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Opinión

26 de Junio de 2020

Columna de Andrea Slachevsky: Pandemia: no hay que discriminar a los viejos

Foto: Agencia Uno

El prejuicio y las discriminaciones hacia un grupo surgen precisamente cuando dejamos de ver las particularidades de los individuos y les asignamos las características estereotipadas del grupo al que pertenecen. Más aún, el edadismo -la discriminación hacia la vejez- no sólo vulnera el derecho a no ser discriminado, sino que además tiene efectos negativos sobre la salud de los viejos.

Andrea Slachevsky
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Las personas mayores, o viejos, han sido el foco de atención de la pandemia Covid-19 por ser uno de los grupos de mayor riesgo de muerte en caso de contagio. Pero no siempre está claro a quiénes nos referimos cuando hablamos de los viejos. Por ejemplo, hace unos meses, un connotado profesor chileno de 90 años declaró que iba a morir sin llegar a viejo, lo que sugiere que quizás la vejez sea para él un sinónimo de decadencia. Para evitar debates, tomo la definición de la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, convocada por la ONU en 1982: “Es vieja toda persona mayor de 60 años”.

Para evitar debates, tomo la definición de la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, convocada por la ONU en 1982: “Es vieja toda persona mayor de 60 años”.

Las medidas sanitarias instauradas para enfrentar a la pandemia pueden dividirse en dos grandes categorías: las de prevención de su propagación y las de atención de los enfermos. Una de las medidas de prevención es la cuarentena obligatoria decretada en Chile para los mayores de 75 años, que tiene como objetivo asegurar el distanciamiento físico en este grupo etario. Pero esta medida de protección de los viejos, a priori bien intencionada, parece asumir que todos los mayores de 75 años tienen un riesgo similar de presentar un cuadro grave en caso de contagio. Omite, por lo tanto, una de las principales características de la vejez: su gran heterogeneidad. Desde el prisma de la medicina, podemos diferenciar a los viejos con un envejecimiento saludable de aquellos con salud frágil y de los viejos dependientes, con o sin desmedro en la capacidad de toma de decisión. La evidencia disponible sobre mortalidad por Covid-19 en función de la edad sugiere que no existe una relación lineal entre años de vida y mortalidad. En cambio, sí existen grupos de mayor riesgo: los viejos frágiles y los viejos institucionalizados.

Se podría argumentar que, al adoptar la cuarentena obligatoria para los mayores de 75 años, el tratarlos como un grupo homogéneo es un mal menor frente al beneficio de proteger del contagio a aquellos que están en los grupos de mayor riesgo. Pero esta medida de “protección” también genera riesgos. Por un lado está el riesgo de acentuar la discriminación hacia los viejos. La cuarentena obligatoria basada en un criterio de edad cronológica acentúa la imagen de los viejos como un grupo homogéneo de individuos vulnerables, contribuyendo a su estigmatización y discriminación. El prejuicio y las discriminaciones hacia un grupo surgen precisamente cuando dejamos de ver las particularidades de los individuos y les asignamos las características estereotipadas del grupo al que pertenecen. Más aún, el edadismo, es decir, la discriminación hacia la vejez, no solo vulnera el derecho a no ser discriminado, sino que además tiene efectos negativos sobre la salud de los viejos. Estudios recientes de la doctora Beca Levy, de la Universidad de Yale, sugieren que el edadismo amplifica la prevalencia y el costo de diversos trastornos de salud, estimando que el edadismo tendría, en Estados Unidos, un costo anual de $ 63 mil millones de dólares.

La evidencia disponible sobre mortalidad por Covid-19 en función de la edad sugiere que no existe una relación lineal entre años de vida y mortalidad. En cambio, sí existen grupos de mayor riesgo: los viejos frágiles y los viejos institucionalizados.

Por otro lado, el argumento del mal menor, según el cual el beneficio de proteger a los viejos sobrepasa a los hipotéticos efectos negativos, no ha sido bien recibido en otros países. Con argumentos similares a los del gobierno de Chile, el presidente francés Emmanuel Macron propuso un desconfinamiento, es decir, término de la cuarentena, más tardío para los mayores de 65 años, pero tuvo que retroceder frente a presión de la opinión pública. La Academia Nacional de Medicina de Francia declaró: “Si bien la idea de desconfinar a los adultos mayores al final se basa en el deseo de protegerlos, tiende a convertirlos en ciudadanos de segunda clase”. En el mismo sentido, el genetista Axel Kahn recordó que la preocupación por la fragilidad de los viejos “desemboca en la necesidad de aconsejar, de acompañar, de proteger, y ciertamente no de discriminar”.  

