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24 de Agosto de 2020

PODCAST | Cuentos en Cuarentena: ¿Y los humanos?

¿Cómo viven esta pandemia los perritos? Probablemente se preguntan, todos los días, ¿qué le pasó a los humanos? Este cuento es uno de los cinco enviados por lectores y lectoras de The Clinic y que fueron llevados a podcast. Activa el sonido del video de portada para escuchar la versión en radioteatro. Escrito por Pía Morgado.

Por

Siete días de luz han pasado ya y mi amo Coco aún no llega. Me pregunto si habrá encontrado un lugar mejor que nuestra cama improvisada, o si las personas que se lo llevaron el otro día no lo dejan regresar. 

Coco, siendo una gran persona, siempre me alimentaba o me enseñaba dónde encontrar comida, no soy muy grande, soy mediano, flacucho y orejón y él decía que yo le gustaba mucho, entonces ¿Por qué no me ha llevado con él? ¿Sería por esa tos seca que lo tenía tan cansado últimamente? 

Decido abandonar nuestro pequeño hogar cuando veo que ya se me notan mucho las costillas y entiendo que el barril de agua nadie lo volverá a llenar. No voy a decir que es fácil dejar nuestro colchón viejo, pero por el instinto y, recordando que suelo ser feliz, me pongo en marcha por el mundo. 

Con Coco y antes de Coco, me pasaba los días merodeando por el mundo y olfateando todo lo que se cruza en mi camino, no me entristezco cuando los humanos me observan con cara de asco o me echan hacia un lado. Hay pequeñas cosas que me hacen batir la cola y recordar que mientras pueda correr libre, nada me puede hacer sentir muy mal, ni las pulgas que se alimentan de mí, ni la falta de agua o de comida a veces, o bueno, eso pensaba antes de que los humanos comenzaran a desaparecer.

Ilustración por @c.creativity

Conocí a Coco no hace mucho tiempo. Su calor me reconfortaba en la noche y pocas veces me faltaba el alimento, por lo tanto, casi he olvidado lo horrible que es cuando caminas solo y no tienes un lugar al que llegar. Me paso la tarde en modo excursionista visitando los lugares en los que siempre hay algo o alguien que me dé de comer, sin embargo, de la forma más extraña, parece que así como Coco, el resto del mundo también me ha abandonado y las calles están austeras y vacías. 

No sé ver la hora, nunca he comprendido cómo las personas pueden entender los números, pero sé que está llegando el final del sol, porque el enorme suelo que tengo arriba, al que por cierto aun no entiendo cómo llegar para olfatear, me dice con sus extraños colores que debo buscar refugio y descansar. Pero odio descansar cuando se me cae la lengua y la cola me pesa, así que ¿cómo voy a reposar si me rugen las tripas y tengo la garganta seca?

Me detengo en la orilla justo al límite de donde pasan los monstruos de metal, y cuando me aseguro que ninguno va a arrollarme, cruzo a saltos hacia los botes de comida. Normalmente, esas cosas que están en cada esquina suelen estar llenas de alimento, hay incluso algunas veces, en las que me encuentro una salchicha o una hamburguesa que alguna chica flaca me dejó. 

Me paro y con mis dos patas volteo el tiesto, apenas caen unas pocas cosas sin olor, las huelo triste y me siento a observar los plásticos vacíos. La verdad es que en momentos como este me gustaría desistir, quisiera dormir sin frío ni hambre, quizás hasta me gustaría ser una de esas especies de perros pequeños que van peinados y muy perfumados, siempre he dicho que ser libre me hace feliz, pero la realidad es que en más de una ocasión he envidiado a las mascotas con zapatos y correas, porque seguramente, aunque los limiten para correr, nunca sienten hambre, frío o sed.

Ilustración por @c.creativity

No sé cuánto tiempo llevo, pero mis patas ya se sienten cansadas y sin fuerzas, caminé siguiendo cada pote de comida, pero ninguno tenía algo para darme, porque desde hace días que los humanos ya no salen de sus casas- No hay carros de comida abiertos y todos usan una ropa nueva que les cubre las sonrisas, los perros mascota también han dejado de pasear y los niños no salen a jugar.

Miro a mi alrededor con ojos lagrimosos, apenas puedo contener la lengua y no aguanto mucho sin bostezar, finalmente me derrumbo en un pasadizo viejo, no hay pasto ni algo cómodo, pero al menos entre paredes no corre viento y me acurruco entre cajas de cartón y conversaciones que suenan apenas por el grosor de las paredes, debo agradecer a mi tupido pelo por darme un poco de calor y no hacer esta noche aún más triste. 

