Opinión
30 de Septiembre de 2023Columna de cine de Cristián Briones | Resistencia: elegir encandilarse
La cinta protagonizada por John David Washington "tiene muy poco de original", escribe el comentarista Cristián Briones en su columna de esta semana, para luego agregar: "Y aunque esto pueda parecer una mengua en su atractivo, es el principio activo de la conversación sobre lo que la película es, pero por sobre todo, la semilla esperanzadora de lo que pudo haber sido".
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Dos de los aspectos más alabados de “Resistencia” (“The Creator” en el original) de Gareth Edwards son lo increíblemente bien que se ve a pesar de un relativamente escaso presupuesto (80 millones de dólares) y que se agradece mucho una película original, que no sea de franquicia o adaptaciones, en estos días.
Lo primero, es sin duda, una de las razones por las que vale la pena ver esta película en una sala de cine. La ciencia ficción en general tiene este atractivo, es cierto, pero lo que consiguió Gareth Edwards es volver a su notable “Monsters” y plantear una obra desde una mirada más cercana a la guerrilla cinematográfica. Filmar en locaciones, capturando escenas en entornos naturales para, luego de terminado el montaje, recién entrar a la sala de efectos especiales. Con esto consigue una de las claves de lo fascinante que resulta el apartado estético de esta película.
Lo segundo, sin embargo, no resulta del todo cierto. “Resistencia” tiene muy poco de original. Y aunque esto pueda parecer una mengua en su atractivo, es el principio activo de la conversación sobre lo que la película es, pero por sobre todo, la semilla esperanzadora de lo que pudo haber sido.
En un futuro no tan lejano, las Inteligencias Artificiales forman parte natural de la sociedad. Son la mano de obra encargada de todo. Hasta que detonan una bomba nuclear en Los Angeles y los USA deciden exterminarlas. John David Washington pierde a su familia en este atentado y se suma a las fuerzas de combate para erradicar la I.A. en el resto del Mundo, que no tienen la misma visión que los USA sobre ellas, coexistiendo con diversas versiones de las mismas en paz y armonía. La misión del protagonista es infiltrarse en las fuerzas “enemigas” para llegar a ‘Nirmata’, un desarrollador de I.A. que sigue trabajando en Asia y supuestamente ha creado un arma que les permitiría terminar la guerra al inmovilizar el arsenal de los USA.
Vamos por partes. El relato del soldado que termina cambiando de bando después de internalizar por quién estaba peleando, tiene suficientes premios de la Academia a su favor como para ya no considerarlo fresco. Sin ir tan lejos, es la trama de la película más taquillera de la historia de Hollywood. Contar que los USA son un Imperio que cada vez que recibe un golpe dentro de sus fronteras toma represalias con todo su poderío militar, tampoco es muy novedoso. La historia de la nación de esclavos que espera a su Mesías, no mucho tampoco. Hacer hincapié en que aquello que define el concepto de “humanidad” es algo mucho más profundo y que está más allá de nuestra diferencias físicas, es uno de los tópicos más perseguidos por la Ciencia Ficción, tanto literaria como audiovisual.
Por lo demás, poco ayudan los flashbacks que parecen comerciales de seguros de vida, o que en el apartado musical esté Hans Zimmer, alguien que suele caer en lugares comunes (prefiero huir de referirme a “Claro De Luna”). Entonces, ¿Cómo es que funciona esta película? Justamente por tocar todas las teclas que conocemos, y desafinar en algunas. O más bien, y cometiendo el pecado de citar a Baldomero Lillo, “es el alma de la máquina que se escapa por los poros del metal”.
En una película cuya calidad visual es tan exquisita, uno podría renunciar a fruncir el ceño frente a los detalles narrativos. Sin embargo, cuando todo nos recuerda a algo que ya vimos: bombardeos con napalm en Vietnam, una ‘Estrella de la Muerte’, un espiritualmente iluminador viaje por sudeste asiático, crueles militares occidentales versus guerreros orientales de frases sabias, etc, uno empieza a darse cuenta que el ritmo de la película se sostiene apenas.
