Dos generaciones de acero: la historia del padre que ayudó a construir Huachipato en los años 50 y del hijo que vivirá su cierre en Talcahuano
La histórica siderúrgica suspenderá sus operaciones en un proceso que culminará a mediados de septiembre. Aquí, la historia de un padre que ayudó a fundar la empresa y de un hijo que vivirá su cierre. También la de un guardia de seguridad de la empresa que se convirtió en fotógrafo y la de un funcionario que jugó primera división y que marcó a un balón de oro.
Por Sebastián PalmaCompartir
A finales de los años 40, y luego de terminar su colegiatura una escuela en Chillán, fueron pocas las opciones que le quedaron a Francisco Torres Navarrete para encontrar trabajo. Era aún menor de edad cuando las noticias de un mejor pasar en Talcahuano, kilómetros al sur de su ciudad, lo animaron a armar las valijas.
Décadas antes de LinkedIn, internet, mails, celulares e incluso los fax, la cosa era así. Los empleos se iban a pedir a la puerta. Con lo puesto y unas ropas más viajó a Talcahuano. Se instaló en una pensión junto a un amigo chillanejo y pidió trabajo en uno de los proyectos industriales más importantes del país: Huachipato.
Si bien la empresa ya había anunciado su apertura, aún no existía. Había que levantarla. Francisco fue reclutado como jornalero para las instalaciones y, como la mayoría de sus compañeros, se quedó en ella con posterioridad para comenzar a operarla luego de su puesta en marcha en 1950. Desde entonces trabajó durante 20 años en el área de estructuras y otros 20 en la acería, el corazón de la planta, donde se refina el hierro fundido y se transforma en acero.
De no ser por Huachipato su hijo, también llamado Francisco Torres y los otros tres que tuvo junto a Margarita Duffau no hubieran nacido. La huella de la empresa fue una marca indivisible para la familia. Francisco Duffau recuerda paseos a Huachipato en los que vio el sacrificado trabajo de su padre. También una época más permisiva en la que se le permitió subir a grúas y recorrer las distintas plantas de Huachipato siendo aún un niño.
A pesar de esa conexión con la fábrica, cuando Francisco creció no quiso seguir los pasos de su padre. Prefirió salir de Talcahuano y viajó al norte, a distintas ciudades a dedicarse a la industria hotelera. Los negocios prosperaron y Francisco disfrutaba del servicio que recibía por ellos. Usaba traje y un garzón lo atendía a diario.
Pero el éxito tuvo fecha de expiración. Corría el año 1987 cuando Francisco junto a su familia tuvieron que regresar a Talcahuano, a la casa de su padre, quien ya estaba al borde de la jubilación.
Fue en esa época en la que Francisco, el padre, orientó a su hijo. Le habló de Huachipato, de que allí se trabaja como en familia y que si bien no entraría en un gran puesto, podría ir quemando etapas y avanzar. Como solía ocurrir en los trabajos de antaño.
Él postuló a regañadientes, pero terminó quedando en la empresa. Su primer trabajo no fue lo que esperaba, mientras otros hombres forjaban el hierro, doblaban vigas y manejaban maquinaria pesada, él debía limpiar el recinto con una escoba de madera.
“Cuando entré a la empresa miraba para atrás y no veía a nadie. Era el último pelo de la cola (…) mi primera herramienta fue una escoba. Yo venía de un mundo de hotelería que era distinto, cuando tenía que almorzar lo hacía en el casino del hotel donde un garzón nos atendía. Era una vida un poco más refinada“, rememora Francisco Torres.
“Y resulta que en mi primer día de almuerzo en Huachipato, era en una sala muy rudimentaria y llegaba un plato de papel alusa donde venían los almuerzos. Fue un cambio fuerte, entonces yo el día viernes me decidí a hablarle al papá”, añade.
