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Opinión

5 de Enero de 2020

Revisa el adelanto de “Aborto libre”: El momento del aborto

¿Qué decimos cuando decimos aborto libre? ¿Hacia dónde apunta esa libertad? Hoy, el derecho al aborto está limitado a tres causales específicas y acotadas, que luego de largos años en total prohibición, devolvieron a las mujeres un espacio acotado de autonomía sobre sus cuerpos. Entre mareas verdes y violetas, este libro compila textos que desde el feminismo, la filosofía, el psicoanálisis, la política, la historia, la salud pública, los derechos y el activismo buscan discutir y poner de manifiesto los significados, avances y discusiones en torno al aborto libre, legal, seguro y gratuito en Chile. Revisa el extracto del prólogo de "Aborto libre, materiales para la lucha y discusión en Chile".

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Por Karen Glavic*

Este libro fue convocado bajo la consigna “aborto libre”. De manera un tanto intuitiva, apelamos a una sentida aspiración que creemos debiera movilizar al feminismo y fue la manera en que quisimos proponer la invitación en un país que, desde hace algunos años, ha visto como sectores de la sociedad han buscado “correr los límites de lo posible”. Sabemos que la lucha por el aborto en Chile no es nueva, no lo es en su historia de militancias ni como materia de salud pública, no es tampoco una reivindicación propia de las protestas de la última década, ni exclusiva de la marea feminista que se ha esparcido por varios lugares del mundo y que en Argentina se ha teñido particularmente de verde, contagiándonos con la fuerza de sus pañuelos. 

La premura de este libro surgió a propósito de que en Chile se instalaba nuevamente un gobierno de Sebastián Piñera. En la posdictadura chilena, la derecha ha gobernado dos veces y, entre tanto, la Concertación de Partidos por la Democracia (que en su último periodo pasó a llamarse Nueva Mayoría con la incorporación del Partido Comunista), contó con cinco mandatos. La hegemonía concertacionista en el poder no significó avances concretos en lo referido al aborto hasta el último gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018), pues, muy por el contrario, y como ya ha sido suficientemente estudiado y repetido, lo que ha caracterizado a la democracia de la posdictadura ha sido el consenso, traducido en innumerables ocasiones en la mesura, y en un “todavía no” para las transformaciones sociales más profundas. Esto puede leerse como el relato cultural e ideológico funcional a la administración del modelo neoliberal, que ha vivido durante los años de democracia bajo el fantasma y amenaza permanente hacia los ciudadanos y ciudadanas de que las posiciones extremas amenazan la gobernabilidad que tanto costó recuperar y reconstruir tras la dictadura. 

La ley de aborto en tres causales que fuera impulsada y aprobada en el último gobierno de Bachelet es extremadamente limitada en su alcance y solo contempla, tal como su nombre lo indica, tres situaciones en las cuales una mujer puede optar a la posibilidad de un aborto legal: riesgo de vida para la madre, inviabilidad fetal y violación. Según estimaciones, los abortos que se realizan en Chile bajo estas condiciones alcanzarían a un 3% de los casos. En un país con una legislación tan limitada en torno al aborto y con sectores conservadores tan poderosos, este avance significó para muchos, una cuenta alegre. Dentro de todo, se estaba avanzando y poniendo en evidencia un consenso social en torno a la reposición del aborto terapéutico, pues esta ley estaba avalada por un alto porcentaje de la población que se mostraba favorable a despenalizar el aborto bajo causales específicas.

Durante la democracia el tema del aborto vivió sus propios silencios al menos en lo institucional. Proyectos de ley desechados o dormidos en el parlamento, una oposición férrea de la derecha, poca voluntad de los partidos y resistencias dentro de la propia Concertación en sus sectores más conservadores, hicieron del aborto, tal como ha ocurrido y ocurre en muchos otros países del mundo, un tema incómodo y de bajo consenso para formar coaliciones progresistas. El movimiento feminista de los años ochenta que se organizó en contra de la dictadura y que tuvo también entre sus temas la legalización del aborto, sufrió quiebres y dispersiones entre la institucionalización y la recuperación de sus demandas más sentidas, que hicieron de la palabra “género”, como ha planteado Nelly Richard en tantas ocasiones, el significante dominante y desarticulador de la potencia de los feminismos. 