La otra medida sanitaria para el Covid-19 es la atención de las personas infectadas, en particular mediante Unidades de Tratamientos Intensivos y ventiladores mecánicos. Se debate actualmente sobre la pertinencia de limitar el acceso de los viejos a estos recursos terapéuticos. Para encontrar una respuesta debemos preguntarnos primero: ¿es el ventilador siempre la mejor opción para una persona gravemente enferma con Covid-19? La respuesta es un no categórico: el ventilador no es siempre la mejor opción. La medicina no sólo define su éxito por la cantidad de vidas que salva, sino también por su capacidad de reconocer la finitud de la vida y que, a menudo, el mejor acto terapéutico consiste en acompañar durante la muerte, y no intentar prolongar vanamente la agonía, causando así más sufrimiento. La decisión de usar un ventilador debería basarse en un criterio meramente técnico: si una intervención puede significar un beneficio para el enfermo o no, independientemente de su edad o sus capacidades. El rol de la medicina no debería ser juzgar el valor de una vida, sino tan solo intentar decir cuándo un acto médico es fútil o no.

En el mismo sentido, el genetista Axel Kahn recordó que la preocupación por la fragilidad de los viejos “desemboca en la necesidad de aconsejar, de acompañar, de proteger, y ciertamente no de discriminar”.

¿Qué pasa entonces con los viejos no gravemente enfermos que podrían eventualmente salvarse con un ventilador? El colapso de los sistemas de salud nos enfrenta al “dilema de la última cama”: los equipos de salud se ven obligados a priorizar los enfermos según su probabilidad de sobrevida, pero las condiciones de salud de las personas no siempre permiten dirimir quién se beneficiaría más de un ventilador. En Estados Unidos, ante el efecto devastador de la pandemia, el doctor Ezekiel J. Emanuel y colaboradores, en un artículo en el New England Journal of Medicine, “Fair Allocation of Scarce Medical Resources in the Time of Covid-19”, propusieron que, ante probabilidad de sobrevida equivalente, se debería priorizar a los jóvenes y a los trabajadores de salud. Pero toda priorización que no se base en criterios técnicos de probabilidad de sobrevivir implica decidir quiénes merecen vivir y quiénes son prescindibles mediante una asignación de valores a la vida de las personas. 

La medicina no sólo define su éxito por la cantidad de vidas que salva, sino también por su capacidad de reconocer la finitud de la vida y que, a menudo, el mejor acto terapéutico consiste en acompañar durante la muerte, y no intentar prolongar vanamente la agonía, causando así más sufrimiento. La decisión de usar un ventilador debería basarse en un criterio meramente técnico: si una intervención puede significar un beneficio para el enfermo o no, independientemente de su edad o sus capacidades.

Si queremos respetar lo humano en cada uno de nosotros, en los frágiles y los no frágiles, en los jóvenes y los viejos, es mejor evitar cualquier intento de clasificación de las personas en función de una asignación de valor a sus vidas. Como escribía Italo Calvino en La Jornada de un Interventor Electoral: “La frontera entre los hombres del ‘Cottolengo’ y los sanos ya era incierta: ¿qué tenemos más que ellos? Articulaciones algo más suaves, algo más de armonía en las proporciones, una actitud algo mejor para convertir nuestras sensaciones en pensamientos… bien poco, comparado con lo mucho que ni ellos ni nosotros podemos hacer y saber”. Parafraseando a Edgar Morin al referirse a la pandemia, “crear una sociedad auténticamente humana significa oponerse a toda costa” a establecer valores diferentes a las diferentes vidas. Afortunadamente, las orientaciones éticas del MINSAL para la pandemia no discriminan en base a la edad y las capacidades para la priorización a tratamientos intensivos.

*Andrea Slachevsky es neuróloga en Clínica de Memoria y Neuropsiquiatría (CMYN), GERO, Facultad de Medicina. U. de Chile, Hospital del Salvador, Clinica Alemana.

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