Demasiado se siente un tópico sobre otro, y así y todo, “The Creator” intenta tomar vida en sí misma, incluso pasando por sobre las constantes torpezas del guión que en ningún momento para de volver textual todas y cada una de las sutilezas que pudo tener. El amague de conversación sobre aquel concepto ludista de “No te fijes en la máquina, o en lo que hace. Fíjate en el dueño y a quien se lo hace”, se extravía en aras de otros discursos majaderamente evidentes.
Quizás el mejor ejemplo de que las buenas ideas se filtran en momentos, es que la interpretación bastante discreta del protagonista se enfrenta a la de ‘Alphie’, (Madeleine Yuna Voyles). No es que esta niña esté exenta de imbuirse de referencias, es en cómo se maneja su desarrollo. Diálogos explícitos de ‘encendido y apagado’, se enfrentan a una niña mirando dibujos animados que le instan a rebelarse y combatir al Imperio Invasor, un detalle muy perturbador, pero exquisito para el crecimiento de su personaje. Los aspectos desconcertantes de Alphie empujan varias veces la película. Muy lejano al escaso rango que exhiben los adultos, sepultados bajo paladas de clichés.
En este sentido, Alphie también ejemplifica lo que muchos esperamos que sea “Resisentencia”: una semilla de una mejor narración que aunque no termina por germinar, si podría dar la satisfacción de la esperanza plantada. Incluso con algo muy criticado, que es el tercer acto de esta película (acá me gustaría acotar que en lo personal, agradecí bastante lo “atropellado” que este se siente. Quizás estoy un tanto harto de que los últimos tercios de las películas hoy sean resúmenes sobre-explicativos de intenciones), es su forma de enfrentar los hechos inevitables que hacen que toda esa secuencia tenga un cierto valor propio, por muy desorientador que sea.
Aquí puede estar la trascendencia de “Resistencia”: el ser un muy buen planteamiento. Una muy buena declaración de principios sobre cómo abordar la crisis creativa del cine hollywoodense actual. Proponer a las audiencias algo que no hayan visto, aunque lo hayan visto muchas veces. La pretensión de emparentarse más con “Children of Men” o “Ex-Machina” que con grandes franquicias, es un pregón más que un manifiesto.
Y Gareth Edwards era justamente el cineasta para ello. Tanto “Monsters” como su versión de “Godzilla” tienen una mirada mucho más perspicaz de como usar la ciencia ficción y la fantasía para contar un relato humano. (Sé que muchos relacionan a Edwards con “Rogue One: A Star Wars Story”, pero como sólo un puñado de personas en este planeta vieron su versión de esa película, y muy probablemente eso ni siquiera incluya a los abogados que diseñaron el acuerdo de no divulgación al respecto, me permito descartarla). “Resistencia”, lamentablemente, carece de esa perspectiva. Y, para bien y para mal, uno con los talentosos suele deslizar un mayor nivel de exigencia.
“Resistencia” cumple con la mitad de los requerimientos de exigencia para convertirse en una película fundamental en su género: que sea una obra que nos impresione mientras la vemos en la sala, y nos fascine mientras la comentamos caminando de vuelta a casa. Lo primero está, de eso no hay duda alguna. Ojalá un porcentaje de la creatividad aplicada en cómo se ve esta película hubiese ido en aras de ideas más innovadoras o narrativas con mayor arrojo.
Pero la ilusión ahora está puesta en que sea el tipo de película que inaugure una fórmula para el futuro. Que en los años por venir veamos cómo Hollywood se apropió de “The Creator” y con ello propició la apertura de una veta que permitió mayor control autoral con menores presupuestos, generando obras que pudieron encandilar a sus espectadores.
Una receta que ojalá hubiera podido ser aplicada en sí misma. Porque hoy es una de aquellas que deslumbran mientras uno está en la butaca, pero que dará pie a demasiados silencios en la caminata de vuelta al hogar.