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Reportajes

2 de Noviembre de 2019

Un niño herido a bala

Estaban poniéndole bencina al auto cuando se encontraron con una turba y Carabineros que venía disparando detrás. Las balas hirieron al chofer del auto, de 18 años y a dos menores de edad: Kimberly de 9 y Máximo de 10. Hoy Máximo se recupera en el Hospital Félix Bulnes mientras su mamá, que está sin trabajo y vive de allegada, lo acompaña día y noche. A pesar de todo, ya ha tenido que pagar algunos exámenes de manera particular. Hasta el 26 de octubre según la Defensoría de la Niñez, ya iban 19 niños heridos con perdigones y 6 con balas pertenecientes a la policía o a militares.

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Imágenes, cedidas por la familia

Es domingo 20 de octubre en Santiago de Chile. Anoche, hubo toque de queda, militares en las calles y un estallido social que tiene tanta fuerza que millones de chilenos se preguntan qué va a pasar, qué van a hacer. “No va a haber comida”, le dice su padre a Maribel Bravo en su barrio en Cerro Navia, cerquita de la ribera del río Mapocho. Y Maribel, que trabaja haciendo aseo en las casas del barrio alto y a veces vende ropa en el Persa, Maribel, que vive con sus dos hijas – Kimberly de 9 años y Valentina de 20 – y su nieto bebé en una casa de ladrillos en un pasaje estrecho, decide prepararse para lo que sea que va a venir. 

Ese día, como muchos otros fines de semana, sus sobrinos Máximo de 10 años y Michael de 13, están en casa jugando con su hija. Maribel decide que lo primero que hará es cargar su auto con bencina, por cualquier cosa. Su papá tiene mercadería, con eso está tranquila. Después si encuentra, quiere comprar velas. Sube a los niños al auto. A Kimberly, Máximo y Michael. También a unas amigas de Kimberly del vecindario: Isabella de 14 años y Constanza de 16. Y le pide a su vecino, Michael Jerve de 18 años, que maneje. 

Así van los siete metidos en el auto. Se dirigen a la Shell ubicada en José Joaquín Pérez con Estados Unidos porque ahí la bencina siempre es más barata. Hay gente en las calles, pero Maribel no se extraña: siempre es así en su barrio. Hasta que llegan a la bomba. Estacionan el auto para ponerle bencina. Y entonces todo sucede muy rápido: una turba de personas corre y se cuela entre los autos detenidos. Saltan, corren, desaparecen por las calles. Al parecer, vienen de un saqueo de alguna parte cercana en el centro de la comuna. Atrás, viene Carabineros en furgones y autos, corriendo y disparando. Para Maribel el tiempo se detiene. No escucha los tres balazos que entran por el maletero de su auto ni se da cuenta del disparo que entra por la ventanilla del piloto y se queda alojada en la clavícula de Michael, el chofer. Tampoco es consciente de la bala que rompe el brazo de Kimberly y luego perfora el tórax de Máximo.  Solo vuelve en sí con los gritos: “¡Mamita! ¡Tengo sangre! ¡Tía, tengo sangre! ¡Ayúdame!”.

HERIDOS Y EN EL SUELO

Maribel no alcanza a reaccionar cuando el auto ya está rodeado de Carabineros que los apuntan con armas y a gritos, les dicen que se bajen. “¡Al suelo! ¡Con las manos en la nuca!”. Kimberly, herida a bala, se tira al suelo. Michael, herido a bala, se tira al suelo. Máximo, con el estómago sangrando, se tira al suelo también. Constanza e Isabella están acostadas en el piso, llorando. A Maribel un carabinero le da una patada en las canillas y cae arrodillada. Pero ella toma firmemente al carabinero del brazo, lo mira a los ojos y le dice: “¡Tengo a dos niños heridos! ¡Tiene que ayudarme!”. El Carabinero se acerca a Máximo y le toca el abdomen. Su mano queda ensangrentada. Todos dicen que en ese minuto, ese carabinero se quiebra y se pone a llorar. Creen que es quien disparó esa bala. Toma en brazos al niño y lo sube a un furgón. En otro, se van Kimberly y Maribel. Llegan hasta el Sapu de Pudahuel donde les dicen que ahí no pueden hacer nada. Los derivan al Félix Bulnes de Quinta Normal y luego, al Félix Bulnes de Providencia, al frente del Costanera Center. Cuando llegan son alrededor de las 7 de la tarde. Maribel no se separa de los niños. Máximo dice que le duele y le pregunta: “Tía, ¿tengo sangre? Tía, ¿me voy a morir?”. 

A Máximo le hacen una transfusión porque ha perdido mucha sangre y lo ingresan a pabellón. Ahí los doctores se dan cuenta de que la bala molió una costilla del tórax bajo del lado derecho y que quedó alojada en la vena porta, desde donde no la pueden sacar: es demasiado riesgoso para la vida del pequeño. 

