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Pedro Díaz

Entrevistas

31 de Mayo de 2025

Nelly Richard: “Habitamos un país completamente derechizado”

La ensayista, crítica y referente feminista local recibe dos reconocimientos latinoamericanos por su trayectoria de más de cuatro décadas, al mismo tiempo que ha sido nominada al Premio Nacional de Ciencias Sociales. En esta entrevista, esta protagonista del mundo intelectual en Chile habla sobre su historia, el mundo de la cultura en los 80 al que ayudó a definir, lo que piensa de las convulsiones sociales recientes y lo que se avanzó y le falta al nuevo feminismo.

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Nelly Richard no tiene ningún interés en hablar de su vida antes de aterrizar en Chile, cuando llegó en 1970 junto a su marido Javier Richard, desde su Francia natal. Su biografía, afectos, carrera y cuatro décadas de influir en el panorama intelectual del país -remeciendo cánones, repensando estéticas y hasta bautizando corrientes- la vuelven chilena, sin más que decir al respecto. Así se considera ella. Pero, tomando en cuenta que llegó a un Chile de Unidad Popular (cuando entró a trabajar en el Museo Nacional de Bellas Artes con Nemesio Antúnez), se le insiste en una pregunta.

Se podría haber ido el 73, o los años siguientes. ¿Por qué se quedó?

—Porque empecé a pensar seria y rigurosamente. Todo lo que me interesaba pensar estaba aquí. Por la Unidad Popular, por la Dictadura, por el quiebre, por la historia. Nunca, nunca, nunca pensé en irme. Tengo un compromiso con Chile desde el primer día en que empecé a escribir la primera palabra en papel auto editado.

Cuatro décadas de ensayo

Richard recibe en la biblioteca de su casa en La Reina, donde tiene su escritorio. Por las ventanas entra la luz invernal, desde un patio rodeado de árboles y donde cinco perros con pinta de guardianes, pero de langüetazos de cachorro, operan de comité de bienvenida. En las paredes de su despacho, además de estanterías con libros, están los diplomas de los doctorados Honoris Causa que ha recibido en los últimos años, de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Córdoba.

La próxima semana parte a recibir un nuevo diploma para sumar, con el mismo honor otorgado por la Universidad de Rosario. Reconocimiento que llega en simultáneo con el Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales otorgado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Cuando se le pregunta por el significado que tiene para ella este nuevo galardón, Richard explica: “Me siento agradecida de que CLACSO, siendo la institución referente en América Latina de los saberes en Ciencias Sociales, se haya atrevido a premiar a una autora cuya modalidad es la del ensayo, que es más interpretativo que explicativo, en contra del productivismo neoliberal del conocimiento aplicado. Y es relevante que CLACSO, sabiendo que me alejo del saber normativo de las disciplinas científico-sociales, haya reconocido esta otra forma, más libre, que tengo de reflexionar sobre estética, cultura, política y sociedad”.

Al mismo tiempo, este 2025 su nombre ha sido postulado -por un grupo liderado por el filósofo Pablo Oyarzún- a quedarse con el Premio Nacional de Ciencias Sociales. ¿Cómo ve esa nominación?

—Bueno, primero me sorprendió por completo. Fue completamente inesperado. Sabemos que los premios son azarosos. Yo creo que no vale la pena conjeturar. Pero en relación a lo que estamos hablando, sí hay que decir que en el campo de las Ciencias Sociales y la producción intelectual en general, está regido por un sistema de valoración y de reconocimiento dominantemente masculino. La propia historia del Premio de Ciencias Sociales y Humanidades deja en evidencia una enorme brecha de género,  tanto a nivel de las postulaciones como de los Premios otorgados, que beneficia mayoritariamente a hombres. Y, por lo mismo, me he sentido muy agradecida de que haya habido una excepción a la regla: y que sea un filósofo hombre, Pablo Oyarzún, el que encabece generosamente -acompañado por la académica Paz López y María José Fontecilla- la iniciativa de postular el nombre de una mujer como candidata al Premio”. 