El lenguaje tecnificador de la democracia contrabandeó la palabra aborto entre “derechos sexuales y reproductivos” y “agendas valóricas”, dejando para después el debate sobre una práctica milenaria que en Chile tuvo una legalidad específica entre 1931 y 1989. Eliminar el aborto terapéutico que rigió en ese periodo fue uno de los últimos amarres conservadores que dejó la dictadura de Pinochet, con la consecuencia de un retroceso cultural en torno a la legitimidad del aborto, que se ha visto además cruzada por avances tecnológicos que han hecho del feto una entidad que circula en su propio marco de producción de sentido a través de imágenes y discursos conservadores. 

Como era de esperarse, el gobierno de Sebastián Piñera que se instaló en 2018 torpedeó los modestos avances que la ley de aborto en tres causales significó. No fue necesario hacer un ejercicio de ficción política, ya que el protocolo para la realización de esta práctica y las modificaciones a la objeción de conciencia, que se realizaron a semanas de instalado el gobierno, dieron cuenta de lo esperado. Los sectores más conservadores hicieron presión en la disputa por la hegemonía, donde sabemos, el cuerpo de las mujeres es presa del sometimiento y la subordinación. 

A partir de allí, de esa contingencia, surge este libro e invitación. Pero como los tiempos de escritura y pensamiento no corren siempre con la misma prisa, la vorágine inicial algo ha decantado. No teníamos a la vista aún la campaña en Argentina cuando convocamos, y fue tanto ella como la marea feminista chilena de 2018 las que imprimieron un pulso y miradas a los textos, aunque no a todos ellos. Las mujeres que aquí escriben tienen una trayectoria en sus campos de estudio y militancia, lo que hizo que elaboraran reflexiones cruzadas por el tiempo que habitamos, pero ese tiempo, claramente, es un vaivén de idas, vueltas y miradas entrelazadas de pasado, presente y futuro. 

Queremos agradecer a cada una de las autoras de esta compilación por su disposición y por el tiempo que dedicaron a la escritura de estos textos, tanto a quienes aparecen en este libro, como a aquellas que no lo hicieron y fueron convocadas, ya sea porque no pudieron, no quisieron o faltó tiempo. Sabemos que muchas de ellas son comprometidas activistas que ponen buena parte de su energía diaria en acompañar a mujeres que necesitan un aborto, o en pensar cada día estrategias para generar avances hacia un aborto libre, legal y seguro. Un libro nunca puede tratarse de todo ni ser justo en su composición, eso guarda relación, por supuesto, tanto a decisiones políticas como a cuestiones más triviales y sencillas: a olvidos, desconocimiento, también a la precariedad laboral.

En un tema delicado y cruzado por el secreto, nos vimos como editorial muchas veces explicando cuál era nuestra intención al realizar esta convocatoria, y la verdad es que terminaba siendo sorpresivo de lado y lado el sinceramiento de que a todas y todos nos empuja sobre todo la voluntad de justicia y de dar una disputa cultural en torno a los temas urgentes y necesarios. El aborto es uno de ellos. A pesar de que la educación chilena es uno de los bastiones del modelo neoliberal, existe un pequeño campo intelectual que se resiste y mantiene crítico al disciplinamiento de la indexación y los sistemas de acreditación. Muchos de estos intelectuales, escritoras y escritores, editores y editoras, conformamos un circuito de editoriales que intenta posicionar temas y publicar libros que no tendrían circulación de otro modo. Es también allí donde este volumen se inscribe. Por eso resulta tan importante poner de manifiesto que siempre pensamos este trabajo como una suerte de donación, de apertura de un espacio compartido para quienes luchan por el aborto libre, legal, seguro y gratuito desde distintas trincheras. Tenemos la convicción de que la escritura es una de ellas y no puede abandonarse aquí ni en otras luchas feministas, pues es, precisamente, del campo de la palabra del que las mujeres y las disidencias han sido excluidas, y desde donde los feminismos en su potencial emancipatorio son silenciados. La escritura es una materialidad también y hemos de procurar pensar y ser críticas de la cesura entre “hacer y pensar”, tanto porque tomar la palabra es necesario para dotar de contenido a la acción política, como porque la fórmula reproduce una separación que ha puesto históricamente a las mujeres en el lugar opuesto al pensamiento y la razón. Hay muchas formas de desplegar la escritura y el pensamiento, subvertir el orden androcéntrico es posible desde la toma de palabra y sus diferentes formatos y expresiones, disciplinas, afectos y acciones. Esperamos que este libro, en sus distintas tonalidades, pueda ser muestra de ello. 

