Vigilantes de la tercera edad: el retrato de un conserje y un guardia mayores de 70 años que deben aceptar trabajos de riesgo y precariedad
De acuerdo con la Encuesta Nacional del Empleo 2021 del INE, cerca de 500 mil jubilados en Chile continúan trabajando. Expertos coinciden en que la necesidad económica, producto de pensiones insuficientes, es el principal motivo. Una parte considerable de estos trabajadores mayores se desempeña en el rubro de la seguridad, aproximadamente un 20% de los vigilantes privados pertenecen a la tercera edad. En este reportaje, dos adultos mayores, un conserje y un guardia, relatan su experiencia en trabajos de alto riesgo que incluyen asaltos, amenazas con armas de fuego y la imposibilidad de descansar durante las noches de turno. Uno de ellos, de 79 años, cuenta que cuando su cuerpo comienza a flaquear, se pone a rezar: "Le digo a Dios que no puedo cansarme, porque aún tengo responsabilidades".
Por Valentina HoyosCompartir
A pesar de que el conserje Esteban Valenzuela tiene 79 años, el tiempo no le ha quitado muchas facultades: camina todos los días por La Pintana, arregla muebles y va la mayoría de los fines de semana a la feria a vender ropa.
Dice que una sola condición le impide ser el hombre de antes: la diabetes hizo que perdiera gran parte de su vista. Si no usa sus lentes –que compró en la feria y no tienen la graduación correcta–, todo lo que ve son figuras borrosas. Así, cuando trabaja de conserje en un edificio en Maipú, sus anteojos le permiten ver, por lo menos, con quién está hablando.
Esa misma ceguera parcial y los puntos ciegos del recinto, le impidieron ver el mes pasado, cómo dos hombres ingresaban a la parte frontal del edificio. Esteban se dio cuenta de que estaban robando el lugar cuando ya estaban dentro del hall, y uno de ellos lo estaba apuntando con una pistola y le comenzó a gritar.
“¡No se mueva o lo mato!”, le dijo el asaltante, según recuerda.
A pesar de la situación, Esteban confiesa que no tuvo miedo. Se quedó sentado en su silla detrás del mesón, mientras dejaba que los delincuentes lo revisaran. “Róbate lo que querai’”, les contestó Esteban.
Las imágenes quedaron registradas en un video del circuito cerrado de televisión del condominio en el que trabaja. En el registro se le ve vistiendo un gorro de lana negro y una parca roja. Como dijo él, no se proyecta miedo en su rostro, no titubeó mientras uno de ellos le quitaba su teléfono y su mochila a la fuerza. Su tranquilidad asombra.
Mientras era registrado por uno de los asaltantes, el otro trató de llevarse las pantallas conectadas a las cámaras, pero no tuvo éxito. Luego, ambos asaltantes revisaron las oficinas del resto del primer piso, pero sólo se llevaron una linterna. Veinte minutos después, se fueron.
Esteban asegura que llamó a Carabineros más de 20 veces, pero que no hubo respuesta a sus llamadas.
Dentro de la siguiente semana, ambos hombres volvieron dos veces más. La segunda vez que trataron de ingresar al edificio ocurrió cuatro días después del primer asalto, pero no pudieron entrar al hall porque las puertas estaban cerradas con llave. La tercera vez, que ocurrió al día siguiente, el pasado 5 de agosto, los asaltantes entraron por el costado del edificio.
Pero esta vez, Esteban y su compañero -que empezó a hacer el turno con él después del asalto-, ya estaban preparados: el primero agarró un palo grueso de un eucalipto, mientras que el otro usó una pistola falsa. Ambos corrieron por el pasillo del primer piso, y apenas los vieron, los enfrentaron.
-¡Párate, párate! -gritó el compañero de Esteban, mientras tiraba la corredera de la pistola hacia atrás.
Cuando los asaltantes los vieron armados de inmediato uno de ellos se tiró al suelo y el otro corrió. Esteban y su compañero mantuvieron al primero en el piso, mientras que llamaban a Carabineros para que lo detuvieran. Después de unos minutos, los funcionarios llegaron y lo detuvieron.
De ese último asalto, Esteban recuerda lo que le dijo la policía: “Me dio risa porque el paco llegó, y lo primero que preguntó fue: ‘¿le pegaron?’. Como que llegó preocupado por el delincuente y no por nosotros”, dice Esteban.
La documentación judicial del caso registra el hecho: alrededor de las 16:15 horas aproximadamente de ese día “el denunciante Esteban Hernán Valenzuela Bulboa se encontraba en su lugar de trabajo, un proyecto de departamentos por entregar, ubicado en la comuna de Maipú, donde cumple funciones de guardia de seguridad, instante en que sorprende al requerido C.J.C.C. quien vestía casaca color negro y pantalón jeans claro, saltando por el muro perimetral del recinto privado, ingresando a dicho recinto, por lo que le dio alcance procediendo a su detención, para luego llamar a Carabineros”.