Cuando cumplió una semana en la empresa, pensó que no era el camino que quería seguir con su vida. Las labores de aseo le parecían extenuantes y la rudeza que se suele vivir en las industrias se alejaba bastante a las comodidades que tenía en el sector hotelero. Francisco, el hijo, le planteó a su padre sus inquietudes laborales. Lo hizo camino al trabajo al que comenzaron a irse en las mañanas en el mismo auto.
“Le dije: papá, te agradezco montones, pero yo no voy a resistir esta cuestión”, recuerda.
En ese momento su padre, conduciendo, lo volvió a aconsejar.
“El viejo sabiamente me aconsejó que esperara, que habían muchas oportunidades para crecer. Le hice caso y, finalmente, me pude dar cuenta que hay otras realidades y eso me sirvió mucho como persona”, recuerda sobre la conversación.
Desde ese momento en adelante, el hijo confió en el pronóstico de su padre. Si bien ambos Franciscos solo alcanzaron a trabajar dos años juntos, porque Francisco padre jubiló, la vida de su hijo también quedaría marcada por la empresa. Allí, rápidamente, dejó las escobas y las palas, se convirtió en operario de la sección de planos de la empresa, la que se orientaba a realizar las láminas de hojalata que se usan para hacer los envases contenedores de los alimentos.
La evolución de los trabajadores de Huachipato
Francisco Padre alcanzó a trabajar 40 años en Huachipato, su hijo lo hará durante 38 años cuando en septiembre de este año la empresa culmine con sus operaciones. Pese a que trabajaron dos años en la empresa, no fueron muchos los compañeros de trabajo que conocieron su relación familiar. Ambos prefirieron ser más reservados con el tema. Aunque el secreto fue conocido por algunos amigos, quienes los bautizaron como “Pancho bueno y Pancho malo” para diferenciarlos.
Una vez que el papá de Francisco dejó la empresa, su hijo comenzó a ver que las posibilidades de las que le habló su padre se comenzaron a concretar. Además de su nuevo puesto, la empresa le dio las facilidades de poder estudiar una carrera profesional.
“Descubrí que la planta era un lugar de muchas oportunidades(…) la planta siempre se preocupó por el desarrollo de sus trabajadores en términos de oportunidades. Uno tenía que ser el de la iniciativa, no era un regalo, pero claro, yo me fui a estudiar. Gracias a Huachipato pude terminar una carrera técnica que no había podido culminar antes de entrar a la empresa. Después de eso pude estudiar ingeniería comercial en la universidad, que fue donde terminé desarrollándome“, cuenta Francisco.
Con el paso de los años, Francisco fue adquiriendo mayores responsabilidades en la empresa. En los años 2000 se convirtió en jefe de la sección de recubrimiento del laminador en planos en frío. Cumplía precisamente esas funciones durante el terremoto de 2010, que afectó notablemente a la planta. Su rol de ese día fue destacado en un documento oficial de la empresa.
“Fue, probablemente, el primer trabajador que llegó a la planta desde su casa después del terremoto (a eso de las 4:50 am) y desde el primer momento ejerció un positivo liderazgo, primero para garantizar la seguridad de sus compañeros, y luego, para liderar el corte de suministros en la emergencia”, se escribió en el documento.
“Fue una odisea llegar a la planta. Estaban los caminos cortados. Pasé por al lado del edificio Alto Río, que ya se había caído. Era importante cortar los suministros, porque si quedaban las líneas abiertas se podía producir alguna explosión o inundación. Estamos hablando de gases combustibles que usamos para los procesos. Había que verificar todas esas cosas”, recuerda Torres sobre el momento.
El futbolista que marcó a un balón de oro y que terminó trabajando en la planta
Los cronistas deportivos que ejercieron en los años 80 recuerdan a Carlos Ramírez como un lateral con buena proyección al ataque. Desde muy pequeño mostró condiciones para el fútbol e hizo las divisiones inferiores en Huachipato, debutando en 1985, a los 17 años.