En la sombra sueño con Coco, con comida y con caricias. 

A la mañana siguiente, me despierta un ratón. 

El pequeño roedor se hunde en mi pelaje grueso, y una gata elegante me observa con ojos grandes y salvajes. Maúlla, un poco recelosa. 

—Eres nuevo —me remuevo un poco y ayudo a que el pequeño ratón escape, la gata me observa molesta de que haya dejado huir a su presa—¿Me intimidarás o te doy lo mismo?

—No voy a atacarte —musito arrastrando las palabras.

—¿Por qué?

—Porque ahora mismo no puedo mover mi cuerpo.

Con esos pasos gráciles que solo los gatos pueden hacer, se desliza hacia mí con movimientos sutiles. Su pelaje brillante me dice que no es una gata callejera, de hecho es limpia y huele bien, podría decir que hasta es de clase; pues ya sabes, los animales también tenemos jerarquías, están los puros, las mezclas y las mezclas con más mezclas, supongo que yo estoy en esa última clasificación y por eso nací en las calles. 

“Siempre he sido perro, para Coco y todos los demás. “Ven perro”, “toma perro”, “sale perro”. ¿Perro no debería ser mi nombre? “

—Eres un saco con pulgas —farfulla.

—Si te me acercas mucho se te pegarán.

—Pf… por favor —se jacta con etéreos movimientos—, a mí no se me suben esas cosas, uso líquidos mágicos que me protegen. 

Observo detenidamente su pelaje, unas manchas leopardas le cubren el cuerpo por completo y pese a que siempre he pensado que los gatos son horribles, a ésta en particular, la encuentro hasta hermosa.

—¿Tienes marca? —pregunto.

—Claro que la tengo, soy un gato Bengala —estira su elegante cuerpo frente a mí, como haciendo burla—. Me llamo Odette ¿y tú?

—Soy perro.

—Sí sé que eres un perro, te pregunto si tienes un apodo o algo.

La miro sin comprender, siempre he sido perro, para Coco y todos los demás. “Ven perro”, “toma perro”, “sale perro”. ¿Perro no debería ser mi nombre? 

—Supongo que no tienes nombre. 

Gimo en respuesta muy despacio, el cansancio no me deja mantener la conversación con la elegante Odette, así que mi cabeza cae pesada sobre mis patas, necesito un poco de alimento, pero siento mi cuerpo tan débil, que prefiero volver a cerrar los ojos.

—Creo que morirás.

Abro mis ojos otra vez, los bigotes de Odette me rozan la nariz dándome alergia, ella se ríe y lame su pata como si ver a su enemigo sin poder moverse le causara risa. 

—¿Qué es morir? —inquiero dudoso.

—Cuando dejas de estar vivo, obvio —me responde y de un enorme salto alcanza un tejado—. Cómo soy una gata buena y no quiero que tú mueras, te ayudaré, así que espérame, aunque dudo que puedas moverte, así que mejor debería decir “no te mueras”.

Con un maullido me abandona y una vez desaparece, la palabra morir hace eco en mi cabeza, me pregunto si las personas que ya no van a las calles habrán muerto, y quiero saber más sobre la muerte, qué es y por qué pasa. Reflexiono por tanto tiempo, que cuando Odette me asalta con un trozo de carne casi creo que estoy soñando.

—Lo he robado —dice orgullosa de sí misma—, la pequeña Isi suele dejar esto y mucho y más así te lo doy. Tú lo necesitas más que Bianca.

No sé quién es Isi, ni quién es Bianca, pero nada me importa, me trago el filete de un solo mordisco, mi estómago ruge queriendo más, pero creo que con esto se me ha reparado la energía. 

—¿Hay más de eso en tu casa?

—Ahora no, pero supongo que más tarde habrá, siempre hay cosas ricas, a Bianca suelen darle muchas cosas, ella es como tú, pero partido en cuatro, es un perro blanco igual, solo que mucho más odiosa.

—¿Bianca es un perro?

—Sí, dicen que somos hermanas, aunque de eso no tenemos nada, nos llevamos hasta mal, pero igual dormimos juntas, es raro. ¿Has dormido con alguien alguna vez? 

—Sí, con Coco. 

—¿Quién es Coco?