—¿Qué es lo que más la enorgullece de todo su largo trabajo?

—Quizá orgullo sea una palabra demasiado superlativa y hay que buscar un término más modesto, más discreto. Pero yo diría que sí, que me siento relativamente conforme con haber cursado cuatro décadas, que no es poco, sin renunciar a lo que es mi pasión, que es la pasión por la escritura crítica. Y una escritura crítica que yo concibo como un pensamiento situado. He tratado que estuviese siempre en un diálogo lo más vivo posible con las encrucijadas del presente, con el acontecer. Entonces no ha sido fácil. De hecho, a veces he atravesado dificultades y asperezas.

—¿Cuáles han sido las mayores dificultades y asperezas en ese camino?

—Habría que partir por el comienzo. Mi trabajo emergió en tiempos muy sombríos, muy oscuros, en la dictadura militar. Unos tiempos en que resultaba muy difícil imaginar -después del quiebre democrático, en medio de la catástrofe- que pudiésemos salvar la palabra, por así decirlo, que pudiéramos reconfigurar la imagen.

El bautizo de la escena de avanzada

“La Escena de Avanzada ya no sería posible, porque cada emergencia productiva está marcada por un contexto y su especificidad política o social. Los tiempos son completamente otros”, dice Richard. Fue ella quien fue justamente acuñó el término “Escena de Avanzada”, para agrupar a los artistas y escritores que en medio de la dictadura comenzaron a hacer arte fuera de lo convencional, tanto en soportes como en temáticas. Un bautizo que dejó por escrito en su famoso libro Márgenes e Instituciones, Arte en Chile desde 1973 (1987).

Cuando Nelly Richard publicó Cuerpo Correccional en 1980, Carlos Leppe la fotografió en formato polaroid en distintos lugares de Santiago con la tapa del libro. Foto entregada a la Galería D21 (Gentileza Galería D12).

“Ese libro de cierta manera recrea las circunstancias en que política, teoría, crítica y estética se conjugan en un momento especialmente adverso”, dice Nelly Richard.

Y agrega: “Lo que más me importó de ese momento, y me importa hasta el día de hoy, es cómo en medio del descampado ciertos colectivos en cuyo trabajo se cruzaban las artes visuales, la literatura, la poesía, el video, pero también, la filosofía y la sociología, excedían los marcos de los géneros y las disciplina. Insisto en el descampado: había que reinventarlo todo de cierta manera, partiendo por la palabra y la imagen. Había ahí una intensidad, un rigor, una pasión que marcaron definitivamente mi trabajo. Era prácticas por supuesto de resistencia y oposición a la dictadura militar, pero también eran prácticas audaces en tanto querían reconceptualizar los lenguajes artísticos de la cultura de izquierda más ortodoxa. Implicaban un analizar, un reflexionar en torno al lenguaje y  los códigos”.

Proponer nuevos términos y escenas.

—Así es, pero manteniendo siempre la vigilancia sobre el lenguaje en un contexto de censura y de autocensura, ¿no? Entonces fue una marca muy definitoria. De ahí se armó ese esa tensión, digamos, entre crítica, estética, cultura y política que, de cierta manera, ha seguido atravesando mi producción. Y ese cruce lo sigo reivindicando siempre porque, desde la creación y el pensamiento, permite abrir la comprensión en torno a los  signos más allá de lo preestablecido. Ha sido un aprendizaje. Difícil, por supuesto, exigente, desafiante y, a la vez, altamente productivo.

Nelly Richard, para ese entonces, se había convertido en voz autorizada (y también temida) en el arte nacional y latinoamericano. Se había posicionado en los márgenes y en la calle, protagonista de la resistencia intelectual de los 80. Escribía crítica, ensayo, producía muestras artísticas, dirigió la Galería Cromo con Carlos Leppe. Podía ser testigo y teórica de obras fundamentales del periodo como las performance de Las Yeguas del Apocalipsis o el trabajo de Lotty Rosenfeld. Años más tarde, con Chile en democracia, sería la directora de la Revista de Crítica Cultural desde 1990 hasta el 2008, y una pionera paralelamente en poner en debate, palabra y discusión el género y lo queer.

