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10 de Diciembre de 2019

Ana María Campillai: Todo sobre mi hermana Fabiola

Desde que una bomba lacrimógena disparada por Carabineros el día 26 de noviembre dejó ciega a su hermana Fabiola -36 años, madre y trabajadora-, Ana María se ha transformado en sus oídos y sus ojos. Mientras Fabiola continúa internada en la UCI del Instituto de Seguridad del Trabajo, Ana María exige justicia, le da fuerzas y cuida a sus hijos. “No salgan, no se expongan, hay asesinos afuera”, les dijo Fabiola a las mayores cuando despertó del coma. A dos semanas de la tragedia que presenció impotente en San Bernardo, Ana María cuenta el duro camino que atraviesan como familia.

Por

Con mi hermana Fabiola (36) siempre hemos sido muy unidas. Vivimos a un muro de distancia en la población Cinco Pinos de San Bernardo, hace 30 años. Somos orgullosas de nuestras raíces diaguitas, y nos gusta veranear juntas y tomar tecito. 

Aunque a ella le gusta el Colo Colo, y yo soy de la U, nos juntábamos a ver los clásicos. A la Fabiola siempre le gustó el fútbol. Desde chica que jugaba a la pelota. Era buena en la defensa, y le gustaba acompañar a su hijo de ocho añitos a las canchas.  

—Soy mujer e igual hago golcitos— decía. 

En Carozzi, la empresa donde trabajaba manipulando las máquinas de pastas, también tenía sus pichangas. 

***

A la población Cinco Pinos siempre la han estigmatizado, pero aquí los vecinos nos conocen desde chicas, y cuando hay un incendio, hasta el voladito aparece para prestarte ayuda. 

Hoy toda la población está devastada y indignada con lo que le pasó a mi hermana. Carabineros le quitó los ojos a una mujer trabajadora que se ganaba el pan día a día para sus tres hijos de 19, 16 y 8 años, pero que además, compartía lo que tenía. 

Fabiola ganaba el sueldo mínimo en Carozzi, pero si había alguien enfermo, ahí estaba. Incluso cuando fue el incendio en Santa Olga en 2017, nos organizó a todos para reunir ayuda, y allá partió con una bandera chilena a repartirla…

Como éramos parte de un comité de apoyo vecinal, organizábamos las navidades para los niños de la población

—Ya hermana, vamos a conseguirnos juegos de agua con la muni—me decía. Y yo, que siempre he sido más quedadita, partía con ella.  

De los hermanos, Fabiola siempre ha sido la más activa y la más alegre. Es raro que la pilles en la casa porque si no tiene actividades se las inventa. Ahora último estaba recibiendo instrucción para ser bombera. Le gustaba ir a los incendios. 

En ese sentido, se parece mucho a nuestro hermano mayor. Él trabajaba en las canteras de Pelequén. Pero un día hubo un derrumbe e intentó sacar gente. Terminó aplastado. Tenía como 19 ó 20 años, cuando partió.  

Fabiola es mi hermana menor pero no lo parece, porque tiene una fuerza enorme. Cuando me pasaba cualquier cosa me refugiaba en ella, era la que me levantaba, la que me decía que no importaba, que íbamos a salir adelante.  

Mi hermana luchó con pancartas para conseguir que nos hicieran una estación de ferrocarril. Pero ahora estaba concentrada en sus hijos y en su trabajo, y no participaba de las manifestaciones. Sí estaba de acuerdo con las demandas. Decía que este pueblo tenía una venda los ojos, que había mucha injusticia con los enfermos, con los niños y con la tercera edad. Y que los colegios de Cinco Pinos estaban muy botados, que los chicos no tenían áreas verdes donde jugar. 

Mientras la gente hablaba de criminales que andan haciendo desmanes, ella empatizaba con los jóvenes. De qué otra forma van a manifestarse, decía, si de manera pacífica nunca el gobierno los ha pescado. Yo le encontraba la razón. Gritai, gritai, y te cansai de gritar por tus derechos, pero igualmente ellos te cierran la puerta y se olvidan de la gente. 