Desde ese momento, el conserje de 79 años empezó a asistir a sus turnos de noche con ese mismo palo que usó para intimidar a los delincuentes.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Empleo de 2021 del Instituto Nacional de Estadísticas, cerca de 500 mil personas en edad de jubilación continúan trabajando. Si bien no existe un número específico, una parte de ellos, como Esteban, ejercen empleos de alto riesgo.
Para Daniela Thumala, psicóloga de la Red Transdisciplinaria de Envejecimiento de la Universidad de Chile, este tipo de empleos pueden ser desafiantes para un adulto mayor. “Para cualquier persona es un trabajo complejo: requiere velocidad de respuesta y tener una capacidad física muy buena. Y muchas personas mayores ya no tienen esas condiciones. Claramente, se hace más riesgoso todavía”, indica Thumala.
Trabajar por necesidad: “Es por la miseria de jubilación que tenemos”
De acuerdo con la académica, una de las principales razones por las que adultos mayores jubilados siguen trabajando es por necesidad económica. “La gran mayoría no son personas de grandes ingresos en la población de nuestro país. Si a eso le sumas que hay una pensión muy baja para la gente, muchas personas necesitan seguir agregando ingresos con algún otro tipo de trabajo”, explica Thumala.
Ese, justamente, es el caso de Esteban. Hace veinte años tuvo que empezar a trabajar en el rubro de seguridad, después de una vida en la que se dedicó a la construcción y que tuvo que dejar debido a sus problemas de vista. Gracias a la ayuda de un amigo que trabajaba como guardia, empezó a trabajar en galerías, edificios y empresas. Este, de hecho, es su primer trabajo como conserje, y desde que empezó, no ha parado. Todo con la intención de poder mantener a su familia, pues su hija tiene 15 años y su pareja está cesante.
Esteban vive en La Pintana. Son cerca de las dos de la tarde, y él y su esposa están en medio del living comedor almorzando pollo con arroz, aprovechando a que él no tiene turno hoy. “Una comida sin carne no es comida”, explica desmenuzando el trutro.
Mientras los dos comen, Esteban cuenta que vive ahí desde hace nueve años. Desde un principio tuvo que construir su casa con sus propias manos y la ayuda de dos trabajadores: instalaron un radier y pusieron un piso de cemento que pintaron de rojo, luego levantaron la mayoría de las paredes con ladrillos y maderas. Finalmente, el techo –que hoy tiene un par de hoyos por las lluvias–, fue construido con algunos paneles de plumavit y cielo americano.
El living comedor de su casa es la habitación principal: al centro tiene una mesa de vidrio en la que come, y en su costado hay dos camas en las que duerme él y su esposa. Los únicos electrodomésticos que hay en la habitación son dos televisores, uno donde ve películas -su favoritas son los de western de pistoleros- y las noticias, donde suelen aparecer notas de otro tipo de pistoleros, más parecidos a los que lo asaltaron en agosto.
Desde su casa Esteban cuenta que la mayoría de su pensión de 200 mil pesos se va en el arriendo del terreno, que le sale 150 mil. Su sueldo de conserje es de 520 mil pesos, y sus ventas en la feria le entregan 130 mil más para la locomoción y las colaciones para su turno. Tiene suerte si le queda un poco de dinero a fin de mes.
“Es por la miseria de jubilación que tenemos. Uno a diario gasta 10 mil, y 200 mil pesos para el mes no alcanza. Yo pago arriendo, luz, agua, gas. Hay que comer. Tengo una hija menor de edad y tiene sus necesidades, hay que comprarle uniforme y útiles. Yo por eso trabajo”, explica el conserje.
Así, recuerda que el mes pasado hubo dos días en los que él y su esposa no pudieron comer. “Ni siquiera para el pan”, cuenta Esteban. El dinero no alcanzó porque tuvo que faltar al trabajo dos semanas seguidas, ya que se encontraba hospitalizado por una úlcera que se provocó por comer una cucharada de ají.
Estuvo dos días con dolor e indigestión, la que aguantó para no faltar al trabajo. Pero finalmente, su esposa se dio cuenta que algo no andaba bien y lo llevó al doctor.
“Estuvo sin trabajar y ahí le descontaron esos días. Preferible que le hayan descontado a que lo hayan dejado sin pega (…) Ahí nos tratamos de arreglar, pero no nos funcionó nomás”, explica Catalina, su esposa.
Desde entonces Esteban trata de asistir religiosamente a sus turnos de noche. Cuando le toca ir a trabajar como conserje, se va de su casa a las cinco de la tarde para llegar a las ocho de la noche al edificio. Allí, cuida el lugar durante doce horas. Si bien lleva trabajando de manera nocturna hace más de 15 años, el trasnoche le ha afectado: tiene que tomar pastillas para dormir los días que está de descanso. Si no, no puede conciliar el sueño.
De acuerdo con la psicóloga Thamala, el trabajar por necesidad a una alta edad tiene un desgaste físico y emocional. “Aumenta sobre todo si tiene que seguir trabajando en algo que no le gusta. Si es algo que conoce y no le sale muy complicado, el impacto es menor. Pero si tiene que empezar a hacer pitutos o cualquier tipo de actividad que no tiene nada que ver con sus intereses ni habilidades, es una situación estresante. Sobre todo pensando: ¿hasta cuándo me va a dar el cuero?”, indica.
