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La última búsqueda de Miguel Woodward: crónica de los trabajos para encontrar el cuerpo del cura obrero desaparecido en la Esmeralda

Este miércoles se inició un nuevo capítulo en el rastreo de los restos del sacerdote chileno-británico perdido tras el golpe en el buque escuela de la Armada, uno de los casos más emblemáticos de derechos humanos en Valparaíso. The Clinic pudo conversar con quienes encabezan los trabajos y pudo ver cómo funciona la tecnología de avanzada que se utiliza en el marco del Plan Nacional de Búsqueda del gobierno, que pretende esclarecer el paradero de 1.162 víctimas.

Por Marcelo Contreras
Adriana Thomasa / The Clinic
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Tumbas olvidadas, otras embanderadas por las recientes Fiestas Patrias, el trinar de pájaros, la primavera arrolladora en el Cementerio 3 de Playa Ancha de Valparaíso en una mañana radiante, pronto invadida por la ventolera característica del Puerto.

Es el pasado miércoles 25 de septiembre y la misión consiste en rastrear los restos de Miguel Woodward, sacerdote chileno británico cuyo paradero se perdió en la Esmeralda a días del golpe, acorde al Plan Nacional de Búsqueda impulsado por el gobierno.

La iniciativa se ha convertido en la principal bandera del Ministerio de Justicia tras las conmemoraciones de los 50 y 51 años del 11 de septiembre. Una tarea con varias complicaciones, por las constantes tensiones con las agrupaciones de Derechos Humanos.

El Plan de Búsqueda pretende, entre otros objetivos, “reconstruir las trayectorias de las personas víctimas de desaparición forzada, incluyendo su detención y secuestro hasta su destino final”, junto con “ubicar, recuperar, identificar y restituir los restos mortales (…)”. La intención de la administración del Presidente Gabriel Boric es saber qué sucedió con 1.162 personas.

El sector delimitado corresponde a un paño proyectado como cementerio parque, cuyos trabajos están suspendidos. Arriban al lugar miembros de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos y Detenidos Desaparecidos región de Valparaíso (AFEPDD), la mayoría mujeres. Ellas gritan: “La Armada chilena debe responder, matar a los chilenos no era su deber”.

Hay personal de Investigaciones y del Servicio Médico Legal, en tanto surge en la conversación informal la operación Retiro de Televisores, el plan de la dictadura para borrar todo rastro de sus víctimas -una estrategia copiada de los nazis para ocultar sus tropelías rumbo a Moscú-, activada tras los hallazgos de ejecutados políticos en los hornos de Lonquén en 1978.

“Pero igual en la cuesta Barriga logramos identificar restos”, comenta con orgullo una funcionaria.

Las miradas se concentran, a lo lejos, en una máquina que parece una podadora de tres ruedas con equipamiento diverso, que cubre cansinamente el terreno mientras es empujada por un operario.

“Lo que estamos haciendo son exploraciones geofísicas”, explica Galo Valdebenito, ingeniero y académico de la Facultad de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad Austral de Chile, a cargo del procedimiento que suma ocho kilómetros de rastreo. “Y lo que estamos utilizando es este equipo de radar -continúa-. El radar es un equipo de base electromagnético y emite un pulso de energía”.

El ingeniero Valdebenito explica que cuando cambia el terreno -”algún material con propiedades que son electromagnéticamente distintas”-, se refleja. A medida que la máquina avanza “vamos construyendo una imagen en el subsuelo (…)”.

“Hacemos una radiografía del suelo”, sentencia.

Los análisis de ”dato crudo” tomarán un mes y medio, cuenta Valdebenito. También comenta que el método fue utilizado en exploraciones del mismo carácter en el extremo sur. Y que en paralelo a esta búsqueda trabajan en la ex Colonia Dignidad.

Los familiares preguntan si han detectado rastros de cal o alguna pieza de hormigón que, eventualmente, dificulte hallazgos. Galo Valdebenito lo descarta. También consultan si la labor implica algún tipo de excavación. El ingeniero responde que no.

