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Opinión

10 de Junio de 2023

Columna de Isabel Plant | El dilema feminista: ¿Me puede gustar todavía Picasso, Annie Hall o JK Rowling?

Columna de Isabel Plant: El dilema feminista

"El arte es de las cosas más importantes de nuestras vidas como para restarnos de él. Lo que no significa por ningún motivo 'perdonar' a los malvados genios creadores, pero sí verlos, exponerlos, no ignorarlos", escribe Isabel Plant en su columna de esta semana.

Por Isabel Plant

“La única mujer que dejó a Picasso“. Antes que pintora -con precios récord de venta de sus obras-, ceramista o acuarelista, Françoise Gilot, quien falleció esta semana, será por siempre eclipsada por ese dato amoroso de su biografía. Conoció al malagueño cuando él tenía 62 y ella 22, estuvieron cerca de diez años juntos, tuvieron dos hijos. Y de las decenas de mujeres y amantes que tuvo Picasso, el genio y macho alfa del arte contemporáneo del siglo XX, solo Gilot se animó a abandonarlo. Años después publicó unas memorias sobre su relación y el cubista jamás la perdonó; se negó incluso a volver a ver a sus hijos hasta su muerte.

Que Gilot haya fallecido con 101 años justo en 2023, cuando el mundo se llena de exhibiciones de Picasso por los 50 años de su muerte, es el cierre a una historia entrelazada y atípica del mundo del arte: la de la musa rebelde, la que se negó y luego resignó a una fama ensombrecida por su vida personal. Mientras la leyenda de Gilot crece, la discusión moral sobre Picasso también lo hace: sabemos que era grandioso frente al lienzo, pero que a la vez era un animal con ego fagocitador que maltrató sicológicamente a la mayoría de las mujeres que buscaba y luego desechaba.

Hay feministas que, simplemente, odian a Picasso y han dejado de disfrutar de sus obras (la comediante Hannah Gadsby tiene una famosa rutina al respecto y acaba de curar una muestra sobre el tema en Nueva York). Como hay quienes han dejado de leer a Neruda por haber sido pésimo padre y persona. La duda de si se puede separar al artista de la obra es una que ronda fuerte en los últimos años, sobre todo tras el Me Too.

Supongo que acá es mi momento de confesión: sigo encontrando una maravilla a Las señoritas de Avignon y, sin ser entendida en poesía, puedo apreciar el talento del chileno Premio Nobel.

Pero quizás mi mayor traición a la cultura de la cancelación feminista actual es mi amor por J.K. Rowling, que va más allá incluso de Harry Potter. La británica, esa madre soltera y sobreviviente de abuso doméstico que comenzó escribiendo la saga del niño mago en una cafetería, se transformó de una campeona de la inclusión a una de las voces más fuertes en contra de ciertas legislaciones que afectan a la población transgénero.

Yo, en un principio, pensé que el coro de tuiter exageraba al respecto, hasta que Rowling publicó una extensa carta pública. Aunque dice respetar a las personas trans, al mismo tiempo se transmite que no cree realmente que una mujer trans sea mujer, cosa que me dejó atónita y con lo que estoy en profundo desacuerdo.

Sin embargo, con culpa, en silencio, llevo desde 2013 a la fecha esperando ansiosa cada uno de los lanzamientos de Cormoran Strike, mi detective favorito, cuyos libros Rowling publica bajo el seudónimo de Robert Galbraith. Me encantan, no quiero dejar de leerlos, y me dio alegría cuando la autora anunció que el séptimo tomo se lanzará este año. He dicho antes en esta columna que no soy la mejor feminista y en esto estoy solo fallando.

Puedo seguir: sigo creyendo que Annie Hall es una de las maravillas del cine y El bebé de Rosemary es una de mis películas más favoritas de la vida. Woody Allen: cancelado. Roman Polanski: cancelado. (Me encantaría hacer un paralelo chileno, pero respetando el millón de espectadores de Sin filtro -que creo capturó algo importante para las mujeres en el país- no sé si nadie extraña nuevas películas de Nicolás López).

Buscando calmar mis culpas, llegué al libro Monsters: a fan’s dilemma (Monstruos, el dilema de una fanática), de la escritora Claire Dederer, uno de los lanzamientos más esperados de la temporada según el New York Times. Ahí, la escritora parte de una revisión a Chinatown, la maravilla de Polanski, para adentrarse en el conflicto moral de seguir amando películas hechas por malas personas.

Dederer también se adentra en la biografía del director, esa del sobreviviente del Holocausto, con la familia aniquilada, que luego sufrió el asesinato de su mujer embarazada a manos de un culto satánico. Pocos años después le dio drogas y tuvo sexo con una chica de 13 años, lo que decantó en su fuga de Estados Unidos para evitar sentencia. Desde entonces no ha pisado Hollywood y vive en Europa haciendo cine, ganando Oscars a distancia, hasta que el MeToo lo volvió a poner en tela de juicio. Samantha Geimer, su joven víctima de violación que ya es adulta, hoy incluso lo defiende: ha pasado suficiente tiempo, dice.

Lo cual, por supuesto, no lo excusa. Pero no impide que sea uno de los directores de las mejores películas del siglo XX.

Dederer se pasea por una larga galería de hombres monstruosos y grandes obras: Allen (¿se puede ver Manhattan de la misma manera, después de Soon Yi?), Michael Jackson (abusador, antes abusado), Ernest Hemingway (padre y esposo destructivo), Miles Davis (marido golpeador y adicto a la heroína), Richard Wagner (antisemita galopante que, de hecho, no se toca en Israel). También por un par de mujeres, como Doris Lessing (abandonó a dos hijos y se fue a otro continente a escribir), y por el mito que dice que para ser buen artista hay que ser horrendo humano.

El libro es divertido y nos hace enfrentarnos a distintas preguntas cuyas respuestas nunca son binarias, porque los temas de moral rara vez lo son. Sabemos que la gente buena hace a veces cosas malas, y más complejamente, que la gente mala también puede tener actos de bondad o creaciones maestras.

Yo soy una amante del contexto. Y si un libro, serie o película me gusta, puedo pasar horas en inmersiones de Google y Wikipedia, tratando de extender la sensación de placer del consumo. Las obras de arte y los productos culturales no nacen ni viven en el éter, y conocerlo ayuda a entenderlos mejor. Eso implica, a veces, llegar a historias monstruosas.

Quizás admiro a quienes pueden borrar de sus vidas, sin dudas ni aprensiones, a los malos hombres y mujeres que crean cosas bellas. A mí me cuesta. El arte es de las cosas más importantes de nuestras vidas como para restarnos de él. Lo que no significa por ningún motivo “perdonar” a los malvados genios creadores, pero sí verlos, exponerlos, no ignorarlos. Y luego esperar que nuestro intelecto y sentimientos puedan coexistir en suficiente incoherencia como para que podamos incluso odiarlos, sin odiar su arte.

*Isabel Plant, periodista, editora y cocreadora de Mujeres Bacanas.

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