—Era mi amigo humano, pero hace unos días se puso duro y se lo llevaron, fue como si durmiera muy profundamente, esperé que regresara pero no pasó.

—Pero que tonto eres, Coco murió. Eso le está pasando a la gente ahora. 

—¿La gente está muriendo? ¿Por qué? 

—Mueren por el enemigo invisible, las calles están llenas de él, enferma a la gente y luego la mata, por eso no salen de sus casas y estás medio muerto por el hambre. 

—¿Cómo sabes tantas cosas?

Sus ojos suspicaces me observan.

—Soy una gata que ve noticias, obvio. —lame su pata, creo que lo hace muy seguido—. He escuchado que una cosa de nombre raro que suena como corona y virus tiene a mis humanos encerrados en la casa, así que he tenido que escapar de vez en cuando para no morir por una sobredosis de amor. 

—¿Quieres decir que ese enemigo está matando a todos? 

—Exacto, la gente se enferma y muere, y los que están vivos se asustan y no salen, y como no hay personas ni comida los perros también mueren. Supongo que morirán todos.

—Yo no quiero morir —digo aterrado—. Apenas dejé de crecer hace un tiempo, soy pequeño.

—Pues no mueras, puedo ser tu amiga y alimentarte, además, sinceramente, a esta calle le falta un perro, creo que la gente se ha vuelto aburrida y amargada, el encierro les hace mal y se les olvida ser amables. 

—¿Y cómo un perro puede hacer que la gente sea amable?

—Pones ojos tristes y te haces el pobrecito —responde—, deberías empezar con Isabel, la vecina de mis dueños es una mujer un poco vieja, pero se le murió el perro hace poco y anda triste desde entonces. —con su pata esponjosa señala hacia el otro lado de la calle. Una mujer de cabello casi blanco sale abrigada arrastrando una manguera— Ahora con esa enfermedad que anda dando vueltas, Isabel parece más sola que nunca. Solo la ves cuando sale a regar las plantas cada día, y bueno como tú seguramente tienes sed, vas y le robas agua de donde se haga un charco. Eres un poco feo, pero creo que es solo porque estás sucio. 

“Y una vez que he acabado de hidratarme para una eternidad me quedo allí, sentado, observándola, como si fuese ella mi hogar”.

Asiento y me levanto, la verdad es que la sed me tiene la garganta seca y necesito el agua tanto como necesito hacer sonreír a esa persona, de modo que me acerco a pasos sigilosos, escondo mi cola entre las piernas y bajo la cabeza, quiero que Isabel sepa que vengo en son de paz. 

—Dios, cariño ¿quieres agua?

Le ladro en respuesta, su voz es la más gentil que he oído, trago el agua a lengüetazos. Y una vez que he acabado de hidratarme para una eternidad me quedo allí, sentado, observándola, como si fuese ella mi hogar, el lugar en el que deseo quedarme. ¿Será un lazo? ¿Cómo sabrán las personas cuando deciden quedarse con un compañero para siempre?

Cómo si Isabel sintiera la misma intensidad que yo, se arrodilla frente a mí, su rostro está tapado por esas feas ropas nuevas, pero sé que sonríe cuando su mano me acaricia y una gota cristalina escapa por la comisura de su ojo.

 —Cuidaré de ti y tu cuidarás de mí, esta soledad me está matando, mis hijos no vienen a verme para no enfermarme y cada día que paso en el encierro me siento más triste e infeliz, así que nos apoyaremos juntos. Yo te haré engordar y tú serás mi compañía. ¿Qué te parece? 

Ladro, es el ladrido más feliz que expresado en mi corta vida, y corro tras sus pasos.

Luego de una cena y un baño súper largo, me acurrucó en los pies de mi nueva compañera, burbujas extrañas se aglomeran alrededor de mi corazón, como si la felicidad bullera dentro de mi cuerpo, jamás pensé que estar limpio y sin pulgas pudiese ser tan maravilloso como un trozo de carne, pero lo es y desearía que todos los animales con los que me he cruzado encontraran una Isabel en sus vidas, o una gata como Odette, que sin tener por qué me ayudó y me hizo llegar hasta donde estoy ahora. 

La mano de Isabel recorre mi pelo largo, sus dedos me adormecen hasta que toco el mundo de los sueños, en donde la normalidad vuelve, e Isabel y yo vamos a pasear, ya no hay enfermedades que pueden causar su muerte y le muestro lo hermoso de permanecer vivo.

Pía Morgado Astudillo

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