—¿Cómo fue hacerse ese espacio en el mundo intelectual local siendo mujer? Hay historias casi míticas de Nelly Richard en las mesas del bar Jaque Matte, liderando la discusión, todos aterrados.

—No era la única mujer, pues estaba Diamela Eltit. Estaba Carmen Berenguer. En la poesía también había más mujeres. Son distintos tiempos, distintos escenarios. Todo eso ocurría en redes casi subterráneas de debate y discusión. Había escenarios clave como fue el taller de artes visuales de Francisco Brugnoli. Se tiende a creer que la Escena de Avanzada era un grupo homogéneo, pero la verdad es que estábamos más o menos todos peleados con todos (risas)”.

Revista Domus 1981.

—Lo que los unía entonces era la disidencia en política.

—Éramos enteramente cómplices en la tarea de usar la potencia de la imaginación para ver cómo sortear los obstáculos. Algunas escenas era delirantes. Nos pasamos los días de la semana, sobre todo con Diamela Eltit, en contraargumentar y polemizar entre el CADA y el resto de la Escena de Avanzada. De fotocopia en fotocopia (se ríe). Pese a todas las diferencias de posturas, varios de nosotros confluíamos de noche con los poetas y los pintores en el Jaque Matte, como se ha dicho por ahí.

—Este rigor e intensidad al que se refiere. ¿Era porque eran jóvenes? ¿Era porque se oponían a la dictadura?

—Porque vivir una dictadura es una experiencia límite. Y no habría forma, para quienes nos expresábamos en la escritura o en la imagen, o en las performance o en el cuerpo o en el video, o en el cine o en los textos, de no sentirse completamente interpelados por lo que significaba habitar un país con muerte, desapariciones, torturas, persecuciones. Y, a la vez, el desafío justamente era de saber cómo reensamblar pedazos de experiencia que quedaron enteramente pulverizados. La Escena de Avanzada anticipó una reflexión sobre la memoria, pensando en quienes usaban el video-registro como una forma de grabar huellas de algo que estaba expuesto a la intemperie, como Lotty Rosenfeld, en un país de tachaduras y desapariciones. Hay toda una serie de problematizaciones de la relación con la temporalidad de lo que acontece que por supuesto aparecen con mayor claridad después, pero que estaban ya en curso en esas prácticas nuestras, que sí considero audaz y valiente a la vez.

Tiempos y modos de hoy

En 2024, Nelly Richard publicó su último libro, Tiempos y modos. Política, crítica y estética, una serie de ensayos escritos entre 2020 y fines de 2023 que revisan desde su vereda de crítica, cultura y política todos los sucesos de esos movidos años en nuestro país. La discusión que se generó alrededor con ciertos académicos y pensadores Richard dice que la valora mucho, pero también bromea: “Fue como volver a abrir un campo de disputas. Aún me estoy reponiendo”.

—Pensando en su último libro. ¿Cómo sigue viendo a este Chile de hoy, después de esta continuidad de convulsiones y de movimientos de estallido, pandemia y discusión constituyente?

—Mira, no quiero convertirme en analista política. Pero tengo la impresión de que Chile padeció una especie de choque de ritmos vitales debido a la brusquedad de los cambios de velocidad y dirección que tuvo que experimentar en una secuencia que parte con mayo 2018, sigue con octubre 2019, luego la pandemia, el proceso constituyente y su dramático cierre. Aparece la revuelta que pone en marcha un tiempo frenético de voluntades de cambio, de pulsiones transformadoras, de deseos de un Chile otro, de sueños de futuro. Y luego llega la pandemia. ¿Muy impresionante, no? Entonces toda esta energía volcada hacia la calle debe recluirse en el adentro de lo privado doméstico. A la vez todo lo que era asambleas, juntas, se ve sustituido por la comunicación a distancia y las redes digitales. Entonces hay un primer choque de  ritmos. La pandemia aísla los cuerpos de lo colectivo y secuestra horizontes de futuro durante un tiempo que parecía de fin de mundo. Pese a eso, se logran reconducir las voluntades de cambio de parte de la izquierda hacia un objetivo que era derogar la Constitución de Pinochet y ampliar los contornos de e una democracia más igualitaria y más participativa. Luego ocurre el rotundo fracaso o derrota para la izquierda, del 62% del Rechazo.

