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Entrevistas

3 de Noviembre de 2024

Carlos Peña: “Gabriel Boric es un político de largo plazo en Chile”

El abogado, columnista y rector de la UDP, que el 9 de noviembre expondrá sobre las humanidades en el Festival Puerto de Ideas Valparaíso, analiza las últimas elecciones, habla sobre la falta de profesionalización de la política y de las causas de la volatilidad electoral. Sobre el presidente, señala que "si alguien cree que Gabriel Boric va a desaparecer de la escena política, está radicalmente equivocado". De quienes ven al alcalde Tomás Vodanovic como presidenciable, es tajante y crítico: "No necesitamos liderazgos repentinos, carismáticos, surgidos a la sombra de una alcaldía... A la sombra de una alcaldía, ¡por favor! Acabemos con tanta tontería de una buena vez". Sobre cómo ha manejado La Moneda el caso Monsalve, señala: "Ha dado una imagen de irreflexión que le ha hecho mucho daño el gobierno".

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Carlos Peña (65) es un buen conversador, locuaz, sin perder nunca el hilo, citando a autores clásicos de varios de los libros que tiene en su oficina en la Universidad Diego Portales, donde es rector. Argumenta cada una de sus aseveraciones y, seguramente gracias a sus labores como profesor de derecho y como columnista semanal en El Mercurio, sin muchos rodeos sobre las cosas que quiere decir.

¿Por qué importan las humanidades? Esa es la pregunta que intentará resolver el abogado, doctor en Filosofía y autor de una quincena de libros el próximo 9 de noviembre, en una de las charlas programadas por el Festival Puerto de Ideas Valparaíso 2024 -que se realizará del 8 al 10 de noviembre-, donde pensadores, creadores y artistas reflexionarán sobre la experiencia humana.

La pregunta, profundiza Carlos Peña, surge debido a que las humanidades están amenazadas ante los avances de la ciencia, tecnología y matemáticas, que para algunos deben ser priorizadas a costa de apagar las preguntas que las humanidades formulan.

Un punto de crisis que, en esta conversación, va de la mano de otras crisis, pero de la contingencia nacional: la falta de liderazgos en la política, la crisis de confianza en las instituciones, la crisis de seguridad y lo que se puede desprender, para Carlos Peña, de la elección de la semana pasada, en medio de la crisis de La Moneda por el llamado caso Monsalve.

—¿Por qué cree que las humanidades están amenazadas hoy?

—Lo que pasa es que las humanidades, entendiendo por tal el quehacer literario, la filosofía, las artes en general y la historia, están de capa caída. Bueno, desde un tiempo a esta parte, porque la sociedad en que vivimos, el capitalismo avanzado, es una sociedad altamente tecnificada, donde la racionalidad de la ciencia, en el sentido estricto, provee de bienestar a los seres humanos, prometiéndonos lo que las humanidades parecieran no brindar, frente a la reflexión de la historia o de la literatura, que alguien dirá, a veces parecen distraernos de los quehaceres cotidianos. Pero todos esos bienes parecen ligeros al lado de estos otros que la técnica proveería. Esto ha contribuido a que las humanidades se las vea como formas de distracción.

—Como darse “el lujo de pensar” en medio de la rutina diaria.

—Claro, como lujos del pensamiento, como adornos culturales, más que reflexiones que están en el centro de la condición humana. Y esto es lo que ha conducido a que las humanidades, poco a poco, comiencen a ser desalojadas del espacio público y a ser limitada por lo que se llaman expertos, es decir, los policy makers, los que hacen políticas públicas, o aquellos que manejan disciplinas que hoy día se llaman STEM.

Este fenómeno tiene el problema de que desconoce lo más propio de la condición humana, que es reflexionar sobre sí misma, en intentar indagar en los textos el sentido que configura lo humano y todo ese quehacer de lo que llamamos humanidades. Si hay algo que une a un habitante del siglo XXI con un griego del siglo VI antes de Cristo es que los dos leen textos. El griego del siglo VI antes de Cristo memoriza a Homero, creyendo que hay algo que conviene descubrir, que si lo logramos inteligir, vamos a saber algo más de nosotros. Y esa misma inquietud es la que anima hoy día al lector contemporáneo. Si nos olvidamos de eso, nos vamos a olvidar de parte importante de lo que somos. Como decía Heidegger, la ciencia no piensa. Ejercita una cosa que los griegos llaman tecné, el saber hacer, pero no plantea ni responde las preguntas que acusen a la cultura humana desde su origen.

