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Entrevistas

27 de Mayo de 2023

Natalia Valdebenito: “Prefiero el caos del 2019 al panorama desalentador que tenemos ahora”

Natalia Valdebenito

La actriz y comediante encarna a una desfachatada Lucía Hiriart en uno de los fenómenos teatrales del año: El asilo contra la opresión, la comedia escrita por Alejandra Matus. Fue precisamente la periodista quien la escogió para el personaje, y la intérprete de 43 años no pudo resistirse. En esta entrevista Valdebenito habla de su receso del stand–up y del reencuentro con el oficio del teatro. No se guarda críticas al gobierno y ahonda en los costos y ataques que enfrenta a causa de sus opiniones: "Ya no me duele ni sufro como los machitos que dicen que los cancelan por todo".

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Tiene el aspecto de una diva decadente y azumagada de la era Disco de los 70, y el carácter avasallador y sanguinario de una Reina de Corazones. Envuelta en un abrigo de visón, como un animal salvaje y hambriento de escenario, Natalia Valdebenito (1979) deslumbra y provoca al público con su singular interpretación de Lucía Hiriart en El asilo contra la opresión. El esperado debut en la dramaturgia de la periodista Alejandra Matus (El libro negro de la justicia chilena, Doña Lucía) cierra este fin de semana su primera temporada en el GAM convertida en la comedia más exitosa de la temporada y en un inusual y rotundo hit de la escena local: las entradas se agotaron incluso antes del estreno y para muchos se debe, en buena parte, a la presencia de la actriz y comediante en el reparto. A partir del 31 de agosto la obra se va a Concepción.

–Me pidieron hacer a un monstruo, así, tal cual –dice Valdebenito, sentada en una de las butacas de la misma sala en el GAM donde hasta este domingo 28 se presenta el montaje bajo la dirección de la dupla Los Contadores Auditores (Juan Andrés Rivera y Felipe Olivares), y con las actuaciones de Claudio Arredondo en el papel de Pinochet y Jaime Omeñaca como Salvador Allende. 

Tres personajes claves de la historia reciente de Chile reviven en esta propuesta con toques de musical y humor negro que el mismo espacio programó con motivo de los 50 años del Golpe de Estado. Una descabellada ficción que propone que el expresidente socialista, el dictador y su mujer nunca murieron –gracias a un plan de la CÍA–, y que vuelve a reunirlos en un asilo en Miami. Sátira bizarra o un rewind de la televisión chilena de otra época, en El asilo contra la opresión desfilan también agentes de inteligencia internacionales, bailarinas del Bim Bam Bum, un grupo de enfermeras e incluso Juan Gabriel, quien tampoco murió y termina robándose el espectáculo. 

A pocas horas de una nueva función, Natalia Valdebenito concede esta entrevista a The Clinic. Le propusimos que fuera en su camarín. No quiso. No es cábala ni nada parecido, asegura, pero es precisamente durante ese breve fragmento a solas cuando el personaje comienza a apoderarse de ella. 

–Es un momento íntimo y de concentración que no comparto. No invitaría ni a mi mamá –dice antes de soltar una carcajada.  

Natalia Valdebenito como Lucía Hirart en la obra El asilo contra la opresión. Foto: Patricio Melo, GAM

¿Cómo llegó a ti este personaje?

–Yo soy muy amiga de la Ale (Matus) y ella un día me dijo que le encantaría que yo estuviera en su obra con un personaje. Léela, me dijo. ¿Y desde qué personaje la leo?, pregunté, por si acaso. Ahí fue cuando me dijo que le encantaría que yo hiciera a la Lucía. Uf, pensé, ¿estaré en edad? Ella dijo que sí y los Contadores también, todos de acuerdo. De alguna manera siento que elegí al personaje”. 

¿Cómo construiste esta versión de Lucía Hiriart?