Ser un guardia adulto mayor: un trabajo riesgoso sin mucha protección
Según Óscar Rosales, presidente de la Asociación Chilena de Guardias de Seguridad Privada, cerca del 20% de los trabajadores dedicados al rubro de la protección son adultos mayores. Si bien no maneja una cifra exacta, dice que es más común que los jubilados trabajen como conserje que como guardia, pues esta primera labor suele ser más segura.
Sin embargo, según él, las condiciones de seguridad son una de las falencias del rubro. Si bien la regulación indica que las empresas deben entregar elementos de protección personal, como zapatos de seguridad, parcas o chalecos, los entes fiscalizadores no se aseguran de que se cumplan.
“No hay nadie que fiscalice el cumplimiento de esas normas. Por ejemplo, en la actualidad son más o menos entre 500.000 y 600.000 personas que trabajan en este tema. El OS10 de Carabineros, que es la entidad encargada de fiscalizar, no da abasto por la cantidad de empresas (…) Las empresas comunes y corrientes, que son más de 2.800 en el país, no las fiscalizan”, afirma Rosales.
A Esteban le pasó eso. Si bien está trabajando como conserje desde el año pasado, la empresa aún no le entrega su uniforme. Los días que debe trabajar, va con camisa negra, pantalones del mismo color y una parca roja, la misma que utilizó el día que lo asaltaron.
Esos elementos son los únicos que le corresponden según su trabajo: sólo los guardias de seguridad pueden optar por elementos de protección más complejos, como un bastón retráctil, esposas o un chaleco anticorte.
Además, quienes trabajan en el rubro deben contar con el curso O.S.10, una capacitación de seguridad que debe ser pagada por el empleador, y vale entre 65 mil y 75 mil por persona. Esta credencial dura máximo tres años, y una vez se acerque la fecha de caducidad, debe ser renovada. Pero de acuerdo con Rosales, esta no es una práctica que suela hacerse.
“Las personas que no tienen el curso OS10, que están sin sus elementos de protección personal, significan un ahorro. Y ese ahorro se traduce en utilidad. Es un desmedro a la persona, al trabajador. Y eso se hace en muchas empresas. Muchas. Sobre todo en la Macrozona Sur, donde utilizan a los guardias que contratan como trabajadores temporeros, pero a las noches les entregan elementos para que hagan rondas de seguridad”, cuenta Rosales.
Sin embargo, hay excepciones, como el caso de Julio Valenzuela. El hombre tiene 71 años y trabaja como guardia de seguridad en una galería comercial en el centro de Santiago. A pesar de que lleva ejerciendo allí hace 32 años, ninguna vez le ha tocado presenciar un robo o algún asalto. Además, cuenta que renueva el curso O.S.10 como corresponde, y su empresa siempre le ha entregado sus elementos de protección personal.
“Es súper tranquilo acá, estamos súper relajados, así que no es malo. Por fuera siempre asaltan, pero no dentro de la galería, así que para nosotros es bueno (…) Yo trabajo con más guardias que tienen 67, 68 años”, indica Julio.
Las razones por las que trabaja todavía es porque aún debe pagar el crédito que pidió por su casa: sólo le faltan tres años y será suya. Actualmente debe pagar cerca de $500 mil mensuales en dividendo, lo que implica que en este ítem gaste la mayorías de su sueldo. El resto de gastos los cubre con su pensión la que bordea los 350 mil pesos.
Una vez que termine de pagarla, Julio planea irse al sur, donde tiene otra casa. La vida de ciudad y seguir trabajando, dice, lo tiene agotado. Espera disfrutar sus últimos años alrededor de la naturaleza. “Si yo hubiese tenido una buena pensión, yo habría parado de trabajar hace rato”, asegura Julio.
Sin poder descansar siendo un adulto mayor
Para la psicóloga Thumala, el hecho de que existan adultos mayores jubilados que sigan trabajando por necesidad es un nudo clave en la actualidad.
“Espero que el día de mañana, estas sean cosas que se estén conversando. Espero que puedan haber jubilaciones mejores o que las personas puedan ir dejando progresivamente un trabajo. No que tú trabajes, por ejemplo, en una institución y listo, llegó el día de jubilarte, te fuiste para tu casa y se acabó todo”, indica Thumala.
En el caso de Esteban, el hombre aún no sabe cuándo podrá retirarse, esto pese a que la posibilidad de un cuarto asalto sigue latente.
Su situación hoy es crítica, la persona a la que le arrienda el terreno donde construyó su casa le terminó el contrato, por lo que se encuentra en busca de otro lugar. Sin embargo, según ha visto, no hay arriendos en La Pintana que sean menores a los $200 mil que paga actualmente.
Agrega, olvidando por un tiempo su actitud de “guapo”, que se siente exhausto. Que las veces que se siente cansado por las noches se pone a rezar y que entre sus súplicas pide fuerzas a Dios, a su padre.
“Le digo a Dios no puedo cansarme, porque aún tengo responsabilidades. Mi hija es la mayor responsabilidad. Esto lo hago por ella”, concluye Esteban.