—Han aparecido libros escritos con chatGPT, uno puede preguntarle a la inteligencia artificial de WhatsApp cuál es el sentido de la vida y me lo va a responder. ¿Cómo ve eso?

—Claro, pero va a responder preguntas hechas, lugares comunes. Finalmente, el chat no es más que una forma magnífica de información. Pero todos sabemos que la sobreabundancia de información puede ser una magnífica forma de ignorancia. Lo que se llama inteligencia artificial, hasta donde hoy día la conocemos, es una sobreabundancia de información sistemática, pero no es inteligencia en el sentido genuino de la expresión, porque la inteligencia humana está animada por algo que aún las máquinas no logran y pienso que no van a lograr nunca alcanzar, que es lo que llamaríamos intencionalidad. El propósito, el telos de lo que hacemos.

—Algunos dicen que mientras más se ha masificado internet y la sobreabundancia de información -probablemente nunca una generación había tenido tanta información al alcance de su mano-, nunca habíamos sido tan ignorantes como ahora.

—Pero por supuesto. La erudición, o sea, la sobreabundancia de información, puede ser una magnífica forma de ignorancia, y en nuestra época nunca habíamos tenido más acceso a la información, nunca habíamos archivado todo. Hasta los detalles más nimios son posibles de encontrar en la web, pero nunca los seres humanos habían estado más desorientados que hoy día.

Nunca los jóvenes habían estado más escolarizados, en el caso de la educación chilena, nunca habían existido tantos yendo a la universidad ni había habido en la sociedad chilena más expresiones de nihilismo como el que vimos en el Instituto Nacional Barros Arana. Entonces, lo que esto indica es que la información no resuelve las eternas preguntas de la condición humana.

“Las preferencias políticas se despegaron de la estructura social”, dice Carlos Peña.

Carlos Peña: “Es un error elevar la figura de un alcalde como Tomás Vodanovic como si fuera una figura nacional”

—Se habla mucho del efecto pendular sobre lo que quieren las sociedades, en Chile y el mundo. De una disconformidad que pareciera ser que no hay manera de que alguien pueda darle en el gusto a una mayoría.

—Bueno, claro, porque lo que ocurre es que la sociedad contemporánea, como consecuencia de la modernización que ha experimentado, el avance de la técnica, la expansión del consumo, es una sociedad descentrada. Una que carece, como esa expresión indica, de centro. Y es una sociedad extremadamente diferenciada, donde existen, coexisten y funcionan, simultáneamente, esferas de acción que son muy distintas unas de otras. Hay un subsistema cultural que avanza por un lado, un sistema económico que va por el otro, un sistema político que no logra gobernar todos los fenómenos sociales, una estructura social que es muy movediza, gracias a la expansión del consumo, y donde la conciencia de clase es sustituida por un anhelo de estatus mediante el consumo.

En los años 70, la ciencia política norteamericana, fundamentalmente, afirmaba que las preferencias políticas eran dependientes de la posición de clase de las personas. De manera que si uno era proletario, tendía a votar por la izquierda. Si era burgués, por la derecha. Si era un funcionario de cuello y corbata, de clase media, por el centro. Esta imagen ha sido sustituida hoy por otra, y es que las preferencias políticas se despegaron de la estructura social. Y entonces se trata de preferencias políticas muy volátiles, que andan al compás de un eterno presente, y el futuro, el horizonte en pos del cual estiramos nuestros esfuerzos, tiende a desaparecer. Lo más alarmante de la política contemporánea quizás sea eso: que hoy día el futuro parece no importar.

—Mirando las recientes elecciones, un ejemplo de volatilidad ocurrió en la comuna de Santiago, donde la alcaldesa Irací Hassler perdió ante Mario Desbordes, transitando desde el PC hasta la derecha tradicional. ¿Cómo se explica ese cambio radical en menos de cuatro años?

