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Opinión

5 de Noviembre de 2020

Columna de Susana Muñoz: Rituales: despedida, recuerdo y trascendencia.

Pixabay

“Los protocolos sanitarios nos obligan a vivir los rituales en grupos pequeños y muchas veces a distancia. Adaptar los rituales íntimos a ceremonias virtuales, por ejemplo, nos permite compartir el sentido de comunidad, acompañarnos y entregarnos apoyo mutuo”.

Susana Muñoz Politzer
Susana Muñoz Politzer
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El pasado fin de semana, producto de las restricciones que nos impone el Covid-19, Camila no pudo llevar flores a su madre al cementerio, como lo hace cada año en el Día de Todos los Santos. Aunque reconoce que no profesa el cristianismo, visitar a su mamá el 1 de noviembre se ha transformado en una tradición familiar desde que Cecilia murió hace tres años.

 “Ella amaba la primavera, por eso me gusta llevarle flores de su jardín en estos días soleados”, cuenta su hija. Esta vez, junto a su padre y sus hermanos, se propusieron construir una ceremonia en casa, que les permitiera recordarla como siempre en esta fecha: plantaron un agapanto junto a su jazmín favorito y, acompañados por la bossa nova que a Cecilia le gustaba, se sentaron en el pasto simplemente a contemplar. “Fue bonito… Así, además mis hijas, y los nietos que vendrán, tendrán un lugar especial donde encontrarse con su Chechi…”.

Mientras recordaban anécdotas familiares que les hacían reír, Mile, la nieta que siempre vivió con Cecilia, se dio cuenta que un colibrí revoloteaba cerca de las flores azul intenso recién plantadas. Cuenta una leyenda, que cuando en un jardín aparece un colibrí, es porque nos viene a contar que las almas de los que amamos están bien.

La pandemia nos ha enfrentado a la vivencia de la pérdida de una manera que no conocíamos. Hemos experimentado distintas formas de pérdida individual y colectiva, como la de nuestra vida cotidiana, la de nuestros espacios de relación con otros, la pérdida del cuidado y acompañamiento al que sufre, la pérdida de nuestras más íntimas tradiciones, ésas que son parte del sentido de nuestra existencia.

Los rituales de despedida y recordación -sean religiosos o laicos- tienen una función psicológica que nos permite construir un significado personal, y también comunitario, de la experiencia que vivimos. Estos pueden ayudarnos a nombrar nuestras pérdidas y las emociones que experimentamos, a normalizar nuestro dolor, a aceptar la incertidumbre del paso de los días, a redescubrir nuestra capacidad de recuperarnos como individuos y como colectivo.

Hoy, los protocolos sanitarios nos obligan a vivir los rituales en grupos pequeños y muchas veces a distancia. Adaptar los rituales íntimos a ceremonias virtuales, por ejemplo, nos permite compartir el sentido de comunidad, acompañarnos y entregarnos apoyo mutuo.

Los rituales de despedida y recordación -sean religiosos o laicos- tienen una función psicológica que nos permite construir un significado personal, y también comunitario, de la experiencia que vivimos.

Parte del ritual con que despidieron a Sergio, vino desde una de las corrientes de la tradición budista y la meditación que lo acompañó durante sus últimos años. Cristina, su compañera, junto a un grupo de familiares y amigos, se reunían a través de whatsapp para meditar diariamente a las 8am y 8pm desde el día de su muerte durante una semana. Para ellos, conectarse durante esos siete días significaba “acompañar a Sergio en su camino hacia otro estado de vida”, a la vez que apoyarse entre los más cercanos en su propio proceso de despedida. 

Prendían velas “para iluminar su camino y el de quienes nos quedamos”, y aromatizaban el entorno con palo santo buscando una sensación de serenidad. Aunque cada uno lo hacía desde su propio rincón, en distintos lugares del país y del mundo, el compartir ese momento significaba sentirse acompañados y ser comunidad. Desde esta cosmovisión, la reencarnación no se dará en un nuevo Buda, sino en los vínculos entre las personas, en las relaciones amables y comprensivas, y será eso lo que permita vivir y morir conscientemente. Para quienes lo practican, promueve el detenerse en sus significados, más allá del dolor por la pérdida.

