Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

15 de Octubre de 2022

Pablo Azócar, escritor: “Se me habían secado las palabras”

Luis Poirot

Después de 25 años Pablo Azócar vuelve a escribir una novela. Se trata de El silencio del mundo, historia narrada entre la excitación social y el delirio de la pandemia, con la que el autor de Natalia (1990), su ópera prima de culto hasta el día de hoy, regresa con editorial Tusquets inicialmente a México y Chile. A través de una historia que se puede leer desde el amor y la incertidumbre, el prosista, quien alguna vez dijo que no volvería a escribir, ahora con una pluma sincopada y envolvente parece estrujar la palabra para instalarse no sabemos hasta cuándo en escena.

Por Patricio Olavarría

Como periodista, Pablo Azocar trabajó en las revistas “Hoy” y “Apsi”, y más tarde participó en los inicios de “The Clinic”. Fue editor y corresponsal de la agencia Inter Press Service (IPS) en Roma, París, Madrid, Bruselas y Lisboa (su ciudad fetiche y que es donde va a morir, según le dijo una bruja). También estuvo en San José de Costa Rica en la época de la guerra en Centroamérica. Hoy lejos del periodismo, se dedica a hacer talleres literarios individuales y clases de literatura en la Universidad Adolfo Ibáñez. En el bar de un grato hotel del barrio Lastarria, hicimos esta entrevista con la tibieza de la incipiente primavera y con un Martini seco en la mano.

-¿Cuál es la pulsión que hay detrás de esta novela después de 25 años?

-Supongo que volver a la actividad para la que estoy hecho. Si no escribí durante tantos años es porque sencillamente se me habían secado las palabras, como le sucede a la protagonista de El silencio del mundo, que por cierto es una suerte de alter ego. Dejé de escribir porque cuando lo hacía el resultado era un bodrio. Me las arreglé internamente diciéndome que, por lo pronto, era una suerte poder vivir enseñando literatura y leyendo mucho. Recuerdo haberme encontrado con Germán Marín en Providencia, hace algunos años, nos abrazamos y me preguntó cuándo iba a publicar. Le respondí que nunca, que yo era un ex escritor. Él creyó que era una broma, pero yo lo decía en serio.

-¿Estuviste refunfuñando todo este tiempo con alguna sombra o se trata de una larga sacudida para llegar a El silencio del mundo? ¿Ha sido “un largo y sinuoso camino”, citando a Paul McCartney?

-Sí, ha sido muy largo y muy sinuoso. Volver a la escritura fue el resultado de un intenso proceso interior y, por cierto, de una larga terapia. Cuando volví a escribir novela lo hice en el encierro de la pandemia, de una manera espasmódica, frenética, que parece que es el único modo que tengo de escribir. En alguna parte el gran Guillermo Cabrera Infante dijo que un escritor que deja de escribir es un escritor que se está cortando las manos. Me acordé de Maradona, cuando lo castigó la FIFA y declaró que le estaban cortando las piernas. Me irritó cuando lo leí, en ese momento me pareció melodramático, pero creo que Cabrera Infante tenía razón.

-Hace dos décadas en Chile campeaba la Concertación y estaba de moda Tony Blair en Europa. ¿Qué ha cambiado más, el mundo o el escritor?

-Todas las anteriores. Hacia los cuarenta años fui un adolescente tardío y tonto que deambulaba sin rumbo por la noche, pero irrumpió mi adorada hija y mi vida cambió para siempre. Sin embargo, creo que el mundo ha cambiado todavía más y mucho peor de lo que nunca imaginamos.

-¿En qué sentido?

-Creímos ingenuamente que las redes sociales iban a traer más democracia, pero ha sido lo contrario. Es terrorífico comprobar cómo crece y ronca hoy la ultraderecha en Europa, que pensábamos que era el último bastión. Creímos que con Hitler y el holocausto los europeos se habían curado de espanto. Pero no. Ni en las peores pesadillas hubiéramos podido imaginar la distopía de hoy, donde en varios de los países con mayor tradición de occidente, países de alguna manera fundadores del mundo occidental, como Italia, Francia y España, la ultraderecha está directamente en el poder o pesando de un modo decisivo. Lo de Italia es terrible. ¡Madonna!