Dentro de esos acomodos de la escritura, hemos decidido mantener el uso del género que cada autora dio a su texto. Homogeneizamos y editamos solo cuestiones mínimas con el fin de facilitar la lectura. Tanto la “e” como la “x” tienen su propio potencial e historial político. Hay quienes deciden feminizar los plurales o mantener el neutro. Nos parece una discusión abierta y con impronta particular, los textos aquí llevan firmas de nombre propio, pero también son voces colectivas, y eso es lo más importante de destacar. Eso pensamos como Pólvora Editorial y, por esta razón, este prólogo se desdoblará entre una voz plural y una singular. La editorial que convoca y la compiladora que edita este texto.

EL MOMENTO ACTUAL

Cuando pienso en este título, no lo hago a propósito de que hoy estén dadas las condiciones históricas y políticas necesarias para legalizar el aborto en Chile. Más bien, refiero a la actualidad de la discusión y sus condiciones específicas para un momento conectado hacia el pasado y el futuro. “No es el momento”, es una frase que ha resonado en la lucha por la despenalización del aborto en Chile. Y no solo en lo relativo al aborto, también a las transformaciones sociales. Ha resonado en la institucionalidad, desde el cálculo de los partidos y los gobiernos de la posdictadura, y en el imaginario político atascado en los límites conservadores y domesticados del consenso neoliberal. Para las mujeres que quieren abortar siempre es el momento, y el deseo, la necesidad, la premura, se abren paso con o sin un sistema médico y jurídico que contenga esa voluntad. Por eso la interpelación del título no tiene que ver con un gesto de oportunidad, es la invitación a la lectura de un contexto, y allí las autoras que escribieron los artículos de este libro se movieron con soltura en torno a la invitación a discutir sobre el aborto libre. La interpretación es variada porque sus lugares de enunciación, militancia, reflexión y trabajo son variados. Del mismo modo en que lo son sus posiciones políticas, y ese es, precisamente, el valor que este texto busca proponer. Sin sacarle “el cuerpo” a la discusión, tomando posición, no olvida que los feminismos son múltiples y que el significante “libre” en torno a la palabra aborto, ha sido y es todavía materia de disputa. 

María Ignacia Banda y Cecilia Moreno (2018), en un texto publicado en el blog Antígona Feminista de Alejandra Castillo, titulado “Desafíos de una estrategia de aborto libre en el momento feminista” sitúan un nudo de tensión para una estrategia colectiva en la lucha por el aborto en la relación con el Estado. Afirman que la fórmula “aborto libre” pareciera suponer la no intromisión de terceros, contraviniendo con esto la apelación al derecho positivo y la garantía del derecho a abortar contenida en la fórmula “aborto legal”. Acentúan lo enunciado, sugiriendo la distinción entre “legalización” y “despenalización” como aspectos contrapuestos de la demanda social, donde “aborto legal” sería una prestación garantizada en el sistema de salud versus un ejercicio de “lo libre” que sugeriría “libre demanda”, “sin plazos” y omitiría la responsabilidad del Estado. Luego se preguntan: “¿Cuál de estos términos nos interpreta mejor? ¿Cuál favorece mejor a la diversidad de cuerpos gestantes en sus posiciones raza y clase? ¿Cuál podemos pensar que es más convocante? ¿Cómo trabajamos para eso último? ¿Es posible una síntesis?”. Me parece que es interesante lo que la interpelación introduce, ya que es cierto que en Chile existen y han existido tensiones en la relación con el Estado desde el movimiento feminista. Como podrá leerse en los artículos que componen este libro, el significante “libre” puede ser entendido de variadas maneras. Y lo cierto es que funciona y ha funcionado como una fórmula que permite correr el sentido de lo posible. Más que libre de plazos o como un enunciado meramente liberal del “yo decido”, lo libre puede operar como posición ante el “todavía no” de la democracia posdictatorial, como una disputa generacional entre feministas mayores y jóvenes que han sorteado de manera distinta la institucionalidad y las demandas hacia el Estado. Tiendo a creer que entre los grupos que militan la causa por el aborto, las estrategias políticas no consisten en negar la legalización, sino que más bien en promover otras formas de organización en torno a un Estado que no garantiza, precisamente, un acceso equitativo a la salud sexual y reproductiva. El colectivo Con las amigas y en la casa (2016) plantea:

