Entrevistas
17 de Agosto de 2024José Maza reflexiona sobre la muerte y su cáncer a la piel: “Todos esos apuntes se van a perder, a menos que los publique antes de partir”
El reconocido astrónomo lanza su nuevo libro, "El Sistema Solar", a un año de su jubilación como profesor de Historia de la Astronomía en la Universidad de Chile y de un tratamiento dermatológico por cáncer a la piel. “De repente me dan ganas de estudiar o hacer algo, para entender un poco mejor de qué se trata. Ni siquiera entiendo muy bien sobre la membrana celular. O por qué pasa el cáncer. Por qué mueren las células. Eso es lo que pasa con el conocimiento si no se parte desde lo básico", dice.
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El profesor José Maza Sancho (76) tiene un planeta a su nombre. Se llama Maza, y es un asteroide de 5 kilómetros de diámetro que, según él, bien podría ser el de El Principito. El planeta 108.113 fue encontrado por un astrónomo español que, en ese entonces, ya había descubierto 30 supernovas, pero que no había podido entender realmente lo que eran, hasta que leyó el libro Supernovas publicado en 2008 por José Maza y Mario Hamuy.
“Esa fue la única gracia que tuvo hacer ese libro, que en realidad era un ladrillo”, cuenta Maza hoy, ad portas del estreno de su séptimo libro, “El Sistema Solar”. Uno que en algún momento pensó que no existiría.
Es que en el 88 dijo: “Nunca más hago un libro, no vale la pena”, después de publicar “Astronomía Contemporánea”, sobre el Cometa Halley. La editorial universitaria había lanzado mil copias que se vendieron en un año. El profesor calcula que, para hacer ese texto, había ocupado 2.000 horas de su vida. “Demasiado para tan pocas copias”, recuerda.
Ese mismo año fue invitado al programa de la periodista Patricia Espejo a hablar sobre el cometa Halley. En el camarín del estudio, la maquilladora le preguntó cuando se iba a poder ver el famoso cometa en el cielo. “Yo le dije que todavía no, porque la luna iba a salir muy temprano en los próximos tres días e iba a haber mucha luz. Había que esperar saliera más tarde, para que el cielo estuviese oscuro y se viera mejor”, cuenta. La maquilladora dejó de pintarlo, puso las brochas sobre la mesa, lo miró y le dijo: ‘¿Que acaso la luna no sale todos los días a la misma hora?’.
“Yo me quedé helado”, recuerda Maza. “Nunca me había imaginado que me iban a hacer esa pregunta”. Fue el principio del estilo de enseñanza y divulgación que lo ha marcado desde entonces. Ya estaba acostumbrado a hablar en la Escuela de Ingeniería. “Eran cosas complejas que no me daba cuenta, que no iba a ser un lenguaje fácil para que todos entendieran”.
Pero lo que pasó con la escritura de “El Sistema Solar” fue más personal. Al profesor José Maza le diagnosticaron cáncer de piel. Uno que no es agresivo, pero que le provocó distintas heridas. Hace un año le pidió al dermatólogo que le quemara con nitrógeno líquido la más grande que tenía en la frente. No quería tener heridas. Hoy, el queloide luce como un sol en su cabeza mientras cicatriza y se recupera.
“De repente me dan ganas de estudiar o hacer algo, para entender un poco mejor de qué se trata… o que alguien me explique. Ni siquiera entiendo muy bien sobre la membrana celular. O por qué pasa el cáncer. Por qué mueren las células. Las estudié hace 60 años y la mitad se me olvidó, si es que alguna vez lo supe. Eso es lo que pasa con el conocimiento si no se parte desde lo básico. Sí, hay temas de la astronomía que me mueven la cuchara, pero me doy cuenta que no puedo emocionar a otras personas con algo que no conocen. No tiene ningún sentido”, dice.
—¿Cómo está su salud hoy?
—Mi dermatólogo me dijo que me iba a morir con cáncer de piel. No de cáncer a la piel. Me hicieron una biopsia y dijeron que no es un sarcoma agresivo, es una forma de cáncer suave. Cuando era niño, no había cultura de echarse bloqueador solar. Me sacaba los cueros de la espalda en el verano en el campo. Me dañé la piel en los primeros años de vida. Uno tiene que asumir que la culpa, es de uno. En esa época, mi madre probablemente no tenía conciencia de los peligros.
