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Opinión

9 de Diciembre de 2019

Columna de Josefina Araos: ¿Una crisis de individualismo?

"La tarea que tenemos por delante no depende sólo de reformas institucionales y cambios de estrategias de desarrollo, sino también de revisar las premisas que sostienen el orden vigente, construido en muchos sentidos sobre un lenguaje que ha afectado el modo en que entendemos las relaciones sociales y la escala de prioridades que asignamos a los distintos desafíos", escribe Josefina Araos.

Josefina Araos Bralic
Josefina Araos Bralic
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Josefina Araos, investigadora Instituto de Estudios de la Sociedad

Cada época tiene su propio lenguaje dominante, un código simbólico que establece los ejes centrales para dar cuenta de aquello que se valora, se busca y se cuida. Pero todo lo que ilumina ese lenguaje tiene como contracara dimensiones que quedan ocultas, ámbitos que se vuelven difíciles de formular y nombrar porque los términos disponibles ya no alcanzan a captarlos. Así, en el lenguaje dominante de nuestro tiempo, estructurado en gran medida en torno a la premisa de la soberanía y autonomía individual, ha ido quedando poco espacio para la valoración de lo común y de la interdependencia de unos con otros. No se trata de que se niegue su importancia (de hecho, cada tanto reaparece alguna voz quejándose sin mucha esperanza del individualismo vigente en nuestra sociedad), sino que se nos hace difícil justificarla, pues necesitaríamos de términos que hoy se han vuelto oscuros, o que han perdido espacio y legitimidad.

Tocqueville decía que el ámbito de lo común tiende a diluirse en los tiempos democráticos. El ciudadano abandona progresivamente la sociedad, pues ya no existe más la cadena de vínculos que establecía las deudas de unos con otros. La semejanza ahora se impone como dato fundamental, y su consecuencia central es, para el francés, el encierro de cada individuo sobre su propio mundo, sobre el espacio que él mismo ha construido. En esto consiste el individualismo, dice Tocqueville, “sentimiento reflexivo y pacífico” –no “instinto ciego” como el egoísmo–, donde cada uno asume que el propio destino está, exclusivamente, en sus manos. Sin embargo, por más extendido que sea ese individualismo, para el autor se trata de un juicio erróneo, una hipótesis empíricamente equivocada pues, aunque hayan caído las jerarquías tradicionales que antes nos ataban, la dependencia recíproca no desaparece nunca. En la modernidad no dejamos de provenir de otros; no deja cada generación de recibir como herencia un mundo que tendrá que entregar a los que siguen. La cadena permanece, aunque ya no es dada, y por lo mismo, se hace más precaria que nunca, vulnerable a los tiranos o a su desaparición definitiva.

La crisis que se abrió en Chile el 18 de octubre está también marcada por lo que describió Tocqueville. La tarea que tenemos por delante no depende sólo de reformas institucionales y cambios de estrategias de desarrollo, sino también de revisar las premisas que sostienen el orden vigente, construido en muchos sentidos sobre un lenguaje que ha afectado el modo en que entendemos las relaciones sociales y la escala de prioridades que asignamos a los distintos desafíos. Y es que parte fundamental de los problemas que hoy enfrentamos tienen que ver con la interdependencia de unos con otros, con la evidencia de que no se trata sólo de que cada uno pueda contar con las condiciones mínimas para desplegar su individualidad sin contrapesos ni estorbos, de asegurar la “autosuficiencia” que, como dice Tocqueville, añora el individuo democrático. La crisis medioambiental, la del Sename, la crisis de las pensiones y el trato a la tercera edad, la demanda de solidaridad que ha emergido en estas semanas, incluso la violencia, todas ellas requieren de que volvamos a hacerle lugar a la idea que, según el francés, más cuesta formular en esta era: que nuestro destino nunca está únicamente en nuestras manos; que somos precarios y frágiles; que el aseguramiento de derechos, aunque fundamental, no basta para resolver el problema de que seguimos dependiendo unos de otros. Pero la dificultad reside en el hecho de que carecemos de un lenguaje que nos permita dar cuenta de manera afirmativa de ese dato, para dejar de describirlo como un problema a superar, como un resabio obsoleto que el progreso podrá desechar.

Esto es parte de lo que intentamos plantear en el último libro del IES Primera persona singular. Reflexiones en torno al individualismo. En un trabajo colectivo y desde distintas perspectivas, revisamos críticamente ciertas premisas individualistas que han dominado la discusión pública y los proyectos políticos de las últimas décadas, poniendo como objetivo central –fuera de cualquier otra consideración– el aseguramiento del despliegue libre de la soberanía individual. Esto ha redundado en el olvido de que la libertad personal requiere de una serie de elementos previos sin los cuales no puede hacerse efectiva. Dilucidar eso, pensamos, puede ser un insumo valioso para seguir reflexionando en torno a los desafíos que la crisis que hoy vive Chile ha puesto de manifiesto.

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