Nuevo semillero de líderes: así es la Escuela de Salud Pública desde donde egresaron Siches, Quinteros y Domínguez
Además del perfil joven y un meteórico ascenso a posiciones de liderazgo, Izkia Siches, María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez comparten el haber cursado un posgrado en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, la más prestigiosa del país. ¿Cuál es el sello que esa institución deja en sus alumnos? ¿Y qué visión de la salud pública hay detrás? The Clinic conversó con un grupo de docentes de la Escuela para responder a estas y otras preguntas.
Por Javier MiddletonCompartir
¿Qué tienen en común Izkia Siches, María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez? Además de su figuración en la esfera pública -y en connotadas posiciones de liderazgo-, los tres profesionales comparten el haber egresado de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile.
Siches, rostro clave de la campaña de segunda vuelta de Gabriel Boric, cursó el magíster en salud pública que imparte la casa de estudios, al igual que el actual vicepresidente de la Convención Constitucional, Gaspar Domínguez. La presidenta de la Convención, María Elisa Quinteros, es magíster y doctora –ganó un importante premio internacional por su tesis– en salud pública, también de la Escuela.
Existen más personajes destacados de la historia y contingencia chilena que se relacionan con la institución. De hecho, esta se llama desde 2011 “Escuela de Salud Pública Dr. Salvador Allende”, en honor al salubrista y expresidente, cuya vinculación con el organismo se remonta a sus orígenes, a mediados del siglo XX.
Otros egresados notables son, por ejemplo, el exministro de Salud del segundo gobierno de Piñera, Emilio Santelices; o la enfermera Helga Balich, quien asumió en agosto del 2021 el cargo de SEREMI de Salud para la Región Metropolitana, desde donde lidera parte de la estrategia sanitaria del país para combatir la pandemia de Covid-19.
¿Cuál es el sello de los profesionales y líderes que se forman en la Escuela? ¿Cómo surgió? ¿Y cuál es su visión y principal característica en términos formativos? Todas estas preguntas fueron planteadas a un grupo de docentes del instituto, quienes entregaron a The Clinic algunas luces respecto a qué define a la Escuela de Salud Pública más importante del país, y una de las referentes de Latinoamérica.
Un “accidente” de la Segunda Guerra Mundial
La Escuela de Salud Pública se fundó en 1943, fruto de un acuerdo entre la Universidad de Chile, la Fundación Rockefeller de EE.UU. y el Instituto Bacteriológico de Chile. En un comienzo, y hasta 1981, era conocida como “Escuela de Salubridad”.
Según relata el Dr. Óscar Arteaga, director de la Escuela desde diciembre de 2021 -cargo que también ocupó entre 2011 y 2017-, se podría argumentar que el origen de la institución fue un “accidente” de la Segunda Guerra Mundial. Antes de que estallara el conflicto bélico, el reconocido médico chileno Benjamín Viel programó un viaje a Europa, para celebrar su luna de miel. Cuando el barco en que se trasladaba llegó a Panamá, para cruzar el estrecho, el capitán del navío informó a los pasajeros que, en el Viejo Continente, reinaba la guerra.
Viel y su esposa decidieron entonces cambiar el destino a EE.UU., cuenta Arteaga. Ya en Nueva York, tomaron contacto con representantes de la Fundación Rockefeller. Y en una de esas conversaciones, Viel se enteró de otra noticia: las becas que la Fundación había otorgado a médicos estadounidenses para especializarse en Europa no podrían concretarse, por culpa de la guerra. Fue entonces cuando planteó la idea de que ese dinero se usase en profesionales latinoamericanos. “Ahí se abre una puerta para la formación en salud pública, en la Universidad Johns Hopkins, para un conjunto de profesionales chilenos, que son los que finalmente forman la Escuela de Salud Pública de Chile”, explica Arteaga.
Esa génesis, conectada con instituciones de prestigio mundial, hizo que la Escuela fuera reconocida en Latinoamérica. Profesionales de todos los rincones de la región viajaban para estudiar en ella. A la larga, comenta Arteaga, “esto fue muy importante para la formación de otros sistemas de salud en la región, como el cubano o el costarricense. Ahí hay influencia chilena”.
En 1952, en los pasillos de la Escuela comenzó a delinearse lo que sería el Servicio Nacional de Salud chileno, “recogiendo las ideas que el salubrista Salvador Allende tuvo y que planteó a raíz del terremoto de Chillán, donde la respuesta sanitaria fue bastante inadecuada, fragmentada (…). Esa fue la experiencia que permitió generar la idea de un sistema unificado a nivel nacional”, afirma el director.