Pensar en la muerte de las estrellas
El 28 de noviembre del año pasado, la madre del profesor Maza falleció a los 95 años en España. Ella y su padre llegaron a Chile en 1939, en el barco Winnipeg, después de la Guerra Civil. Ella tenía 11, su papá 28 y en se momento no se conocían. Él había peleado en la Guerra Civil y ella venía a Chile con su familia. Se conocieron en el 45, se casaron, tuvieron tres hijos y para el golpe Militar regresaron a Taragona. José Maza estaba en Toronto, haciendo el Doctorado en Astronomía.
“Me quedó claro cuando me despedí de ella, que ya no la iba a ver más. Había sobrevivido, le dio Covid y sobrevivió. Pero ya a esa edad, hay fatiga material por todas partes”, dice. Lo recuerda porque, en noviembre de este año, planea volver a España por tres semanas, como hace casi todos los años, “a descansar”, dice.
—¿Ha pensado sobre la muerte este último tiempo?
—El otro día leía una columna muy interesante de Agustín Squella, que me dejó meditando. Decía: “Uno nunca está muerto. Uno simplemente murió”. La vida es un intervalo de aquí hasta acá —hace el gesto con las manos—. Desgraciadamente, el organismo y esta maravilla que es el cuerpo humano, es demasiado complejo. Después de años de uso y también de maltrato. Es que uno hace cosas que no debería, como abusar de quedarse despierto hasta las cuatro de la mañana, dormir dos horas y luego, tirarse de los cordones para arriba a ducharse con agua fría. Uno debería dormir lo que corresponde. Pero la vida, así de planificada, a mí no se me da.
—Igual, no está cerca de pasar al otro lado de la luna…
—Cuando era joven, veía la muerte muy lejana. No tan solo no pensaba en ella, sino que casi que uno no cree en ella. Cuando te das cuenta de que no te va quedando tanto hilo en la carretilla… Si algo puedo hacerlo hoy día, tengo que hacerlo hoy día. Me siento privilegiado de tener este recorrido. Aunque uno no pueda predecir cuando se va a acabar.
El legado de José Maza no está listo
José Maza cuenta todo lo que tiene que contar como si de una clase de historia se tratara. De la astronomía, del conocimiento, de la educación, también de aquello que lo ha conmovido.
“Hay un personaje que me encanta”, dice. “A mi me gusta el cahuín, entonces le contaba la historia de Kepler y Tycho Brae a todos mis alumnos. Estos personajes no eran etéreos o caminaban sobre el agua. No. Eran seres humanos complejos. Kepler fue a trabajar con Tycho Brae, un gran astrónomo Danés. El mejor del siglo XVI en Europa. Cuando Tycho Brae estaba muriendo, le pidió un último deseo desesperado a Kepler: “‘Haz que no haya vivido en vano'”.
Tycho Brae había trabajado toda su vida en un sistema de mundo que era un híbrido entre Copérnico y Tolomeo. “Todo gira en torno al sol, pero el sol gira alrededor de la Tierra”, dijo. Él quería demostrar que su sistema de mundo era el correcto, así que le hizo jurar a Kepler en su lecho de muerte, que hiciera que no hubiese vivido en vano. Kepler tomó todas esas observaciones y descubrió las Leyes del Movimiento Planetario. “Es por una injusticia que se llaman las Leyes de Kepler. Deberían ser Leyes de Brae y Kepler”, relata, para comenzar a hablar sobre qué falta por hacer para completar un legado que aún no está listo.
—¿Qué le pasa cuando recuerda la escena de Kepler y Brae en su lecho de muerte?
—Recuerdo esa escena y creo que en realidad uno tiene que tratar de que en el momento en que uno tenga a la muerte en la oreja, no tener que pedirle a alguien que haga que uno no haya vivido en vano. Como dice Machado —Antonio Machado, poeta español—: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”. A mí me calza muy bien. Por eso estoy escribiendo estos libros.
—¿Se vienen pronto nuevos libros?
—Jubilé hace un año de la Universidad de Chile. Tengo un escritorio lleno de papeles y he tratado de ordenar con bastante poco éxito. Tengo todo en el piso al punto de que no se puede ni caminar. Es que en la universidad, le hacía apuntes a mis alumnos para que tuvieran algo de qué leer y no tuvieran la excusa de que no encontraban los libros. Todos esos apuntes, se van a perder a menos que yo los publique antes de partir. Así que ahora estoy tratando de quedar “ligero de equipaje”, como dice Machado.
— “Somos polvo de estellas” (2017) vendió dos mil copias en una semana. Salió en formato chico, tapa dura, incluso la empresa Copec sacó una edición para vender en bombas de bencina. Sumando las 30 ediciones, son 100.000 copias. ¿Todavía no está listo el legado de José Maza?
