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12 de Febrero de 2021

Desde la Junta de Vacunas de Carrera hasta la campaña contra el Covid-19: los grandes hitos que han marcado la historia de la vacunación en Chile

La letal viruela existió desde la Conquista, con sucesivos brotes, hasta erradicarla en 1950. Para combatirla, se creó el Instituto de Vacuna y se estableció la vacunación obligatoria, a finales del siglo XIX. Entrando al siglo XX, nació el Instituto Bacteriológico, consolidando una iniciativa de salud pública transversalmente destacada. Incluso cuando debió enfrentar la cuestionada decisión de la dictadura de casi eliminar la producción de vacunas.

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Era una pesadilla, un fantasma que regresaba cada cierto tiempo, para matar a una parte de la población. Una serie de terror interminable. Un dolor de cabeza para las autoridades, un virus que se propagó de un siglo a otro en Chile. Era la viruela: una de las epidemias más devastadoras que ha sufrido el país. 

Entre sus secuelas se registraban profundas cicatrices en el cuerpo, en algunos casos ceguera, e incluso deformaciones por la pérdida de tejido.

“Cayeron grandes y chicos/ con la terribl’epidemia/ más grande que la leucemia; murieron pobres y ricos”, anotó Violeta Parra en sus Décimas, recordando los días de la peste: ella misma padeció la viruela siendo una niña, en 1921.

En el país, la enfermedad fue erradicada a finales de 1950. Mientras, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), la declaró erradicada del mundo, en 1980. Sus efectos son un panteón de cadáveres: solo en el siglo XX habría dejado 300 millones de muertes. 

Ahora, que Chile vive un nuevo proceso histórico de vacunación, debido a la pandemia del coronavirus, con la campaña “Yo me vacuno”, revisamos nuestro pasado y cómo la sociedad y los gobiernos han enfrentado las epidemias.

Los antecedentes de la viruela se remontan al siglo XVI. En el Chile de la conquista se habría introducido en un barco que llegó a La Serena. El jesuita misionero e historiador Miguel de Olivares apuntó que, debido a la epidemia de la viruela, La Serena quedó “casi despoblada de vecinos y de gente de servicio”. Pero, el descalabro, producto de la enfermedad fue mayor: entre el siglo XVI y el siglo XVIII se registraron 46 brotes que afectaron las principales ciudades del territorio nacional. 

“La viruela ha sido una de las epidemias más mortíferas que hayan azotado a la América”, escribió el doctor Adolfo Murillo en El servicio de vacuna en Chile (1898). “La repetición casi periódica con que las epidemias de viruela se han sucedido entre nosotros, ha obligado a los gobiernos a tomar enérgicas medidas para combatirlas, propagando la vacuna como el medio profiláctico por excelencia”, agrega. 

El contagio de la viruela se producía por el contacto físico con alguna persona enferma o por el contacto con fluidos. Causaba fiebre, dolor muscular, vómitos y erupciones cutáneas (ampollas). Ante la peste, las autoridades comenzaron a tomar medidas como cuarentenas, fumigaciones masivas y el uso de hierbas medicinales. Pero había que vacunar.

Enfermeras vacunando en la Estación Central (1950). Autor: Eliot Elisofon.

Previo a cualquier obligatoriedad, los gobiernos difundieron la ventaja de la vacunación, la desinfección y se crearon comités barriales para el control de los enfermos. Hasta que ocurrió el primer gran hito de la salud pública nacional. Fue en 1887 cuando se dictó la Ley de Vacunación Obligatoria para todos los recién nacidos del país. El decreto, firmado por el presidente José Manuel Balmaceda, que años antes había sido resistido por parlamentarios en el Congreso, permitió la implementación de la política de vacunación en los más pequeños. 

La viruela se controló gracias a la masificación de la vacunación. Si bien la vacuna en Chile existía desde 1805, los casos de viruela comienzan a bajar cuando la vacuna se masifica”, dice la historiadora Paula Caffarena a The Clinic, autora del libro Viruela y vacuna (2016).

Las autoridades entienden que la erradicación de la enfermedad pasa por la vacunación masiva. Pero no fue fácil. Había sectores de la sociedad que argumentaban que transgredían el derecho a la libertad individual. Por esos años, a la cabeza de los “antivacuna” estaba el artista Alfredo Helsby, quien repartía artículos como Fracaso de la vacuna por inútil y desastrosa (1898). No era el único. Años después, el biólogo Alfred Russel Wallace imprimía folletos en la misma dirección. En La vacuna es un engaño, su imposición ¡un crimen! (1922), escribió: “Nuestras sucesivas leyes sobre vacunación, han sido obtenidas por medio de afirmaciones totalmente falsas”.