Esa primera edad de oro de la Escuela duró hasta 1973, cuando sufrió, junto a otras instituciones académicas en Chile, la impronta del golpe militar y la posterior dictadura. Durante ese período, la Escuela “perdió mucho capital académico”, dice Arteaga, y la recuperación del plantel de profesores no se daría hasta el retorno de la democracia.
Hoy, la Escuela cumple un rol fundamental en la formación de los profesionales de la salud del país. En primer lugar, porque coordina asignaturas de pregrado para los estudiantes de las ocho carreras de la Facultad de Medicina de la U. de Chile. Para posgrado, la Escuela ofrece cuatro programas de magíster, así como una especialidad médica en salud pública. Imparte además el único doctorado en salud pública de Chile. Desde 2002, un promedio de 33 alumnos se ha graduado anualmente solo del magíster en salud pública; y desde 2003 -año de su creación-, el doctorado registra un promedio anual de cinco graduados.
En paralelo, la Escuela lideró en 2011 una convocatoria para conformar la “Red de Instituciones Formadoras en Salud Pública”, donde participan 22 universidades del país que poseen alguna unidad, departamento o instituto de salud pública. “Es una experiencia muy interesante de colaboración. Pusimos en conocimiento de todos nuestras mallas curriculares, con los contenidos que desarrollamos en distintas asignaturas, para poder establecer una base sobre la cual desarrollar las competencias básicas en salud pública que debe tener cualquier egresado de una universidad chilena”, señala Arteaga.
El sello de la Escuela de Salud Pública
Consultado acerca de la visión que define a la Escuela, el director lo acota a “contribuir a mejorar el nivel de salud de la población”. “Diría que hay elementos que son transversales, como entender la Salud como un derecho, que es algo que nadie discute (…). En términos de valores, es alcanzar la equidad, la solidaridad; el respeto hacia las personas”, agrega.
Dice que hay un lema, acuñado en Finlandia a fines de los ’90, que genera consenso en la Escuela y, en general, en el ámbito de la salud pública: “Salud en todas las políticas”. Arteaga ejemplifica con el daño que causa a los habitantes el alcohol y tabaco, cuyo consumo se desincentiva mediante impuestos. Políticas más económicas que sanitarias, pero que impactan directamente en la salud pública.
“Hemos ido avanzando, en términos de consenso técnico, en la necesidad de tener un Sistema Único de Salud, que sea el mismo para todos. Valóricamente, nos parece que, como sociedad, es el paso que tenemos que dar: avanzar a un sistema que no discrimine por el nivel de ingreso que tienen las personas”, complementa el director, en un guiño a la propuesta que el presidente electo Gabriel Boric instaló en su programa de gobierno.
A pesar de estos lineamientos, Arteaga es enfático en apuntar que “la Escuela siempre se ha definido y se sigue definiendo como un espacio plural (…). Las visiones de mundo que puedan existir al interior de la comunidad se expresan con libertad”.
Sobre el “sello” que la Escuela imprime en sus alumnos, Cristóbal Cuadrado, profesor asistente de la institución y uno de los académicos que colaboró con el programa de salud de Boric, describe el perfil en base a un cúmulo de preceptos.
“Desde sus orígenes, la salud pública está íntimamente ligada con la comprensión de que los procesos sociales y la distribución del poder juegan un rol fundamental en determinar la salud colectiva. Desarrollar una sociedad más saludable requiere pensar las formas en las que construimos cada uno de los cimientos de las interacciones sociales, y las instituciones que nos damos para organizarnos”, sostiene Cuadrado.
Por lo mismo, observa que la salud pública se relaciona “al desarrollo de la seguridad social y a los movimientos sociales, que han reivindicado una vida digna e igualdad de derechos en los más diversos momentos históricos y contextos”. En este punto, Cuadrado toma las enseñanzas de Salvador Allende como uno de los “notables ejemplos de este vínculo ineludible entre la salud colectiva, la salud pública y los grandes procesos sociales”.
Nella Marchetti, ingeniera química vinculada hace más de 20 años a la institución, y hoy Jefa del programa de Salud Ocupacional, destaca por su parte que “la Escuela es como un puente entre las ciencias del conocimiento, porque la salud pública está relacionada a una gama de temas”.
En esa línea, comenta cómo en su programa hay ingenieros, médicos, sociólogos e historiadores, entre otras profesiones. “Ojalá tuviéramos una mirada de salud en todas las políticas, porque indudablemente cada una de las políticas incide en la salud de la población”, sintetiza, añadiendo que “nuestro perfil de egresados tiene una mirada crítica de lo que está pasando. Esa es la impronta de la Escuela, que es lo que tratamos de inculcar”.