—Soy medio autoflagelante, entonces lo que me queda por hacer es lo que me tira. Y en lo que ya he hecho, no me ando poniendo medallas al pecho. Siempre tengo la sensación de que pude haberlo hecho mejor. De que pude haber hecho más. Pero de 7 libros hay 3 versiones para niños y una en camino. El año que viene, si todo sale bien, llevaremos una docena de libros publicados. Con eso ya me doy por satisfecho.
—¿Sobre qué historias le gustaría publicar?
—Tengo en la cabeza hacer un libro con biografías de seis mujeres que fueron muy importantes en astronomía y que, de alguna manera, la historia no las reconoció en su momento. Desde aquella época hasta ahora, la historia reciente tampoco les ha hecho justicia. Ahora, después de la presentación de “El Sistema Solar”, me voy a reunir con el editor y quiero proponer las estrellas. Creo que los ladrillos del universo. En “Somos polvo de estrellas” hablé sobre cómo todo lo que tenemos aquí, es gracias a las estrellas. Entonces ahora me gustaría hacer un libro sobre qué son las estrellas.
—¿Cuánto viven las estrellas?
—Curiosamente, las estrellas que tienen más masa son las que tienen más combustible. Pero lo gastan tan rápido, que por eso, son las que se mueren primero. Y las chiquititas son lentas como las hormigas. Por ejemplo, el sol. Va a vivir 10 mil millones de años. Una estrella 10 veces más grande que el sol, vive 100 veces menos.
—Suena a algunas estrellas humanas que tenemos en este planeta…
—Para estar quebrado no se necesita ganar poco, sino gastar mucho. Las estrellas chicas son mucho más prudentes y ahorrativas. Las estrellas chicas chicas, pueden haber nacido en el Big Bang y todavía están vivas. Les quedan años para morirse. Las más grandes viven menos, a veces solo un millón de años. Después se transforman en supernovas. Igual, gracias a ellas, se va propagando la formación estelar.
—¿Y el sol, cómo va en su recorrido?
—El sol está en la mediana edad. En teoría, le quedan 5.400 millones de años más. El sol se va a morir.
—Y nosotros con él…
—No hay que preocuparse de la muerte del sol (ríe). Hay otras cosas más cercanas y más importantes.
“Ningún gobierno, en los últimos 30 años, le ha puesto el énfasis a los niños”
El nuevo libro “El Sistema Solar” habla del barrio planetario en el que vivimos. “Con él cumplí con mi deseo de mantenerme lo más cercano a la cuestión básica”, dice José Maza. En sus páginas se incluye información tan parecida a la que se podría haber estudiado en la enseñanza básica, que queda en el olvido que la astronomía puede ser un tema más arduo. Además, el profesor incluye datos sobre la posibilidad de vida fuera de la Tierra e introduce a Venus como un candidato a ser un planeta “terraformado”.
O sea que para que los humanos pudiesen vivir en Venus, habría que volcar las esperanzas en “ubicar aeróstatos a unos 50 km de altura flotando en su atmósfera. Verdaderas ciudades navegando alrededor podrían estudiar el planeta del amor in situ, con hombres y mujeres en laboratorios flotantes”, consigna el libro. Después de eso, la ciencia y el humano tendrían que ser capaz de reducir la temperatura superficial de Venus, estimada en 464°C. O proporcionarle una atmósfera. Entre otras cosas.
—¿Cómo se logra mezclar información que adultos y niños puedan entender en un solo libro?
—Los libros de ciencia que son de alta complejidad, quedan botados en las primeras 10 páginas. Veo que hay divulgación en Estados Unidos, pero no hay libros de divulgación para gente no conoce sobre la ciencia. Ahora, creo que el problema más grave, está en la educación chilena. A los niños, no se les enseña a leer. Saben cómo se lee, pero para saber leer, hay que leer por lo menos 100 libros. Mientras no hayan leído esa cantidad, sabrán cómo leer pero no tendrán la práctica.
—¿Cómo cree que va el gobierno actual con la deuda de lecto-escritura que hay en el país?
—Creo que no es problema de éste gobierno ni del anterior. Ningún gobierno, en los últimos 30 años, le ha puesto el énfasis a los niños. Resulta que ahora, 9 de cada 10 niños que entra a primero básico no conoce las letras. No es que no sepan leer. No conocen las letras, no las han visto.
—¿Y cree que la gratuidad universitaria podría colaborar a que más personas tuviesen la oportunidad de aprender sobre ciencias si es que es eso lo que les interesa?