–Creo que sigo en construcción. Una no termina porque las funciones y el escenario te siguen dando material, tiempo y respiros que no tenías. El estar en vivo y en directo siempre te da algo extra y algo nuevo. Yo partí agarrándome primero de lo que estaba escrito; desde ahí se construye, al menos para mí, respetando la obra y lo que quiere decir la dramaturga, en este caso. Segundo: la dirección. Los dos directores querían que yo planteara al personaje desde cierto lugar, y yo tomé ese camino. Aquí no estoy desde mi lugar del stand–up, donde dirijo, produzco y hago todo. Aquí soy una actriz y con mucho placer me dejo dirigir también. Después una va sumando otras cosas a partir de estudios, de haber escuchado su voz sin parar y haber visto cada reportaje que encontré. Vi y leí todo lo que pude. Las ganas que se ponen en esto también suma. Eso transforma al personaje en lo que terminó siendo, e interpretarla ha sido un desafío. El más grande es energético: tiene que pasar algo cuando ese personaje entra, un calor, algo.  

¿Qué reacción has percibido en el público?

En las últimas funciones ha pasado que la gente lo odia más y más. Supongo que porque va lográndose más, y mejor. Recibo en cada función el desahogo y la purga de la gente hacia la Señora Lucía, algo a lo que yo también estoy muy acostumbrada, pero aquí ha sido divertido. La comedia puede caer en ser un género muy amable, y recuerdo que una amiga me preguntó: ¿vas a hacer que ahora amemos a esta señora? Ese era mi temor, que quedara divertida o como una señora con la que daría gusto salir a tomar té. Parece que no fue así y eso me da satisfacción, saber que está siendo un personaje detestable, como me lo pidieron. Esta Lucía se quedó en los 70, en su juventud y en su reinado. Ella en su mente es la reina del lugar que pise. Me pidieron hacer a un monstruo, así, tal cual, y es lo que he intentado hacer. Yo la interpreto para que la gente se desahogue. 

¿A qué atribuyes el éxito de esta obra?

–Varias cosas llaman la atención. Primero, que está escrita por Alejandra Matus, la periodista más peligrosa de Chile y una persona que no se había dedicado a la dramaturgia, a pesar de que todo lo que ella escribe tiene espectáculo. Los personajes sin duda llaman también a la gente, y más en el contexto de comedia, que es donde nunca los vemos. Otra cosa son Los Contadores Auditores, que también tienen su público fiel. Y, por qué no, el morbo de verme a mí en este personaje y de ver a Lucía, que creo que no había sido abordada de esta forma. Si bien se había representado antes y por grandes actrices, como Gloria Munchmeyer y Claudia Celedón, esta tecla monstruosa no se había visto en el personaje. A veces se juntan todos los astros para que nos vaya mal, pero aquí se juntaron para que nos fuera bien, lo cual es muy lindo porque somos un elenco grande y un equipo que trabajó duro en un muy corto tiempo. 

Natalia Valdebenito como Lucía Hiriart. Foto: Patricio Melo, GAM.

Hace casi 20 años hizo su debut en Cabra Chica Gritona (2004) y actualmente es la comediante chilena más exitosa y de mayor proyección internacional: sacudió a la Quinta Vergara, dos veces el teatro Caupolicán, luego hizo un especial para Netflix y salió de gira por el extranjero. En su carrera no ha habido espacio para la improvisación, dirá, y aunque está acostumbrada a pisar un escenario tras otro, este reencuentro con las tablas es también su regreso al oficio de actriz y al trabajo colectivo del teatro. 

Su última actuación la dio hace dos años en la obra Mentes salvajes, también en el GAM. Allí Natalia Valdebenito compartió elenco con grandes actores como Héctor Noguera y Paulina Urrutia. Su paso por ese montaje lo recuerda como “un curso intensivo de actuación”. 

Sin embargo, asegura no tener mayores pretensiones, y más que de un regreso, prefiere hablar de un desliz. Pero no uno cualquiera: para asumir el desafío de encarnar a Lucía Hiriart tuvo que tomarse un receso del stand–up después de casi 17 años dedicada exclusivamente a eso. También pausó la escritura de su nuevo monólogo, Fea, que aún pretende comenzar a probar con público.      

¿Cómo ha sido este reencuentro con el teatro?

–Si me enfoco solamente en el oficio, es hermoso. Es lindo volver al espacio colaborativo, a ser dirigida, a participar de un elenco, a compartir el discurso y a ser una voz entre varias y no la única voz. Hacer teatro es como un curso intensivo de manejo del ego. Y es también un descanso del stand–up para mí, creo. El domingo del Día de la Madre fui a almorzar con mi mamá y mi abuela, y cuando me fui le dije a mi mamá: esto es lo que yo soñaba, con ir todos los días al teatro. Sería súper injusto decir que no he cumplido todo lo que he querido porque como comediante todo, y como actriz todo también. Tengo 43, siento que me queda caleta, y yo elegí salirme del teatro para elegir mi otro camino. Yo no me quedé con la comedia porque no existiera este otro lugar. Yo dejé ese y otros lugares para poder hacer mi comedia y para estudiar, descubrir mi voz y lo que quería decir. Ha sido un camino súper pensado; los pasos que doy, los trabajos que acepto. No podría decir que este ha sido mi lugar y que el otro no. Siento que voy de paso en todas partes. 