A Fabiola le preocupaban las demandas porque pensaba en el futuro de sus hijos, y también en mi salud: tengo diabetes, y como a veces no están mis remedios, tengo que costeármelos yo. No es fácil eso cuando aquí todos ganamos el sueldo mínimo. Mi mamá trabajó 30 años como asistente de educación, y su pensión es de apenas 120 mil pesos. Paga las cuentas y se queda mirando, con la guatita pegada al espinazo. ¿Qué más va a hacer con esa plata? Es una burla, decía Fabiola.

***

Esta población siempre se ha manifestado y ha sido reprimida. Pero desde el 18 de octubre y hasta ahora, Carabineros nos tiene bombardeados. Basta que 20 jóvenes se pongan en Portales o enciendan una barricada, para que lleguen a gasearlo todo. El pasaje queda todo blanco, y aunque estemos en la casa encerrados, ellos tiran las bombas a los techos. Todos, entre ellos niños y abuelos, quedamos ahogados. 

El martes 26 de noviembre, no fue la excepción. Pero en la noche la manifestación en Portales con Fermín Vivaceta había terminado. Cuando fui a la casa de Fabiola y tomamos tecito, los jóvenes ya habían sido dispersados, se había apagado la barricada, y tampoco olía a lacrimógenas

El marido siempre la encamina al bus de acercamiento cuando ella tiene turno de noche. Pero ese día tuvo que trabajar como conductor de camiones, y no pudo acompañarla, así que me ofrecí yo. Como en el paso peatonal siempre se roban la luz, y no conviene que las mujeres andemos solas por ahí, cuando eran las 20:45 horas aproximadamente, pescó su bolsito y salimos juntas hacia el paradero. 

Junto al esposo de Fabiola, Marco Antonio Cornejo, Ana María presentó una querella en el Juzgado de Garantía de San Bernardo por el delito de lesiones graves gravísimas en contra del General Director de Carabineros, Mario Rozas. Ésta se suma a otros recursos más, interpuestos por la Municipalidad de San Bernardo y la Agrupación de Familiares de los Detenidos Ejecutados y Desaparecidos del GAP. Por su parte, el INDH ha informado que se querellará contra todos quienes resulten responsables por el homicidio frustrado de Fabiola. 

Son unos 10 o 15 minutos caminando hasta allá. Nosotras íbamos conversando sobre su hija, la de 19, que se graduará de contadora del Liceo Comercial de San Bernardo. Teníamos casi todo organizado para su fiesta. Estábamos juntando las luquitas.

—Hermana, me faltan los manteles— me dijo —Estoy tan orgullosa de mi hija—. 

Fabiola estaba orgullosa porque sacar la educación para nosotras no fue fácil: ella acababa de sacar su cuarto medio gracias a las facilidades que le dio Carozzi para terminar su escolaridad. Yo, en cambio, llegué hasta tercero medio. 

Seguimos caminando, y cuando llegamos a Fermín Vivaceta para tomar Portales Oriente que es donde ella toma la micro, nos topamos de frente con los pacos que estaban con escopetas. ¿Tú crees que se nos acercaron a decirnos: “Señoras, tengan cuidado, porque hubo manifestaciones aquí y puede que salgan nuevamente los jóvenes?” Nada. Simplemente le dispararon de una en el rostro. Estábamos a unos 15 metros de distancia, o caía ella o caía yo.

Muchas veces me siento culpable por eso. Mi hijo está grande, está haciendo su vida, pero los de ella aún la necesitan y no podrá verlos nunca más. Podría haberme tocado a mí, pienso a veces, pero le tocó a ella. No puedo olvidar ese momento del disparo. Duermo a saltos, de los puros nervios.  

***

Al principio había mucho humo. Recién cuando éste se fue pasando pude verla y me di cuenta que estaba herida. Fue terrible para mí ver su cara así. Ante mis gritos salió un vecino con un pañuelo. Él le limpiaba su carita. Porque mi hermana sangraba por la cabeza, por los ojos, por la nariz, por la boca, por todos lados. 