—El Partido Comunista, en la época de la Unidad Popular, rayó la casa central de la Chile con el mensaje: “Universidad para todos”. Siempre estuve en desacuerdo con eso. La universidad no es democrática, es meritocrática. El cabro que realmente le pega tiene que poder entrar a la universidad, para ser un gran profesional. Pero hay un escalón importante donde no se necesitan tantas destrezas, que es toda la educación técnico-profesional. Un buen técnico electrónico es fundamental.
Lo otro es muy complicado y políticamente incorrecto de decir: todo el mundo habla de que la educación es la movilidad social. Algunos la predican, pero hay otros que no quieren que ocurra. Con todo respeto, el día que no haya ningún albañil que salga de Puente Alto, de San Bernardo o de La Pintana, ¿de dónde van a salir? No creo que sea de Las Condes o de Vitacura.
—¿Es la educación pre-escolar una solución urgente?
—Es en la educación pre-escolar donde hay que poner el énfasis. Un niño de cuatro años es una esponja. Si uno le muestra una A, no se le olvida más. O el Sistema Solar. “Mira, éste es el sol, hay ocho planetas, este que tiene un anillo se llama Saturno”. El conocimiento se construye como los edificios. Si los cimientos están malos, no resiste, se va a empezar a fracturar, a hundir y a descuadrar las puertas.
De Parral a profesor del cosmos
Como educador, José Maza tiene un recuerdo nítido sobre lo que fue su propia educación. Creció en Parral y estudió en un liceo que dejó para entrar al Instituto Barros Arana, en Santiago. “En Parral, la posibilidad de que llegara a ser ingeniero era cero. En el liceo no enseñaban física ni química y el profesor de matemáticas era un contador que no te iba a enseñar álgebra o cosas más sofisticadas”, cuenta.
A su colegio y a la Universidad de Chile le dedica el libro que está lanzando ahora. “Mi amor por la historia de la astronomía y todo lo que sé se lo debo a la universidad. Si la universidad no me hubiese dado esta oportunidad de hacer clases sobre estos temas, a estas alturas tendría bien perdido en el fondo de mi cerebro, eso que le escuche a don Desiderio Pap y que tanto amaba. El haber estado ahí y haber convivido en un micro clima propicio, a uno le permite hacer cosas”, dice.
Desiderio Pap fue su profesor de Historia de la Astronomía cuando estaba empezando a hacer la especialidad en Universidad de Chile. Pero no era parte de la malla curricular, era un electivo que, por suerte, José Maza alcanzó a tomar. Después de irse a Toronto para el Doctorado en Astronomía durante la dictadura, volvió a Chile porque no pudo concretar otros doctorados en Galileo y sobre Kepler. Le pedían saber italiano o Latín y, según cuenta, “los idiomas nunca fueron lo mío”.
Pero le habían guardado un puesto docente en la Universidad de Chile. Al volver, fue a pedir a la dirección que le dieran una oportunidad al curso de Historia de la Astronomía que tenía en mente. Era 1979. Hasta 2023, pasaron 40 años enseñando ese curso y llegó a tener 150 alumnos.
—¿Siente que la divulgación científica que ha hecho ha llegado al puerto que usted esperaba?
—Me emociona de ver, que de alguna manera, las cosas que digo han llegado a mucha gente. Me di cuenta que esta cuestión tenía sentido una vez que andaba en Chillán y nos estacionamos mal frente al teatro donde iba a dar una conferencia. El estacionador se acercó y cuando pensé que me iba a tirar la bronca, me dijo: “No se preocupe. Lo que quiero es saludarlo y felicitarlo. Me encantan las cosas que usted cuenta”. Ahí me di cuenta que estaba llegando a un público más transversal. Eso es lo que, para mí, tiene mérito.
Nuevas estrellas para José Maza
José Maza se prepara para recibir el título de “Profesor Emérito” en la Universidad de Chile, junto a María Teresa Ruiz. Sobre lo que se viene ahora, plantea que quiere seguir haciendo libros, pero sobre todo para los niños. Entre medio de ese sueño, piensa en su nieto Felipe, de cuatro años.
“Mi suegra vivía en una pieza acá en la casa. Hace dos años partió. Mi nieto, un día llegó y preguntó dónde estaba la abuela. Le dijimos que se había ido al cielo. ‘Uy, y se llevó hasta la cama’, dijo el niño. Después, a finales del año pasado, cuando se murió nuestra perrita Maurine, también preguntó a dónde se había ido. ‘Se fue al cielo, con la abuela’, volvimos a responder. Y él dijo: ‘Pero si el cielo es para todos, y la abuela está en el cielo de Rusia y la Maurine está acá, ¿cómo se van a encontrar?’. Fue tremendo”, dice.
—Un pequeño intelectual cósmico…
—Hace unas preguntas que uno aún no puede contestar (se ríe).