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Opinión

17 de Agosto de 2020
Foto: Agencia Uno

Columna de Alessia Injoque: Libertad, expresión y cancelación

Para quienes estamos preocupados de la libertad en su más amplio espectro, resulta insuficiente focalizarnos en lo que pasa en una red social. La añoranza por los años sin “cultura de la cancelación” refleja un sesgo: aquellos años dorados de discusión alturada que algunos extrañan, se consiguieron artificialmente excluyendo voces.

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Quienes habitamos las redes sociales -en especial twitter- estamos familiarizados con este problema: una opinión impopular, una frase inadecuada o un posteo antiguo se pueden volver tendencia y las descalificaciones, insultos y hasta amenazas se empiezan a acumular. Cualquier aclaración o descargo se pierde ante el volumen del rechazo y repudio, desaparecen los espacios de argumentación y se instala una lógica de barras que compiten para poner algún hashtag artificial en tendencia.

Durante las últimas semanas la “cultura de la cancelación” ha ganado protagonismo en las discusiones. Líderes políticos como Trump la ponen en el centro de sus discursos como una de las mayores amenazas para la libertad, mientras voces desde diferentes sectores, incluyendo liberales y progresistas, nos alertan sobre el problema que representa para el intercambio de ideas.

Sin duda, quienes valoramos los espacios de diálogo debemos alertarnos por estas tendencias polarizantes. Exacerbar el tribalismo no es un camino adecuado para construir sociedades pluralistas, las descalificaciones personales y grupales establecen un costo personal a cualquier posibilidad de encuentro con un adversario.

Pero para quienes estamos preocupados de la libertad en su más amplio espectro, resulta insuficiente focalizarnos en lo que pasa en una red social.

Desde los inicios de las democracias se instalaron los ideales de libertad, sin embargo su alcance nunca fue transversal. Así, los avances de la libertad de algunos hombres convivió con la esclavitud de las personas de raza negra, con mujeres subordinadas sin derecho a voto y con hombres analfabetos excluídos de las decisiones políticas. El mismo John Stuart Mill que defendía la libertad de expresión en su forma más amplia, puso límite a sus convicciones para apoyar el colonialismo y restricciones a la libertad de los colonizados.

Hoy hemos avanzado mucho, pero la añoranza por los años sin “cultura de la cancelación” refleja un sesgo equivalente: aquellos años dorados de discusión alturada que algunos extrañan, se consiguieron artificialmente excluyendo voces. Es así que rara vez participaban mujeres o minorías étnicas, en estos espacios de debate era más fácil encontrar pinochetistas defendiendo los crímenes de la dictadura que a una persona lesbiana, gay, trans o bisexual. Pero lo más grave es que el filtro cultural jamás se limitó a ese ámbito.

“Desde los inicios de las democracias se instalaron los ideales de libertad, sin embargo su alcance nunca fue transversal. Así, los avances de la libertad de algunos hombres convivió con la esclavitud de las personas de raza negra, con mujeres subordinadas sin derecho a voto y con hombres analfabetos excluídos de las decisiones políticas”.

El año 2004 la jueza Karen Atala perdió la tuición de sus hijas por ser lesbiana, el fallo indicaba: “No es posible desconocer que la madre de las menores, al tomar la decisión de explicitar su condición homosexual (…), ha antepuesto sus propios intereses, postergando los de sus hijas”. Quienes desafiamos las normas sociales que defienden los conservadores hemos sufrido la peor “cancelación” y la libertad de ser quienes somos sigue representando un costo: hay quienes pierden sus empleos, sufren bullying en el colegio, jóvenes son expulsados de sus hogares y negados por sus familias. Otras personas nos vimos forzadas a negar nuestra identidad por décadas para no enfrentar estas consecuencias.

Así, algunas voces influyentes usan el enorme alcance de sus plataformas en medios de comunicación para reclamar porque “ya no se puede decir nada”, mientras se dedican a esparcir prejuicios y conspiraciones para mantener restricciones a las libertades y derechos de parejas que no conocen, familias de las que no son parte y de hijos que no son suyos. Quienes han construido carreras políticas juzgando desde la superioridad moral con el dedo acusador, hoy se escandalizan más que nadie cuando les apuntan de vuelta.

El machismo, el racismo y la homofobia son formas de invalidar y excluir voces de la discusión pública y limitar las libertades de grupos humanos en la vida pública. Hacen un daño muy concreto. Por más que resulte interesante argumentar sobre las exageraciones en redes sociales ante un tweet machista, racista u homófobo, por más que merezca críticas esta tendencia, la dimensión del daño no es comparable como para centrar las discusiones sobre libertad en estos casos.

Después de todo, si queremos fortalecer el diálogo, el primer paso es generar las condiciones para que podamos pararnos como iguales en la arena de debate público.

Así, algunas voces influyentes usan el enorme alcance de sus plataformas en medios de comunicación para reclamar porque “ya no se puede decir nada”, mientras se dedican a esparcir prejuicios y conspiraciones para mantener restricciones a las libertades y derechos de parejas que no conocen, familias de las que no son parte y de hijos que no son suyos. Quienes han construido carreras políticas juzgando desde la superioridad moral con el dedo acusador, hoy se escandalizan más que nadie cuando les apuntan de vuelta”.

*Alessia Injoque es Presidenta ejecutiva de la Fundación Iguales.

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