-El fenómeno se extiende también a los países escandinavos.

-¡Es increíble, también los países nórdicos, que creíamos democracias ejemplares, con estado benefactor y todo eso! En Finlandia hoy campea en el poder ese grupo del terror denominado Verdaderos Finlandeses, euroescéptico e islamófobo. En Noruega y Dinamarca ya está muy instalada una derecha populista que se opone al famoso sistema fiscal escandinavo. En Suecia los Demócratas Suecos tienen su sustento en grupos neonazis, y ya cuentan con representantes en el mismísimo parlamento europeo.

-Lo inquietante es que todo esto sucede a través de las urnas. 

-Claro, a partir de la crisis económica y la crisis de los refugiados, azuzando el temor a los “bárbaros”. Lo que me asombra es la complicidad silenciosa de las derechas liberales o democráticas, tal como sucediera hace exactamente cien años cuando fueron creciendo Mussolini y Hitler. En estos días no he dejado de pensar en ese escritor maravilloso que es Stefan Zweig, que en 1942 se suicidó, tendido en la cama de un hotel junto a su mujer, cuando estaba exiliado en Brasil, en medio de las celebraciones del carnaval, porque no soportó ver en lo que se estaba convirtiendo su venerada Europa.

-Y pronto en Estados Unidos puede volver Trump. 

-¡Y esto sucede en el país más poderoso del mundo! Habíamos creído, también ingenuamente, que Trump sería una pesadilla pasajera, pero a estas alturas ya tiene completamente bajo su control al Partido Republicano, aplastó a la disidencia interna, y muchas señales indican que podría volver a ser presidente. Un tipo chabacano, misógino, racista, ignorante y patológicamente mentiroso. Cuesta creerlo. Para peor, con lo de la guerra de Ucrania los países europeos se entregaron dócilmente a la égida de Estados Unidos que domina la OTAN, como si no supieran que Trump está a la vuelta de la esquina. Me pregunto si no se dan cuenta de lo que podría llegar a ser ese tándem entre Trump y Putin.

-Y no hemos hablado del gigante sudamericano, Brasil.

-Es la distopía total. No sabemos si va a ganar Lula en la segunda vuelta, pero Bolsonaro, otro palurdo, misógino y racista, un nostálgico de la dictadura militar, ya triunfó en el parlamento. El general que mató de asfixia por el covid a miles de personas en Manaos fue una de las primeras mayorías en Río de Janeiro. El exministro del Medio Ambiente que se dedicó de una manera salvaje a depredar la Amazonía, el pulmón del planeta, derrotó por paliza a Marina Silva, una ambientalista reconocida en todo el mundo. También fueron elegidas la exministra de Agricultura conocida como “la diosa del veneno”, porque aprobó miles de pesticidas, y la exministra de la Mujer que mintió sobre su currículum y defiende que los niños vistan de azul y las niñas de rosa. Incluso ganaron un escaño un terraplanista y un general que reinvindica la tortura. 

-Y en Chile está el fenómeno Kast.

-Prefiero no pensar mucho en eso todavía. Soy insomne y quiero tratar de dormir. Por lo pronto, pese a las gigantescas adversidades, creo que Gabriel Boric lo está haciendo bien, aunque lo combatan con tanta fiereza desde la derecha y desde la izquierda, como le sucediera a Allende. Hay un punto en que la ultraderecha y la ultraizquierda se parecen demasiado. Es increíble que todavía haya izquierdistas que defiendan a sujetos impresentables como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua.

-Pero sigues empecinadamente en el “horroroso Chile”, cómo dijo Enrique Lihn.