A mí me dio mucha rabia. Los pacos estaban parados frente a nosotros pero no hicieron nada. “Ya te mandaste el cagazo, ahora ayúdame con mi hermana, que se está desangrando, se está muriendo”, encaré a uno de ellos. Él se largó a reír e hizo un gesto con la mano para que me fuera, no quiso ayudarla. Después sacó una bomba de humo, un tarro con un sello, y me los tiró a los pies. 

Recuerdo que me lloraban los ojos, me picaba la cara y no veía nada. Pero como pude corrí para para ir a ver cómo estaba mi hermana, y seguí gritando por ayuda. Entonces empezaron a salir mis hijos, las hijas de Fabiola, y entre todos tratamos de conseguir un vehículo o de llamar a una ambulancia para sacarla de allí. 

Un amigo se la echó en el pechito y la subimos arriba de su auto. Fabiola estaba consciente pero en estado de shock. 

—Llévenme a la casa, me duele la cabeza no más— decía. 

Mi hermana siempre ha sido porfiada. Cuando era chica me dejaban cuidándola, pero cuando mi mamá volvía a la casa me retaba porque siempre estaba a pata pelada y se resfriaba. Esta vez era imposible darle en el gusto: tenía su cara destrozada. “Fabiola, no. Te vamos a llevar a un hospital, porque estás sangrando”, le dije. 

Durante todo el camino le fuimos hablando para que no se durmiera.

—Me duele mi ojo, mi cabeza— decía, y nosotros le tomábamos las manos para que no se tocara los ojos. 

Mi amigo la abrazaba y le decía: “Nos queda poco para llegar. Aguanta, no te duermas, aguanta”. 

Desde el 18 de octubre a la fecha, 352 personas han presentado heridas oculares, según cifras del INDH. De éstas, 21 han sufrido estallido ocular. Fabiola Campillai tiene 36 años, y después de Gustavo Gatica, es la segunda persona que queda ciega producto de la represión policial.

Cuando llegamos de urgencia al Hospital de San Bernardo, nos mandaron al Barros Luco en San Miguel. Pero allá estaba lleno, nos tuvieron en un pasillo y nadie venía a verla, pese a su gravedad. Esperamos más de media hora hasta que Fabiola se puso a convulsionar. Entonces  mi tía, que estaba ahí y que es enfermera, se puso a gritar por un médico. Un doctor llegó y la entubaron. Ya no podía respirar por sus propios medios.  

Finalmente, y una vez que la estabilizaron, del Barros Luco nos llevaron al Instituto de Seguridad del Trabajo, donde le indujeron un coma. Como iba a Carozzi, la ingresaron como un accidente laboral de trayecto. El oftalmólogo que está a cargo de ella, estaba impactado cuando la vio, porque tenía esquirlas por todos lados.

Yo opero todos los días, pero nunca vi un caso tan terrible como el de su hermana—, me dijo. 

El médico nos dijo que mientras estuviera dormida, le habláramos. “Tranquila, ten fe, sale adelante, lucha por tus hijos”, le decíamos con la ilusión de que nos escuchara. También le prometía que no me iba a rendir:

“Voy a hacer justicia por ti, hermana. No voy a bajar los brazos”. 

Mientras estábamos en el IST nos contaron que en Cinco Pinos se había corrido la voz entre los vecinos. Cuando supieron lo que le había pasado a Fabiola, salieron todos a apedrear a los pacos de pura rabia

Prendieron fuego a una micro. Algunos quedaron con perdigones, pero la indignación era tanta, que finalmente los policías arrancaron. 

Días después, unas 300 personas salieron manifestarse con un lienzo con el nombre de mi hermana. Era una protesta pacífica, pero Carabineros igual llegó a reprimir. Nos bombardearon con gases. No les importó nada. 

***

Fabiola salió del coma hace poco. Aunque los doctores nos dijeron que por el impacto de la bomba podría ser que no se acordara de nosotros, a mí al menos me reconoció la voz, y también a su marido y a sus hijas. 

