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Opinión

18 de Mayo de 2020

Columna de Marcelo Mellado: Despedir la ruina

Foto: Agencia Uno

La escena de bares y restoranes, con toda una carga de espectáculo cultural que se hacía sentir fuerte, desaparece de un día para otro en Valparaíso. Si se pudiera, muchos harían un acto solemne de cierre, pero la radicalidad de la crisis lo impide. Nos debemos conformar con un leve acto de memoria.

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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El mundo se muere, al menos el nuestro, y somos testigos de ello. Mi espíritu resentido siempre quiso que el mundo se fuera a la mierda, y así fue. ¿Qué hacer? Intentar sobrevivir al horror. Espero que el capitalismo no sobreviva, aunque siempre ha utilizado estas circunstancias a su favor para fortalecerse, como lo hizo con las guerras mundiales. La definición misma de catástrofe es la del quiebre de una continuidad, qué más claro. Como simple habitante de una ciudad maltrecha, Valparaíso en este caso, acostumbrada a los acontecimientos catastróficos, vemos aparecer un pálido Estado que nunca estuvo de verdad y en el que desconfiamos, porque lo manejan los ricos y los winners que se apropiaron de él. 

Crédito: Agencia Uno

Recuerdo una crónica de Edwards Bello en que cuenta que va a un evento, el cierre de la sombrerería Preciutti de Valpo, porque ya no se estaba usando dicha prenda masculina; una catástrofe. El cronista asumía el fin de un periodo, pero avizoraba otro, que no podía soportar, la del cierre eclair en los pantalones; en esa zona llamada el marrueco corresponde usar botones, decía. Su mundo desaparece de la cabeza a los pies, literalmente, un decaimiento de género. Querría hacer una homología con el cierre obligado de la vida noctámbula en Valpo, aunque en un contexto radicalmente otro. La escena de bares y restoranes con toda una carga de espectáculo cultural que se hacía sentir fuerte desaparece de un día para otro. Si se pudiera muchos harían un acto solemne de cierre, pero la radicalidad de la crisis lo impide. Nos debemos conformar con un leve acto de memoria. 

Vivir en una ciudad ruinosa no parece tan terrible, sobre todo cuando se asume como patología. Lo que pasa es que con la invención de la estrategia patrimonial nos hicieron creer que éramos felices, que la bohemia de Valpo era hermosa y legítima culturalmente, además, una ciudad al que se le aditaba el adjetivo de artística y el delirio poetizante que la nutría. Todo eso armó una trama que abrió varios nichos y permitió el advenimiento de una economía más o menos sostenible, a partir del turismo cultural y la presencia activa de una población artisticoide y estudiantil flotante. ¡Impostura! No importa, hubo una dinámica que nos llegó a todos. Esa era la oferta del Chile de la recuperación democrática, pero las tradiciones políticas eran incapaces de promover proyectos participativos y válidos, más allá de sus negocios mafiosos que generalmente tenían al sistema estatal como su gran botín.

Vivir en una ciudad ruinosa no parece tan terrible, sobre todo cuando se asume como patología. Lo que pasa es que con la invención de la estrategia patrimonial nos hicieron creer que éramos felices, que la bohemia de Valpo era hermosa y legítima culturalmente, además, una ciudad al que se le aditaba el adjetivo de artística y el delirio poetizante que la nutría. 

Vino el llamado estallido social (así lo bautizaron los medios), la irremediable insurrección popular, y me tocó participar en asambleas y jornadas bien fascinantes de participación popular, con mis vecinos y amigo(a)s, y colegas. Hacía muchos años que no sentía esa fuerza transparente de un movimiento social que efectivamente quería transformar una sociedad o producir un acontecimiento potente a nivel político. Los políticos profesionales se encargaron de neutralizar el deseo ciudadano con acuerdos de cúpula y la guinda del pastelito, que ya tenía hongos, fue la pandemia.

Pero fuera de la política y del campo artístico cultural, estaba su histórica oferta de bares y restoranes, no quiero hablar de bohemia, no, más bien de una oferta noctámbula ciudadana que tenía varias aristas. Eso se echa de menos, porque era genuina y tenía una historia que era parte de su vida comunitaria.

Cinzano – Agencia Uno

En lo personal, echo de menos al Ernesto, un garzón del Moneda de Oro que no me atendía, sino que me agarraba para el hueveo y, entre medio, me traía una cazuela. Todo esto partió cuando yo llegaba al Moneda y no le hacía un pedido propiamente tal, sino que le preguntaba “qué puedo querer”; y él me decía “usted quiere una cazuela, profe”. También, cada cierto rato, el causeo de pata del San Carlos. También pega fuerte la ausencia de una cocktelería de primer orden, el bar del Tío; recuerdo uno que se llamaba Terraza, creo, pero al que le cambiamos el nombre a Barricada, porque en plena insurrección tuve que cruzar varias barricadas para llegar a allá, en Almirante Montt, y como su presentación suponía una ramita de romero que debía encenderse, cuando me la sirvieron lanzó una humareda que yo la asimilé al evento insurreccional.  

En lo personal, echo de menos al Ernesto, un garzón del Moneda de Oro que no me atendía, sino que me agarraba para el hueveo y, entre medio, me traía una cazuela. Todo esto partió cuando yo llegaba al Moneda y no le hacía un pedido propiamente tal, sino que le preguntaba “qué puedo querer”; y él me decía “usted quiere una cazuela, profe”.

A propósito, me enteré de que El Cinzano no cierra, sólo suspende su funcionamiento, lo confirmó el abogado Rodrigo Díaz Yubero, que es amigo del dueño. El otro era el Hamburgo, que dicen que cerró, pero al que nunca le tuvimos cariño por el viejo nazi que lo regenta. Todos los otros, están en un compás de espera fatídico, como El Canario, El Pajarito, El Internado, El Fauna, y El Pimentón. Y para el giro más bailonguero, estaba la Piedra Feliz, en su oferta salsera de los progre concertacionistas, y el mítico Pagano en una onda más alterna. No puedo dejar de mencionar la cervecería de mi amigote el Johanes, alemanote que cayó rendido ante el orden disperso de Valpo. Hablamos del Hotzenplotz del cerro Bellavista. Yo viví en frente varios años, es duro vivir así, cuando te fían copete. Allí hicimos muchos encuentros ciudadanos, en las afueras tocamos cacerolas e hicimos vigilias. Era hermoso. Había una primera línea que circulaba por ahí y el humo de las lacrimógenas era parte de la oferta diaria. En fin, la trazablidad de la bohemia porteña siempre ha estado determinada por una poética de la decadencia.

Me enteré de que El Cinzano no cierra, sólo suspende su funcionamiento, lo confirmó el abogado Rodrigo Díaz Yubero, que es amigo del dueño. El otro era el Hamburgo, que dicen que cerró, pero al que nunca le tuvimos cariño por el viejo nazi que lo regenta. Todos los otros, están en un compás de espera fatídico, como El Canario, El Pajarito, El Internado, El Fauna, y El Pimentón.

*Marcelo Mellado es escritor; entre sus libros están “La Provincia” y “Monroe”.

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