-Volví a Chile algunos años después de la vuelta de la democracia, casi como si viniera a vitrinear, pensando que sería por poco tiempo, pero apareció la maravilla de mi hija y yo ya no vivía con la madre, y supe que me quería a quedar.

-Tu última publicación fue un libro de poemas que se presentó hace trece años en el Club de Jazz, El placer de los demás, y ahora inicias esta novela con un Miles Davis que dice “So what”. ¿Entre una nota y otra hay un largo y curioso silencio, no crees?

-Pienso en esa presentación y no puedo no recordar que allí tocó la trompeta Cristián Cuturrufo, un gran amigo y un ser excepcional. Todavía me vienen ganas de llorar cuando pienso en él. Leí poesía en el Jazz Corner con él y con su grupo. Hoy aquel Club de Jazz de la calle Macul ya no existe, y sobre todo no existe Cuturrufo, uno de los músicos más importantes que han existido en este país. Qué monstruo de talento. Algo muere en todos nosotros cuando muere un artista como él.

-En el epígrafe de la novela citas a Marguerite Duras y a Enrique Lihn, quienes evocan la muerte y el amor. Alguna vez te escuché decir que toda historia es una historia de amor.

-No sé si dije eso alguna vez, pero me gusta la idea de haberlo dicho. En esta novela quise abordar una historia de amor porque todas las pulsiones humanas se cristalizan allí. El amor siempre es insuficiente, siempre conlleva conflictos, incertidumbre y contradicciones. Y el error, claro. Tal vez el rasgo humano más esencial es el error, y cómo nos equivocamos en el amor.

-“El dolor, a partir de un cierto grado, no tiene reparación”, dice Elisa, la protagonista. Es una frase concluyente. ¿A qué te refieres con el “miedo azul” del que se habla en la novela?

-Es una manera de rozar o asomarme al tema de la locura, de los desequilibrios emocionales, del dolor moral llevado al límite, pero no soy aún capaz de ir a fondo en ese tema, quizá porque me duele todavía demasiado. También me digo que alguna vez, “cuando sea grande”, me voy a atrever a aproximarme al tema de mi padre, que era muy autoritario, un poco como el padre de Kafka, pero a la vez a todos los hermanos nos legó su melomanía, ¡la música y su magia!, y una firmeza ética irreductible.

-Hay un capítulo donde la figura de Virginia Woolf emerge para hablar de la escritura y del sentido del deber y el hedonismo. ¿Representan Elisa y Diego, los personajes centrales de la novela, figuras que se mueven entre el placer y el estoicismo? Pues lloran y ríen a la vez. 

-Me gustan los estoicos como Séneca, pero me gustan todavía más los epicúreos como Horacio. Elisa se siente cerca del epicureísmo, el placer entendido como un bien supremo, pero siempre comedido, vinculado a cierta serenidad, cierta vida tranquila, lejos de todo exceso, ojalá sin miedo a la muerte, la vejez, la enfermedad.

-¿Está muy sola la escritura en un país tan competitivo y consumista como Chile?

-La escritura siempre ha sido un ejercicio solitario. Basta mirar las biografías de escritores enormes como Pessoa o Robert Walser, por decir algo. No todos, pero la mayoría de los escritores que conozco sufre bastante con la demanda de exposición que supone hoy el marketing y todo eso.

-Gengis Khan es el gato de la novela. ¿Cuántas vidas tiene Pablo Azócar?

-No sé si tenga siete vidas, pero estoy preparado para enfrentar esa coyuntura. Claro que, ahora que lo pienso, Nicanor Parra dijo en alguna parte algo parecido a esto. ¿Por qué siempre desembocamos en Nicanor Parra?

* Fotografía de portada publicada en el libro El paisaje es el rostro: retratos de escritores chilenos, de Luis Poirot, cuyas fotografías se exhiben actualmente en Casas de Lo Matta.

Notas relacionadas

Deja tu comentario