Mientras Michael, quien conducía el vehículo, está en la Posta 3 custodiado por Carabineros porque no llevaba licencia de conducir. La bala sigue alojada en su hombro, allí no se la pueden sacar. Constanza de 16 años e Isabella de 14 están detenidas en la 55 Comisaría de Pudahuel de Carabineros. Ambas declararon en Fiscalía que esa noche Carabineros las mojó con agua, las insultó y las golpeó. Dicen que preguntaron por Kimberly y Máximo. “Queremos saber cómo están los niños”, le preguntaron a un carabinero. Ambas recuerdan la misma respuesta: “Cállense chinches culiás, si los cabros chicos ya están muertos”.  

Mientras Máximo está en cirugía en el Hospital Félix Bulnes, Maribel intenta llamar a la mamá de Máximo, su ex cuñada Joyce González. Pero se toca los bolsillos y se da cuenta de que no tiene su celular: después se enterará que Carabineros se quedó con los teléfonos de todos los que iban en el auto y que se los pasaron a Fiscalía. Un doctor del hospital ofrece ayuda y le manda un mensaje por Facebook a Joyce de parte de Maribel diciéndole que necesita comunicarse con ella porque su hijo está en pabellón. 

Joyce ve el mensaje a las 11 de la noche en Cerro Navia. Se desespera. Sabe que es toque de queda y que no puede salir a la calle, pero su hijo está en riesgo, tiene que ir. Sale con Emelyn, la madrina del niño, con quien además vive desde hace un mes, en dirección a la 55 comisaría a pedir un salvoconducto que le permita llegar hasta el Félix Bulnes. “Fuimos a pedir permiso para que me dejaran salir porque había milicos afuera y podían dispararnos. Pero Carabineros no nos dejó. Nos apuntaron con pistolas. Y nos dijo que su deber era tomarnos presas porque estábamos allí”. Joyce vuelve a la casa de Emelyn y recién cuando termina el toque de queda a las 6 de la madrugada, parte al hospital a ver su hijo menor.  

“NO ES UN ASUNTO DE GOBIERNO”

 “Cuando llegué Maxi estaba con máquinas, intubado, fue penoso verlo así. Estaba mal. Me puse a llorar, a gritar. ¡Si es mi hijo! ¡Mi guagua! Fue un milagro de Dios que lo sacó de ahí”, cuenta Joyce quien además tiene dos hijos mayores: Michael de 13 y Bárbara de 11 años. Mientras en la Posta 3, Carabineros saca a Michael y lo lleva a la Fiscalía a declarar con la bala aún alojada en el hombro. Los padres de Isabella y Constanza van a buscarlas a la 55 Comisaría. “Las niñas salieron golpeadas, moreteadas. A la de 16, le pegaron una patada y como se fue de punta, se partió en la nariz en la solera cuando la tiraron al piso. Dicen que los pacos decían: “Peguémosle a la de 16, que a ésta, (la de 14) no le podemos pegar tanto”, cuenta Claudia Medina, cuñada de Maribel. 

Ambas, Claudia y Maribel van a la 55 comisaría ese mismo lunes a retirar sus pertenencias, a pedir sus teléfonos y su carné. Solo consiguen el carné de Maribel. Los teléfonos, dice Carabineros, fueron enviados a Fiscalía. Allí, en la comisaría, se les acerca una joven que escucha su relato. Dice que es abogada de la Universidad Católica y les pide sus contactos para conectarlas con la Defensoría de la Niñez, para que las represente por los menores de edad heridos a bala. Patricia Muñoz, directora de la Defensoría de la Niñez, llega ese mismo día al hospital Félix Bulnes a ver a Máximo y le dice a la familia que van a ayudarlas con el caso. También llega al hospital el ministro de salud Jaime Mañalich quien va a ver a Máximo, pide su informe. Se acerca a Joyce y le dice que el niño está bien y que todos van a estar pendientes de él en el Hospital. Después habla con Claudia Medina quien le pregunta qué pasos tienen que seguir. Él le responde que no es un tema de gobierno, sino de Fiscalía.

-¿Cómo no va a ser de gobierno? – le pregunta Claudia. El gobierno tiene que enterarse de lo que les hizo Carabineros a menores de edad. 

-No es de gobierno, es asunto de Fiscalía – insiste el ministro, y se va.