—Este fenómeno lo podemos ver, si echamos la vista atrás, en el 19 de octubre de 2019, el gran acontecimiento de la historia política contemporánea, el llamado estallido o la revuelta, como lo queramos llamar. Poco más de un año antes, había sido electo Sebastián Piñera, el único presidente de derecha reelecto en la historia política moderna de Chile. Y vino el estallido, la revuelta, que pareció mostrar que en el subsuelo de la política chilena había, digámoslo así, una sensación de generalizado rechazo al tipo de modernización que Chile había traído durante 30 años. Esto fue lo que todos creyeron. Y que, en consecuencia, animado por ese espíritu revolucionario que de pronto había brotado, se iba a rediseñar la totalidad de la estructura institucional de Chile.

Y sin embargo, no ocurrió. Todos sabemos lo que pasó en la primera convención constitucional, y luego en el segundo esfuerzo constitucional. Entonces, lo que muestra la historia política reciente de Chile es lo que estamos observando. Una sociedad totalmente diferenciada que opera en esferas, que gestiona simultáneamente la vida, pero que no se conectan entre sí. Esto es propio de la sociedad moderna, se llama diferenciación funcional. Una sociedad que en las nuevas generaciones promueve una alta individuación y desprovee a las nuevas generaciones de una pertenencia a un colectivo, a una memoria.

—¿Esto tiene que ver con una sociedad cada vez más insatisfecha o que exige cambios a corto plazo?

—Bueno, es una sociedad donde proliferan los deseos y donde, en consecuencia, nunca la sociedad se siente del todo satisfecha. Porque lo que impera en la vida social no son las necesidades, como solía creerse. No es el hambre, no es la necesidad de abrigo. Son los deseos. Los deseos no son lo mismos que las necesidades. Los deseos son múltiples, están entregados a la imaginación, al proyecto de vida que la persona elige. Entonces, hoy día, la sociedad está burbujeante de deseos, no solo de necesidad.

La ciudadanía hoy es muy diversa, extremadamente individualizada, sin una agenda uniforme de necesidades que hacer valer frente al Estado. Es cuestión de recordar lo que ocurrió en aquella gigantesca marcha que siguió a los acontecimientos de octubre 19, donde un millón de personas se reúnen, pero donde no hay una demanda única, y donde quienes se reúnen allí no tienen ninguna unidad orgánica, ninguna conducción ideológica. Es la mejor imagen de lo que ocurre en la sociedad chilena.

—Sé que es muy difícil responder esta pregunta, pero hoy día, ¿cuál es el tipo de sociedad que se está buscando?

—Creo que la sociedad chilena ha experimentado un acontecimiento fundamental que no hemos sabido calibrar del todo, y es que desde fines de la dictadura en adelante, durante los 30 años en que gobernó predominantemente la Concertación -24 de esos 30 fueron de gobiernos de la Concertación-, Chile se modernizó. Es decir, para emplear una expresión de Marx que está en un texto de 1859, Chile experimentó un cambio radical en sus condiciones materiales de existencia.

Quienes eran proletarios pasaron a ser en buena medida grupos medios. La gran mayoría a quienes se les negaba el acceso al consumo, de pronto accedieron al consumo. La gran mayoría que no podía elegir colegios y salud, de pronto pudieron hacerlo. Todo esto cambió muy radicalmente la cultura de Chile. Y el Chile que hoy día tenemos es una sociedad que ha experimentado los rasgos propios de las sociedades que se modernizan.

La nueva generación que hoy día nos gobierna, con los defectos y las virtudes de que es portadora, los problemas que aquejan a los más viejos, la volatilidad de las preferencias políticas, tienen que ver con este gran fenómeno que fue el cambio radical en las condiciones materiales de la existencia. Quien no entiende esto, no va a entender nunca lo que ha ocurrido en Chile.

—Cuando Gabriel Boric se presentó a la presidencia, quienes votan por centroizquierda decían estar aburridos de los viejos políticos. Pero la principal crítica que se le he hecho es, precisamente, su juventud. ¿Cómo se explica que ahora, según las encuestas, el segundo político mejor evaluado de ese sector, y que algunos ven como presidenciable, sea alguien de edad similar a Boric?

—Lo que veo ahí, primero, es que creo que se tiende a sobrevalorar eso. Me parece que es un error, tanto de algunos analistas como de los medios de comunicación, elevar, erigir la figura de un alcalde como Tomás Vodanovic -entiendo que de él estamos hablando-, como si fuera una figura nacional, una especie de político demiúrgico, que va a resolver los problemas y que por fin hemos encontrado un liderazgo.

—¿No ve en Vodanovic un liderazgo como presidenciable?