¿Cómo aterriza El asilo contra la opresión en un escenario como este y en el contexto de los 50 años del Golpe? ¿Qué reflexión nos ofrece?

–Esa parte de nuestra historia no ha sido superada por varios motivos, y uno es la impunidad. Es probablemente el motivo por el que estamos haciendo hoy esta obra. Si no, ya habríamos pasado este curso. Ya habríamos conversado y nos hubiésemos reído incluso, como más parecido a la historia argentina, tal vez. Pero como no es así, vamos atrasadísimos en nuestro proceso de sanación, si esto fuera terapéutico. Dicen que la comedia es tragedia + tiempo, y si es menester reírse hoy o no, lo dudo, pero reírse es un derecho. 

Si te hubieran propuesto interpretar a Lucía HIriart hace diez años, cuando estaba viva, ¿habrías aceptado?

–También lo habría hecho. Creo que siempre ser más vieja para una actriz, y lo digo con mucho respeto pero tiene que ver con la edad y ser más grande, sí o sí llegas con bases más sólidas, desde la creación, desde la reflexión y el estudio para asumir un personaje. Mucho tiene que ver también lo inmiscuida que una esté en la historia, y en ese punto a mí me toca porque soy una persona que se interesa por los temas que suceden en este país. Desde mi comedia lo hago constantemente. Y sí, creo que ninguna actriz se podría negar a interpretar a Lucía. Y darle comedia a este personaje, con mayor razón. 

¿Cuál de tus textos en la obra te costó más asimilar y pronunciar?

–Toda la primera escena. Me costó porque empecé con una resistencia al coqueteo de ella con Allende. No podía tolerarlo y me di cuenta cuando mis compañeros me decían que me relajara y cuando la misma Ale (Matus) en un ensayo dijo que en ese momento ella evidentemente está coqueteando con él. No sé si yo quería ver esto ni que la gente lo viera (ríe), y cuando me fui para la casa con estas instrucciones pude ver que estaba muy tensa. Era mi opinión por sobre lo que tenía que hacer. Eso fue lo que más me costó. 

¿Sientes que por haberte dedicado a la comedia se te cerraron otras puertas como actriz?

–No tengo la menor idea, porque no toqué otras puertas. Yo me enfoqué en hacer este otro camino, Imagínate: estoy desde el 2007 haciendo stand–up, no me puedo sentir más que orgullosa. He parado dos Caupolicán, produzco yo, escribo yo. No podría hacerle la desconocida a ese camino lindo que yo misma me armé. Desde ese lugar estoy muy contenta con lo elegido, y con esto aún más, pero no sé si es un regreso porque estoy solo en esta obra, no tengo más que contar al respecto. No tengo otra obra en mente ni una película con los hermanos Larraín (ríe). 

¿Te gustaría hacer cine?

–Nunca lo he buscado tampoco. Nunca he tirado por ahí mis fuerzas. No sé qué pasaría si lo hiciera. Siento que las cosas suceden cuando uno trabaja para eso, y yo no he trabajado para hacer cine. Me parece coherente que no me llamen de ahí. He estado siempre en el lugar que he querido. Y si no, me voy. El stand–up se transformó en el amor de mi vida, es mi relación más estable, le agradezco todo lo que soy y lo que tengo, y es donde siempre voy a volver. Yo siempre he creído que la forma en que puedo ser feliz es actuando y arriba de un escenario.

Natalia Valdebenito. Foto: Joaquín Alvujar

“Chile no es un país ignorante, es un país adolorido”

A fines de enero recién pasado, Natalia Valdebenito encendió la ceremonia de los Premios Caleuche con una rutina en la que ahondó en el gremio de los actores y actrices, la gordofobia y las funas. También aprovechó la oportunidad y la tribuna para referirse al caso de Nicolás López, una de sus batallas públicas más conocidas. Al aire cada mañana en su programa Café con Nata de Súbela Radio, la comediante es una figura que gusta y disgusta, que saca aplausos y ronchas. 

