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Opinión

8 de Octubre de 2020

Columna de Florencio Ceballos: Prepararse para la maratón 2021

"Lo primero es aceptar que, frente a un problema global de esta magnitud, la soberbia no sirve. Abrirse a la petición reiterada -y desoída- de organizaciones académicas, gremiales y de la sociedad civil de conformar una mesa interdisciplinaria amplia para acordar condiciones efectivas del retorno a clases basadas en evidencia sería un paso en la buena dirección".

Florencio Ceballos
Florencio Ceballos
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La imagen del Ministro de Educación, Raúl Figueroa, supervisando en terreno la reapertura fallida de colegios en Pirque -entre los cinco establecimientos al parecer no se juntaron más de 30 niños- viene a confirmar, de manera innecesariamente humillante, que lo propuesto por el gobierno en materia de retorno a clases presenciales no cuenta con apoyo de la población. 

Las encuestas publicadas al respecto por IPSOS y Educación 2020 no dejan mucho margen de interpretación. A la ultramayoritaria preferencia por no retomar las clases presenciales, se suman resultados que hablan de desconfianza, de incertidumbre, de miedo, de preguntas no resueltas.

Junto con apuntar a los costos educativos y sociales que el cierre de las escuelas provoca -argumento cuestionable- el ministro ha insistido en cada intervención en el carácter voluntario y gradual del retorno. Pero lo que deja en la retina es otro mensaje: la reapertura es urgente e impostergable.

La semana pasada dos de sus colegas, Briones y Zaldívar, insistieron en la urgencia con otro ángulo: sin la reapertura de colegios, jardines y sala cunas, el plan de recuperación del empleo -que ha afectado desproporcionadamente a las mujeres- no funciona. 

Todos esos argumentos son ciertos: los costos sociales, educativos, económicos y de igualdad de género asociados a la suspensión masiva y extendida de clases son enormes. Nadie, de hecho, pone en duda esos efectos nefastos. 

El problema parece ser otro: ¿cómo implementar -cuando sanitariamente se pueda- una reapertura efectiva que dé confianza, cuente con legitimidad y asegure compromiso de las partes interesadas? 

El ministro ha señalado la importancia de una conversación al respecto “sin tabúes ni censuras previas”. Pero ha advertido que “lo que uno ve en algunos sectores de la oposición son declaraciones como ministro, entienda, este año no volveremos a clases. Si esa es la manera de iniciar la conversación, obviamente es difícil que sea fructífera” 

Me permito disentir. Más allá del curioso uso del término “oposición” para englobar no sólo a dirigentes políticos, sino al parecer también a docentes, directivos, familias, expertos y alcaldes que difieren de su sentido de urgencia, se trata de una premisa perfectamente aceptable para iniciar una conversación. Razonable incluso. Tiene más sentido abocarse a las condiciones de un eventual retorno seguro y a escala a partir del año próximo cuando sea sanitariamente factible.

A estas alturas, la pérdida de aprendizajes escolares el 2020 parece inevitable. Reabrir por goteo, por algunas semanas, en escuelas rurales con baja tasa de contagio o algunos colegios particulares en el barrio alto que cuentan con todos los recursos imaginables, no va a revertir esa situación. 

Tampoco nos enseñará mucho sobre cómo hacerlo luego a la escala ampliada para la educación pública de ciudades que intentan a duras penas controlar la pandemia. Esto en el entendido de que posiblemente también pasaremos buena parte del 2021 sin una vacuna disponible y con suspensiones intermitentes o prolongadas de clases presenciales, más o menos focalizadas, dependiendo de la capacidad que exista de prevenir, testear, trazar y aislar.  

“A estas alturas, la pérdida de aprendizajes escolares el 2020 parece inevitable. Reabrir por goteo, por algunas semanas, en escuelas rurales con baja tasa de contagio o algunos colegios particulares en el barrio alto que cuentan con todos los recursos imaginables, no va a revertir esa situación”.

Esa operación, repleta de complejidades, requiere ser pensada muy detenidamente, de manera abierta y multidisciplinaria. Sólo así se podrá dotar de legitimidad técnica, política y social a la reapertura, y evitar que el próximo sea también un año perdido. Más que ver esta operación como una carrera corta y rápida, es necesario pensarla como una maratón: un evento masivo, demoroso y de resistencia. 

Se requiere un diálogo.  No un intento de imponer un postulado intransable para apurar resultados y marcar un cuestionable punto político. Sino que una conversación fundamental sobre el mediano plazo. 

