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Foto: Sergio Morales

Entrevistas

11 de Enero de 2025

Fernando Alarcón: “Me molesta que digan que el Jappening fue el circo de Pinochet”

Radicado desde hace más de dos décadas en San José de Maipo, uno de los grandes comediantes chilenos de la historia, continúa reviviendo a sus personajes clásicos. Es rostro de una cooperativa y lo siguen llamando para hacer comerciales. A sus 84 años, dice que todavía siente la muerte de Eduardo Ravani, recuerda sus idas al estadio junto al padre de Pedro Carcuro y agradece que lo comparen con el mítico actor inglés Peter Sellers. “Chaplin decía que quien hace reír a sus semejantes está cerca de la divinidad”, señala.

Por Felipe Rodríguez
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Durante su infancia, Fernando Alarcón vivió en el barrio Ejército, en el centro de Santiago. Cerca de su hogar había una comandancia militar y un regimiento. Todos los años, en la víspera del 18 de septiembre, observaba a un tambor mayor junto a un cuerpo de infantería que pasaban ensayando -y rodeados de niños- la actividad que debían mostrar en el día de las Glorias Navales. En su cabeza, Alarcón imaginaba que el tambor mayor se perdía del resto y caminaba solo por cualquier calle.

Unas décadas después, cuando se había olvidado de aquella improbable escena, tuvo que animar un bingo en Punta Arenas. En un momento, un militar presente le contó que, pocos años atrás y también durante los actos de las Glorias del Ejército, un guaripola encabezó un acto. Pero con un pequeño matiz: como era tanta la neblina matinal, se fue por una calle equivocada y el resto de sus compañeros no lo siguió. La gente que presenciaba el acto comenzó a reírse al ver que el tipo caminaba sin advertir que el resto no estaba. Así nació el sketch del guaripola, uno de los más recordados del Jappening con Ja y protagonizado por el propio Alarcón.

“Los artistas que nos dedicamos a la comedia siempre tenemos que abrir las antenas para recibir los mensajes cómicos. Porque, cuando varias personas se ríen de algo, significa que hay humor”, cuenta. 

Con 84 años y radicado desde hace más de dos décadas en San José de Maipo –“en una de las grandes decisiones de mi vida”, reconoce-, Fernando Alarcón, uno de los más grandes comediantes chilenos de la historia, vive con tranquilidad junto a su familia. Físicamente se ve igual que hace cuarenta años porque siempre hizo deporte. En su juventud, jugaba tenis. Ahora continúa realizando diariamente ejercicios. Camina más lento, pero su cabeza resulta asombrosa. Recuerda nombres de personas y momentos de su existencia citando detalles mínimos. Se califica como “un hombre de fe” y está agradecido de que el único gran problema de salud que ha tenido es la extirpación de una hernia. “En mi vida, he estado solamente dos días en un hospital”, asegura.

Dice que su amor por la actividad artística es heredado de su padre, un utilero teatral que trabajó por años en el Municipal y, también, con compañías de zarzuelas que venían de España y giraban por Chile. Su debut ante las masas lo tiene marcado a fuego. Tenía seis años cuando Gabriel Maturana, un desaparecido actor que trabajó en el Jappening, ideó unas comedias infantiles.

“Don Gabriel era un ejecutivo del Banco Estado. Era gestor y amante del teatro. Además de abuelo de la comediante Alison Mandel. Como yo acompañaba a mi papá a su trabajo, le ofreció que me disfrazara de enano y tenía que salvar a Blanca Nieves. Aluciné estando en el escenario y recibiendo aplausos”, recuerda.

Pocos años después, su lazo artístico se siguió estrechando. Junto a un grupo de estudiantes -entre los que estaba su gran amigo, Eduardo Ravani– eran aficionados a la ópera. Pero como no tenían plata para pagar la entrada, los contrataban para que, al término de cada presentación, desde los costados del Teatro Municipal aplaudieran al tenor y al barítono respectivo y les lanzaran flores.