“Yo no vine a gustar, vine a provocar”, declaró esa noche. No morderse la lengua le cierra puertas –dice ahora la comediante– y a la vez se ha convertido en su intransable sello personal. Ese monólogo fue una especie de revancha legítima suya, recuerda: “A mí me han funado no sé cuántas veces y por eso me di el lujo de hacer esa rutina en los Premios Caleuche. Es la persona que soy, es lo que me sucede”, comenta. 

¿Has sentido el efecto de la cancelación en tu trabajo por decir lo que piensas?

–Lo siento todo el tiempo, pero no me he enterado de qué lado me he quedado afuera. Lo que sí sé es que sobre esta obra no me habían hecho ninguna entrevista, por ejemplo, y mando un saludo a todos los medios que no me quisieron entrevistar o que intentaron quitarme del relato no nombrándome al escribir sobre la obra. Esa es la cultura de la cancelación que ha sufrido mi trabajo. ¿Creen que no entrevistándome no va a llegar la gente al teatro? No se enteraron de que la obra se agotó antes del estreno parece, pero a mí ya no me duele ni sufro como los machitos que dicen que los cancelan por todo. Yo sé por qué es y entiendo perfectamente el juego. Si esto fuera Mario Bros, ya me habría dado vuelta este juego varias veces. Pasé por todas las etapas: me afectó, dejó de afectar y ahora me río.

¿Qué opinas de los nuevos antecedentes y del actuar de la justicia en el caso de Nicolás López?

–Vi lo del último informe psicológico que salió de él. Impactante, pero nada que no imaginara. Él y yo nunca enganchamos, nunca hicimos match. Él fue pololo de una amiga (la también comediante y exdupla suya, Jenny Cavallo) y había algo entre él y yo que nunca nos iba a juntar. Cero química. Creo que nunca le caí bien, ni él a mí. Ver después a tantas mujeres defendiéndolo, mujeres poderosas además, fue un despropósito. Esa fue la razón por la que salió “airoso”, por tener amigas como Ignacia Allamand y Paz Bascuñán, y duele mucho y voy a seguir hablando de este tema porque ese caso retrata al mismo Chile de mierda que nos ha pasado por encima constantemente. Y yo, desde mi activismo, estoy con las denunciantes. 

En marzo pasado denunciaste además a un usuario de Twitter por amenazas de muerte ante la PDI, ¿en qué quedó todo?

–Vamos a trascender con eso. Ya está en manos de mis abogadas, diría Raquel Argandoña. Me puse seria con eso y creo que es el momento de tomar medidas al respecto, para protegerme, para dejar un precedente, para marcar un camino también, al autocuidado y a la advertencia. No por ser una persona pública merezco que me traten mal, ni mucho menos que por opinar distinto me amenacen de muerte diariamente. Convivo con eso. Es bastante grave, pero a ellos debería preocuparles mucho más ahora. 

De ti también se ha dicho que eres incitadora al odio. ¿Qué opinas de eso?

–Yo nunca le he hablado a la gente como me hablan a mí. Nunca le he dicho a alguien “aborto de perra”, y a mí me lo dicen todos los días. Hay un tweet que dice así y yo bloqueo a una cuenta y luego viene otra y otra haciendo lo mismo. Ese es el camino del fascismo, y para las personas parece que no existe diferencia entre una cosa y otra. El anticomunismo también me parece muy grave. Yo nunca he sido comunista ni he participado en un partido porque jamás me dejaría dar instrucciones. Mi única militancia es el feminismo porque desde ese lugar se construye, no se instruye un modo, como sí hacen los partidos. Esa poca reflexión del pueblo chileno preocupa y da espacio al fascismo y al odio. Esas personas no conocen lo que es el fascismo en su máxima expresión, y duele, porque no les va a doler hasta que a ellos les pase algo. Es extraño que mucha gente quiera retroceder, y ya no se puede. No es posible retroceder respecto a las comunidades LGBTIQA+, a las diversidades, a los diferentes tipos de mujer, a las que elegimos no ser madres. Muchas somos felices precisamente por eso, por no ser madres.

