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Política

6 de Noviembre de 2021

Hablar hasta por los codos para salvar la acusación a Piñera: cómo este maratónico ejercicio de versología vincula al diputado Naranjo (PS) con el Presidente Barros Luco

Agencia Uno

"Si es por acusar a Piñera puedo estar hablando un mes", se ofreció, generoso y esforzado, el diputado Jaime Naranjo para mantener la acusación contra el Mandatario ante los imprevistos en el quórum debido a la cuarentena de los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson por el contagio de Covid-19 del abanderado de Apruebo Dignidad. Nada nuevo bajo el sol: esta práctica parlamentaria llamada "filibusterismo", ya tenía antecedentes en la llamada "República Parlamentaria" y generó quebraderos de cabeza a los gobiernos de la época.

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La cuarentena en la que entraron algunos parlamentarios y candidatos presidenciales, luego de que el abanderado de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, confirmara a través de un PCR que contrajo Covid-19 en su variante Delta, ha tenido efectos insospechados en la agenda legislativa

Esto, ya que el lunes 8 de Noviembre, en la Cámara de Diputados se deberá votar la acusación constitucional contra el Presidente Sebastián Piñera – la cual necesita 78 votos para ser aprobada-, producto de su vinculación en la compraventa del proyecto minero Dominga.

Un hito político-legislativo que se complejiza para la oposición, ya que el diputado Boric no podrá asistir a la votación del libelo que busca destituir al Mandatario, mientras que su par de RD y coordinador político del comando presidencial del candidato frenteamplista, Giorgio Jackson, tiene complicada su asistencia al Congreso -sólo puede ser votada de manera presencial- debido a su calidad de “contacto estrecho” respecto al estado sanitario de su amigo y abanderado del bloque.

Este complejo escenario para la oposición ha puesto sobre la mesa algunas soluciones, curiosas y variopintas a ojos del sentido, a saber:

1) Que los diputados no respeten la cuarentena y asistan a votar de todas formas al Parlamento.

2) Que se haga una reforma constitucional para que se habilite el voto a distancia, iniciativa inviable por los tiempos y las condiciones políticas.

3) Que el “diputado(a) acusador” contra el Presidente extienda su argumentación por horas, cosa que obligue a que la sesión tenga que continuar al día siguiente, lo que daría el tiempo necesario para que parlamentarios como el diputado Jackson, salgan de cuarentena y asistan a votar al Congreso.

Una línea de acción que fue defendida, sin asomo de pudores, por el diputado PS Jaime Naranjo.

Puedo hablar 72, 96 (horas) o cinco días… si es por acusar a Piñera puedo estar hablando un mes, no que en un día se ve la acusación constitucional, sino que diariamente la Sala va a sesionar hasta votar la acusación constitucional”, dijo el entusiasta parlamentario, quien incluso agregó referencias bíblicas para defender la interminable versología.

“Vamos a aplicar la Ley Lázaro: hasta que los enfermos caminen”, remató, en alusión al pasaje de las “Sagradas Escrituras”, donde un muerto llamado Lázaro resucitó por obra y gracia de Jesús de Nazareth: “Levántate y anda”, dicen que le dijo…

Vicios del “parlamentarismo”

Esta última idea reflotaría una práctica parlamentaria enterrada en lo más profundo de nuestra historia republicana, ampliamente utilizada entre 1891 y 1925 en el denominado “Régimen Parlamentario”: el filibusterismo, esto es, la obstrucción parlamentaria a través de la no clausura del debate.

Esto es explicado en simple por el historiador y académico de la Usach, Cristóbal García-Huidobro. “No había cómo terminar el debate de un determinado diputado o senador, entonces podía estar hablando durante horas y horas. Se utilizaba como un mecanismo para entorpecer la discusión de un determinado proyecto de ley para ganar tiempo, para negociar con el Ejecutivo si era necesario, o ese mismo Ejecutivo podía mandar a sus diputados y senadores a bloquear”.

Esta práctica tiene una amplia historia en el país e, incluso, puede remontarse a los albores de la república.

“Se produce por los problemas que había con las características de los reglamentos de las Cámaras. Esto se encontraba bastante desregulado desde el primer reglamento de 1846, en el que no había clausura del debate”, comenta el historiador e investigador de la Universidad Finis Terrae, Joaquín Fernández.