Su desempeño llamó la atención del técnico de la selección sub 20 del año 1987, Luis Ibarra, quien armó un plantel para el mundial juvenil que se jugó en Chile ese año. Así Ramírez se convirtió en uno de los titulares de ese equipo, que contaba con figuras como Luis Musrri, Javier Margas, Luka Tudor, Raimundo Tupper y Fabían Estay, entre otros.
Chile tuvo un buen desempeño, quedando en cuarto lugar. En el mundial, Ramírez tuvo una compleja misión: marcar a quién sería el balón de oro, Davor Suker, la estrella de la desaparecida selección de Yugoslavia, quien terminó siendo la campeona de la competición.
Una vez terminado el torneo, Ramírez continuó jugando en Huachipato, club que era financiado por la compañía acerera, y luego en Deportes Osorno. A diferencia de muchos de sus compañeros, era consciente de lo corta que era la carrera de un futbolista, por lo mismo decidió estudiar administración de empresas en paralelo.
“Entré a estudiar pensando que en mi retiro iba a trabajar en la planta de Huachipato. Yo me planifiqué para ser un trabajador de la compañía. Recuerdo que mis compañeros futbolistas se reían de mí cuando me veían que viajaba con los cuadernos. No entendían por qué me preocupaba de estudiar”, rememora Ramírez.
Como suele suceder, el que ríe último ríe mejor. Una vez retirado, Ramírez comenzó a ejecutar su plan. “A los 31 años tenía la posibilidad de seguir jugando, de irme a La Serena u otro club. Me estaban pidiendo, pero tenía que hacer la práctica y la verdad es que privilegié los estudios”, comenta Ramírez.
Ramírez ingresó a hacer su práctica a Huachipato en 1999. En la empresa, el exmundialista juvenil ha realizado funciones muy distintas a las que ejerció en la cancha. Se desempeñó como jefe de remuneraciones, en el área de contratación, administrador del casino. Sus trabajos los define como unos que “buscan velar por el interés del trabajador”.
Ramírez, además, hoy es parte de la dirección del Club Deportivo Huachipato, una rama que depende de la planta y que agrupa a más de 20 disciplinas. Si bien en un principio estaba orientada a la recreación de los trabajadores, el club se abrió a la comunidad.
“Solo el 30% de los socios son trabajadores, el resto son vecinos de la comunidad. Es una institución grande y es independiente. Afortunadamente, con el cierre de la compañía no va a sufrir un cierre, pero sí va a sufrir una baja importante en sus socios”.
Sobre el cierre de la empresa en la que siempre quiso trabajar, Ramírez señala sus impresiones: “El trabajador está deprimido, está triste. El trabajador de Huachipato quiere mucho a la empresa, hay un tema de la camiseta que se siente, un arraigo”.
Y añade: “Huachipato es como el corazón de Talcahuano. Eso lo conversamos con mis colegas. No son solo los contratados, están los contratistas o incluso la señora que se pone afuera a vender sándwichs. Todos se verán perjudicados con el cierre de la empresa. Todo el cordón industrial funciona en base a lo que Huachipato genera”.
Consultado sobre su ligación personal al equipo de fútbol o a la planta, Ramírez no sabe bien qué responder.
“Para mí son los dos. Es que son parte de mi vida, no puedo elegir a uno”, comenta.
De guardia de seguridad a fotógrafo oficial de la empresa
Juan Pomeri ingresó a Huachipato en 1976, cuando tenía 24 años. A esa edad, postuló para un cargo de guardia, creyendo que tenía las aptitudes necesarias debido a su experiencia en el servicio militar. Fue seleccionado y desde entonces se desempeñó como vigilante.
