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Opinión

25 de Marzo de 2021

Columna de Diana Aurenque: “Soy un hombre feliz”

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A propósito de la controversia en la que se vio envuelta Iskia Siches por tildar de “infelices” a algunos miembros del gobierno; y al descenso de nuestro país en el “ranking mundial de la felicidad”, el concepto ha estado muy en boga. Y se habla de infelicidad e infelices; sea en sentido metafórico o en sentido patológico. Pero ¿qué tal si mejor hablamos de los felices?

Hace casi un año y medio, el General Javier Iturriaga del Campo sostuvo en una de sus pocas declaraciones de prensa una frase que nos impactó abismalmente. Con total serenidad, nos dijo aquellas 12 palabras que a cualquier habitante de este país debería estremecer: “Yo soy un hombre feliz, y no estoy en guerra con nadie”. Evidentemente, Iturriaga levantó con ello una polémica que, a la fecha, aún no piensa, analiza o se estudia lo suficiente.

La controversia se centró en una posibilidad que no esperábamos o, peor aún, plantó en la sien una idea perturbadora. El General a cargo de la seguridad nacional, expresamente mandatado por el Presidente de la República, lo contradice. Tras una breve reflexión, Iturriaga echa por tierra la narrativa belicosa del Presidente; la misma retorica empleada por George Bush en 2002. El General se declara a favor del diálogo, e incluso se refiere a las “marchas” o “actos públicos masivos” como algo que los “ciudadanos con justo derecho quisieran realizar” y los insta a “que vengan, coordinemos” para poder autorizarlos. ¿No les recorre un frío por la espalda?

La sorpresa fue agridulce. Por un lado, tuvo algo hermoso ver a una autoridad de su rango, en el seno mismo del poder, contradecir públicamente la estrategia simplista, maniquea y errática del Presidente; una que intentaba separar el mundo entre buenos y malos. Pero, al mismo tiempo, con la misma sinceridad debemos reconocer lo escalofriante que resulta observar más empatía y sensatez de un General que de un Presidente. O, ¿acaso no nos debe provocar a los y las chilenas un genuino terror imaginar que el militar es más político que el gobernante?

Hace casi un año y medio, el General Javier Iturriaga del Campo sostuvo en una de sus pocas declaraciones de prensa una frase que nos impactó abismalmente. Con total serenidad, nos dijo aquellas 12 palabras que a cualquier habitante de este país debería estremecer: “Yo soy un hombre feliz, y no estoy en guerra con nadie”. Evidentemente, Iturriaga levantó con ello una polémica que, a la fecha, aún no piensa, analiza o se estudia lo suficiente.

Hoy quizás deberíamos volver a esa primera parte de la frase de Iturriaga y que menos revuelo causó: “Yo soy un hombre feliz”. Porque más parece que fue su expreso rechazo a la guerra (¡dicho de un militar!) lo que lo sacó de súbito de las pantallas y de toda publicidad -hasta la fecha- y no su declaración de felicidad ¿No nos hubiera ido un poco mejor si ese “hombre feliz” hubiera seguido a cargo de la seguridad del país durante la revuelta y no lo hubiera asumido Carabineros de Chile y al General Rozas?

No se trata, y en esto hay que ser enfáticos, suponer que los militares habrían actuado con mayor respeto a los Derechos Humanos (DDHH) que Carabineros; no hay pruebas para ello. Mucho menos insinuar que la milicia debería dirigir la política. Más bien señalar otra cosa: Quizás nos hubiera ido mejor, un poco mejor, si quienes lideran las armas también piensan. Pues la contradicción de Iturriaga fue en el fondo eso, más que un acto desafiante al gobernante, fue una reflexión.

Quizás Iturriaga algo sabía de esto. Sus dichos sobre la felicidad y sus repetidas alusiones a la prudencia hacen imposible no asociarlo a una cierta reflexividad. Y eso, a día de hoy, no lo hemos observado de parte ni de los altos mandos de Carabineros, ni de quien actualmente dirige a los militares. 

Como sostiene la filósofa Hannah Arendt, sólo cuando se piensa se puede hacer frente al mal. Para Arendt, el mal no es tanto una propiedad monstruosa; no se trata de que un día alguien se levante por la mañana con la fijación perversa de dañar a la humanidad -excepto tal vez en casos patológicos-. Analizando el juicio a Adolf Eichmann por el exterminio de millones de judíos, Arendt observa que su maldad radicaba justamente en su convicción de que “sólo seguía órdenes”. Arendt nota que el mal se da en el seno de una cierta “banalidad”; en medio de la inercia entre mandatos y obediencias ciegas.

Quizás Iturriaga algo sabía de esto. Sus dichos sobre la felicidad y sus repetidas alusiones a la prudencia hacen imposible no asociarlo a una cierta reflexividad. Y eso, a día de hoy, no lo hemos observado de parte ni de los altos mandos de Carabineros, ni de quien actualmente dirige a los militares. 

Una fuerza militar y de carabineros pensante; ¿no sería eso extraordinario? No para que sean políticos o gobernantes, sino para que sepan pensar y puedan negarse a cumplir órdenes inmorales o que atenten contra el bien común; que distingan entre órdenes justas e injustas, y que tengan el valor de denunciar a quienes al interior de su institución abusan de su poder. Ojalá entre tanto le devuelvan la voz al “hombre feliz” que además de todo, nos dejó pensando.

*Diana Aurenque es filósofa, académica de la USACH.

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