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Opinión

19 de Junio de 2020

Columna de “Tito Norte”: Marlene, siempre Marlene

"La injusticia la alejó de la práctica atlética y optó por incursionar en otras especialidades, tenis y equitación, en las que también sobresalió aunque sin el estruendo del atletismo, pero suficiente para lucir nuestra bandera al frente de la delegación chilena tal como en las citas olímpicas de Melbourne 56 y Roma 60, en la panamericana de Mar del Plata 95", dice "Tito Norte" en esta columna sobre la destacada deportista nacional.

Humberto Ahumada alias Tito Norte
Humberto Ahumada alias Tito Norte
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Es cierto. Fue la reina de nuestro deporte desde fines de noviembre de 1956. Casi 64 años desde que en la lejana Australia hizo volar su jabalina a más de medio centenar de metros. Con su proeza se subió al podio olímpico y nuestro pabellón patrio emergió en lo alto del estadio de Melbourne.

Ninguna de las escasas exponentes chilenas en los exigentes Juegos Olímpicos lo había logrado antes. Ninguna de las numerosas representantes nacionales lo ha conseguido después. Y a lo mejor pasarán algunos años –ojalá nos equivoquemos…- antes que alguna de nuestras deportistas equipare o supere la tarea que ha dejado Marlene Ahrens (QEPD): una presea de plata en ese severo nivel.

Crédito: Archivo Memoria Chilena

La medalla pasó a convertirse en la definición de la trayectoria deportiva de la rubia atleta. Y que derivó en adjudicarle la nominación de Reina. Una distinción merecida, por cierto, pero que Marlene jamás aceptó. Fue reina sin corona, sin ostentaciones, sin poses, sin estridencias, sin sentirlo. Es decir, Marlene siguió siendo la Marlene de siempre hasta su partida. La atleta que adoptó como compromiso su rol estelar pero con respeto a adversarias y competiciones.

Aunque, por supuesto, hizo honor a esa condición real. Porque su trayectoria no puede resumirse solo por ese lanzamiento que clavó hondo en el corazón de los chilenos sino porque su estampa cobró vigencia en todos los escenarios en que actuó. Dos medallas de oro en Juegos Panamericanos, otras cuatro distinciones doradas en Campeonatos Suramericanos y una en Juegos Iberoamericanos le mantuvieron un invicto dominio en su especialidad en América toda mientras estuvo en actividad. Y su receso fue forzoso porque tuvo el aplomo y la valentía para denunciar graves faltas directivas que el ambiente de la época silenció y que, paradojalmente, finalizó en una sanción hacia ella. 

Una distinción merecida, por cierto, pero que Marlene jamás aceptó. Fue reina sin corona, sin ostentaciones, sin poses, sin estridencias, sin sentirlo. Es decir, Marlene siguió siendo la Marlene de siempre hasta su partida.

Más, el deporte fue razón principal en su vida. La injusticia la alejó de la práctica atlética y optó por incursionar en otras especialidades, tenis y equitación, en las que también sobresalió aunque sin el estruendo del atletismo, pero suficiente para lucir nuestra bandera al frente de la delegación chilena tal como en las citas olímpicas de Melbourne 56 y Roma 60, en la panamericana de Mar del Plata 95. Casi cuatro décadas después, como si ese tiempo no hubiera transcurrido. 

Incluso, abordó roles directivos para aportar su oficio y la experiencia recogida en su exitosa trayectoria que entregó con generosidad a sus competidores más jóvenes. 

Por eso, Marlene Ahrens fue y será bastante más que nuestra única medalla femenina en el firmamento olímpico. Se le recordará siempre como una lección permanente de consecuencia con los principios del deporte y como un ejemplo de vida. Por eso, tendrá un espacio eterno entre los valores señeros de nuestro país.

Y la gratitud permanente de todos quienes vibramos con sus gestas.

Se le recordará siempre como una lección permanente de consecuencia con los principios del deporte y como un ejemplo de vida. Por eso, tendrá un espacio eterno entre los valores señeros de nuestro país.

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