En la empresa notaron las habilidades comunicativas de Juan, quien destacó en actividades sociales como hockeísta en patín, disciplina con la que representó a la empresa y ganó varias medallas. Después de dos años como guardia, fue trasladado al área de capacitación y relaciones públicas, donde su trabajo era bastante diferente al de seguridad. Juan pasó a ser el encargado de recibir al personal nuevo, invitados y delegaciones y orientarlos sobre la historia y el trabajo que se desarrollaba en Huachipato.
“Les tenía que contar la historia de la empresa: cómo nació, todo lo que hubo. Les explicaba que Huachipato nació como respuesta a la necesidad del país después del terremoto de 1939, cuando casi todas las construcciones de adobe se vinieron abajo”, explica.
“En Chile no había acero, y el problema se agravó con la Segunda Guerra Mundial, ya que el acero empezó a escasear y se encareció. Por esa dificultad, el país planeó tener una siderúrgica propia. Finalmente, se creó Huachipato”, agrega.
Durante su trabajo como instructor en la compañía, Juan Pomeri escuchó una frase de un compañero: “Para mí, Huachipato no fue una escuela, sino una universidad”. Utiliza ese recuerdo para explicar cómo terminó convirtiéndose en el fotógrafo de la empresa.
“La mayoría de nosotros nos formamos allí. Sin saber nada al principio, pero luego las personas aprendieron a laminar, a conocer la temperatura necesaria para los lingotes y muchas cosas que no cualquiera sabe. La formación se daba de esa manera”, comenta.
“En mi caso particular, encontré una cámara filmadora. Había sido comprada, era una máquina Umatic semiprofesional que estaba en desuso. Empecé a interesarme, leí libros para usarla y realicé varios videos de los procesos de la compañía”, recuerda.
Al verlo con una cámara, los jefes de Huachipato le financiaron un curso en Santiago. Desde entonces, Juan se especializó en fotografía, aprendiendo sobre luces, velocidades, encuadres y ángulos. “Me pidieron que me hiciera cargo del área de fotografía. De guardia terminé como artista; fui fotógrafo de la compañía durante 10 años”, comenta Pomeri.
En su rol de documentalista de la empresa, Pomeri analiza lo que significará el cierre para los trabajadores de Huachipato. “Yo conozco la historia de cómo nació Huachipato, así que ver cómo desaparece y se pierde es como repetir la historia. Creo que necesitamos una industria siderúrgica en Chile; no podemos depender de un material tan importante como el acero”, comenta.
“Lo lamentable es que en mi época uno entraba a Huachipato y sabía que allí se jubilaría, pero ahora los tiempos han cambiado. Lamento por la gente más joven, aquellos que entraron con cuarto medio y aprendieron todo lo que hacen allí. Esos trabajos son específicos y es el único lugar donde se aplican. Si salen de allí, me pregunto: ¿dónde encontrarán trabajo?”, añade.
EL legado de Huachipato
Huachipato cerrará definitivamente a mediados de septiembre, el mismo mes en el que Francisco Torres cumplirá 65 años, la edad de jubilación. Hace dos años que su padre falleció, y su muerte lo hace reflexionar sobre el empleo que compartieron. Aunque el cierre llega justo cuando podría retirarse, Torres reconoce que no quería bajar la cortina.
“Yo me divierto en mi trabajo. Mi intención era que me jubilaran en Huachipato, que me mantuvieran hasta que se aburrieran. No estaba en mis planes retirarme a los 65 años. Eso no está en mi ADN… pero por otro lado, desde las inquietudes, esto me pilla en un momento distinto de mi vida; no tengo la urgencia. Si encuentro otro trabajo, lo voy a hacer; estoy disponible”, comenta.
Sobre el legado de su familia en la empresa, Torres reflexiona: “Mi padre trabajó 40 años en la empresa y yo lo voy a hacer 38. Hicimos casi el mismo camino, pero diría que con una gran diferencia, que es muy notable. Mi papá participó en la construcción de la planta, y la segunda generación está participando del cierre. Hay un cruce de emociones tremendo”, recalca.