Ese triunfo del Rechazo es monopolizado ideológicamente por la derecha y por la ultraderecha. Que reinstalan un llamado fanático al orden, en el marco de una sociedad que se ve capturada por fuerzas autoritarias y represivas. En fin, todos recordamos la triste celebración de los 50 años del del Golpe de Estado con la “re-pinochetización” de Chile. Vimos hace poco que se vendían souvenirs de Pinochet. Habitamos un país completamente derechizado. Yo siento, por un lado, un Chile desquiciado, fuera de quicio literalmente, si uno ve todo lo que ocurre con las conductas e inconductas de la clase política. Por el lado de la izquierda, vemos perplejidad, desorientación, confusión. Creo que habría que recrear con más calma las condiciones de inteligibilidad crítica para comprender bien qué es lo que pasó, porque los giros hablan contradictoriamente de exacerbación y desapego a la vez.

—En cuanto al mundo de la cultura. ¿Cómo ve el panorama? No se ha llegado al 1% del presupuesto prometido. Evelyn Matthei en su candidatura ya ha declarado que, de salir, rebajará aún más el dinero para el área. ¿Cómo se valora, o no, en Chile la cultura?

—Lo primero que tengo que confesar es que nunca me han interesado demasiado los temas de políticas culturales. Hay gente muy valiosa que tiene una mirada infinitamente más preparada que yo sobre el asunto. Yo creo que sí, el Estado de Chile sigue completamente en deuda con la cultura. Pero en nuestra transición democrática neoliberal, la cultura se entiende como bien o como servicio en términos más de gestión burocrática orientada hacia la masividad de la difusión y consumo. En fin, justamente no he visto yo que se le dé a la cultura el espesor de un campo de discursos que es atravesado por los conflictos y los antagonismos de la sociedad y que reflexione simbólicamente sobre ellos. Si miramos los gobiernos de Trump y de Milei y otros, tenemos que acordarnos que la cultura, que está bajo amenaza, engloba los modos que tiene una sociedad de nombrarse a sí misma, de reconocerse, de significar e interpretar. De intercomunicar subjetivamente a distintos miembros a través de la lengua. Porque lo que estamos viendo es la destrucción de todos los lazos sociales y vínculos de solidaridad, pero también una profunda degradación de la lengua bajo los ataques del terrorismo mediático. La violencia neofascista de la ultraderecha propone un arrasamiento completo de todas las modulaciones sensibles, partiendo por los afectos.

Referente del feminismo

Figura fundamental de la lucha por los derechos de la mujer, en 1987 Nelly Richard fue de las escritoras y críticas que presentaron ponencias en el esencial Congreso de la Literatura Feminista Latinoamericana. Empujado por Carmen Berenguer, también se presentaron ahí nombres icónicos del movimiento en la región, como Beatriz Sarlo, Diamela Eltit, Idea Vitale o Josefina Lubner.

Justamente a esta última cita Richard para hablar de ser mujer, escribir y ocupar un espacio social por ello. “En las cuatro décadas de trabajo siempre le he hecho el quite a la figura de la victimización, por ser este un lugar que se agota en la queja y el reclamo. Yo siempre cito a Josefina Lubner, que escribió un texto de referencia para nosotras que se llama ‘Las tretas del débil’. Yo creo que las mujeres saben usar esas tretas del débil que tienen que ver con batallar contra los poderes dominantes, pero desde las entrelíneas, desplegando artificio y estratagemas que combinan la astucia, la seducción y el disimulo. Si bien es cierto que frente a la desigualdad de género hace falta denunciar y reclamar desde las calles en donde prevalecen las consignas, en el campo en el que yo me sitúo me pareció siempre más interesante jugar con la oblicuidad de los sentidos”, dice.

