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Cultura

29 de Octubre de 2015

Mi primer libro… homenaje a Carlos Leppe

* Lectura de foto: Cuando Nelly Richard publicó Cuerpo Correccional en 1980, Leppe la fotografió en formato polaroid en distintos lugares de Santiago con la tapa del libro. Esta foto, que el artista le entregó a la Galería D21, fue tomada en la parcela de La Florida que ambos compartían (Cortesía de Galería D21). Francisco […]

Nelly Richard
Nelly Richard
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MI-PRIMER-LIBRO…
Lectura de foto: Cuando Nelly Richard publicó Cuerpo Correccional en 1980, Leppe la fotografió en formato polaroid en distintos lugares de Santiago con la tapa del libro. Esta foto, que el artista le entregó a la Galería D21, fue tomada en la parcela de La Florida que ambos compartían (Cortesía de Galería D21).

Francisco Zegers fue mi primer editor y no un editor cualquiera. Fue aquel editor que, el año 1980, demostró tener la audaz disposición a publicar textos que, por muchas razones (y no exclusivamente políticas), eran considerados en esos años como textos impublicables. Zegers fue capaz de jugársela con escrituras transgresivas que carecían de todo marco de recepción y validación culturales, que solo respondían a la apuesta vital, el impulso teórico, el devenir utópico y el frenesí escritural. Mi primer libro con Francisco Zegers fue Cuerpo Correccional, dedicado a la apoteósica obra de Carlos Leppe.

Ya tuve oportunidad de contar cómo me deslumbró la brillantez de Carlos Leppe cuando lo conocí en 1973. Él fue quien me enseñó a pensar la visualidad, es decir, a descifrar cómo el pensamiento visual del arte se materializa en una estructura de obra. La obra de Carlos Leppe era deslumbrante por su trabajo imaginativo con los signos; por el travestismo de su biografía homosexual; por sus rigurosas operaciones visuales que maltrataban físicamente al soporte artístico en una metáfora de la brutalidad de la represión militar; por la exuberancia neobarroca de sus citas a la historia del arte mezcladas con la cultura, la religiosidad y la sentimentalidad populares.

Cuerpo Correccional acompañaba la grandiosa exposición “Sala de Espera” (1980) de Carlos Leppe. En ella se entrecruzaban el archivo privado del relato familiar declamado en primera persona por la madre del artista; la fluorescencia de los neones como recordatorio público de los hospitales y urinarios públicos en donde se depositan el semen y la sangre como restos abyectos; el audio de las cantatrices cuya operática parecía querer silenciar los gritos del cuerpo prisionero de los yesos y los arnés de Leppe maquillado y torturado.

En la solapa de la portada de Cuerpo Correccional, un breve texto relataba lo siguiente: “El documento fotográfico de este libro corresponde a una intervención realizada en el domicilio de Catalina Arroyo, madre del artista: Seminario 960, Santiago de Chile, consistente en haber iluminado la escalera del edificio durante 24 horas”. La luz artificial de una recta de neones torna deslumbrante la sacrificada rutina doméstica de una madre que asciende a virgen. Una tapa prosaica y majestuosa a la vez (diseñada por Carlos Leppe) con esta iluminación mística y profana de una escritura de neones que sólo ilumina por 24 horas –sin espectadores– la pobre escalera transitada por un amor fuera de lo común, un amor descomunal, entre madre e hijo.

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Lectura de foto: Por Rodrigo “Guatón” Salinas

¿Qué duda cabe? Cuerpo Correccional fue un libro incestuoso. Por un lado, contiene el inconsciente de la relación prohibida entre la madre (Catalina Arroyo) y el hijo (Carlos Leppe) que urde el nudo edípico. Y, por otro, exhibe una relación entre texto y obra, cuerpo y lengua, que es simbiótica. El texto de Cuerpo Correccional se basa en el dialogismo del “tú” y del “yo“. Mirado a la distancia es como si Leppe hubiese sido para mí el único destinatario posible de esta escritura librada a la pulsionalidad de un cuerpo a cuerpo con la obra. La imagen de la Cordillera de los Andes abría y cerraba las páginas de Cuerpo Correccional. Una cordillera que quería darle aire y respiro a la clausura dictatorial que nos asfixiaba; la misma cordillera que, como marca territorial, acusaba la toma ilegal del poder militar que le había arrebatado su soberanía al pueblo de Chile. Pero era también una cordillera que, con su altura, dejaba fuera del alcance de la vista el secreto incestuoso de Cuerpo Correccional y de la vida en la parcela de La Florida que, en esos años, compartimos con Carlos Leppe y Carlos Altamirano, cuando casi no había exterioridad habitable para nuestra loca aventura de los riesgos creativos.

*Este es un fragmento del texto presentado en la mesa “Editorialidad, arte y memoria”, en la Galería Metropolitana, en junio de 2015.

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