Sus ojos los perdió definitivamente. Cuando se recupere del impacto en su cabeza, los médicos dicen que tendrán que reconstruir su nariz fracturada

Al despertar no recordó nada del hecho, así que nadie le ha contado que está ciega aún. Está con psicólogo y psiquiatra. Ellos recomiendan no entregarle de un viaje esa información. Pero de todas formas pregunta: 

—¿Por qué no hay luz?—. 

Los médicos le contestan que es porque tuvo un accidente. Pero sé que cuando sepa que no volverá a ver a sus hijos crecer, se destruirá su corazón

Mi hermana todavía habla poco. Tiene la memoria a corto plazo afectada y dice que le duele mucho la cabeza. Pero aún así pregunta cómo están sus hijos, y si están comiendo bien. Está preocupada de su casa y sigue siendo la misma mamá cariñosa y estricta que es. 

El otro día nos dejó helados

Hijas, no salgan, no se expongan, hay asesinos afuera matando— les dijo a sus niñas mayores, como si lo supiera todo.  

Yo le digo que su casa está organizada, que ahí está su marido viendo a las niñas. Pero la verdad es que con ella nos aguantamos las lágrimas, pero en la casa todos lloramos. Es como vivir un luto en vida. Sólo disimulamos frente al más chiquito que aún no sabe por qué su mamá no regresa, y que el otro día se encerró en la pieza a llorar. 

Un profesional de la Unidad de Atención a Víctimas y Testigos de la Fiscalía lo está preparando psicológicamente para que reciba la noticia. Como no lo llevamos al hospital, ni le ponemos tele ni le pasamos celulares, no sabe nada todavía. 

Nadie se atreve a decirle que su mamita está viva, pero no lo va a volver a ver nunca más.

***

Fabiola está en la UCI, tiene visitas restringidas, y me espera para que le de la comida. Sólo puedo entrar yo, su marido, las dos niñas y mi mamá, nadie más. Junto a su esposo vamos viendo cómo va evolucionando y tratamos de darle fortaleza. El doctor dice que lo de la memoria puede demorar unos cuatro o seis meses en recuperarse producto del traumatismo encefalocraneano que sufrió: puede que después de eso se vaya acordando de todos los episodios, o que definitivamente los bloquee para siempre. 

Mientras se recupera estamos adecuando la casa para cuando vuelva. Nos dijeron que tenemos que despejar los espacios para evitar que se tropiece, y proteger las puntas de las mesas. Pero, a la vez, que no podemos cambiar tanto las cosas de lugar, porque tiene que reconocer el espacio e ir tocando sus sillones. 

Ana María Campillai tiene 43 años y es vendedora en una feria artesanal. El 28 de noviembre entregó su testimonio a la Fiscalía Metropolitana Occidente, en calidad de testigo directo del disparo que recibió su hermana. 

Yo sigo sin creerlo. Pienso: ¿en qué país estamos? Antes me tenía que preocupar de los ladrones, y ahora me tengo que preocupar de que Carabineros no nos mate. Mientras la gente despierta, ellos nos disparan a los ojos. A Fabiola le dio mucha pena cuando Gustavo Gatica quedó ciego por los balines, pero nunca imaginamos que nosotros también íbamos a estar en sus zapatos. 

Por suerte siento que todo el pueblo está con mi hermana. Eso nos da esperanza. Su nombre está muy presente, y aquí en la plaza, en la iglesia, las niñas están todo el tiempo gritando “Justicia para Fabiola”

Perdonen que hable en pasado a veces. Pero siento que cuando esa lacrimógena le llegó en la cara, me la mataron en vida, y de paso nos destruyó a todos como familia. 

—Te toca a ti levantarme ahora— me dijo cuando despertó del coma. Y tiene razón. Ahora me toca a mí hacer justicia por ella, y nosotros no queremos que el que le disparó sea dado de baja, sino que el culpable pague con cárcel. Por eso nos querellamos. 

Para mí, quien dispara sin previo aviso al rostro de una mujer, es un criminal. Mi hermana es una guerrera. Nosotros vamos a luchar por sacarla adelante, pero esto la acompañará de por vida. No puede quedar impune. 

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