Nosotras tenemos el objetivo de descriminalizar socialmente el aborto, y por eso entregamos la información de cómo hacer un aborto seguro en casa. Sin embargo, tú sabes que no es un impacto gigante dado a la cantidad de llamadas recibidas en un par de horas y cinco días a la semana. Entonces, sabiendo que cada llamada durará por lo menos veinte minutos, no es mucho. Estamos conscientes de que no vamos a llegar a tanta gente, pero sí hay una cosa simbólica en decir “yo estoy ayudando a mujeres a abortar. Simbólicamente hace algo porque nos interesa el tema cultural […]. Sabemos que su despenalización es importante porque no queremos que más mujeres vayan presas y que sufran todo ese tipo de interrogatorios, pero una puede elegir donde pone la energía, y la nuestra está en el trabajo cultural de tratar de desarmar ese tabú respecto al aborto y la culpa.

No deja de ser importante pensar en lo jurídico de un proyecto de despenalización o legalización. Pero tal vez, la pregunta anterior es sobre el consenso, acuerdo cultural o despenalización social que permite discutir esas categorías jurídicas. Si bien es cierto que, como plantean Banda y Moreno en su texto, hay posiciones en la lucha por el aborto libre que se preguntan en torno a la intervención biopolítica sobre los cuerpos, es importante rescatar en el contexto situado de la discusión que han significado ciertas campañas, consignas u ofensivas en determinados momentos. Traigo estos dos ejemplos a colación, porque me parece que además es importante conocer y discutir como las nuevas organizaciones y partidos políticos en formación abordan conceptualmente la discusión. Es cierto que la consigna “aborto libre” puede generar el efecto indeseado de aparejarla con “hago lo que quiero”, entre otras cosas, porque el relato ideológico de la posdictadura en Chile corre por ese carril, pero aquello no puede descuidar una discusión conceptual que dote de contenido las demandas y sobre todo los imaginarios por los que luchamos.

Sofía Brito (2018), militante del Partido Comunes que también conforma el Frente Amplio, publica también un texto en el blog Antígona Feminista con ocasión del 25 de julio de 2018, donde aborda las limitantes de la ley de aborto en tres causales e introduce una pregunta de mucho interés ante la irrupción masiva del feminismo: ¿Cómo enfrentar la apropiación/procesamiento de las disputas cuando el feminismo se instala en el debate público? Brito profundiza la pregunta agregando datos del contexto político, al afirmar que la lucha en el campo de los derechos sexuales y reproductivos impugna el pacto subsidiario que permite un feminismo universal en el que coincidimos y que incluso es procesable por un feminismo conservador. También afirma que no basta con que el aborto sea libre, sino que también legal, seguro y gratuito, en consideración de que reapropiar la capacidad reproductiva de las mujeres es recuperar y conquistar derechos sociales. La lucha por el aborto es una lucha contra la precarización de la vida que tiene clivajes en un Estado subsidiario que financia privados y vela por sus intereses. Con la apelación ética a la objeción de conciencia, y una defensa de la libertad económica velada en la “defensa a la vida”, parece nuevamente sensato pensar más allá de la consigna del aborto libre.

