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24 de Agosto de 2020

PODCAST | Cuentos en Cuarentena: Consiguiendo la yerba

El protagonista de este cuento está buscando su yerba mate, desde que empezó la cuarentena cerró el negocio que la vendía; esa edición limitada que llevaba años en circulación, siempre como edición limitada. Este cuento, escrito por Cristián Leal es uno de los cinco seleccionados para ser llevados a podcast por The Clinic, para escuchar activa el sonido del video de portada.

Por

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Desde que empezó la cuarentena no encuentro mi marca de yerba. 

Comparto el patio con la dueña. Su casa es pequeña, pero grande para una señora sola,  adentro tiene porcelanas, puestas sobre tejidos a crochet y un reloj a pila colgado. La casa es similar a la primera luz de la madrugada, como si le tuviera miedo a las ampolletas, alumbrando con la luz del patio techado, que entra en un ventanal. Se dormía temprano para no prender las luces en la noche. Digo “dormía” porque se fue a cuidar a su hermana, que es mayor que ella.

Ella no tomaba mate. 

Nosotros vivimos en la casa del fondo, para entrar hay que pasar un patio techado. Cuando miras desde la reja hacia mi casa, ves solo plantas. La dueña las cuida con una soltura enorme. La he visto pasarles un paño hoja por hoja, suave y lento, retirando el polvo, dejándolas verdes y brillosas. Selecciona las que buscan el sol y las arrincona en una fila directo a la luz. Solo puedo reconocer a los cactus, porque se parecen. Piden poco y pinchan traicioneramente.  La única planta que no le pertenece es un gran dólar, que con mi mamá dejamos en la ventana para que reciba luz del patio. A diferencias de las plantas de ella, la mía tenía un crecimiento disparatado, era loca, se abría por todas partes sin medida, siguiendo el sol que apenas daba a la ventana. Mi mamá dice en broma “que los dólares traen plata”. Por eso hay que dejarlos quietos, pero si desprende una rama con hojas verdosas, hay que volver a plantarla en el macetero. Esperando hacer raíces. 

El dólar botaba hojas muertas, era grandiosa pero delicada. 

La tierra muerta cayendo del macetero se volvía polvo, dejando una marca ploma en nuestra puerta.

 Las hojas del dólar se secan rojizas. El resto de plantas brilla cuando es primavera. La nuestra destacaba, siendo opaca. Tenemos la planta para tener algo, ella las tiene para cuidarlas.

La ventana daba al dólar, el resto de nuestra iluminación viene de dos tragaluz. Así que los colores durante el día son claro oscuros. Las sombras dejan partes negras y la otra mitad clara. Dando ese color repugnante de soledad y otro de nitidez absoluta venida del techo, al punto de ver las partículas de polvo perdiéndose en la sombra. 

Entre esa claridad vi un frasco de mate con la palabra: URUGUAY. En mi casa nadie había salido de Chile, mucho menos a Uruguay. Así que era extraño tener entre tazas picadas, platos blancos y vasos, tener un recipiente de mate con nombre de otro país sin conocer.

Foto del autor, Cristián Leal

Así que le eche un mate de té Supremo, que habíamos comprado para recibir visitas sureñas, ahí cometí el primer error de mi vida. Echarle yerba té Supremo. El segundo error fue echarle azúcar. Automáticamente vino el tercer error, agua hervida. No sabía mal. La verdad cuesta definir el gusto y el cariño, sin darles una segunda oportunidad. Además, uno le agarra el verdadero amor a las cosas equivocándose.  Ese día estaba solo, no había para Coca-Cola, tenía hambre, el mate me ayudaba a contrarrestar esa hambre y a quitarle el sabor a la comida. Mi dólar se había desparramado en el piso, estaba nervioso. Desde ese día no me detuve. Me ayudaba al hambre, a la saciedad, me entretenía, nadie ahí tomaba. Relacionaba el mate a Argentina y a Uruguay, lugares que me parecían ajenos. Ahora era estar sentado y solo, esperando que llegara alguien.

El mate es sinónimo de encierro. De estar quieto dentro de la casa antes de comer o después de comer.  Mi abuela tenía la costumbre de matear desde la madrugada.

He tomado desde ahí. Sigo tomando. En el encierro perdí la marca que uso. Porque cerraron la feria artesanal. 

La yerba que compró dice “edición limitada”. La misma marca hace cinco años y sigue siéndolo “Edición limitada”. El paquete se divide en dos colores: un lado negro y el otro rojo, como la bandera del anarcosindicalismo. A mí me gusta esa porque es amarga. No necesita azúcar. La compro en el mismo lugar, pero por la cuarentena lo cerraron. Fue uno de los primeros lugares que la dejaron de vender. Son locales de arreglos de celulares y artesanía en Santo Domingo, una artesanía de gran escala porque en casi todos los puestos vendían lo mismo y uno podría comprar la misma artesanía al mayor, en distinto lugar. 

Busqué una de esas que venden en los supermercados. Me dolió al principio, cambiar algo con que te relacionas todos los días: es extraño.  También, comprendí que el mate es latinoamericano. En Chile hay un montón de hierbas sureñas. Lo toman en Bolivia, ahí le echan hojas de coca. En Argentina azúcar o toman unas yerbas con sabores “hierbas pampeanas”, “hierbas de la costa”, algunas son peores, le echan naranja y en el peor de los casos limón o  energizantes. Los uruguayos son más simples, le echan solo yerba y está prohibido el palo, y los brasileños no lo sé; en Paraguay la toman con hielo y pedazos cortados de naranja.  

