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Opinión

13 de Mayo de 2023

Columna de Isabel Plant | Donald Trump, Nicolás López: ¿Sigue vivo el #MeToo?

AgenciaUno

"Como todo, hubo excesos: funas por doquier, a veces por motivos que no se acercaban a la verdadera justificación del movimiento. Para mí, el mayor problema fue que en un minuto todo se volvió abuso o acoso, lo que hace que nada realmente lo sea, minimizando el sufrimiento de las víctimas", escribe la columnista Isabel Plant. "Quizás la mayor conclusión tras el hito de Trump esta semana y a casi seis años de la explosión #MeToo, es que hay gente que no cambia y tenemos que vivir con aquello. Que los castigos no siempre arrastran cambios fundamentales", añade.

Por Isabel Plant

Oye, qué impacto. Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y probable candidato a la próxima elección, encontrado culpable de abuso sexual. El jurado, compuesto por seis hombres y tres mujeres, deliberó solo un par de horas y llegó a un veredicto unánime: Trump atacó sexualmente a la demandante, E. Jean Carroll, en una tienda de ropa en 1996

Trump no irá a la cárcel, ya que el juicio era civil y no penal, pero tendrá que pagar a la mujer cinco millones de dólares, mitad por el delito y mitad por difamarla (ya que insistió que mentía, era un montaje y todo tipo de trumpismos clásicos). 

Al mismo tiempo, en Chile, otro estertor del #MeToo hacía noticia: el diario La Tercera publicó las conclusiones del plan de intervención al director de cine Nicolás López, condenado a libertad vigilada por dos delitos de abuso sexual. Quizás el más famoso de los caídos en el país por la ola feminista comenzada en 2017. El informe de Gendarmería, además de proponer un tratamiento que le enseñe a poner límites en el ámbito laboral, concluye que López tiene peligro de reincidencia porque sigue defendiendo el llevar a jóvenes actrices a su casa y saltarles encima como un comportamiento justificado por su contexto laboral. 

Al igual que Trump, López pareciera que poco ha cambiado, incluso con el revolcón de ola, pero por lo menos en ambos casos las cortes han concluido que los delitos sucedieron. Eso, antes del #MeToo y con casos denominados “Ella dijo/ Él dijo” – donde no hay evidencia física, sino que dependen mayormente de los testimonios- era prácticamente imposible. Aunque el jurado desestimó el cargo de violación en el caso de Trump, la noticia no deja de ser una bomba, un sacudón: el #MeToo no está muerto

Como toda explosión, el #MeToo tuvo su auge y luego recogida. Lo que comenzó con la viralización de una frase acuñada en 2005 por la activista Tarana Burke, que buscaba visibilizar el abuso y entregar empatía a las víctimas, terminó siendo un movimiento mundial, con marchas, cánticos -quién diría que el más popular sería el creado en Chile por Las Tesis-, catarsis colectiva y destape de una realidad que buena parte de nosotras había experimentado y normalizado. Mujeres aliviadas y hombres sorprendidos, y una sociedad que parecía dispuesta a cambiar. Algunos se quejaron de que esto era el fin del coqueteo, pero era más bien el fin de la impunidad ante la falta de respeto del cuerpo e intimidad ajena

“Es que ahora no se va a poder decir nada”. Bue, si el #MeToo deja como único legado el pensar dos veces antes de hablar o de estirar las manos, alabado sea. 

Como todo, también hubo excesos: funas por doquier, a veces por motivos que no se acercaban a la verdadera justificación del movimiento. Por ejemplo, acusar a alguien de abuso sicológico porque fue infiel, es una ceguera ante el comportamiento humano, sin género, que a veces es complejo y doloroso pero no por eso delictual. Para mí, el mayor problema fue que en un minuto todo se volvió abuso o acoso, lo que hace que nada realmente lo sea, minimizando el sufrimiento de las víctimas. 

También hubo una problemática en cuanto a crimen y justo castigo: fueron igualmente cancelados los violadores y abusadores -con justa razón-, que los que alguna vez dijeron un comentario machista. ¿Es lo mismo? No, por mucho que ambas conductas deben ser erradicadas

Vino la pandemia, el tema dejó de ser el principal, y la duda era si sobreviviría el cambio cultural. 

Esta semana no fue todo resurrección triunfal del movimiento: en Francia, la actriz Adele Haenel, dos veces ganadora del premio Cesar en su país, publicó una carta anunciando su renuncia del mundo del cine. Ella misma acusó al director Christophe Ruggia por haberla acosado cuando tenía 12 años -este fue imputado y aún espera enfrentarse a la justicia, aunque niega los hechos-, y ahora culpa a la industria de hacer vista gorda ante todo lo revelado en el #MeToo.

“Unen sus manos para defender a los Depardieu, a los Polanksi, a los Boutonnat. Les molesta que las víctimas generan mucho ruido. Preferirían que desaparezcamos y nos muriéramos en silencio”, escribió la francesa. Y claro, fue en su país donde las actrices juntaron firmas en contra del activismo nacido en Norteamérica, acusándolo de puritano. Polanski, avecindado en Francia, se reunió hace días con su víctima, Samantha Geimer, a quien 1977 drogó y violó; ella misma lleva años defendiendo al director polaco. Dicen, ambos, sexo con alguien de 13 años en esa época era parte del luto de la pesadilla de haber perdido a su esposa e hijo en un asesinato, y también como una cosa de contexto.

Con todo esto, surge otra pregunta sobre castigos y cancelaciones. De ser “perdonado” por Hollywood -recordemos que Polanski fue hasta expulsado de la Academia, la misma que le había dado un Oscar a distancia por El pianista -, ¿el director polaco volvería a hacer lo mismo que hizo hace cincuenta años? Difícil; no tiene un historial de abusos. ¿Cuántos años son suficientes para un castigo por un crimen de ese tamaño? ¿Para siempre? ¿Es rehabilitable?

Y los que están siendo rehabilitados, ¿qué pasa si no quieren serlo? López, si fuera dejado en plena libertad y recibido de regreso en el audiovisual chileno, ¿volvería a usar su rol laboral para atraer y aprovecharse de jóvenes actrices? Es probable (dicen los sicólogos a cargo de su caso, no sólo yo desde mi casa). Porque sigue encontrando que no hizo nada malo. 

Trump, ¿volverá a “agarrar vaginas” -como él mismo se ufanó-, robar besos y denigrar mujeres? No hay indicador de culpa alguna, por lo que por qué no. 

Quizás la mayor conclusión tras el hito de Trump esta semana y a casi seis años de la explosión #MeToo, es que hay gente que no cambia y tenemos que vivir con aquello. Que los castigos no siempre arrastran cambios fundamentales. Con eso hay que rendirse y asumir también que quizás son más personas las que consideran que el #MeToo es toda una gran exageración y que se sintieron alienadas por el movimiento. La ola conservadora que se toma distintos países tiene en parte que ver con esto. 

Pero para ese puñado de mujeres a las que ahora se les cree, a lo menos judicialmente, el cambio es radical. Ellas dijeron y la justicia les creyó. 

Es bastante. 

* Isabel Plant, periodista, editora y cocreadora de Mujeres Bacanas.

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