—El feminismo es de avance y retroceso, por eso se habla de olas. Pero si decantamos la última oleada feminista. ¿Cuál cree que es el legado? ¿Y quizás los aprendizajes de lo se pudo haber hecho mejor?

—Deberíamos siempre precisar que el feminismo no es uno, sino que son muchos. Durante los 80, las organizaciones de mujeres actuaron como plataforma de reivindicación ciudadana en contra de la dictadura. Durante los años de la transición, la palabra feminismo sale del vocabulario público, porque por su acento es demasiado polémico. Y ahí impera y opera el vocablo ‘género’ que es mucho más neutral y de más fácil asimilación también al consenso liberal. Y luego, después de este largo silenciamiento de la palabra feminismo, explota marzo de 2018. Cuestiona los dispositivos de poder, a las jerarquías de poder, dominación, subordinación. Y es un antecedente decisivo de la revuelta de octubre de 2019.

En España, en América Latina, en el mundo entero, vimos cómo efectivamente el movimiento feminista logró tener una masividad, y tener una efectividad también en su consigna, en su reivindicación, en su demanda. Logró conquistas muy importantes. Podríamos haber pensado que era irreversible, pero a la vez sabemos que la historia no es lineal, digamos, y que está llena de avances y retrocesos y lo sabe el feminismo más que ningún otro movimiento. Ahora estamos asistiendo efectivamente a una arremetida mundial en contra de la ideología de género.

Pedro Díaz para The Clinic.

—Un contraataque, pareciera que los que se sintieron amenazados estaban agazapados, esperando.

—Ahora, el problema es qué hacer. Y yo creo que es una pregunta que no tiene una respuesta única. Es complejo. A mí me parece que el feminismo no tendría por qué renunciar a nada de lo que se avanzó. Fue crucial para definir una agenda feminista, la autonomía de los derechos sexuales, la ley antiviolencia de género, la reivindicación de la igualdad salarial, etcétera. Me parece que sí, quizás, tiene que aprender a trasladarse de escenarios. La calle es indispensable. Pero a la vez no basta el grito en la calle. Está el desplazamiento dentro de las instituciones para modificar las leyes.  Cosa que no todas las feministas están de acuerdo. Pero donde yo tengo un matiz que puede ser más controversial, es que también creo que hay que diversificar los modos de enunciación. No todo es denuncia,  acusación, reclamo, intimidación y persecución. Hay una discusión dentro del feminismo, en torno a lo que sería el punitivismo. El feminismo debe ser capaz de persuadir y seducir en tanto propuesta de sociedad”.

—Que habla de que se avanzó mucho, pero que esta ola estuvo muy cargada a hablar desde las culpabilidades y prohibiciones. A la vez que quizás se habló de un “solo nosotras”, lo que lo hace menos convocante y sostenible en el tiempo. Pensando, por ejemplo, en las marchas de marzo exclusivas de mujeres.

—Si reubicamos el tema en la gravedad del panorama mundial de esta arremetida antifeminista, lo obvio es pensar que el feminismo debe tejer alianzas primero. Debe armar complicidades porque el enemigo es demasiado poderoso y entonces me parece clave a mí que el feminismo se salga del reducto identitario separatista del ‘nosotras las mujeres’ y también piense qué hacer con los hombres o con la masculinidad. Primero, no creo que está mal darle una chance de que se revisen a sí mismos para que puedan unirse al feminismo quienes se sienten también sofocados por el dispositivo patriarcal. Tejer alianzas, forjar complicidades, incluyendo las disidencias sexuales, incluyendo a los hombres, porque  si no, los Milei y los Trump se van a multiplicar por miles. Pero además el feminismo debe conjugar el “reconocimiento” de los derechos culturales con la “redistribución” económica y social. Debe conectar las demandas de género con las otras demandas que representan a todas las existencias precarizadas por el modelo neoliberal”.  

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