Es muy relevante que organizaciones que vienen del movimiento estudiantil del 2011 y que han protagonizado la apertura y consolidación de espacios feministas en las universidades reflexionen y conceptualicen posiciones en torno al aborto. Es relevante porque las tramas partidarias, los amarres institucionales y la sumisión feminista a ellos (que serán críticamente abordados por María Isabel Matamala en este libro) durante los años de gobiernos de la Concertación están todavía muy presentes en las disputas e imaginarios de las militantes por el aborto. La escisión entre feministas autónomas e institucionales es aún un campo abierto, pero que logra llenarse de otros contenidos en virtud de que el mapa institucional se ha modificado. La llegada de nuevas generaciones y de otros escenarios políticos en que el feminismo se ha instalado en el debate público, evidentemente modifican la trama posdictatorial. La interpelación para estas nuevas organizaciones es, quizás, cómo procesarán política y conceptualmente la lucha por el aborto, y cuánto y de qué forma podrá negociarse en los espacios institucionales. La conquista de derechos sociales implica pensar también a los sujetos que ejercerán esos derechos, y afirmar la necesidad de la movilización es asumir además que la movilización no es homogénea.

En La condición fetal. Una sociología del engendramiento y el aborto (2016), Luc Boltanski se adentra en los cambios culturales que la despenalización del aborto ha significado para Francia. En un trabajo de entrevistas a mujeres que se han practicado abortos y en una conceptualización que no descuida la noción de persona y ser humano que hay tras la figura del feto, remarca en alguno de los pasajes del libro, que las mujeres no han dejado de estar solas en el momento de practicarse un aborto, a pesar de ser un procedimiento asegurado por el Estado. El mundo puja alrededor entre discursos conservadores y progresistas, entre la culpa y la ambivalencia del deseo de engendramiento y aborto. El tema no se cierra una vez que el Estado dirime, y me parece que es este nudo desde el cual se necesita afirmar que el trabajo social y cultural es tarea permanente. Boltanski describe en su estudio las contradicciones que las mujeres viven al ser observadoras de las imágenes de un feto que cada vez tiene más agencia y plantea que no se trata de escindir a éste por completo del cuerpo de las mujeres. Por una parte, porque esta es la estrategia de los grupos conservadores: dotar de entidad a un embrión y darle la calidad de persona de manera anticipada y, de otro lado, porque las mujeres no lo viven así en todas las ocasiones. Cada experiencia es única, los programas de acompañamiento son necesarios y las redes de solidaridad son necesarias, eso lo tienen claro las activistas de las redes de socorristas y líneas telefónicas que han visto cómo en países en que se ha legalizado el aborto su rol se ha perseguido. En la trama de la organización social se moviliza una potencia del feminismo y no es ni posible ni deseable reducirla a la discusión institucional. No hace mucho en la Argentina se publicaba una nota titulada “Las mujeres indígenas somos las primeras aborteras” (Alba 2019), que desde la ciudad de Rosario denuncian la violencia específica que sufren las mujeres indígenas de distintas comunidades a la hora de intentar acceder a un aborto, por lo que exigen un protocolo de interrupción legal del embarazo traducido a sus lenguas, y esto es solo una arista del reclamo. El movimiento por el aborto puede también no procesar las diferencias culturales y hegemonizar el relato en función de una legalidad abstracta, de una solidaridad abstracta, de una idea de salud que no contemple, por ejemplo, salud espiritual. Lo humano es vuelto a interpelar aquí.

Las líneas de aborto y redes de socorristas han tenido un componente importante de activismo lésbico. Este encuentro no hace otra cosa que hablar de una impugnación al orden reproductivo heteronormado. La “lesbianización del aborto”, que ha sonado como consigna entre grupos de activistas, apunta hacia la pregunta sobre las características que describen a las mujeres y como el negarse al mandato reproductivo hace confluir a una mujer que aborta con una lesbiana. Lo potente de estas reflexiones es que desordenan y desplazan sentidos en un orden sexual en que el aborto y la diversidad sexual tienen un componente prohibitivo. El aborto es, incluso, un mayor y poderoso disuasivo, pues las uniones homosexuales y lesbianas son mejor procesadas por las democracias liberales que la negación a la reproducción y el futuro que implica el aborto. Por eso la imagen del feto se ha vuelto tan relevante para las campañas de los grupos provida. Jorge Díaz (2016) afirma:

