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Opinión

7 de Febrero de 2020

[Columna] ¿Humanos o humanidad? Pasen y elijan

Romper el acuerdo tácito con la vida ha producido el menosprecio del otro. Creer que el ser humano tiene la misión de dominar a la naturaleza y la vida, le convierte en un peligro para el planeta. Un nuevo equilibrio es la posibilidad de reconocernos en la convivencia, de recuperar la humanidad.

Sal Atxondo y Karin Messenger
Sal Atxondo y Karin Messenger
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El verano asfixiante que disfrutamos este año es causa de la acción de todos, porque todos provocamos el calentamiento global. Con temperaturas sobre los 34​ grados, las olas de calor no cesan en Chile. Se habla de la estación más cálida en 100 años, agravada por una década de sequía, que tiene al país al borde de la emergencia hídrica y agrícola. Australia vivió también hace unas semanas su propio infierno. Los incendios forestales dejaron cientos de millones de animales muertos y 10 millones de hectáreas quemadas. Los científicos hablan de la década más cálida en la historia de la Tierra y afirman que el alza de las temperaturas es consecuencia del aumento de los gases de efecto invernadero, derivados de las actividades del hombre.

La vida se basa en el equilibrio con el entorno.​ ​Todos, nosotros y los demás, somos animales. Nos comportamos, reproducimos, alimentamos y defendemos como animales. No somos mas ni menos.Estamos aquí como consecuencia de la vida. No tenemos una misión especial, ni menos la misión de salvar al planeta. Mas bien somos de las pocas especies que le hacemos daño.

El ser humano es un accidente más de la vida. Desde que nos constituimos como especie, hemos sido influenciados e influenciamos a la naturaleza, adaptándonos siempre mutuamente. No somos sólo carne y huesos sino que estamos llenos de vida: microbios, virus y bacterias. Los animales somos una amalgama de muchas especies que vivimos, nos desarrollamos y evolucionamos juntas.

Pero en ese afán por ganarle al otro, los humanos hemos perdido la humanidad… y nos situamos hoy justo a las puertas del infierno. No en una dimensión mística, sino acá, en nuestro planeta. En un mundo donde el alza de las temperaturas, los incendios de bosques y selvas, la escasez del agua, su administración en manos privadas -como ocurre en nuestro país- y su sobreconsumo en actividades productivas, son exclusivamente nuestra responsabilidad.

El ser humano se sobreestimó. Quiso controlar la naturaleza, como si no fuéramos una especie viva, sino una encargada de dominar la vida en la tierra y manejarla a nuestro antojo. Una soberbia que nos ha traído sólo desigualdades y desastres ecológicos, que será el principal legado a las próximas generaciones, en un acto de irresponsabilidad desconocido hasta ahora. Nunca antes habíamos tenido la oportunidad de hacer tanto mal de forma directa, a quemarropa.​​ Y en esa mirada opresiva y negacionista de la vida despiertan las minorías emergentes, que han sido desplazadas en esta vorágine por dominar la naturaleza, y a los seres que la conforman. Grupos que tienen que ser forzados para entrar en lo propuesto o ser eliminados si no son capaces de seguir a la sociedad imperante.

El modelo que la sociedad occidental nos ha inculcado, en forma de macho alfa, guapo, blanco, seguro de si mismo, con sus facultades físicas y mentales exacerbadas, es una construcción creada, no una realidad. Y a los que no participan de esta “normalidad” del ser humano, les han impuesto el
diseño de la felicidad, la salud y la educación… han estructurado todas las convivencias. Algo que ha desencadenado la rebelión de los que no son, o de los que no quieren ser parte de esa construcción social de normales.

“Lo diferente”, pasó a ser “menos que”.​ Ese ser diferente, construye una jerarquía entre las personas y da un valor negativo al que no está arriba.​ Esa visión egoísta, individualista, consolidada en el Darwinismo social del triunfo del mas fuerte que necesita dominar, y que le deja la cooperación a los débiles, a los que no pueden ganar. Se ha favorecido la dominación, la censura y la represión del otro, en favor de unos pocos vencedores.

Debemos reconocer que todos hemos sido minorías en algún momento de nuestra vida. Pequeños frente a los mayores, nuevos en la escuela, en el barrio, con pelo corto cuando los demás lo llevaban largo, blancos entre morenos, morenos entre blancos, bajos entre altos, altos entre bajos, inmigrantes y receptores, idealistas en un mundo racional, débiles en un mundo de fuertes, enfermos en un grupo sano. Despreciar a las minorías es despreciarnos a nosotros mismos.

Esa definición empequeñecida de la humanidad es la que ha construido los estándares y normas que han regido durante el tiempo moderno. Esa mirada es una construcción histórica, que ha generado una convención social acerca de la naturaleza humana, que nos tragamos con una naturalidad sorprendente.

El respetar al otro como legítimo otro en la convivencia, mantra aprendido del biólogo chileno Humberto Maturana genera una concepción de la vida, una aceptación del otro que siempre es diferente a mi. Una vida que florece, que no diferencia sexo, raza ni siquiera tipos de vida. Los otros entonces dejan de existir y pasan a ser el nosotros, donde se reconoce la vulnerabilidad, disponibilidad y todos los conceptos que se relacionen con la interacción comunitaria. Esta ha de ser un movimiento recíproco que acepte el respeto y la interdependencia mutua. Es una postura que favorece el entendimiento, el respeto y una ética colaboradora en igualdad.

La conexión mutua e interna que necesitamos, es la búsqueda del interés común de forma que lo supere todo. Las minorías emergentes, los ejes de poder, lo humano y lo natural no humano, lo material y lo inanimado, el presente y el futuro, tienen una fuerza común que les pertenece a todos y a ninguno. Este es el lugar de interacción que disponemos y es nuestra posibilidad, nuestra potencia de cambio.

Solo ajustando la mirada, recuperando nuestra humanidad, quizás tengamos aún tiempo para detener la destrucción de la naturaleza. O mejor dicho, de nosotros mismos. Y de paso librarnos del infierno que estamos creando en la Tierra.

*Autores:
Sal Atxondo, Psicólogo, Máster en Filosofía.
Karin Messenger, Periodista especializada en energía y cambio climático.

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