—Pero todo esto es simple estupidez, digámoslo. Todos sabemos que esto es una tontería, ¿a quién se le puede ocurrir que una persona, por talentosa que sea, que ha gestionado una comuna y que lo ha hecho bien, al parecer, por ese hecho puede ser un liderazgo nacional, conducir la política nacional, orientar un proyecto de centroizquierda en Chile, o sea, resolver todos los problemas que hoy en día nos aquejan?

Decir eso es una muestra, simplemente, de la orientación intelectual en que estamos. La buena política requiere políticos profesionales, y se forjan en los partidos durante largo tiempo. ¿Acaso no hemos aprendido la lección? La lección de tener presidentes a destiempo, presidentes accidentales.

A quien primero debiera preocuparle este fenómeno es a la propia centroizquierda. Que si quiere reconstituir una cultura de centroizquierda en Chile, un proyecto genuinamente socialdemócrata, que atienda a los problemas que las grandes mayorías hoy en día experimentan, requiere liderazgos profesionales, de largo plazo. No necesitamos liderazgos repentinos, carismáticos, surgidos a la sombra de una alcaldía… A la sombra de una alcaldía, ¡por favor! Acabemos con tanta tontería de una buena vez.

—En la centrozquierda, junto a Vodanovic, solo aparece bien aspectada como presidenciable Michelle Bachelet, en algo así como un extremo en edades.

—No es un tema de edad, es un tema de experiencia. Ser político es distinto a ser gestor municipal, es distinto a ser una persona popular, agradable a la masa, simpática con los medios de comunicación.

La política es un quehacer un poco más serio, requiere profesionalidad. O sea, requiere una cierta vocación por lo público y el manejo de las destrezas inevitables para conducir el Estado. ¿Por qué de pronto creemos que conducir el Estado puede ser un asunto de aficionados? De aficionados talentosos. Yo no tengo ninguna duda que el alcalde de Maipú, a quien por lo demás no conozco, es una persona talentosa, parece serlo, efectivamente. Pero no es el punto. Esta no es una cuestión personal. Tiene que ver con cuál es el modelo típico ideal de político al que debemos aspirar. Y creo que tenemos que aspirar a políticos profesionales.

—¿Será que estamos en una sociedad con falta de liderazgos?

—Bueno, pareciera que sí. Pero el gran dilema siempre de la política es si los liderazgos brotan espontáneamente. A veces ocurre, pero son muy raros los casos, o en cambio se construyen como grandes tareas parlamentarias al interior de los partidos. La tarea de los partidos políticos, esto lo dijo Max Weber a comienzos del siglo XX, en la República de Weimar, cuando estaba apareciendo la democracia de masa en el mundo: la gran tarea de los partidos, y la gran función que cumple el debate y la lucha parlamentaria, es que selecciona los liderazgos. Permite que quienes lleguen a la cúspide de la política nacional sean sujetos previamente seleccionados por una larga experiencia, por una larga lucha política, por un largo intercambio de ideas.

O nos esforzamos por persistir en un modelo semejante o vamos a seguir estando relativamente a tientas. Hagamos una última pregunta sobre eso: ¿acaso no es esto lo que ha ocurrido en Chile en el último tiempo? Echemos la vista atrás por el gobierno de Gabriel Boric. ¿Acaso lo que ha sostenido el gobierno de Gabriel Boric no son los políticos profesionales del tipo de los que yo menciono? ¿No son Carolina Tohá, Mario Marcel? ¿Quiénes han sostenido la gestión del Estado durante todo este tiempo? Han puesto sobriedad, han ordenado las ideas, han puesto voluntad. Bueno, son los políticos profesionales. El Estado no se maneja sino con políticos profesionales. Ese es todo mi punto y creo que hoy día la centroizquierda tiene que hacer un esfuerzo por reconstituir esa cultura en su interior.

“Él es más bien un payaso”, dice Carlos Peña sobre Donald Trump.

“No creo que estemos en presencia de un fenómeno de corrupción generalizada”

—Considerando que el martes son las elecciones en Estados Unidos, ¿le parece que la primera elección de Donald Trump en Estados Unidos marcó un punto de inflexión sobre el tipo de liderazgo político para la región?

—Pero todos ven lo que ha ocurrido. Trump, desde luego, es un tipo de liderazgo muy distante al que yo estoy señalando como ideal. Él es más bien un payaso.