“La gente decía ‘trajo la claque’, que era una palabra de la época que significa que llevas gente a que te haga barra”, recuerda. Luego, vinieron intervenciones en óperas como comparsa. “Cuando necesitaban escenas con varias personas, subíamos al escenario, caminábamos y hacíamos como que conversábamos”, cuenta Alarcón.

El trabajo laboral fluyó rápido en la vida de Fernando Alarcón. Siempre junto a Eduardo Ravani, a quien conoció en cuarto básico en el liceo Barros Borgoño –“todos los días le comía el pan que le preparaba su mamá al guatón para el recreo, le decía ‘yo te ayudo a investigar quién fue’ y nunca se dio cuenta de que era yo”, señala-, ingresó a estudiar periodismo a la Universidad de Chile, participó en la campaña presidencial de Eduardo Frei Montalva y fue uno de los fundadores de TVN, creando el departamento de prensa, cuando apenas sobrepasaba los veinte años.

“Hasta leí noticias. En mi época de estudiante, estaban José Miguel Insunza, Villarzú, que estuvo en el ministerio de Minería, Ravinet, Ricardo Núñez, que fue senador, Luis Maira, que pintaba para presidente. Los exámenes de derecho de Maira eran a tablero vuelto. Era impresionante, sabía una barbaridad. Terminaba sus exámenes y los profesores le preguntaban dónde había leído lo que respondía y él les nombraba fácilmente seis libros que nadie conocía. Eran personas muy preparadas, con soluciones, planificación. Ahora veo que los niños no entienden lo que leen, según la OCDE. Hay poca vocación y no hay mucha exigencia. Hay un vacío docente. Pero no sé a qué se debe porque desconozco la médula del problema educativo”, indica.

Alarcón resiente que, en la actualidad, los diarios y revistas en papel prácticamente no existen. “Coleccionaba suplementos”, dice. Está esperanzado que, sin embargo, volverán a circulación porque “los medios se necesitan en una sociedad bien informada”. Trabaja como rostro de una cooperativa de ahorro y crédito y, cada cierto tiempo, lo llaman para protagonizar comerciales. Cuenta que se dedica a leer y a seguir el fútbol, pero que no le gusta ver televisión. Sobre todo, los noticieros que “se han convertido en programas de asaltos, crímenes, delitos y nada más”.

El comediante dice que Chile es ahora un lugar muy distinto al país en que creció. “Cuando tenía 8 años, hubo un caso que conmocionó al país. Era un tipo que se llamaba Tucho Caldera, que mató a su yerno y lo descuartizó en San Felipe. Causó un impacto tan grande en Chile, que todos querían que lo condenaran a muerte. Ahora los secuestros y asesinatos suceden a cada rato y no pasa nada. No éramos así. Existe una delincuencia que no teníamos, con secuestros, sicariatos. Por eso la gente se guarda más temprano”, dice Alarcón.

—¿Cuánto afecta la creatividad estar más en la casa?

—Hay menos sensibilidad, por supuesto. La creatividad la fomentaba la noche, las conversaciones, los diferentes puntos de vista. Ahí salía algo nuevo. Recuerdo que en el restaurant El Bosco, que estaba abierto las 24 horas, se juntaban intelectuales, periodistas, políticos. Estaban hasta las 5 de la mañana, se tomaban unos tragos y hablaban de arte, política. Ideaban mejorar el país. Hoy estás limitado. Me intriga qué pasará acá cuando no esté.

—¿Confías en la especie humana?

—Sí, alguien tendrá la cordura de decir en algún momento, paremos esta cuestión. No puede seguir más allá. Tú mismo que eres periodista, cubres un hecho policial y corres riesgos. Te gritan hocicón, que venís a sapear, te sacan la madre y te quieren pegar. No puedes trabajar tranquilo. Por eso, prefiero dedicarme a ver fútbol. Estoy más tranquilo.