2

Tuve una sensación similar cuando tomé por primera vez sin azúcar. Estaba en segundo o tercero medio. Tenía clases en las tardes y mi mamá trabajaba llamando a deudores que perdían las casas. Comíamos durante la noche. Casi siempre lo mismo, tallarines y arroz con carne, que nos permitía compartir, de vez en cuando, una conversación verdadera. La casa estaba patas arriba y simplemente no había azúcar.

A diferencia mía, ella -mi madre- odia el mate. Nació en una parte perdida cercana al lago Budi, en la Araucanía. Allá es normal echarle boldo y ramas de manzanilla, cedrón, eucaliptos y lo que venga. Las yerbas de allá no pierden el sabor. Se te queda pegado en la lengua. Lo toman casi hirviendo mientras afuera llueve, o se humedecen, con el rocío salado del lago. Mi abuela tenía la creencia de que si salías a la intemperie se te enchueca la boca, se te dobla el rostro. Vio una vez a alguien así?  Por obligación debes seguir la conversación, dentro de la casa, sin irte:

 “Apura el mate”, me decía. 

El mate es sinónimo de encierro. De estar quieto dentro de la casa antes de comer o después de comer.  Mi abuela tenía la costumbre de matear desde la madrugada. El problema del mate, es que también es basura. La hierba queda inútil después de unas cuantas mateadas. La hierba es compleja. Ensuciarse con el polvillo, tratar de que no caigan hojas y botar esos restos pegados en el lavaplatos. Había muchos rastros en la casa de la infancia de mi madre, hojas acompañadas de tierra, esparcidos en la mesa, al lado de la cocinilla a leña, a todo fuego. Es imposible no ensuciarte si vas a tomar. Mi mamá iba a la siga de ella, limpiando los rastros de hojas verdes que esparcía mi abuela, barriendo las hojas pegadas en el piso. Porque el mate la sigue. Esas manchas verdes avanzan y la yerba las ve en el piso. Algo así me pasa ahora, con el tiempo he aprendido a controlarla, a tratar de no botar hojas cuando cebo, pero es imposible, me es imposible no ensuciar y dejar hojas o pedazos de palo en los rincones de la casa. 

Me repite lo mismo:

 “Mi mamá dejaba igual, no se hacía cargo, ahora tú, eres mi castigo por haber maldecido tanto”. 

Me es imposible detener los rastros de mate cuando le echo agua. Cuando se me da vuelta o mientras reviso mis bolsos, mi ropa, son como pelos en el baño, una marca continua que corre sin desaparecer al desagüe. 

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Con relación a la pobreza y el precio de la yerba, no hay conflicto. Hubo un tiempo en que  tenía que decidir cada lunes “si tomar mate” o “comprar sopaipillas”. En general era barata. Ayer vi esos reportajes de CNN sobre el mate. En la cosecha trabajan niños del norte de Argentina, específicamente en Misiones, cerca de las Cataratas de Iguazú, las plantaciones están rodeadas de ríos anchos y cuencas amazónicas. Es difícil saber el origen de la yerba que eliges, casi todo viene de ahí. La pasan por calor, para que se seque y se deja durante largos meses a sol, o en galpones a descansar. Pasa por el fuego y por el tiempo, cosas que a uno le dañarían. Ahí trabajan los niños, les dicen tarifarios, un símil a las temporeras, tengo una tía incluso, que trabaja eligiendo duraznos, los lindos los mandan y los de tercera categoría se venden en las ferias. 

Lo compatible del mate con el encierro es la manera en que se toma. No te puedes mover. Debes estar quieto, acompañado del termo, de la tetera. El mate se comparte, pero en este caso es imposible. Así que bebo de a poco, tomando cada día, una extraña situación porque cambiar la calidad del mate es cambiar una costumbre, un sabor. Sabe a Chile. Queda en la lengua por un largo rato y se vuelve a sentir después como una picadura de pulga. 

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Al estar todo suspendido, en la cocina, abro la tetera, echo el chorro. La dejo en la cocina  Espero esa temperatura que te permita ingresar el dedo sin mantenerlo más de un segundo. Ese riesgo de tocar el cuerpo metálico, sin quemarse y sin  hervir. Para luego, con el recipiente abierto y el polvillo en mi palma, echar levemente el chorrito en los tres cuartos de yerba. Intento no hacerlo en la noche. No puedo dormir si tomo en la tarde. Pero, de vez en cuando, necesito esa energía de mantenerme despierto. 

La busqué en Facebook, en Yapo.cl , pero la agotaron. Nadie vende la Edición Limitada. La tienen al doble de lo que la compraba en Santo Domingo. He salido pocas veces, solo por mate, ayuda al hambre, ayuda a la concentración. A mantenerte despierto. Oír esa última chupada, cuando llama al agua. 

Sigo buscando mi yerba. 

Cristian Leal Duran: Estudiante de Administración Pública. Becario de la Fundación Neruda (2017) y Fondo de las Culturas y las Artes en creación(2016 y 2019). Ganó el Premio especial Roberto Bolaño, en cuento (2019) y el primer lugar en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, en cuento (2018). Colaborador habitual de ElDesconcierto.cl y LoQueLeimos.cl

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