Esto último es similar a lo que postula Pablo Ruiz, docente de la Escuela desde 2009 y profesor asociado desde 2016. Aunque sus estudios se centran en los efectos de la contaminación en la salud pública, comanda asignaturas tanto para alumnos de pregrado como de posgrado. No obstante, el curso que él dirige con mayor autonomía, en el nivel de posgrado, es el de epidemiología ambiental.
Fijándose en los que siguen el camino de doctorado, Ruiz opina que “son personas que tienen afinidad con la investigación, pero también una veta muy social. De hacer investigaciones que realmente tengan un impacto en la salud de la población. Hacer investigación para ver qué podemos hacer, en forma colectiva y entre todos, para mejorar la salud de la población”. Puntualiza que, en general, “los chicos vienen con eso. Llegan con esa sensibilidad. Pero la vamos trabajando más durante los programas”.
Pablo Ruiz hace hincapié en que esta forma de enfrentar las investigaciones genera conocimientos que traspasan fronteras: “Por ejemplo, entender cómo la contaminación atmosférica afecta la salud de las personas, es algo que es necesario comprender en Chile, pero a nivel global, también”.
La esperanza en Siches, Quinteros y Domínguez
La sensación de orgullo, entre los académicos de la Escuela, es palpable ante el ascenso meteórico de Izkia Siches, María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez, a posiciones de poder. Y confían en que cumplirán a cabalidad su trabajo, apoyándose en diversos factores.
“Desde el rol de facilitador del proceso de aprendizaje de estos jóvenes, como profesor, uno lo que siente es un gran orgullo respecto a que, no solo ellos, sino que otros egresados y egresadas estén cumpliendo tan destacadas funciones”, dice Óscar Arteaga, quien impartió clases a los tres. “Uno no puede dejar de sentirse chocho, cuando estos jóvenes brillantes tienen un nivel de desarrollo que excede a sus profesores. Uno siente que la contribución que ha hecho a su proceso formativo es muy satisfactoria”.
Particularmente de Quinteros y Domínguez, el director espera que “por la formación que tienen” y su labor constituyente, “avancen también (en la Convención) en un sistema (de salud) que sea para todos. Que el derecho a la salud se pueda expresar en términos del acceso a la atención, en un sistema que efectivamente no discrimine, como sí ocurre en el sistema actual”.
Arteaga comparte además su experiencia en la sala con Gaspar Domínguez, “el más reciente (entre los tres) de nuestros egresados”. “Recuerdo dónde se sentaba, el tipo de preguntas que hacía… Él siempre destacó por tener una mente inquieta, por expresar con mucha libertad sus opiniones y visiones; y también porque, en términos de su forma de ser, que se percibe a través de la comunicación pública que él ha tenido en virtud de la exposición de este último tiempo, muestra una tremenda humanidad”.
Pablo Ruiz, quien fue profesor guía de la tesis doctoral de María Elisa Quinteros, se suma a las proyecciones optimistas: “El que haya profesionales (en estos liderazgos) como los que nosotros hemos formado en el doctorado me parece que es muy buena noticia para el país. Ojalá empiecen a aparecer en otras áreas, de forma transversal”.
El investigador dedica, además, unas palabras a su alumna, con quien formó una relación cercana. “Ella es brillante en todos los aspectos que te puedas imaginar. En lo académico, sí; pero no es lo principal. El trato que tiene, la parada ante el mundo, la capacidad de escuchar… Creo que ese el rasgo más importante que tiene María Elisa: su capacidad de escuchar”, comenta, puntualizando que es “muy receptiva”, y que solía “descubrir” cosas que compartía con sus colegas, abriéndose a distintas perspectivas para resolver problemas.
Cristóbal Cuadrado menciona a otros “jóvenes liderazgos excepcionales” que salieron de la Escuela y que no forman parte de esta terna, como la Dra. Francisca Crispi -presidenta del Colegio Médico para Santiago- y el Dr. Roberto Estay -coordinador del cambio de mando de Gabriel Boric-. “Esto me da mucha esperanza de que en los próximos años veremos avances sustantivos para materializar el anhelo de un Sistema Universal de Salud, público y solidario, que no deje a nadie atrás”, señala Cuadrado.
“Una cosa bien admirable es que sean jóvenes”, dice Nella Marchetti. “Y esa misma juventud les hace tener menos autocensura, en cada una de sus posiciones. Entonces, ese atreverse más, el correr el límite, es lo principal. Están abiertos a todo, con un ánimo muy conciliador, al mismo tiempo. Es una combinación muy genial”, concluye.
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