—Pero que hoy tiene posibilidades de ser nuevamente reelecto presidente de Estados Unidos.

—Sí, por supuesto. Y sería una desgracia para Estados Unidos y la democracia. ¿Acaso hemos olvidado lo que hizo Trump?

—Un tipo de liderazgo más populista, tal vez, que ha tenido muchos seguidores en la región.

—Claro, son lo que la literatura más clásica llama jefes demagógicos. O sea, gente que está en sus actos de comunicación alerta a lo que las personas quieren y busca decir lo que las audiencias esperan escuchar sin ninguna consideración al bienestar general, a las ideas más globales, ni a nada que se les parezca.

Esta búsqueda neurótica de popularidad es lo que anima a alguien como Trump. Y lo que digo es que a mí me parece que tenemos que oponernos a esa forma de hacer política. Alguien me dirá, “bueno, pero así ocurren hoy día las cosas”. Bueno, pero la política consiste en corregir el curso de las cosas y no simplemente en ser fieles a lo que está espontáneamente ocurriendo.

—Pero parece que hay más réditos en ese estilo en Chile, donde la discusión política es de corto plazo, por ejemplo, con amenazas de acusaciones constitucionales bastante seguidas.

—Bueno, no ha habido tantas acusaciones constitucionales. Hubo muchísimas más durante el gobierno de Piñera, muchísimas más irresponsables. Las acusaciones constitucionales que ha habido durante este gobierno a mí no me han parecido del todo insensatas muchas de ellas.

—Con respecto a acusaciones constitucional, ¿qué le pareció la destitución del juez Sergio Muñoz?

—Bueno, he hablado de eso. A mí me parece que Sergio Muñoz, o más bien, para no hablar de él, porque no lo conozco y sería injusto -yo juzgo funciones públicas y ese es mi quehacer-, yo creo que ese tipo de juez maltrata el derecho y hace daño a las instituciones. La idea de que ser juez es discernir lo justo en cada caso, en conformidad con las propias convicciones, es un error que contradice lo que llamamos derecho en la tradición occidental. Esa es mi opinión.

—Hace un par de semanas, Gastón Soublette decía en The Clinic que estamos en un problema mayor cuando los problemas de corrupción provienen de integrantes de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. ¿Comparte esa apreciación?

—No, yo no exageraría. No creo que estemos en presencia de un Estado fallido o de instituciones corruptas, para nada. Creo que Chile sigue siendo un país con alto grado de institucionalidad, que comparado al menos de la región de América Latina, sigue siendo un país donde el Estado tiene una cierta rutina, un cierto rigor, donde las instituciones siguen importando. Y no creo que las acusaciones constitucionales recientes sean una muestra de crisis, más bien pienso que son una muestra de fortaleza de las instituciones, que fueron capaces de controlar desvaríos en la función pública.

No creo que estemos en presencia de un fenómeno de corrupción generalizada, más de lo que hoy día está ocurriendo en todas partes del mundo. Una sociedad no puede aspirar a ser gobernada por ángeles o presumir que los ciudadanos son ángeles. El secreto de la política consiste en diseñar instituciones para una República de demonios, como dice Kant.

“Tuvo una actitud desafiante, altanera, agresiva, donde no brindó reconocimiento al problema que planteaba su caso”, define Carlos Peña sobre la causa de la derrota de Marcela Cubillos en Las Condes.

“La política requiere mayor rigor intelectual y menos compulsión por ganar aplauso de las redes”

—En la comuna de Las Condes la elección municipal parecía con la suerte echada. ¿Le parece que con la derrota de Marcela Cubillos, los habitantes de esa comuna dieron una suerte de lección a los políticos?

—No, no lo creo. Pienso que lo que ocurrió en Las Condes, donde, a ver, tampoco perdamos la perspectivas, porque de pronto la gente mira a Las Condes y dice “cambió todo radicalmente”. Bueno, pues ganó la derecha. Es que la gente está desquiciada, se exageran las cosas. No, en Las Condes ocurrió lo previsible. ¿Qué era lo previsible? Que ganara la derecha.

—Solo que no la candidata apoyada por los partidos de derecha.

—No, no. El electorado de Las Condes es un electorado de derecha. Esto es lo que sabemos. Y hasta donde yo sé, el electorado de derecha apoyó mayoritariamente a la derecha. Y si sumamos a quién ganó con quién perdió, prácticamente es una comuna unánimemente derecha, ¿o no?

