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Mundo

3 de Marzo de 2023

¿Por qué Stalin vuelve a ser popular en Rusia?

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El dictador soviético Joseph Stalin murió hace 70 años. Hoy se vuelven a inaugurar monumentos a Stalin en Rusia. ¿Vuelve el culto al déspota?

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El 5 de marzo de 1953 fue un día de invierno inusualmente frío, incluso para Rusia. Tras la puesta de sol, los termómetros bajaron hasta los 18 grados bajo cero. También en Kúntsevo, un suburbio de Moscú, hacía un frío glacial. Allí, en la llamada “dacha cercana”, Joseph Stalin, autócrata y dictador del gigantesco país llamado Unión Soviética, tenía su residencia y pasó sus últimos días.

Hacia las 21.50 horas de ese 5 de marzo, los médicos diagnosticaron la muerte de Stalin. Se convocó una comisión especial, se declaró luto nacional, se formaron largas colas ante el Salón de las Columnas, la antigua asamblea nobiliaria, a pesar del frío. Allí, en el centro de Moscú, se veló el cuerpo del “Padre de los Pueblos”.

Los dirigentes soviéticos tardaron tres años en distanciarse del “culto a la personalidad de Stalin”, en febrero de 1956, y no fue sino hasta la década de 1960 que se expuso públicamente por primera vez lo que realmente era Stalin: un asesino de masas.

Nacido como Iosif Dzhugashvili en Georgia, el revolucionario nato cuyo seudónimo significa “de acero” gobernó de facto la Unión Soviética desde 1923. Durante las tres décadas del estalinismo, los historiadores calculan que hasta 40 millones de personas fueron víctimas del terror: se las ejecutó, se las hizo morir de hambre, se las asesinó o se las dejó lisiadas. Hubo deportaciones masivas -la punta de lanza de la cultura rusa- y destacados escritores, poetas, actores, científicos, directores, fueron denunciados como “enemigos del pueblo”, para luego ser torturados y asesinados.

Saludos desde la Rusia de Putin: el regreso de Stalin

¿Y ahora? ¿Es inminente un renacimiento del culto a Stalin? Durante mucho tiempo, eso parecía impensable. “La tendencia comenzó alrededor de 2014, con la anexión de Crimea”, señala en una entrevista con DW la periodista cultural y publicista rusa Irina Rastorgueva, que, vive actualmente en Berlín.

“Los colegas de la Wikipedia rusa llevan un registro detallado de todos los monumentos neoestalinistas”, explica Rastorgueva a DW. “Sí, ya se produjeron los primeros intentos de levantar monumentos o bustos de Stalin en las décadas de 1990 y 2000, sobre todo en las provincias o, por ejemplo, en Gori, la ciudad natal de Stalin, en Georgia. Pero no se puede comparar con todo lo que está ocurriendo ahora”.

En el 70 aniversario del final de labatalla de Stalingrado, el 1 de febrero de 2023, se inauguró un busto de Stalin en la metrópoli de Volgogrado. El alcalde habló de “ciertos países que hoy quieren borrar la memoria de la gran victoria del ejército soviético”. Pero eso no se permitiría.

Por si fuera poco: para conmemorar el aniversario de la batalla, Volgogrado incluso pasó a llamarse Stalingrado por un día. “Podrían haber rebautizado la ciudad con el nombre de Putingrado ya mismo”, dice Rastorgueva. Para ella, la inauguración del monumento a Stalin es “una prueba de la nueva forma oficialista de interpretar la historia”.

“¡Con Stalin/Putin venceremos!”

La lógica detrás de esto es la siguiente, explica la periodista Rstorgueva: “La victoria en la Segunda Guerra Mundial es el último denominador común, la última baza de la propaganda rusa, porque ahora mismo todo parece bastante triste en Ucrania. ¿Y quién ganó la guerra? Stalin. ¿Y quién es el Stalin de hoy? Pues, ¡Vladimir Vladimirovich! Putin es nuestro Stalin, ¡con él ganaremos!”.

¿Acabará el culto neoestalinista algún día? Irina Scherbakova, cofundadora de la organización de derechos humanos “Memorial” y Premio Nobel de la Paz, no lo ve en un futuro previsible, al menos no con Vladimir Putin al timón.

Algún día, asegura en entrevista con DW la historiadora Scherbakova, también habrá capítulos sobre “estalinismo” y también sobre “putinismo” en los libros de texto rusos. “Pero antes de eso, tenemos que asumir la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Ucrania ahora mismo y pagar el precio. Y ese precio será muy alto”.

El 5 de marzo de 1953 fue un día de invierno inusualmente frío, incluso para Rusia. Tras la puesta de sol, los termómetros bajaron hasta los 18 grados bajo cero. También en Kúntsevo, un suburbio de Moscú, hacía un frío glacial. Allí, en la llamada “dacha cercana”, José Stalin, autócrata y dictador del gigantesco país llamado Unión Soviética, tenía su residencia y pasó sus últimos días.

Hacia las 21.50 horas de ese 5 de marzo, los médicos diagnosticaron la muerte de Stalin. Se convocó una comisión especial, se declaró luto nacional, se formaron largas colas ante el Salón de las Columnas, la antigua asamblea nobiliaria, a pesar del frío. Allí, en el centro de Moscú, se veló el cuerpo del “Padre de los Pueblos”.

Los dirigentes soviéticos tardaron tres años en distanciarse del “culto a la personalidad de Stalin”, en febrero de 1956, y no fue sino hasta la década de 1960 que se expuso públicamente por primera vez lo que realmente era Stalin: un asesino de masas.

Nacido como Iosif Dzhugashvili en Georgia, el revolucionario nato cuyo seudónimo significa “de acero” gobernó de facto la Unión Soviética desde 1923. Durante las tres décadas del estalinismo, los historiadores calculan que hasta 40 millones de personas fueron víctimas del terror: se las ejecutó, se las hizo morir de hambre, se las asesinó o se las dejó lisiadas. Hubo deportaciones masivas -la punta de lanza de la cultura rusa- y destacados escritores, poetas, actores, científicos, directores, fueron denunciados como “enemigos del pueblo”, para luego ser torturados y asesinados.

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