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Opinión

27 de Mayo de 2023

Columna de Isabel Plant | Daniela Aránguiz, la farándula y la foto

"La foto infame que subió Daniela Aránguiz –y sus excusas débiles al día siguiente de que muchas chilenas podrían entenderla- es un disgusto porque la arrastra a ella misma a lo más bajo, pero también porque nos recuerda a nosotros mismos que siempre hemos estado ahí para verla, para verlas, caer", escribe en su columna Isabel Plant.

Por Isabel Plant

La farándula, decían, está muerta; ha pasado tiempo desde que nuestra televisión se repletó de la vida privada de los famosos y no tan famosos, sus peleas, romances y todo tipo de informaciones poco útiles para la vida. Pero quizás el enfrentarnos a nuestra propia mortalidad durante tres años por la pandemia, sumado al estallido social y el infinito debate constitucional, hizo que los chilenos pareciéramos nuevamente interesados en vidas ajenas, escándalos del día y demases. La televisión hoy por lo menos es una liviana, de teleseries y programas de talento o baile.

Esta semana, entre medio de celebraciones del día del completo, de temporales en el sur, de preocupaciones por la economía, uno de los trending topic fue un nuevo exabrupto de la personalidad televisiva Daniela Aránguiz en contra de su ex marido, el futbolista Jorge Valdivia. Reclamos en redes sociales contra la que sería la nueva pareja del deportista, la diputada Maite Orsini, incluyendo fotografías de los que serían los calzones sucios de esta.

Sí, como leyó: calzones sucios. Si se lo habían saltado, lamento ponerlos al día con tamaña falta de glamour.

El tema, más allá de lo insólito y bobo, abre más discusiones en este mundo post quinta ola y en tiempos de influencers y redes sociales. No me aventuraría yo con el por qué una pareja se divorcia, ni es el tema. El conflicto en cuestión ejemplifica uno que viven los humanos desde que el tiempo es tiempo y las parejas son parejas: cómo lidiar con el ex y la nueva. La sociedad exige siempre dignidad, pero igualmente se aplaude la visceral venganza: ¿acaso la canción de Shakira y Bizarrap no es un tremendo éxito por lo mismo? Se volvió un himno para toda mujer que fue humillada en la separación y que no está dispuesta a esconderse ni callarse.

Muchos han criticado que la colombiana no debería hacer algo así, que piense en los niños, que Piqué será por siempre su padre. No pocos han ido a las redes sociales a decir que Aránguiz debería dejar de postear por sus niños. Que puede perder la tuición por demostrar tamaña inestabilidad (hay que remarcar, lleva un rato posteando y dando entrevistas sobre la vida privada de su ex, buscando al parecer aliados anónimos en una guerra que ya perdió). Nadie aplaude a Daniela Aránguiz como aplaudieron a Shakira, quizás porque la foto de la ropa interior cruzó una barrera entre lo público y lo privado que ni sabíamos que existía, porque no se nos había ocurrido que alguien quisiera saltarla.

¿O han cambiado los tiempos desde que Aránguiz era vista como empoderada por amenazar que tenía “la pura cara de cuica”, al momento de defender lo que consideraba suyo?

Y he ahí el tema central del paso del tiempo y de las mutaciones de la farándula. Cuando esta explotó en Chile, en 1999, fue justamente por la pelea en una discoteque de dos mujeres, el famoso mechoneo entre Daniella Campos y Titi Ahubert (por Iván Zamorano, ni más ni menos). Algo infinitamente delicioso había en ver a mujeres comportándose mal, mostrando hilacha, dejando las apariencias. El diario Las Últimas Noticias se subiría pronto al carro, luego vendría SQP y el inicio del nuevo siglo nos traería los realities, que terminaría por borrar en medios la división entre vida privada y vida pública.

Y, luego, Instagram y la total apertura a ver lo que pasa en la vida de los otros, o lo que los otros quieren que veamos de ellos. Para personas como Daniela Aránguiz permite tomar riendas del negocio, vendiendo productos y vendiendo la propia imagen. Es ahí donde hoy, en los comentarios, sus seguidores y seguidoras se debaten si lo está haciendo bien o mal con la ventilación de conflictos con su ex, si está siendo una mujer dueña de su vida y su amor propio, o una despechada e indigna. Le repiten, como a Shakira, que piense en los niños, exigiéndole como a toda madre el ser empoderada, económicamente independiente, buenamoza, pero nunca rabiosa.

El regreso sicológico al pasado farandulero que vivimos es quizás por la necesidad humana de alivianar la vida después de tanto estrés colectivo. Y eso ha arrastrado personajes que parecieran desorientados frente a lo que antes les permitíamos y hoy les prohibimos.

Tampoco esta es una columna para apoyar o defender las conductas de la panelista televisiva, porque francamente no me da para tanto, pero sí me genera dudas la apropiación que hicimos por más de una década de figuras como Aránguiz, aunque fuera con su consentimiento.

Consumimos, aplaudimos, nos reímos, generalmente a mujeres que creyeron que ofrecer sus cuerpos y sus intimidades era lo mismo que ser libres, que la fama era una carrera en sí misma y que el dinero es sinónimo de respeto. Y ahora, cuando alguna vuelve a ser noticia, por lo que sea, las desestimamos como ridículas.

La foto infame que subió Daniela Aránguiz –y sus excusas débiles al día siguiente de que muchas chilenas podrían entenderla- es un disgusto porque la arrastra a ella misma a lo más bajo, pero también porque nos recuerda a nosotros mismos que siempre hemos estado ahí para verla, para verlas, caer.

*Isabel Plant, periodista, editora y cocreadora de Mujeres Bacanas.

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