—Sí, claro.

—Lo único digno de ser explicado es por qué la derecha se volcó por una candidata a la derecha y no por otra candidata a la derecha. ¿Por qué Marcela Cubillos perdió el favor, que era tan previsible, del electorado de derecha? Lo que creo que ocurrió ahí no tiene tanto que ver con la remuneración que percibía. Tiene que ver más bien con un error que ella cometió y es que tuvo una actitud desafiante, altanera, agresiva, donde no brindó reconocimiento al problema que planteaba su caso. Creo que eso molestó al electorado, más que nada.

Eso puede ser una lección para la política que viene en Chile, y es que hay que bajar el tono. El ejemplo de Milei o Trump ha llevado a algunas personas a radicalizar el tono, a expresarse en términos inmoderados del adversario. Todo eso, por lo menos en la cultura política de Chile, no parece ser muy rentable. Eso de llamar a la izquierda “los zurdos”, como si ser de izquierda fuera una especie de categoría social. Referirse así a los adversarios, calificar a las personas de izquierda o de centroizquierda, como si entre ellas no hubieran matices. Ese simplismo, adornado con una actitud lingüísticamente agresiva, que es algo que tiene o tuvo en sus inicios Francisco Orrego, que practicó también Iván Puduje. Ese tipo de actitudes son un error. Puede rendir beneficio en el corto plazo, en programas de farándula, en las redes sociales, pero nada de eso coincide con el espacio público.

—Una columna de Isabel Plant en The Clinic apuntaba a que, como parte del discurso tal vez debilitado de “municipios feministas” que impusieron Emilia Ríos en Ñuñoa e Irací Hasler en Santiago, eso pudo debilitar la reelección de ambas. ¿Hubo algo de eso en sus derrotas?

—Es probable que sí. También hay una mala gestión, digámoslo. Las personas, hoy día, están agobiadas por problemas más bien inmediatos. Si alguien no saca la basura a tiempo, tolera las incivilidades, permite que las reglas se transgredan y cree compensar todas esas faltas con un discurso que puede ser muy amable desde el punto de vista conceptual, es inevitable que fracase.

Es probable que eso le ocurrió, por lo menos, a Irací Hasler. Ella es una personalidad muy amable, creo yo. Una mujer, sin duda, muy inteligente. Pero lo que se requiere en un alcalde o en una alcaldesa es resolver los problemas que agobian en lo inmediato a la vida cotidiana de las personas. La política requiere mayor rigor intelectual, menos compulsión por ganar aplauso de las redes, menos adhesión generacional y supone resolver problemas esgrimiendo horizontes también de largo plazo.

Carlos Peña y las críticas a la migración en Chile: “Todas las fortunas chilenas, en su origen, tienen un migrante descalzo”.

“Todas las fortunas chilenas, en su origen, tienen un migrante descalzo”

—El tema prioritario de la población es, desde hace muchos años, la inseguridad. ¿Cuál cree que ha sido el fallo del Estado para ponerle atajo? Porque venimos hablando de problemas de seguridad desde hace al menos 15 años.

—Los datos indican que en Chile hay efectivamente un incremento de la violencia cuando uno la mide por crímenes violentos. Las tasas de homicidio hoy son superiores a lo que históricamente ha habido en Chile. Están todavía por debajo de los indicadores más altos de la región, pero si medimos esos indicadores echando la vista atrás, con otros indicadores del caso de Chile, en un lapso de 10 o 15 años, evidentemente, el problema se ha incrementado.

—¿Por qué hay más violencia?

—Bueno, hay dos razones. Una es que hemos deslegitimado, por múltiples razones, la labor del Estado en esta materia. El Estado moderno tiene como tarea fundamental monopolizar la violencia, administrarla y ejercerla para que, paradójicamente, la violencia no se enseñoree de las relaciones sociales. Esto se ha olvidado. Se deslegitimaba el obrar de la policía. Cualquier forma o expresión de violencia legítima por parte del Estado era maltratada. La otra es que las agencias socializadoras, donde las personas aprenden una cierta orientación normativa -la escuela, la familia, el barrio, los sindicatos, los partidos, la iglesia-, están en crisis en Chile, porque cuando las sociedades se modernizan, esas estructuras culturales cambian.