Conviene recordar que en todo esto no existe en absoluto una singularidad chilena: actualmente, hay más de mil millones de niños en el mundo sin ir a la escuela, algo así como el 60% de la matrícula global. Tanto en los países que se preparan para reabrir, como los que ya lo han hecho, y los que han debido volver a cerrar total o parcialmente, el debate es acalorado y existen conflictos entre las distintas administraciones del Estado, las familias, los docentes, los directivos y los epidemiólogos. No existe un libro de recetas, todo sucede sobre terreno pantanoso, pero hay aprendizajes. No sólo en la OCDE, también en Costa Rica, Colombia o Uruguay han aprendido del proceso. 

Por motivos personales -vivo en Canadá, donde el año escolar se reinició presencialmente hace un mes- he tenido que entender y adaptarme a la reapertura en las escuelas de mis hijos: protocolos, alertas de posibles contagios, jornadas alternadas, formularios cada mañana, la logística del acarreo matutino. Todo con el horizonte de un nuevo cierre que se ve más posible, a medida que la segunda ola arrecia y el invierno boreal se acerca. No es un proceso fácil para las familias: andamos todos saltones. 

Para los profesores, las cosas son aún más difíciles: pasan a estar en la primera línea del Covid -y no de manera voluntaria, como lo ha precisado el ministro-, y altamente expuestos al contagio. El trabajo que se les viene es titánico y las condiciones laborales mucho peores que antes. La mayoría no está preparada de forma eficaz para enseñar a distancia o con modalidades hìbridas.  

Y para las autoridades de educación es la tormenta perfecta: son demasiados frentes que cubrir, mucha logística involucrada, niveles de coordinación para los que nadie está preparado y cuantiosos recursos requeridos para adaptar los espacios de la escuela en momentos en que la billetera fiscal está tironeada desde todos lados. Todo eso, difícil de por sí, es aún más marcado si, como en Chile, la legitimidad de la autoridad ante la opinión pública es muy baja. 

Sin embargo, existe una oportunidad: este 2020 perdido puede dejar algo si sirve para preparar el 2021 encarando las falencias que la pandemia ha evidenciado. 

“Para los profesores, las cosas son aún más difíciles: pasan a estar en la primera línea del Covid -y no de manera voluntaria, como lo ha precisado el ministro-, y altamente expuestos al contagio. El trabajo que se les viene es titánico y las condiciones laborales mucho peores que antes”.

Lo primero es aceptar que, frente a un problema global de esta magnitud, la soberbia no sirve. Abrirse a la petición reiterada -y desoída- de organizaciones académicas, gremiales y de la sociedad civil de conformar una mesa interdisciplinaria amplia para acordar condiciones efectivas del retorno a clases basadas en evidencia sería un paso en la buena dirección. Ahí sí es posible una conversación “sin tabúes ni censuras”, informada y no de sentido único. 

En base a aquello, se podrán abordar las innumerables dimensiones involucradas. Las pedagógicas, asociadas a planes de nivelación y recuperación de aprendizajes, preparación y apoyo a los desafíos que se le vienen a los profesores por delante. Particular atención requerirá pensar cómo se elevan los estándares de la educación remota y en línea, y a modalidades híbridas en remota presencial,  con una perspectiva pedagógica, de acceso y de equidad que vaya más allá de ofrecer contenidos. Es muy posible que durante el próximo año, para muchos alumnos, sea la única forma disponible de acceder a educación. 

También deberán discutirse las cuestiones logísticas y sanitarias, la reorganización de los espacios físicos, horarios y transporte, las modalidades combinadas presenciales y a distancia, y los reemplazos de profesores afectados por el Covid, entre otros. Y cuestión fundamental, los recursos requeridos para que, en cada escuela de Chile, todo lo anterior sea posible. 

Lo segundo, y posiblemente lo más importante, es escuchar atenta y activamente a las personas directamente implicadas en la eventual reapertura -alumnos, profesores, familias- y tomar en serio sus experiencias y aprensiones. 

No son sólo beneficiarios o ejecutores de una política, son parte involucrada y socios indispensables en el esfuerzo de la reapertura. Acusar confabulaciones políticas, de egoísmo gremial, de capricho de los padres, parálisis interesada es un despropósito. Más productivo resulta entender esas aprensiones, fundadas y legítimas, buscar vías de solución acordadas, y comunicar claramente y con respaldo, lo que se hará para mitigarlas. 

Tal vez eso permita que el 2021 no sea un año perdido. Lo que está en juego es demasiado grande para hacerlo mal.

*Florencio Ceballos es sociólogo, DEA en Ciencias de la Educación y Especialista Principal del Programa de Intercambio de Conocimiento e Innovación (KIX) de la Alianza Global para la Educación (GPE).   Reside en Canadá.  

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