El ministro en visita Max Cancino, a cargo de la búsqueda de osamentas en el Cementerio 3, comenta sucintamente que a partir del informe sobre el rastreo “vamos a ver cuáles son las medidas siguientes que vamos a realizar”.

Gracias a las condiciones del terreno -plano a pesar de la pendiente-, los trabajos proyectados originalmente para tres días, se concretaron en una sola jornada.

Certificado sin cadáver

“Yo tengo las manos limpias”, comentó el sacerdote Miguel Woodward a un amigo, cuando en su barrio de casas precarias en el remate del cerro Placeres, las patrullas de la Armada lo andaban buscando. El motivo por el cual lo seguían era el denominado “Plan Cochayuyo”, una operación de represión diseñada exclusivamente para el Gran Valparaíso, una vez ejecutado el 11 de septiembre de 1973.

Woodward -que destacaba por medir casi dos metros- era un objetivo de los comerciantes del sector. El cura era militante del MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria). También lideraba la JAP (Juntas de Abastecimiento y Precios): el mecanismo creado por el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende para combatir la escasez y el mercado negro. 

Un tipo de apellido Rayo lo habría denunciado, luego de esconderse en quebradas y visitar casas de su círculo más cercano. Miguel, en proceso de abandonar los hábitos por diferencias con el obispo Emilio Tagle por su trabajo social, y con fecha para contraer matrimonio a mitad de septiembre con su novia Silvia, barajó entregarse a las autoridades, convencido de no haber cometido delito alguno. Pero en Valparaíso, cuna de la Armada, enraizada desde los días que zarpó la escuadra libertadora ante la mirada de Bernardo O’Higgins, el golpe fue feroz, y con acciones previas delatoras de lo dura que venía la mano.

Las detenciones y torturas de efectivos navales comenzaron en agosto en contra de la marinería -el “perraje” como se autodenomina la suboficialidad-, que transmitió al presidente Allende la inminencia del golpe, advertencia descartada airadamente por el Mandatario, aún convencido de la tradición constitucionalista de las FFAA.. Valparaíso fue la primera ciudad del país en quedar bajo absoluto dominio militar, una tradición negra que arrastra el puerto desde la guerra civil de 1891. 

Con 42 años, Miguel Woodward fue detenido la noche del 16 de septiembre en su domicilio, según relata el libro El Golpe en Valparaíso (LOM 2023) de Manuel Salazar Salvo y Nelson Muñoz Mera. Mientras Wikipedia dice que Woodward fue torturado en la Esmeralda -una creencia arraigada en el Puerto-, la investigación que recoge el texto basada en lo dictaminado por el juez Jaime Arancibia Pinto en 2015, que procesó a 14 exfuncionarios de la Armada, incluyendo el excomandante en jefe Juan Guillermo Mackay Barriga, y el vicealmirante Guillermo Samuel Aldoney Hansen, establece que el calvario del sacerdote fue mucho más prolongado. 

La patrulla que lo apresó sin cargos ni documentación acreditando el motivo del arresto, lo condujo hasta la Universidad Federico Santa María, ubicada en las faldas del cerro Placeres. En la piscina semiolímpica recibió golpes y fue sometido a largas inmersiones. Después fue trasladado a la Academia de Guerra Naval en Playa Ancha y continuaron los apremios, hasta que su condición empeoró al borde de la muerte. 

En vez de dirigirse al Hospital Naval Almirante Nef, que estaba muy cerca, a Woodward se le trasladó el 22 de septiembre en una camioneta, ya agonizante, hasta el molo de abrigo donde acoderan tradicionalmente las naves de guerra. Primero lo llevaron hasta el crucero Almirante Latorre, para ser asistido por un médico según la orden del comandante Carlos Fanta Núñez, que no estaba comprometido con el golpe, por lo cual pasó a retiro cinco semanas después. De ahí hasta la Esmeralda, utilizada preferentemente para la detención y tortura de mujeres. 

En un primer momento, el segundo comandante del buque escuela se opuso, para luego ceder en un intento por revertir el grave estado de Woodward. La bitácora del bergantín goleta que desde 1954 forja a la oficialidad y marinería de la Armada de Chile, registró el arribo del sacerdote a las 11:25 horas en “precarias condiciones”. Luego lo llevaron a la enfermería. 

