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Opinión

12 de Agosto de 2021

Columna de Diana Aurenque: Aborto y verdades

Reflexionar y discutir sobre el aborto significa siempre pensar sobre uno de los conflictos más controvertidos, tanto en la sociedad civil como en el mundo bioético y filosófico contemporáneo. Porque no se trata de una temática inventada, electoral o ideológica oportunista. Tampoco de un tema neutral de la jurisprudencia.

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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La Comisión de Mujeres y Equidad de Género de la Cámara Baja rechazó por 7 votos contra 6 la propuesta de legislar sobre un proyecto que busca la despenalización del aborto. Un proyecto que posibilitaría interrumpir un embarazo con el consentimiento de la mujer dentro de las primeras 14 semanas de gestación, sin expresión de causas. Los resultados reñidos en la discusión avivan una disputa que debe ser atendida con todos los argumentos y la generosidad de intentar entenderlos.

Reflexionar y discutir sobre el aborto significa siempre pensar sobre uno de los conflictos más controvertidos, tanto en la sociedad civil como en el mundo bioético y filosófico contemporáneo. Porque no se trata de una temática inventada, electoral o ideológica oportunista. Tampoco de un tema neutral de la jurisprudencia. Discutimos sobre uno de los conflictos más conmovedores y presentes desde que tenemos responsabilidades individuales y, a la vez, una serie de nuevas posibilidades científico-médicas.

Desde antaño interrumpir un embarazo refiere a materias complejas. Ello se debe, en primer lugar, a la multiplicidad de actores involucrados en el conflicto, y a sus intereses en disputa: la mujer, su embarazo, la medicina, la sociedad, el mundo médico y a los gobernantes. A todos toca el embarazo, sea realidad o idea.

Porque el aborto no sólo involucra un conflicto de la mujer con su gestación, sino también con una serie de valores y principios que tienen un suelo político y cultural enorme, y fuertemente enraizado con prácticas médicas, familiares y políticas. Todas embalsamadas de cultura y tradición y con un legitimo suelo de legitimidad.

Entonces ¿cómo dialogar sobre el aborto en esta complejidad? No se puede solamente dividir la racionalidad de las emociones, ni tampoco negarla o confundirla. Hay algo muy insólito en lo que nos congrega en pensar sobre el aborto y que es tiempo de reconocer.

Desde antaño interrumpir un embarazo refiere a materias complejas. Ello se debe, en primer lugar, a la multiplicidad de actores involucrados en el conflicto, y a sus intereses en disputa: la mujer, su embarazo, la medicina, la sociedad, el mundo médico y a los gobernantes. A todos toca el embarazo, sea realidad o idea.

Hagamos el esfuerzo y miremos el conflicto de frente. Por un lado, está la retórica pro-abortiva, especialmente en el discurso feminista, que exige respetar por sobre todo la autonomía de la mujer y su posibilidad de decidir sobre su cuerpo e integridad física. Por otra parte, están las posturas de rechazo a esta práctica, y que esgrimen el argumento de la protección del derecho de la vida del que está por nacer, como un mandato categórico que estaría por sobre la autonomía antes planteada. Ambas posturas son, sin duda, sensatas y son buenos argumentos. Pero ¿dialogan?, ¿podemos consensuar algo mejor desde eso? Todo indica que no.

Conociendo las posturas, ambas válidas, sería tiempo de realmente de reconocerlas y no sólo atrincherarnos. Para que así después surja algo mejor, un consenso. Porque de lo que se discute hoy, finalmente, rivalizamos sobre visiones de mundo distintas; valores que puedan primar por sobre otros, cada uno como casi absolutos, y que compiten. Pensar en el aborto es creer, por desgracia, que la autonomía y el derecho a la vida son rivales; y no lo son.

La verdad es otra. Sabemos que ambos valores son válidos. Lo difícil por eso no es pelear con ellos, sino que nuestro desafío está en comprender que, en dilemas éticos, como el aborto, jamás existe la “única” “buena” respuesta válida. Jamás un valor o derecho está por sobre el otro absolutamente.

Por lo tanto, la invitación dialogante debería ser más humilde: entender, por ejemplo, que ambas posturas valen, pero que, en ocasiones justificadas, una puede pesar más. Y el aborto hasta la semana 14, por lo que nos indica la ciencia médica, parece darnos buenas razones para comprender que la mujer embarazada en conflicto, no “mata”, por mala persona, ni por “irresponsable”, porque la posibilidad de gestar no la hace una obligación que la despoja de sí.

Conociendo las posturas, ambas válidas, sería tiempo de realmente de reconocerlas y no sólo atrincherarnos. Para que así después surja algo mejor, un consenso. Porque de lo que se discute hoy, finalmente, rivalizamos sobre visiones de mundo distintas; valores que puedan primar por sobre otros, cada uno como casi absolutos, y que compiten. Pensar en el aborto es creer, por desgracia, que la autonomía y el derecho a la vida son rivales; y no lo son.

Es cierto que una mujer puede “gestar” vida, pero ¿la hace ello, una posibilidad hermosa, una víctima de su biología? Si hacemos de ello una obligación biológica, ya no hay nada humano ni ético, no hay amor humano de ese que valoramos, sino puro determinismo biológico. Y, si sabemos, que el amor de padres y madres en humanos sale solamente; si sabemos realmente del amor que es entrega y que nada tiene que ver con mandatos, ¿podemos y debemos mandatar amor, donde no hay?, ¿puede haber amor ahí?

*Diana Aurenque es filósofa. Directora del Departamento de Filosofía, USACH.

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