Sobre esta práctica, Fernández también apunta que “fue utilizado como mecanismo por los partidos que estaban en minoría y también por los partidos que se sentían amenazados por el Ejecutivo. De esa manera, si no había una mayoría parlamentaria, podían terminar ganando hasta por cansancio, por lo menos evitando que le pusieran término y negociando con bastante mejor capacidad”.

El filibusterismo, sin embargo, terminó por desprestigiar el debate parlamentario, por lo que encontró su fin a comienzos del siglo XX.

“Fundamentalmente se acabó con la promulgación de la Constitución de 1925, y con la llegada de gobiernos autoritarios, como el de Carlos Ibáñez del Campo. Con la normalización constitucional a partir del año 32, uno se da cuenta de que la gente ya estaba aburrida de estos ires y venires, de que la discusión política no llegaba a ningún lado”, comenta García-Huidobro.

Por esto mismo, el historiador de la Usach dice ver con “preocupación” la propuesta de Naranjo. “Lamentablemente, parece que no estamos aprendiendo las lecciones del pasado y creemos que la ley y la Constitución todavía se rigen bajo la lógica portaliana, que decía que la Constitución hay que violarla las veces que sea necesario”, dice García-Huidobro, quien se expresa agregando un reproche.

Estamos repitiendo malas costumbres que se suponían erradicadas de nuestro sistema político. También el oportunismo detrás de esto es insoslayable”, finaliza.

Barros Luco y la presión del “balmacedismo”

Corría el año 1911 y el Presidente en ejercicio, Ramón Barros Luco, cumplía su segundo año de gobierno en pleno régimen parlamentario, una institucionalidad que derivó en que el Congreso le impuso un gabinete que no gozaba de la confianza del Mandatario.

Esto, ya que en vez de gobernar con miembros de su colectividad -Partido Liberal-, Barros Luco se vio presionado por el Parlamento para tener en su gabinete a dirigentes balmacedistas y a miembros de los partidos Conservador y Demócrata.

Ante este dilema, el Presidente pidió ayuda a los parlamentarios de su partido para que ejercieran el rol de filibusteros.

“Esto era una manera de generar una crisis de gabinete. En la práctica, llevó a que el gabinete se sintiera sin la confianza del Congreso”, apunta Joaquín Fernández sobre el episodio.

Esto también fue registrado por el político liberal de la época, Manuel Rivas Vicuña, quien en su “Historia Política y Parlamentaria”, comentó sobre el hecho: “Si (los parlamentarios) no lograban frustrar la sesión con su ausencia, sólo dos de ellos concurrían a la Sala para no contribuir al mantenimiento del quórum. Uno debía hablar y el otro estar listo para reemplazarle en cuanto termina el tiempo reglamentario de un discurso, o si desfallecía en la tarea de hablar cuatro horas seguidas sobre una materia sencilla, en medio de las conversaciones o burlas de la mayoría”.

Un día entero para cambiar el reglamento

Otro ejemplo de esta práctica verborreica ocurrió en 1898.

La Cámara debía votar la Ley de Presupuestos del año próximo y ante una mínima regulación del debate que tenían este tipo de votaciones en el Congreso, los parlamentarios decidieron votar el presupuesto “partida por partida e ítem por ítem, lo que lo volvía una cosa interminable”, comenta Fernández.

“Esta era la manera que tenían para presionar al Ejecutivo y a las mayorías en el Congreso para aprobar otros proyectos particulares que estaban presentando los parlamentarios”, complementa el historiador.

Con todo, Fernández también rememora una ocasión en 1918 en la que los parlamentarios, cansados de este hábito insufrible, quisieron modificar los reglamentos de las cámaras. Para ello recurrieron, precisamente, al filibusterismo.

“Paradójicamente, hubo una vez que los sectores que querían reformar los reglamentos para poner clausura del debate, tuvieron que hacerlo alargando los debates. La Alianza Liberal, que agrupaba a los partidos Liberal y Radical, acordó celebrar una sesión de 24 horas para vencer la resistencia de los conservadores, quienes se oponían a modificar los reglamentos”.

“Lo paradójico es que para aprobar un reglamento que permite la clausura del debate, se realizan estas sesiones maratónicas que se terminan ganando por cansancio”, finaliza Fernández.

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