El capitán de la Esmeralda Eduardo Barison consignó su muerte “en el interior del buque”, ordenando su traslado al Hospital Naval. El enfermero que recibió los restos, Luis Gaete, dijo que el cadáver presentaba un disparo en el pecho. Le ordenaron entonces llevarlo hasta el hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Según declaraciones judiciales de Gaete, “dejé su cuerpo en el suelo ya que no había camillas suficientes en ese momento para la cantidad de fallecidos (…); eran cerca de quince cuerpos sin vida”. 

Acorde a la investigación del juez Arancibia Pinto, “un médico que se desempeñaba en dicho nosocomio -en referencia al Hospital Naval de Playa Ancha-, extendió un certificado médico de defunción sin ver cadáver alguno (…)”. 

La resolución agrega que un empleado de la funeraria de la Armada “concurrió hasta la oficina del Registro Civil e inscribió dicha defunción”. 

El 23 de septiembre unas monjas belgas dieron aviso de la muerte del sacerdote a sus amistades y vecinos. En el intertanto, medio escritos de Valparaíso informaron del arresto, señalando expresamente su calidad de detenido en la Esmeralda.

En la prensa lo calificaron de “seudo cura” y lo acusaron de participar en varios atentados en contra de Carabineros. También por portar propaganda extremista, de estar involucrado en un operativo insurgente para el 17 de septiembre y que había revelado a “muchachas de corta edad”, según consigna el documental “Una Vida Verdadera” (2007) de Andrés Brignardello. La misma información aseveraba que Woodward había violado a un número no determinado de jóvenes.

De los 14 procesados, sólo tres funcionarios de rango menor recibieron condenas por la Corte Suprema el 30 de septiembre de 2014. José Manuel García Reyes recibió cinco años y un día de cárcel sin beneficios. La misma pena tuvo Manuel Leiva Valdivieso, que no pisó presidio por deterioro mental y fue enviado al cuidado de su hija. Por último, Héctor Palomino López, recibió una sentencia de tres años y un día con beneficio de libertad vigilada. 

A la fecha, ningún oficial ha sido sentenciado por el caso, que involucra una institución donde la verticalidad del mando es un principio fundamental. Nadie se manda solo.

Jaime Contreras, amigo del sacerdote, señaló en el documental de Andrés Brignardello que los restos enterrados en el Cementerio 3 de Playa Ancha, fueron exhumados en 1989. El destino más probable habría sido el mar. 

No vayas a Lo Vásquez: el testimonio del entorno de Woodward

Javier Rodríguez, representante de los Amigos de Miguel Woodward, tenía ocho años la última vez que vio al sacerdote en su casa. Ahí la detención era inminente. Recuerda que a Miguel no le gustaban algunas de las manifestaciones más tradicionales del catolicismo. A pesar de ser devoto de la virgen, las peregrinaciones al santuario de Lo Vásquez como señal de sacrificio y devoción, le parecían sin sentido.

Woodward, imbuido de la Teología de la liberación y del espíritu del Concilio Vaticano II, creía que aquella energía debía ser encauzada en expresiones solidarias y de trabajo comunitario.   

“Creo que lo que está pasando ahora nos llena de esperanza -comenta Javier Rodríguez-, saber que el Estado no nos ha abandonado, a pesar de la desaparición de Miguel hace 51 años”. 

“Viene a darnos fe -sigue- de que sí podemos encontrar, no solamente a él, sino a compañeros y compañeras detenidas y desaparecidas”.

—¿Por qué cree que se ha vuelto tan emblemático el caso de Miguel? 

—No lo sé, no lo sabemos, pero sí sabemos que esto ayuda mucho y nos interesa. Recién llegó alguien que conocía a Miguel y quería dar su testimonio. Trabajaba en la (Universidad) Católica (de Valparaíso). Miguel fue profesor de la Católica y tiene muy buenos recuerdos, dejó un legado. Él enseñaba a los pobladores, a toda la gente que no tenía oficio en ese tiempo.

