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Cultura

21 de Septiembre de 2008

Kipling, el mejor cuentista del mundo

A. de la Fuente, D. Urbina y C. Martínez
A. de la Fuente, D. Urbina y C. Martínez
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Este es un extracto de la introducción que Somerset Maugham escribió en 1952 para presentar su selección de los mejores cuentos de Rudyard Kipling, recién editados en castellano por Sexto Piso, bajo el título “El mejor relato del mundo y otros no menos buenos”.

El novelista, aprendiz de Kipling y tan fascinado por la India como él, reseña al maestro del cuento inglés; en su selección está “El hombre que iba a ser rey”, cuento favorito de Proust y de Faulkner, y la mayoría de los sus grandes clásicos: “El chico de la leña”, “Los hermanos de Mowgli”, “Sin el beneficio del clero” y muchos más. Borges escribió sobre el controvertido autor, que fue atacado tanto de fascista como de simplista: “He aquí lo indiscutible: la obra –poética y prosaica– de Kipling es infinitamente más compleja que las tesis que ilustra. Al igual que todos los hombres, Rudyard Kipling fue muchos hombres –el caballero inglés, el imperialista, el bibliófilo, el interlocutor de soldados y de montañas–, pero ninguno con más convicción que el artífice”.William Somerset Maughamhttp://www.theclinic.cl/2008/09/23/zakumi-la-horrenda-mascota-de-sudafrica-2010/.

(…) Kipling fue inmensamente precoz. Tenía plena posesión de sus poderes desde el principio. Algunos de los relatos de Cuentos llanos de las montañas son tan triviales que más avanzada su vida seguramente no le hubieran parecido dignos de escribirlos, si bien están contados con claridad, con viveza, con eficacia. Técnicamente son irreprochables. Los defectos que puedan tener se deben a la insensibilidad de la juventud, no a su falta de destreza. Y cuando dejó la adolescencia y fue asignado al puesto de Allahabad y supo expresarse en cuentos de mayor longitud, escribió una serie de relatos que sólo pueden con justicia considerarse magistrales. Cuando llegó a Londres, el editor de Macmillan’s Magazine, al cual fue a visitar, le preguntó qué edad tenía. No es de extrañar que cuando Kipling le dijo que en pocos meses cumpliría veinticuatro exclamara “¡Dios mío!”. Su consumado dominio del relato era ya verdaderamente asombroso.

Pero todo tiene un precio en ese mundo. A finales de siglo, es decir, cuando rondaba los treinta y cinco, Kipling había escrito sus mejores relatos. No quiero dar a entender que después escribiera malos relatos, no podría haber hecho una cosa así ni siquiera adrede; son suficientemente buenos, pero carecen de la magia que emana de los primeros cuentos sobre la India. Sólo cuando retornó por medio de la imaginación las escenas primeras de su vida y escribió Kim recobró de hecho esa magia. Kim es su obra maestra. Al principio debe parecer extraño que Kipling, tras marchar de Allahabad, nunca más visitara la India, salvo para hacer una corta visita a sus padres en Lahore. Al fin y al cabo, fueron sus cuentos de la India los que le dieron una fama inmensa en su tiempo. El la llamaba notoriedad, aunque era fama. Sólo alcanzo a suponer que debe haber pensado que la India ya le había dado todos los asuntos de los que podía ocuparse. Una vez, tras pasar un período en las Antillas, me envió recado para decirme que haría bien en ir allí, pues había numerosos cuentos que escribir sobre los habitantes de aquellas islas, aunque no eran el tipo de relato que él sabía escribir. Debió de sentir que había numerosos relatos en la India, al margen de los que ya había escrito, aunque no eran el tipo de relato que él sabía escribir. Para él, la veta estaba agotada. (…)