Es importante entender que el feto no existe si no es en su exceso de visualidad, en su saturación de significados, en su visualidad esparcida que no lo restringe a ningún lugar, es decir, está construido en el proceso semiótico-material que implican las tecnologías de visualización: cámaras de alta definición, fibras ópticas, máquinas de ultrasonido, pantallas en tres y cuatro dimensiones. La imagen de la ciencia sirve, cuando el médico se la muestra a la mujer en la pantalla y le dice “usted va a ser mamá”, para construir un rol que pareciera natural para la mujer: ser madre, ser una mujer sentimentalmente reproductora. Es por esto que la tecnología de la representación ecográfica no es neutral, sino que está al servicio de una determinada política conservadora con un presupuesto maternalista. Porque la política se basa en eso: en el trabajo eficaz de hacer circular ciertas imágenes para construir la realidad.

Este texto de Jorge Díaz reflexiona sobre una campaña/performance que realizara el Colectivo CUDS (2012) años antes, y que tenía dentro de sus frases más polémicas “el feto no es un ser humano”. Interpelando aquí el inicio de la vida, pero también de la humanidad y sus significados en disputa. El colectivo buscaba trabajar los signos que cruzan al aborto en función de políticas que interrumpan el orden heterosexual de la reproducción. El texto de Díaz comienza haciendo referencia a que las estrategias tradicionales para hablar y representar el aborto se centran en el cuerpo de la mujer, mientras que los grupos provida usan la imagen del feto, los grupos proaborto se centran en las mujeres y las consignas que reafirman su autonomía, la decisión sobre el propio cuerpo y la experiencia no transferible. Me parece importante recoger experiencias, posiciones y relatos que incorporen el pensamiento y el activismo no-heterosexual en la lucha por el aborto. Este tema no ha dejado de ser una controversia en los feminismos y es importante mantener posiciones no esencialistas que abran y potencien la disputa cultural que la legalización del aborto conlleva. Creo que los textos que aquí se agrupan, y las reflexiones que he traído brevemente a este prólogo debieran ir en la dirección de pensar políticas feministas que, como plantea Alejandra Castillo en su texto, apunten más que a ser “de mujeres” hacia una alteración del orden de dominio heteronormado y reproductivo. Eso implica no solo ampliar nuestras alianzas políticas, sino que, desde la conceptualización, desestabilizar las categorías que hagan de la mujer un sinónimo de madre y de víctima. Las teorías y prácticas que provienen de la disidencia sexual son herramientas necesarias, del mismo modo en que lo son las disputas por la legalidad. Sin ánimo de resignarme en el empate, ni asumir una posición conciliadora, más bien me interesa insistir el necesario e ineludible disenso de toda lucha política. La diferencia quizás con los años de posdictadura, es que la convicción sobre la lucha por los derechos y la necesidad de correr “lo posible” se ha esparcido por la sociedad y nuevas generaciones han impugnado los acuerdos y consensos de los años precedentes. 

Observamos un “giro conservador” en la región, reorganización de grupos antiderechos, caída de los progresismos y persecución a sus líderes. Es importante leer el momento feminista también en ese contexto. El feminismo ha sido un detonador de movilización que debe buscar formas de consolidar su potencia. Para ello, el activismo y la militancia en diversos frentes seguirá siendo necesaria, del mismo modo en que lo es la solidaridad que sus prácticas y políticas suponen. Contra la precarización de la vida, por un aborto libre de causales, por dotar de nuevos sentidos a la palabra libre, para que no sea necesario temerle cuando queramos hablar y reafirmar la exigencia de derechos.

*Ella es Doctora © en Filosofía por la Universidad de Chile. Enseña filosofía política y estética en la Universidad Diego Portales y en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) en Santiago de Chile. Es autora de ensayos y críticas sobre el feminismo, memoria y cine. Dirige la colección Feminismos en Pólvora Editorial. 

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