Opinión
27 de Junio de 2025

F1, la nueva película de Brad Pitt: entretención pura sin profundidad o lecturas

El crítico cinematográfico Cristián Briones analiza el estreno de F1, la nueva película de Joseph Kosinski, luego del éxito de Top Gun: Maverick. "F1 es un acertado espectáculo en todo momento. Un gigantesco y brillantemente bien filmado espectáculo. Nadie podría negarle eso al equipo de cineastas", asegura.
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Un protagonista, que fue el mejor en lo que hacía, vuelve casi tres décadas después requerido por las circunstancias y la necesidad de un fiel amigo, a integrar un equipo de gente joven y talentoso, para enseñarles cómo hacer bien las cosas en la F1. Un interés romántico que ya tampoco está en su juventud. Un villano poderoso, pero finalmente no la amenaza real. Un remate en que la nueva generación aprende a usar hasta los mismos dichos que el veterano vino entregar. Triunfo y cerramos con el horizonte.
Hace tres años, el director Joseph Kosinski dio una de esas sorpresas que Hollywood tanto adora. Hizo una secuela con 36 años entre una película y otra, y no sólo excedió la calidad de la original, sino que tanto crítica como público la convirtieron en un éxito. Logró ser nominada a seis premios de la Academia, entre ellas mejor película, cosecharía un Oscar y se convertiría en una de las 15 películas más taquilleras de la historia, con casi 1.500 millones de dólares recaudados.
Mucho se habló en ese momento de que la razón era Tom Cruise, pero las dos siguientes Mission: Impossible quedaron muy lejanas en todo nivel a lo conseguido por Top Gun: Maverick. Acá una de las cartas en la mesa también era un titán hollywoodense llamado Jerry Bruckheimer. Productor ya legendario a estas alturas, lanzó carreras como la de Michael Bay, creó franquicias como Piratas del Caribe, y en la práctica, junto a su compañero Don Simpson, desarrolló un tipo de largometraje especialmente exitoso por allá por fines de los años ‘80 y principios de los ‘90.
Tramas sencillas, directas, protagonistas en la misma lid, todo en una intensidad lo suficientemente medida para resultar familiar y sorpresiva a la vez. Pero el nuevo siglo fue menos amable con ese estilo, aparecieron los superhéroes y el blockbuster moderno dejó a Bruckheimer en un segundo plano. Incluso con la mencionada secuela de Top Gun a su haber, tampoco podía ser considerado como causal definitiva.
Entonces la pregunta se hizo palpable: “¿Que tuvo Top Gun: Maverick que resultó exitosa allí donde tantas otras han fallado?” ¿Podría repetir alguna vez lo logrado el equipo de Kosinski en la dirección; una estrella de Hollywood ya entrada en años en el rol protagónico; Bruckheimer en la producción, incluso llevando de vuelta a Claudio Miranda en la fotografía y a Hans Zimmer en la banda sonora?

El intento de volver a meter el relámpago en la botella es F1 (F1: The Movie). La historia de Sonny Hayes (Brad Pitt), que fue el mejor en lo que hacía, y ahora vuelve casi tres décadas después, requerido por las circunstancias y la necesidad de un fiel amigo (Javier Bardem), a integrar un equipo de gente joven y talentosa, para enseñarles cómo hacer bien las cosas. Un interés romántico que ya tampoco está en su juventud (aunque afirmar esto es injusto, porque Kerry Condon tiene sólo 42 años). Un villano poderoso, pero finalmente no la amenaza real. Un remate en que la nueva generación aprende a usar hasta los mismos dichos que el veterano vino entregar. Triunfo y cerramos con el horizonte. En rigor, la misma película que Top Gun: Maverick, sólo que cambiando a Tom Cruise por Brad Pitt y los aviones por autos de competencia.
Podrán pensar que esto es una especie de golpe bajo a la película, pero muy por el contrario. En la industria del espectáculo no es sencillo conseguir un acierto. Mucho menos dos con la misma idea. Y no les quepa duda, F1 es un acertado espectáculo en todo momento. Un gigantesco y brillantemente bien filmado espectáculo. Nadie podría negarle eso al equipo de cineastas.
A nivel argumental, podemos predecir cuándo y cómo algo va a resultar, por qué no, y todo el etc. que hace que la película divague sobre sí misma. Pero las tramas no son necesariamente el corazón del cine. Menos en estos días en que la industria artística está bajo un constante escrutinio post textual. La clave hoy está en llenar la pantalla con el suficiente talento, para que lo otro pueda ser dejado de lado. Lo de Claudio Miranda en la fotografía es formidable. Poner cámaras dentro y fuera de los autos, en los cascos, etc., pero nunca dejar que sea subjetiva, y siempre involucrando a la audiencia.
Acá es también destacable el trabajo de los editores de F1 (los únicos que no repiten del equipo previo) Stephen Mirrione y Patrick J. Smith, que se valen de montones de recursos para hacer vertiginosas las carreras. Más allá de que haya quienes sostengan que es casi imposible de fallar en eso, lograr explicar las reglas de la competencia, gracias al impecable sistema de relatos deportivos en vivo, es bastante meritorio. Y lo de Hans Zimmer, casi en plan Daft Punk en Tron: Legacy es también sumamente destacable, incluso sobre la playlist que demuestra que la producción no escatimó en gastos.
Acá no hay una ambición de ser algo más grande que simplemente una película promocional de la Fórmula Uno. De hecho, “fórmula” es parte de su núcleo. Sabemos cuando viene una curva, y cuando una recta, pero es el entendimiento de la pista el que mantiene a la audiencia pendiente de la pantalla.
F1 no tiene pretensiones más allá de eso. No aspira a ser esa oda al crepúsculo de los dioses que fue Ford v Ferrari o ese drama sobre figuras trágicas llamado Rush. Pretende ser una parte de la temporada de la Fórmula Uno. Con el lujo, los auspiciadores, las carreras, los pilotos, los bólidos, los trofeos, la tecnología, la emoción pura al servicio de la emoción pura. Y que eso resulte en 2 horas y media de entretención, es más que respetable. Incluso por sobre lo genérica que pudiera sentirse. Pero así ha sido siempre este aspecto de Hollywood. El cowboy añejo que llega al pueblo, le guiña el ojo a la chica más guapa, vence a los villanos, deja impresionados a los jóvenes y cabalga al horizonte. Son el lugar que nos resulta familiar. El resto es contarlo de manera eficiente.
Además, eso es lo que muchos pregonan que el cine debiera ser: entretención pura sin profundidad o lecturas. Y si este es el estilo que Joseph Kosinski desea que sea su firma, entonces va muy bien encaminado. Jerry Bruckheimer en cambio, es ese “viejo pillo” que ha vuelto treinta años después a enseñarle a los jóvenes a “hacer bien las cosas”.
Bienvenido de vuelta a los ‘90, nene.
Sí, esa es una frase en la película. Vaya declaración de principios.