Para Paula Caffarena, la resistencia a la vacunación en el siglo XIX, “tiene más que ver con una práctica médica que es nueva, que no se conocen bien sus efectos, donde la mayoría de la población es rural. Es miedo a la incertidumbre. Es más bien una resistencia contra el Estado, de quienes rechazan la vacunación obligatoria, entonces lo que se pone en conflicto es la libertad individual y el bien común”. 

Campana de vacunación, Estación Central (1950). Foto de Eliot Elisofon.

Higiene, medidas y gratuidad 

El desarrollo de la vacunación había comenzado a finales del siglo XVIII, en el Reino Unido. Fue cuando el doctor Edward Jenner, en 1796, descubrió la primera vacuna de la historia al extraer el virus de vacunos infectados con viruela, para luego ser inoculado en humanos. Su primer paciente, en inocular la vacuna, fue el niño de 8 años, James Phipps. Su resultado permitió la difusión de la vacuna hacia el resto de Europa y luego en Hispanoamérica.

A menos de una década del descubrimiento de Jenner, el nombre de Pedro Manuel Chaparro fue clave en Chile. Era un adelantado que tenía estudios en arte y teología. Chaparro luego estudió Medicina y comenzó a inocular el pus de la viruela. Ocurrió en 1805. En agosto de ese año, el marqués y administrador colonial Rafael Sobremonte remitió, desde Montevideo, “por medio de vidrios y en polvos”, el fluido vacuno.  

Así fue como Chaparro inició el proceso de vacunación en la Catedral de Santiago y también en el Hospital San Juan de Dios. Es el primer antecedente de vacunación contra la viruela en el país. La labor de Chaparro después fue apoyada por el médico español Manuel Julián Grajales, quien venía en una expedición de vacunar, en Perú. Su labor de inocular la vacuna se extendió hasta Chiloé.  

Pronto se creó la Junta de Vacunas (1808), en el gobierno de José Miguel Carrera, en pleno proceso de Independencia. Acaso la pionera gran campaña de vacunación la registró el primer diario del país, La Aurora de Chile, en 1812. “Durante el último mes de abril han logrado preservarse de la viruela por el remedio de la vacunación, suministrada sin costo alguno en las casas consistoriales”, informa Judas Tadeo Reyes, delegado de la Junta de Vacunas, quien luego invita a vacunarse a través de las páginas de La Aurora de Chile, a quienes se hayan “expuesto al estrago mortífero de la viruela natural”. 

Para promover la vacunación en todo el país, se llevó un registro. Claro que era obligatoria para funcionarios de hospitales, presos de las cárceles y personas de Casas de Recogida. En Santiago, se vacunaba dos veces por semana, en el edificio del Ayuntamiento, actual Municipalidad, frente a la Plaza de Armas. 

En el campo, los párrocos y el juez de zona eran los encargados de promover la vacunación. El discurso sanitario se daba cuando terminaba la misa o en la plaza del pueblo. Había que generar confianza en la población, ya que el método era singular y un poco doloroso. Con un instrumento llamado “lanceta” se abría una pequeña incisión en la piel y se inoculaba el fluido de la vacuna. 

Todo esfuerzo era válido. Los efectos de la viruela fueron devastadores. Hay cifras en relación con su mortalidad. “En 1555 murieron de viruela las tres cuartas partes de los indios chilenos. En 1573 murieron 12.000. Entre 1801 y 1802 perecieron en Aconcagua más de 10 mil personas. En 1872 fue la ciudad de Santiago asolada nuevamente por la viruela. En 1905 la ciudad de Valparaíso”, se lee en el ejemplar Vacuna y viruela, del doctor Carlos Ibar, quien recomendaba para lograr la inmunidad, “la revacunación”, en su texto de 1909.    

La viruela ha sido la más devastadora plaga que haya azotado a nuestro país; su historia está escrita con caracteres que asombran”, anota el doctor Pedro Lautaro Ferrer en el ensayo La viruela: epidemias y enfermedades, recetas y sistemas curativos (1904). “Esta devastadora plaga originaria de la China”, asegura quien también fue Inspector Sanitario del Consejo Superior de Higiene Pública. Y comenta que se usaba la sangría como método de cura. “La sangría era aplicada a troche y moche sin obedecimiento a reglas”, escribe Lautaro Ferrer. 

