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Opinión

19 de Octubre de 2019

Columna de Alberto Larraín: Santiago en llamas y el Chile evasor

Agencia Uno
Alberto Larraín
Alberto Larraín
Por

Santiago, viernes 18 de Octubre de 2019, es una fecha que pasará a la historia, tras una semana de evasiones masivas en el metro, el conflicto escala, y aparece el caos: quema de buses, estaciones de metro y edificios institucionales, aparecen barricadas, destrosos múltiples, saqueos y cientos de heridos. Los militares son llamados a salir a la calle. Una jornada marcada por el dolor y la angustia. Se suspenden todas las actividades del fin de semana, servicios y se procede al cierre de múltiples espacios públicos.

La semana había comenzado con manifestaciones de evasión del pago de la tarifa del metro, como actos pacíficos de desobediencia civil por parte de secundarios, que invocaban el malestar por sus familias, un clamor urgente a vernos y entender que el desarrollo de un país se mide por el lugar del que va último y no por el éxito del primero. En la misma línea de todo este año, Chile ha estado marcado por la voz de los jóvenes, quienes intentan tomar la voz del  sufrimiento, reconociendo que la vida tiene obligaciones y derechos, pero cuestionando el hecho de que Chile parece haberse olvidado de los últimos, y que esto atenta contra lo más importante, nuestra calidad de vida y nuestra felicidad.

Pero esta vez, al igual que las veces anteriores, en vez de tratar de ver cuanto de verdad podía ver en sus actos, o ver como acogerlo, se procede a la descalificación, a minimizar el reclamo y tratarlos de parias sociales, diciendo que no se entendía por qué ellos reclamaban si no los afectaba directamente. Nada produce más rabia ni violencia, que cuando se niega el dolor o el agobio que uno siente. 

Lo de de esta semana, busca zamarrear al país por los hombros y hacerle ver de frente su peor evasión, el dolor de todos los marginados, de aquellos que no tienen rostro, los que son una una cifra esporádica, un porcentaje de vulneración, son los cerca de 200 mil niños y niñas de Sename que aún esperan en la fila que llegue su turno, son las miles de familias que viven en 802 campamentos sin derecho a la vivienda, pero que tienen nombres, una historia y una vida que cargan a diario. Ver a aquellos que hemos hecho vivir de promesas incumplidas, como Lota, que se le prometió la reconversión tras el cierre de la mina y lleva veintiún años esperando. Mirar y cuestionar la aberrante normalización de hablar tranquilamente de zonas de sacrificio como Coronel, Til Til, o Quintero-Puchuncaví, donde en esta última se cierra el año escolar de forma prematura de los niños y niñas esta semana por problemas de salud dados por la contaminación, a pesar de una orden de la corte suprema, y pareciese no remecernos. 

Por ello, las actuales movilizaciones por el alza de precio del transporte, tienen el mismo motor que las movilizaciones por pensiones de miseria donde más de 300.000 compatriotas reciben pensiones inferiores a 150.000 pesos, incluyendo los subsidios del estado, o los más de 4 millones de chilenos y chilenas que están en DICOM, y con una deuda promedio de 1.7 millones de pesos recibiendo llamadas interminables del retail para el pago. La misma energía que rompe la inercia en la comunidad de Petorca al ver como la agricultura de exportación es a expensas de sus propios habitantes. El mismo impulso de denuncia de la crisis de la salud por falta de insumos y miles que esperan atención, o las judicializaciones masivas por aumentos en los precios de las ISAPRES de hace una semana, ante un sistema que prioriza el lucro desde la enfermedad. 

Todos estos, no son problemas distintos, como intenta mostrarse, son todos un mismo problema. 

Por ello la evasión del pasaje, se vive como algo justo, un acto reinvindicatorio, ante una injusticia estructural. Toda violencia es inaceptable, pero la violencia de esta semana es consecuencia del debilitamiento de la cohesión social a partir de otras violencias que también son inaceptables: la iniquidad, el abuso de poder, la segregación territorial. Violencias que se cargan como lastres, que han llevado al agotamiento físico y psicológico como resultado de un modelo agotado. 

Los chilenos y chilenas no son flojos, están reventados. No necesitan levantarse más temprano, como se les ha dicho, ya lo hacen. 

Los chilenos y chilenas no quieren las cosas gratis, pero están cansados de que se les ordeñe a diario, y se les ningunee su esfuerzo. 

Debemos validar el dolor para avanzar. 

La violencia es contagiosa, y por ello uno de los interlocutores, en este caso el Gobierno, debe llamar al diálogo; entender que el alza del transporte es solo la gota que rebalsa el vaso, que se expresa a diario en el aumento de enfermedades mentales y consumo de drogas, la crisis de la salud mental que desde el 2008 es la primera causa de licencias médicas del país, y que hasta el cansancio se ha denunciado. El primer paso, es levantar el estado de emergencia, de lo contrario sólo seguirá aumentando la violencia, que se desplazará desde el centro de Santiago a los barrios periféricos que son controlados por el narcotráfico.

El actual caos tiene una solución: más comunidad, más encuentro, volver a fortalecer el vernos, y acoger el dolor del otro, hacerlo mío, y entender que lo que es urgente para él o ella, es urgente para mí. Podemos y debemos transformar la actual crisis en una oportunidad de pasar del yo, tú, él o ella al nosotros, sólo así podremos incluir en nuestra comunidad a los que aún esperan que los veamos y ayudarlos a sanar su dolor. 

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