—¿Qué equipo te gusta?

—Soy de Audax, aunque tengo simpatías por Católica también. Iba con el papá de Pedro Carcuro al estadio. Don Víctor era fanático audino, de los primeros socios que tuvo el club. Fuimos a la campaña del 57 del equipo campeón con Chirinos, Yori, Vera, Soto, Escobar, Cortés, Carrasco, Molina, Valenzuela, Tello y Águila. Con Pedro éramos superamigos y me invitaba a su casa, en el barrio Matta. Y don Víctor era supergentil, muy apasionado, teníamos muy buenas conversaciones. Una gran persona. Siempre me gustó aprender mucho de los viejos.

El comediante pide expresamente que no desea tener énfasis en un diálogo sobre política. “No me gusta”, recalca.

Aunque es serio y poco dado a las risas -un hecho sorprendente en alguien acostumbrado a hacer reír-, cambia su actitud solo cuando se le menciona una antigua crítica: si el Jappening fue el circo de Pinochet. Pone más énfasis y un rictus más severo. “Me molesta que digan que el Jappening fue el circo de Pinochet. Me molesta mucho cuando nos definen así. Es un error garrafal. En esa época, estaba la Teletón, Sábados Gigantes, La Madrastra y nunca hablan así de ellos. Nuestro objetivo era hacer reír, crear buenos musicales. Al programa le hubiese ido bien con Allende, Alessandri o Aylwin. Nosotros nos dedicamos a producir risas en un momento que había mucha amargura en Chile. Por eso la gente nos seguía. Imagínate que Sábados Gigantes sintió fuerte el golpe del Jappening. Todos los años nos trataban de levantar a las mujeres. Hasta que lo lograron”.

—¿Qué pensaste cuando surgió el rumor de que Don Francisco fue pareja de Gloria Benavides?

—Lo escuché cuando Gloria estaba en Miami. Pero nunca supe nada.

—¿Conociste a Pinochet?

—No, pero le gustaba el Jappening, según supe. Sabíamos que Merino y Pinochet seguían el programa. 

Aunque hacer reír es algo difícil, Fernando Alarcón dice que la creación de personajes no le genera estrés y que siempre le fascinó la improvisación. Ricardo Canitrot es, por lejos, el más recordado por la gente, pero jamás se encasilló.

“Canitrot se parece a mí en ser amigo de sus amigos”, asegura. Y agrega: “Donde voy, la gente siempre me dice que hay un Canitrot”.

En su currículum destacan Pepito TV -una improbable cruza entre Juan La Rivera, Enrique Maluenda y Don Francisco-, Albertito, Segismundo Vega, el Licenciado De La Mora y Ele Jota, entre otros. Todos quedaron en la historia de la comedia televisiva chilena.

“Para hacer humor hay que ser observador. Canitrot es el chileno que conoce al guardia del banco, porque se han tomado unos tragos y lo deja pasar después de las 2. El amigo soltero que no tiene mayores responsabilidades y es simpático. Por eso cae bien. Pepito TV es uno de mis personajes preferidos. Hasta hoy me piden hacerlo. Y los recuerdo a todos. Segismundo Vega era un huaso que parecía inocente, pero era ladino. Se hace el leso, pero las sabe todas. Es más vivo que cualquiera y la gente cree que es gil porque es huaso. El licenciado De La Mora surgió porque en esa época llegaban muchas teleseries venezolanas donde las actrices dormían y despertaban maquilladas. No había realismo y era algo muy gracioso. Especial para hacer una parodia”, dice Alarcón.