Pero, más allá de las cifras y los métodos de cura, los gobiernos de turno tomaron partido ante las problemáticas de salud. Asumen su responsabilidad como políticas públicas. Otro hito relevante fue la creación del Instituto de Vacuna Animal, en 1887, ubicado en la Quinta Normal. Así comenzó un sostenido desarrollo de fabricación de vacunas: desde la antirrábica, antituberculosa y la antivariólica (combate la viruela). Producción de vacunas que aumentó con la creación del Instituto Bacteriológico, en 1929. 

“Nuestra historia de vacunaciones tiene más de 130 años de historia y de acervo en la cultura chilena”, dice la doctora Claudia Cortés a The Clinic. “Las vacunas son mayoritariamente distribuidas y colocadas a nivel de atención primaria, lo que permite una amplia y extensa distribución a nivel territorial y otro punto relevante, son para todos, independiente del nivel socioeconómico, el tipo de previsión de salud o en nivel educativo, son absolutamente democráticas. Nuestro programa nacional de vacunación es un orgullo para el país”, agrega Cortés, infectóloga y también académica de la Facultad de Medicina de la U. de Chile. 

Trabajadores desinfectando en 1910, Crédito Colección Biblioteca Nacional de Chile, Memoria Chilena.

Con la llegada del siglo XX se sumaron otros hitos para el país. Es cuando el Estado toma un rol activo y surge lo que se conoce como Estado asistencial, responsable de la salud de la población. “No es solo desear que la gente mejore porque sí, sino porque es una obligación del Estado”, comenta la historiadora Paula Caffarena. 

Era primordial partir por los colegios. En 1911 se difundió el reglamento Medidas para evitar la propagación de las enfermedades infecciosas en las escuelas. Allí se lee: “Los alumnos recién matriculados deberán presentar una declaración de los padres sobre su vacunación y si esta se ha hecho con o sin éxito; en caso contrario, los alumnos serán vacunados por el médico escolar”.   

Siete años después, en 1918, ocurrió otro hito con un plan más ambicioso. El Código Sanitario estableció la vacunación obligatoria contra la viruela para toda la población. Impreso en junio de 1918, se lee en el Código Sanitario: “Se aislará al enfermo en su domicilio, siempre que puedan cumplirse en éste las condiciones del reglamento. En el caso contrario, se le llevará a un hospital o a otro establecimiento adecuado”. Luego, señala que la vacunación será “gratuita y se practicará a domicilio o en los locales que designe la Dirección General”.  

Pero, por entonces, el mundo vive azotado por otro drama sanitario. Desde la primavera de 1918 y durante dos años Chile estará bajo los efectos de la llamada “gripe española”. El país tiene 4 millones de habitantes. La epidemia de influenza o “gripe española” dejó 40 mil muertos en el territorio nacional. 

Proceso de preparación de la vacuna (1910), Crédito Colección Biblioteca Nacional de Chile, Memoria Chilena.

Campañas, miseria y prevención 

A comienzos del siglo XX, la mayoría de la población habitaba en zonas rurales y en Santiago, los grupos familiares más pobres, vivían hacinados en conventillos. El sistema de alcantarillado es precario. El cronista Joaquín Edwards Bello describe esos años y ambientes: “La suciedad general, la absoluta falta de limpieza de ciertos sitios y el abandono total de los más elementales principios higiénicos hacen de nuestra capital el prototipo de la ciudad de las moscas”.    

Sin embargo, se producen esfuerzos en el sistema de salud. Hacia 1924 se creó el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social, que se hizo cargo de las tareas de la higiene pública que registró el escritor y Premio Nacional.   

Dos décadas después, en 1952, se creó el Servicio Nacional de Salud (SNS), sistema que fusionó la Protección a la Infancia, la Sección de Higiene y el Instituto de Salud Pública (ISP), antes llamado Instituto Bacteriológico. El Servicio Nacional de Salud permitió dar asistencia a personas ubicadas en zonas distantes y rurales. 

A finales de los años 50, Chile pudo erradicar la viruela y comenzó la vacunación contra la difteria y la tos convulsiva. Pero, para lograr eliminar la viruela elaboró una fuerte campaña desde abril hasta agosto de 1950, a cargo de la Dirección General de Sanidad. Uno de los primeros en vacunarse fue el presidente Gabriel González Videla. 