Vivimos en Chile una experiencia anómica muy profunda. El problema que estamos viviendo es que si desaparece la fuerza legítima del Estado, desaparece la libertad. ¿De qué libertad podemos hablarle a los habitantes de un barrio periférico de Santiago, donde no hay orden social, donde las incivilidades campean a la luz del día, donde grupos de narcotraficantes controlan el barrio?

—¿Y a usted le parece que la migración, como alegan algunos, es parte del problema?

—Por supuesto que no. Lo que sabemos es que en las migraciones, inevitablemente, migra todo: costumbres, también incivilidades. Pero, en el fondo, la migración es muy benéfica para las sociedades. Gracias a la migración, para dar ejemplos, Chile va a corregir una tasa de natalidad decreciente; van a haber más aportantes en el futuro en el sistema de previsión social para sostener el bienestar de los más viejos. Gracias a la migración esta es una sociedad que se va a hacer más plural desde el punto de vista de sus trayectorias vitales. Evidentemente la migración es benéfica.

Ahora, ¿quiere eso decir que no hay que controlarla? Por supuesto que no. Todo hay que controlarlo desde el Estado. Y tampoco hay que olvidar, cuando se critica la migración, que todas las fortunas chilenas, en su origen, tienen un migrante descalzo. Lo que pasa es que lo han olvidado, ¿no? Toda la fortuna de origen palestino, libanés, judío, fue con un inmigrante descalzo. ¿Por qué olvidamos tan rápido eso? La migración evidentemente no es un problema. El problema es que el Estado no es capaz de cumplir su función, que es distinto.

“El Presidente parece estar animado por un profundo sentimiento de culpa”

—Desde hace dos semanas  la denuncia por abuso sexual contra el ex subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, se ha convertido en un tema que ha impactado de lleno a La Moneda. ¿Qué es lo que le parece peor del caso?

—Bueno, no sabemos exactamente qué ocurrido. Hasta ahora, lo peor del caso fue la reacción gubernamental, que fue torpe, apresurada, con una entrega de información a cuenta gota, que ha sido también exagerada a veces, lo que ha dado una imagen de desorden, de irreflexión, de improvisación, por parte de las autoridades gubernamentales, que le han hecho mucho daño al gobierno de Gabriel Boric.

El momento culmine de esa mala reacción, de esa improvisación, es por supuesto la conferencia de prensa que dio el Presidente, totalmente incomprensible, movida más bien por el deseo de mostrar que no había nada reprochable en él, más que por el deseo democrático, genuino, digámoslo así, de transmitir información. Hubo algo personal ahí. En el fondo, el Presidente parece estar animado por un profundo sentimiento de culpa, que quería expiar mediante esta confesión totalmente inmoderada…

—…Arrasando, de paso, con su jefa de prensa frente a las cámaras.

—Maltratando a su jefa de prensa. Un gesto muy feo del cual, sin ninguna duda, el Presidente se ha arrepentido.

—¿Cree que si el caso Monsalve empeora aún más y su aprobación sigue bajando, el Presidente no pueda siquiera postular a una segunda presidencia más adelante?

—No, no, yo creo que Gabriel Boric, con todas las características que tiene, los defectos que ha mostrado, pero también las virtudes que ha exhibido, es un político de largo plazo en Chile. Sobre eso no tengo ninguna duda. O sea, si alguien cree que Gabriel Boric va a desaparecer de la escena política, está radicalmente equivocado. Gabriel Boric podrá ser -si recoge el aprendizaje de este periodo tortuoso, complicado, de estos cuatro años, de su propio discurso- quien lidere un proyecto socialdemócrata en Chile.

—Hablando de repetirse plato, ¿ve alguna chance de una tercera vez para la expresidenta Bachelet?

—No, Bachelet ya tuvo su momento. Forma parte de la sabiduría de la gente saber cuándo ya pasó el momento. Maquiavelo decía que el buen político es una mezcla de virtud y de fortuna. La fortuna es la circunstancia azarosa en medio de la cual tú debes tener en cuenta. La fortuna ya se esfumó, creo yo, para Bachelet.

—¿Cómo ve aspectado a José Antonio Kast? Dijo que la que viene será la última vez que se postula a presidente.

—Bueno, quiere decir que entiende exactamente de qué se trata esto.

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