque no es mera censura lo que hay en quienes esperan que posiciones como la de la inserción de El Mercurio dejen de existir. No por la discrepancia respecto a Allende, sino por su silencio acerca de lo que vino después. En la preocupación por esa inserción (y no por el diario que la publica) también existe una inquietud relevante, pues por más fundamental que sea proteger la libertad de expresión, esta no basta para sostener un consenso esencial para la convivencia democrática. Porque, en algún sentido, uno espera que algún día, conmemorando el 11, todos puedan compartir al menos la tristeza. El paso del tiempo no irá generando, como por efecto natural, un acuerdo o consenso respecto de lo que provocó el quiebre de la democracia en Chile, y tampoco es claro que ese consenso sea algo deseable. Pero sí es posible aspirar a que los años nos permitan reunirnos en torno a la conciencia de que, como dijo María Luisa Sepúlveda (actual presidente del directorio del Museo de la Memoria), el 11 y todo lo que vino después nos ocurrió a todos. Y esto incluye también a los firmantes de la inserción, ciegos al hecho de que su misma disidencia –como acto, independiente de su contenido– es posible hoy día únicamente a causa de que la dictadura, que ni siquiera nombran, fue finalmente derrotada.

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