No había registro de casos en el norte. La vacunación se efectuó con equipos fijos y móviles, con apoyo de Carabineros, las Fuerzas Armadas y la Cruz Roja, en Santiago, Rancagua, Linares, Concepción y Valdivia. Los primeros equipos atendían en hospitales, oficinas sanitarias y retenes policiales. Los segundos asistían a regimientos, colegios, fábricas y casas. Incluso se habilitó, en la capital, como centro de vacunación, la Estación Central. Para comprender el intenso plan de vacunación y la necesidad de erradicar la viruela, ya el 9 de agosto, de 1950, el total de vacunados ascendía a 5.328.307, cifra equivalente al 90% de la población del país en esa época. 

Gabinete de Bactereología, parte del Instituto de Higiene a inicio del siglo XX, Crédito Colección Biblioteca Nacional de Chile, Memoria Chilena.

Sin embargo, pocos años después, en 1957 sucede la propagación de la influenza. A pesar de que en un comienzo afectó solo a Santiago y Valparaíso, rápidamente aparecieron contagiados en el norte y en el sur. En agosto, de ese año, 11 mil escolares enfermaron. Se cerraron escuelas y suspendieron funciones de cine. El saldo fue de 20 mil muertos. Chile contaba con 7 millones de habitantes. 

En la década del 60, la vacunación apuntó a combatir el sarampión, que causaba graves daños a la población infantil, y un virus altamente contagioso como la poliomielitis, que se logró erradicar en 1975. Finalmente, Chile cuenta con un Programa Nacional de Inmunizaciones (PNI), que dio paso al calendario de vacunas, desde 1978. 

Sin embargo, el periodo de la dictadura militar, liderada por Augusto Pinochet, fue un retroceso para el desarrollo de las vacunas en el país. Esto unido al proceso de reformas asociado al rol subsidiario del Estado, establecido en la Constitución de 1980, y la privatización del sistema de salud.  

“Apenas cambió la administración en 1973, se suspendió toda inversión en equipamiento en vacunas, otras actividades productivas fueron cerradas o trasladadas, como la producción de penicilina, cloranfenicol, éter, insulina y hormonas tiroideas. La producción de vacunas se mantuvo con un presupuesto mínimo”, se lee en el ensayo Producción de sueros y vacunas en Chile, de Cecilia Ibarra y Mirtha Parada publicado el año pasado en la Revista chilena de Infectología.  

Otro antecedente de la dictadura, lo entrega un ensayo del Instituto de Salud Pública: “Aunque la producción de vacunas continuó, no hubo inversión en tecnología ni en innovación y desarrollo, provocando finalmente la muerte inminente de la producción de vacunas chilenas”. 

La década del 90 y el regreso a la democracia llegó con buenas noticias que se fueron diluyendo. Por un lado, comenzó a operar un Comité Asesor en Vacunas y Estrategias de Inmunización (CAVEI), que el Ministerio de Salud estableció por decreto desde 2009. Tras sus estudios, este comité multidisciplinario, permite las recomendaciones para la priorización de dosis en un proceso de vacunación. Lo que se vio ahora en el país con la vacunación por el Covid-19. Y, por otro lado, hubo intentos de reforzar la elaboración de vacunas. Sin embargo, por falta de inversión, el Instituto de Salud Pública (ISP), decidió cerrar el Departamento de Producción de Vacunas, en 2002. 

Es importante también fomentar la investigación. “En el caso del coronavirus, más allá del virus en sí mismo, es relevante decir que ocurre en un contexto donde las epidemias, en cierta medida, se entendían como superadas. Había confianza que la ciencia médica podía combatirla. El coronavirus es un ejemplo, bien concreto, que esto puede ocurrir y seguir ocurriendo”, recalca la historiadora Paula Caffarena. 

Una de las claves para el presente y el futuro son medidas anticipadas de parte de los gobiernos. La doctora Claudia Cortés, quien no solo se ha dedicado a la investigación, sino que ha estado en la primera línea combatiendo el coronavirus (en diciembre publicó en este medio la columna El cansancio y la rabia), ahora reflexiona: “La prevención debe seguir siendo un eje central y ampliar la prevención no solo con vacunas, sino con un modelo de salud que evite las patologías más prevalentes”.  

Imagen incluida en el folleto Tuberculosis y vacuna del Servicio Nacional de Salud, de 1955

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