¿Cómo están viviendo esta pandemia los niños y niñas? Este cuento de María Jesús Cuevas Baille está escrito para ellos. Uno de los ganadores de la mención honrosa del ciclo Cuentos en Cuarentena de The Clinic.
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Había una vez una niña, común y corriente, que al despertar se sentó en la cama muy entusiasmada, había perdido, mientras dormía, la noción del tiempo.
Se puso de pie y pensó, “debo desayunar para ir rápido al colegio”, pero al mirar por la ventana, su rostro cambió ese semblante lleno de entusiasmo por uno lleno de desesperanza. Recordó que estaba en cuarentena.
Pensó; “no hay escuela, no hay amigos, no iremos a ver a los tatas, no iremos al parque, no saldremos a andar en bicicleta, no saldremos a correr. El discurso ya me lo sé de memoria; ¿entonces qué? ¿Para qué levantarme?” Se recostó, cerró los ojos nuevamente y volvió a dormir, sumergiéndose, algo desesperanzada aún, en un profundo sueño.
De pronto despertó, y quiso moverse, sentía que estaba aprisionada, atada, que algo la envolvía fuertemente y apenas respiraba. “¿Qué pasa?”, preguntó.
Nunca se lo había imaginado, pero se convirtió en una oruga, que esperaba con ansias dentro de su temperado saquito, el maravilloso momento de convertirse en una mariposa libre y feliz. Así pasó días y días, incluso podría decir que semanas.
Una mañana al despertar se percató que un pequeño rayo de luz entraba por un agujero más pequeño aún. Este rayo se hacía cada vez más intenso, y con él, se agrandaba el agujero, cada vez más. Sin darse cuenta, ya tenía más espacio para moverse, para respirar, y empezó a estirar libremente su cuerpo.
De un momento a otro, un gran escalofrío hizo que todo su cuerpo se sacudiera, se agitara fuertemente. Fue ahí cuando algo empezó a moverse lentamente en su espalda, algo que hizo que saliera disparada, desde el saquito que la mantenía prisionera tanto tiempo. Eran sus alas.
Cuando llegó el momento de despertar, tenía miedo de abrir sus ojos, ¿en qué se iba a convertir ahora?
No podía más de felicidad, agitaba y agitaba sus alas, era inagotable. Voló y voló durante horas sin parar. Ya de noche pensó que era seguro refugiarse para descansar y dormir un rato. Y entró en un profundo sueño.
Al despertar, se sintió extraña, y se dio cuenta de que su piel estaba oscura y tenía pequeños y suaves pelitos. Para su sorpresa, tenía ocho patas y caminaba como una… ¡como una araña! Se había convertido en una araña. Mientras trataba de encontrarle una explicación a esto, caminaba, y caminaba, algo nerviosa. Decidió cumplir con su rol de araña y tejió su telar, sin parar. Trabajó tanto que su cuerpo le pidió más descanso, y durmió.
Al despertar, se dio cuenta de que estaba en un lugar muy oscuro, debajo de algo… ¿qué es? ¡Una piedra! Estaba debajo de una piedra. Lo supo, porque alguien levantó la piedra y pudo ver su nueva piel. Era muy suave y de color gris; un chanchito de tierra. No lo podía creer, pero se tomó tan en serio su rol que jugó por horas. Caminaba cuatro pasos y se hacía bolita. Caminaba dos pasos y se hacía bolita. Lo hizo tantas veces que la última vez rodó, rodó y rodó. Muerta de la risa, no podía parar de reír de pensar que nunca imaginó lo entretenido que era ser un chanchito de tierra. De pronto, de tanto rodar, cayó nuevamente debajo de una roca y de lo cansada y mareada, volvió a dormirse.
Cuando llegó el momento de despertar, tenía miedo de abrir sus ojos, ¿en qué se iba a convertir ahora? Pensó: ya fui oruga, mariposa, una araña y un chanchito de tierra, ¿qué podría pasarme?
Entonces, abrió muy confiada sus ojos y vio que a su alrededor había mucho barro, olía a humedad y había restos de vegetales por todos lados, ¡estaba en una compostera y era una lombriz! Quiso arrancar rápidamente, no le gustaba estar sucia, y mucho menos el olor que había. Avanzó por la tierra húmeda en medio de cáscaras de tomate, papas, y hasta el muro de la compostera; subió y cayó hacia el exterior, se dio un fuerte golpe en la cabeza y quedó muy aturdida. Todo se movía, veía un poco borroso y le dolía el tremendo golpe.
Entonces, se restregó los ojos con sus manos… estiró sus brazos y piernas… ¡Si! Brazos y piernas. Bostezó enérgicamente, abrió bien sus ojos y se percató de que todo había sido un sueño. Corrió a un espejo a ver su reflejo y dijo aliviada: “Al fin soy yo”, nunca había estado tan feliz de ser ella misma otra vez.
De pronto, lo entendió todo. Hoy, hay otras personas que no podían salir de su capullo, como ella lo había hecho. Que no podían tejer su propia telaraña, que no podían reír, rodar y jugar y que menos tenían energía para huir de su compostera. Ella tenía tanto, otros nada. Al mirar su reflejo, cerró los ojos, respiró y pensó que al final en algún momento llegaría el día en que después de sentirse ahogada, con poco ánimo, con desesperanza, todo volvería a la normalidad. A una nueva normalidad.
POR:
MARÍA JESÚS CUEVAS B.
PROFESORA DE EDUCACIÓN FÍSICATALLER MOTRICIDAD Y JUEGO 2020