También recuerda: “Otro que me gustaba mucho hacer era un director de orquesta típica argentina que vivía cerca de mi casa. Un día me dice que en Valparaíso descubrió a un cantante de tangos. ‘Sabés que lo vi y no es bueno. Es muy bueeenoo’, dijo.  Me llegó a asustar del grito que pegó y lo empecé a usar. Así se agarran cosas graciosas y al público le encantó. Carlos Pinto y mucha gente me ha dicho que soy como Peter Sellers, un actor que siempre me gustó. Al igual que Alec Guinness”.

—En el Jappening trabajaron, entre otros, con Andrés Rillón, otro gigante del humor. ¿Cómo era?

—Divertidísimo. Un gallo muy loco. Era tal como lo veías en televisión. Salía con una chambonada tras otra, jugaba mucho con el humor absurdo, pelacable. Tenía un hermano gemelo que fue abogado en la Santa Sede. Andrés era pésimo para el inglés y eran tan iguales que los exámenes los daba su hermano y pasaba colado.

—Dijiste que con Raúl Matas descubriste la animación…

—Sí, Raúl Matas fue un maestro fantástico. A sus programas vino Ana Belén, Víctor Manuel, Camilo Sesto y todos le agradecían la oportunidad que les había dado en sus programas en España. Yo lo admiraba mucho porque escuchaba su programa Discomanía y me dio unos consejos para animar.

—¿Qué artistas te han impresionado en tu carrera?

—Sandro, por ejemplo. Era un tipo tímido, casi no hablaba, pero salía al escenario y medía veinte metros. Era espectacular. En Chile, Gloria Benavides. Siempre con una voz bajita, casi desapercibida, pero una bestia en el escenario. Es impresionante.

—Estuviste en Viña dos veces -1967 y 1981-. ¿Qué recomendación darías a los comediantes que se presentarán este año?

—Que los primeros cuarenta segundos son vitales. Cuando fuimos con el Jappening entramos caracterizados. Yo, como Vodanovic, y Gloria, como María Olga Fernández. La gente no se dio ni cuenta y fue espectacular. Si tú ves, Coco Legrand entró en una moto, Bombo Fica en un huevito y el Palta Meléndez con una tuba. Me acuerdo que, en una ocasión, Ronco Retes me cuenta que va a Viña. Y salió de esmoquin. ‘¿Qué está haciendo?’, pensé. Debió haber salido como un gasfiter, hacer que se corte la luz en la Quinta y decir que él arreglará los tapones. Eso predispone positivamente al público porque lo golpeas con humor directo.

—¿Qué sientes al ser el único hombre que queda del elenco original del Jappening?

—Es horrible. Hicimos muchas cosas juntos. Fui el pegamento de Ravani y Pedreros. Me gustaba bailar tap en lo que ideaba Jorge Pedreros en el Jappening, aunque siempre tenía peleas con Ravani porque bajaba el rating. La gente prefería el humor más que los musicales. Con la muerte de Ravani, especialmente, se me vino el mundo abajo. Siento un vacío porque intercambiamos ideas y conocía todos sus defectos y virtudes. Era un hermano. Es duro cuando se empiezan a ir los amigos.

—¿Te da miedo la muerte?

—No, es parte de la vida. Si pasó el tiempo y no te diste cuenta, significa que lo has ocupado. La muerte debe ser dolorosa para aquellos que no han hecho mucho, que no encuentran trabajo, no ejercen su inteligencia y su capacidad creativa. He cumplido misiones y he tenido una profesión que me sigue dando alegrías. La gente me reconoce y me muestra afecto. En algún momento debe acabar todo.

—¿Hasta cuándo quieres seguir trabajando?

—Hasta cuando la salud diga: ‘Hasta aquí llegaste’. En términos intelectuales, estoy bien y soy una persona de fe. Imagino que uno tiene que rendir cuentas. Chaplin decía que quien hace reír a sus semejantes está cerca de la divinidad. 

—¿Sientes que has hecho lo correcto en la vida?

—Si alguna vez defraudé a alguien, pido perdón porque no fue la intención (se emociona). Lo que sí estoy seguro es que nunca hice una maldad.

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