El Consejero Constitucional del Partido Republicano Luis Silva ha dicho que si de él depende, el aborto y los derechos reproductivos no van a estar en la nueva Constitución. ¿Te da ilusión ese proceso?

–Por supuesto que no. No voté nulo en la elección pasada porque soy una fan de votar, pero este proceso hace rato lo secuestró la derecha con el triunfo del Rechazo. No sé en qué minuto pensaron que esto podía ser así ni por qué el gobierno también lo permitió. Yo prefiero el caos del 2019 al panorama desalentador que tenemos ahora, sin duda. Prefiero esa sensación de no saber para dónde va, pero al mismo tiempo sabíamos que había algo que está cambiando y que lo estábamos haciendo todes. Ahora pienso: ¿son los mismos que estaban ahí, en la calle, los que ahora están votando por la ultraderecha? ¿Qué garantías se les da a las personas con este nuevo texto constitucional? ¿Cómo muchas mujeres pueden leer y reflexionar sobre el valor de esa Constitución si tienen que trabajar, estudiar y criar porque uno de los tantos Parisi que hay en este país las dejaron solas? Así está este país, dedicado a sobrevivir. Chile no es un país ignorante, es un país adolorido que además sobrevive evadiendo el dolor. Yo lo hago viendo series: con Succession se pasa todo. 

¿Cómo analizas el avance de la ultraderecha y en particular del Partido Republicano? 

–Esta oleada fascista se venía anunciando desde Trump y Bolsonaro para adelante. Por lo menos aquí en Latinoamérica se sintió fuerte eso, y lo veo como algo muy peligroso. La violencia desde ningún punto de vista se tiene que subestimar, tomar a la chacota ni menos pasar por alto. Es grave y creo que las personas se van a dar cuenta tarde, cuando toque directamente sus vidas. Ya no basta con ver la tele o Tiktok para creer en ciertas cosas, y ahí una dice: puta que hace falta memoria en este país. Es el resultado de que las cosas se hicieran como se han hecho hasta este minuto y de que no se haya cambiado la Constitución en el momento en que se tuvo que cambiar. Pero no: se hizo un acuerdo del cual hoy somos víctimas y hasta en un momento cómplices, cuando lo celebrábamos. Quienes somos abiertamente de izquierda hemos dado la cara siempre pese a que en tiempos oscuros hay que esconderse. Yo defiendo esas ideas y todo el mundo sabe lo que puede esperar de mí respecto a eso, a diferencia de estas personas muchas veces sin nombre ni rostro. Me llama la atención que personas de ultraderecha –como decían en su propia franja– tuvieran que esconderse y ocultar lo que pensaban y creían. Honestamente: ¿por qué? ¿Les da vergüenza asumir que son de derecha o pinochetistas? ¿Les da vergüenza asumir quiénes son y que defienden el dinero por sobre las personas? Cuando ganó el Rechazo, nadie había votado Rechazo. Cuando salió Piñera fue igual: nadie había votado por él, nadie defendía su voto elocuentemente. Refleja una tremenda pobreza espiritual y una carencia de ideales. Por eso la gente de ultraderecha se esconde como bots de Twitter porque se avergüenzan de sí mismos. 

¿Eres crítica también del Gobierno entonces?

–Por supuesto que sí, y son las mismas críticas que tenemos varios. La Ley Naín Retamal, por ejemplo, llegó demasiado lejos y nos hace un daño tremendo. Le va a restar peso a demandas como la de mi amigo Gustavo Gatica. Él, siendo tan noble como es y teniendo una opinión casi altruista de la justicia, dice que de qué sirve que los responsables estén presos si eso no les va a devolver la vista ni les va a hacer entender a esos señores que lo que hicieron está mal. Hay otras deudas que exigirle al gobierno: el fin del TPP–11 y ahora el perdonazo a las isapres, que parece más urgente que condonar el Crédito Aval del Estado. ¿Perdonamos entonces a los millonarios de las isapres y no a los deudores de la educación? Eso a mí me perturba. Y no me arrepiento para nada de habérmela jugado en el momento en que había que jugársela por este gobierno, porque a mí el nazi de José Antonio Kast no me provoca ningún tipo de confianza. Y digo nazi sabiendo, como siempre, lo que esto me puede acarrear. Así soy y seguiré siendo. Me voy a la casa pensando en qué dije, pero también lamentándome por lo que no dije. Aquí ya está dicho, fregué. 

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