Miguel Woodward: un sacerdote con formación académica

El nombre completo del desaparecido sacerdote era Michael Roy Woodward Iriberry. Nacido en Valparaíso el 15 de diciembre de 1930, provenía de una familia acomodada. Su padre era el ingeniero inglés Edward Woodward y su madre la chilena Mary Iriberry. Michael -o Miguel para sus amistades y círculo chileno- estuvo internado en Santiago y cuando derivó al sacerdocio, su padre le planteó que estudiara primero ingeniería civil, cosa que hizo en el King ‘s College de Londres. 

De vuelta a Chile en 1954, ingresó al seminario Mayor de Santiago hasta 1961. Su primera destinación fue a la parroquia de Peñablanca, donde los feligreses más antiguos rechazaban que hubiera introducido la música en las misas. Lo cierto es que Woodward estaba más preocupado de conectar con los más jóvenes -de ahí la música-, y de imbuirse en los problemas y necesidades de los más pobres. 

Hacia fines de los 60 Miguel Woodward comenzó a dudar de su vocación sacerdotal. Estudió tornería en Inacap y consiguió trabajo en el astillero Las Habas, con 300 operarios. En 1969 viajó a París para ampliar sus conocimientos pastorales, hasta que regresó convencido de convertirse en cura obrero. Se fue a vivir a la punta del cerro en Placeres. Ahí comenzó su vinculación con el efervescente mundo político y social del Puerto, ad portas de la UP. En 1971, plenamente identificado con el gobierno de Allende, se integró al MAPU y a un proyecto universitario, el CESCLA. El objetivo era capacitar obreros en la Universidad Católica de Valparaíso. 

El trabajo social y su militancia le granjearon problemas con el obispado. En paralelo, conoció a una catequista en Quillota -Silvia- y se enamoraron. El sacerdocio comenzó a quedar atrás.  

Ocurrida la muerte de Miguel “Silvia se alejó y nunca se casó”, cuenta Javier Rodríguez. 

La confesión a Patricia Woodward

En 2005, Patricia Woodward, hermana de Miguel, conversó en Londres con el almirante Rodolfo Codina, quien en esa fecha fue designado como comandante en jefe de la Armada. Codina le dio el pésame por la muerte de su hermano. Además le dijo que conocía a Miguel a través de sus padres, porque Woodward les había impartido catequesis para casarse. El almirante también hizo una revelación. Dijo que Miguel no fue torturado en la Esmeralda, sino en otros lugares. 

Según Javier Rodríguez, Codina habría ofrecido una placa en la Esmeralda en memoria de lo sucedido a bordo en 1973. Eso sí, no hubo acuerdos entre las agrupaciones de detenidos desaparecidos, divididas en aquel entonces. Por cierto, Rodolfo Codina demostró inmediato interés -en notorio contraste con comandantes en jefe previos y posteriores- por realizar gestos hacia víctimas de la represión. Devolvió las tifas -tarjetas de identificación- a 35 funcionarios expulsados de la Armada a raíz del golpe. Además, aceleró la entrega de inmuebles en Punta Arenas reivindicados por el Partido Comunista y organizaciones de DDHH.

Javier Rodríguez cuenta que su viejo trabajaba codo a codo con Miguel tratando de urbanizar las tomas del cerro Placeres. Y que siempre le entristeció no haber retenido al sacerdote cuando intentaba esquivar a los marinos. 

—¿Aún se recuerda a Miguel en el cerro? 

—Nunca ha sido olvidado. Antes Miguel era como un mito. Sabíamos de la Esmeralda y poquitas cosas, como que la iglesia católica lo dejó botado. Chile tiene que saber la verdad de lo que pasó, no solamente con Miguel, sino con toda la gente desaparecida. 

Patricia Woodward vive en España. A pesar de que está prácticamente ciega, se mantiene informada de las últimas novedades del caso. Reacia a dar declaraciones, hizo saber que está “contenta” con este nuevo capítulo de búsqueda. Pero también lidia con cierta pesadumbre. Ha pasado más de medio siglo y aún no se sabe dónde está Miguel Woodward, el cura obrero.

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