Pasan los días. Máximo sale de riesgo vital, pero los médicos informan que por la posición de la bala, no pueden extirparla de allí. Cuatro días más tarde, Maribel recupera su auto desde una comisaría donde está rotulado por Carabineros como “en estado de abandono”. Por ello, debe pagar 50 mil pesos de su bolsillo para retirarlo. Luego lo manda a reparar: tiene tres hoyos de bala en el maletero y las ruedas reventadas por los disparos de ese día. En Fiscalía, Carabineros declaró que el auto era robado y tenía los vidrios polarizados. Ninguna de las dos afirmaciones es cierta: el auto está a nombre de Maribel y tiene los vidrios normales, como todos los autos. Constanza e Isabella recuerdan lo que pasó, pero lo que más les preocupa es el estado de Maxi: aún no lo han podido ver porque en el Hospital no aceptan menores de edad de visita. “La Cony todavía anda adolorida. Y la Isabella despierta gritando: “¡Maxi! ¡Maxi!” porque los pacos le dijeron que había muerto. Tiene crisis de pánico. No quiere ir al colegio. No sale ni a comprar. Dice que se siente culpable de por qué no le pasó a ella y sí al Maxi que es más chico”, cuenta Claudia. 

Hasta el 26 de octubre según datos de la Defensoría de la Niñez, 283 niños y adolescentes han sido detenidos o víctimas de vulneraciones a sus derechos por parte de la policía o militares. De ellos, hay 19 heridos por perdigones y 6 niños como Máximo, heridos a bala.

PAGANDO EXÁMENES COMO PARTICULAR

A Máximo han tenido que hacerle dos ecografías Doppler para monitorear la bala que aún está alojada en la vena porta. Joyce tuvo que pagar el primer examen que costó 33 mil pesos. El dinero de la segunda ecografía se lo consiguió con la madrina de Maxi, Emelyn, con quien vive de allegada hace un mes junto con Maxi y Bárbara: en la casa de la madrina han puesto un colchón en el living donde Joyce duerme con sus dos hijos menores. Hace poco se separó del papá de los niños, el hermano de Maribel, y está sin trabajo: antes era mesera de un restaurante y ahora iba a ir a buscar empleo a la bodega de una empresa para trabajar como operaria. Pero con lo que le sucedió a Maxi, suspendió todo: no quiere separarse de él y él tampoco quiere quedarse solo en el hospital. “¿Por qué me pasó esto a mí?”, le pregunta el pequeño a su madre. Ella no sabe qué responderle. Desde que todo ocurrió pasa día y noche en el hospital con él. Solo va a la casa de la madrina de Maxi a bañarse y cambiarse de ropa y luego, regresa al hospital. Allí está todo el día sola, acompañándolo. Emelyn a veces le lleva almuerzo al hospital. 

“Yo no lo dejo solo, es mi guagua. Me dan pena mis otros hijos, pero me tienen que entender que tengo que estar con él ahora. La madrina de Máximo me ayuda mucho, me trae almuerzo, me ayudó a pagar un examen porque yo no tengo los medios. El papá de los niños no me apoya mucho. Siempre he sido sola con ellos”, dice Joyce en las afueras del Hospital Félix Bulnes: adentro, los guardias no nos dejaron conversar con ella. 

Dice que hasta ahora, nadie se le ha acercado para brindarle ayuda o al menos una disculpa por lo que pasó. El ministro solo le dijo que su hijo estaría bien y de Carabineros no ha sabido absolutamente nada. “Quiero que el carabinero que hizo esto lo den de baja, que dé una explicación de por qué disparó si vio niños dentro del auto. Por qué cuando lo vieron baleado, los hizo tirarse igual al suelo. Por qué les pegaron a las primas, las trataron mal y se las llevaron detenidas. Tiraron a un niño baleado al piso. No lo entiendo. Fome lo que hizo. ¿Y si mi hijo estuviera muerto ahora?”, se pregunta.  

A Máximo aún le quedan tres semanas de hospitalización. La doctora ya le dijo a su madre que el niño quedará con un tratamiento de seis meses con remedios para evitar complicaciones que pueda causarle la bala, aunque se supone que Maxi podrá hacer una vida normal una vez que salga del hospital. Normal, dentro lo posible, porque una vez que Máximo salga de alta, volverá a vivir como allegado a la casa de su madrina Emelyn y a dormir en el living con su mamá y su hermana Bárbara. Joyce está en una toma, pero allí tardan cinco años en que le den una casa. Si no, el camino es juntar 750 mil pesos, que hoy no tiene, para postular a una vivienda social. “Quiero tener mi casa, ojalá en Cerro Navia porque mis hijos son de allá. Quiero estar tranquila con ellos. Con los tres. Ese es mi sueño”, dice Joyce. 

Máximo, que en general es un niño alegre, travieso y al que le gusta jugar a la pelota, dice que está aburrido en el hospital y que echa de menos a sus primos y hermanos. Con ellos, a veces hace videollamadas. Cuando los ve, se pone a llorar. Sus hermanos quieren mandarle juegos al Hospital para que se entretenga un poco. Máximo conoció a un compañero de sala. La familia piensa que, con los juegos que le manden, al menos podrá jugar con él.

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