Es mi deber advertir al lector que mi opinión de que los mejores relatos de Kipling son los ambientados en la India no la comparten los críticos más eminentes. Estos piensan que Kipling escribió en lo que llaman su tercer período relatos de una hondura, una penetración y una compasión cuya inexistencia deploran en sus cuentos de la India. Para ellos, la etapa culminante de sus logros hay que buscarla en Una residencia forzosa, Una virgen para las trincheras, La casa de los deseos y El arroyo de la amistad. Una residencia forzosa es un relato que tiene encanto, aunque sin duda es bastante obvio; si bien los otros tres son muy buenos, a mí no me parecen exactamente notables. (…) El único relato de todos los que escribió Kipling tras asentarse en Inglaterra que de ninguna manera he querido dejar fuera de esta selección es “Ellos”. (Al leerlo, es preciso tener en cuenta que el empleo que hace del motivo de la Casa Encantada en la casa de campo en que tienen lugar los acontecimientos que relata, y que a uno le recuerda antiguallas como “Ye Olde Tea Shoppe” y otros horrores semejantes, aún no era algo que se hubiera vuelto repugnante gracias a los vulgares proveedores de lo caprichoso y lo cursi.) “Ellos” es un relato espléndido, un conmovedor esfuerzo de la imaginación. En 1899, Kipling fue con su esposa e hijos a Nueva York y su hija mayor y él mismo contrajeron un resfriado que dio lugar a una neumonía de consideración. Los que tenemos edad suficiente aún recordaremos la preocupación que se sembró por todo el planeta cuando los telegramas y noticias de última hora anunciaban que Kipling se encontraba a las puertas de la muerte. El se reestableció, pero su hija mayor falleció. No es posible dudar que “Ellos” está inspirado en la pena inmensa que le causó la pérdida. “A partir de mis grandes pesares confecciono estas pequeñas canciones”, dijo Heine. Kipling escribió un relato exquisito. A algunos les ha resultado oscuro, a otros sentimental. Uno de los riesgos que afronta el escritor de ficciones es el peligro de deslizarse desde el sentimiento hasta el sentimentalismo. La diferencia entre lo uno y lo otro es sutil. Podría darse el caso de el sentimentalismo fuera simple sentimiento que casualmente no nos agrada. Kipling tenía el don de conmover y provocar las lágrimas, aunque a veces, en sus relatos no destinados al público infantil en los que sin embargo trata del mundo infantil, sean lágrimas que a uno le causan molestias. No hay nada oscuro en “Ellos”. A mi entender, no hay nada siquiera sentimental. (…)http://goo.gl/mu32U8

A Kipling se le acusó ampliamente de incurrir en la vulgaridad, igual que a Balzac y a Dickens, y creo que es sólo porque los tres trataron aspectos de la vida que ofendían a las personas refinadas. Hoy estamos más encallecidos: si llamamos a alguien refinado no creemos que le estemos haciendo un cumplido. No obstante, una de las acusaciones más absurdas que se han vertido contra él es que sus relatos eran anecdóticos, acusación con la cual los críticos que la esgrimieron pretendieron condenarlo (aún siguen haciéndolo); si se hubiesen tomado la molestia de consultar el Oxford English Dictionary, habrían visto que uno de los sentidos del término es éste: “Narración de un incidente aislado, o de un único acontecimiento, contada de manera que sea en sí misma interesante o pasmosa”. Es una definición perfecta del relato breve. La historia de Ruth, la historia de la matrona de Efeso, la historia que cuenta Bocaccio de Federico degli Alberighi y su halcón son anécdotas. También lo son Bola de sebo, El miedo y La herencia. Una anécdota es el esqueleto de un relato, es lo que le da forma y coherencia, lo que el autor reviste con la carne, la sangre, los nervios. Nadie tiene la obligación de leer relatos, y si a uno no le gustan, a menos que contengan más que una historia, pues no hay nada que hacer. A quien no le gusten las ostras no se le puede echar en cara, y es irracional condenar a las ostras porque no posean la calidad emocional de un solomillo con pudín de riñones. Igualmente irracional es considerar defectuoso un relato porque sólo es un relato. Es justamente lo que han hecho algunos de los detractores de Kipling. Era un hombre de un talento extraordinario, pero no era un gran pensador; de hecho, no se me ocurre ni un solo gran novelista que lo fuera. Tenía un consumado olfato para relatar historias de un tipo determinado, y además disfrutaba contándolas. Era tan sensato que en los más de los casos se limitó a hacer lo que mejor sabía hacer. Como era un hombre juicioso, sin duda le agradaba que a la gente le gustaran sus relatos, y se encogía de hombros cuando no gustaban. (…)

No he dudado en señalar los que me parecen defectos en Kipling, pero tengo la esperanza de haber dicho con claridad qué alta opinión tengo de sus méritos. El relato breve no es, en general, una forma de ficción en la que los ingleses hayan sobresalido. Los ingleses, como bien se ve en sus novelas, son propensos a lo difuso. Nunca han tenido demasiado interés por la forma. Esta forma exige ceñirse a lo esencial. Lo sucinto no casa bien con su sensibilidad. Pero el relato breve exige una forma, y exige que sea sucinta. Lo difuso acaba con él. Es una forma que depende de la construcción. No admite cabos sueltos, ha de ser algo completo en sí mismo. Todas estas cualidades se encuentran en los relatos de Kipling cuando daba de sí el máximo, cunad alcanzaba cuotas magníficas de narrador, lo cual, por suerte para nosotros, sucede relato tras relato. Rudyard Kipling es el único autor de relatos breves que se ha dado en Inglaterra y que esté a la altura de Guy de Maupassant y de Chéjov. Es el narrador inglés más grande. Me cuesta creer que se lo pueda llegar a igualar. Estoy seguro de que no se le podrá sobrepasar.

*Traducción de Miguel Martínez-Lage. Gentileza de editorial Sexto Piso, México.

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