Ester recuerda con especial emoción la muerte de su abuela -que murió en sus brazos- y lo que vino la semana siguiente. Lo describe como una de las experiencias más bellas que ha vivido y que, después de veinte años, le sigue estremeciendo hasta las lágrimas. Para la tradición judía, la Shivá (siete en hebreo) es el periodo que se observa los siete días que siguen al funeral, en el que los seres queridos entregan cariño, apoyo y contención a los deudos. 

Durante ese tiempo, algunos optan por no salir de casa, se cubren los espejos como una forma de alejarse de la vanidad y conectarse con lo esencial, y muchos mantienen una vela encendida en señal de conmemoración. La comunidad les provee comida para aliviar la carga de lo mundano y que puedan concentrarse en hacer el duelo, pero también como una forma de simbolizar en los alimentos la continuidad de la vida.  

En un sentido similar al del budismo, la Shivá busca no reprimir la tristeza de quienes lloran la pérdida, sino reconocerla y mirarla amorosamente en busca de sentido. Es un tiempo de sanación espiritual y emocional en el que familiares y amigos acompañan al doliente, y en el que parte del consuelo está en compartir las vivencias que cada uno guarda con la persona fallecida y respetar juntos su memoria. 

En un sentido similar al del budismo, la Shivá busca no reprimir la tristeza de quienes lloran la pérdida, sino reconocerla y mirarla amorosamente en busca de sentido.

Para Ester, durante esos días, se hizo real aquello de que el hogar de quien se ha ido se llena de su espíritu y los recuerdos emergen fácilmente en ese lugar: “Había amigos a toda hora, siempre estuvimos acompañados, y la felicidad de ese momento estaba en las historias que compartíamos, mientras nos íbamos llenando de imágenes maravillosas de la Bobó, que no hacían más que honrar su vida y todo lo que hizo por quienes amaba…”.

María celebra la vida de su hermano, según la tradición popular mexicana, festejando cada inicio de noviembre el Día de Muertos. Le hace sentido la idea de que nuestros antepasados viven mientras los mantenemos en el recuerdo. Por eso, todos los años construye un altar e invita a familiares y amigos, “a celebrar y recordar”.  Sostiene que se trata de un altar festivo, donde cada elemento es parte de la demostración de afecto que siente por quienes ya no están. Además de su hermano Manuel –con cuya partida inició este ritual- en el altar se pueden ver fotos de sus abuelos, de dos tías y de su padre. 

Día de los Muertos, México. Foto: Pixabay

A su alrededor, ofrendas de comida, bebida, ropajes, objetos significativos, calaveras de colores, velas, incienso, guirnaldas, flores… para atraer las almas de los difuntos y facilitar su viaje al mundo de los vivos. “No se trata de conmemorar la ausencia -dice María- sino al contrario, de celebrar la memoria y la presencia de los muertos de la familia, que ese día regresan a casa para compartir con nosotros y nutrirse de las ofrendas que les dedicamos.” Al finalizar la celebración, María entrega a cada invitado una calaverita, para llevarse consigo el mensaje de integrar la muerte a la vida un poco más cada día. Para ella, la relación con Manuel sigue viva en el ritual del altar y su visita al río donde hace nueve años dejaron sus cenizas.

Los rituales resultan fundamentales en la elaboración del duelo y la construcción de nuestro bienestar emocional. Nos ayudan a despedir y recordar a nuestros seres queridos, por medio del testimonio que nos dejan y del que somos parte. Honrar la vida de nuestros muertos es honrar a quienes nos pavimentaron el camino, y cuya herencia se manifiesta en nuestro actuar cotidiano.

Pero los rituales tienen además un efecto mayor, que perdura y madura en el tiempo traspasando generaciones. A través de los rituales, las expresiones de afecto nutren nuestra futura memoria histórica, contribuyendo a tejer identidad ancestral a través de los relatos familiares y los recuerdos que vamos recopilando. El ritual, el que sea, nos hace pertenecer y construir algo que nos trasciende..

Nos ayudan a despedir y recordar a nuestros seres queridos, por medio del testimonio que nos dejan y del que somos parte. Honrar la vida de nuestros muertos es honrar a quienes nos pavimentaron el camino, y cuya herencia se manifiesta en nuestro actuar cotidiano.

*Susana Muñoz Politzer es psicooncóloga paliativista y trabaja en el Hospital Sótero del Río.

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