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25 de Julio de 2009

Boeninger buena onda, cha cha cha

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Si usted amable lector es de los que ya lo saben o sospechan perdonen que sea tan obvio en mis reparos frente a aquellas memorias de políticos escritas por sí mismos o en colaboración con periodistas. Género empalagoso que, aunque ocasionalmente aporte uno que otro dato desconocido, casi nunca ofrece obras memorables. Pecan de parciales y de una superficialidad insufrible; se afanan demasiado en querer promocionar los supuestos logros y “paso por la historia” de su protagonista, cuando no son apologías interesadas u oficiales. Entendible intención de quienes producen semejantes tomitos envasados que así como se los recalienta, se engullen y olvidan. Suelen mandarlos a hacer o se escriben para fines electorales, pero, vamos, somos muchos los que hace rato nos jubilamos de la ingenuidad. Cuesta creer en historias que sólo recogen testimonios favorables, autocomplacientes, de la mano propia o asistida de sus protagonistas.

Exactamente lo que vuelve a ocurrir con el libro-entrevista de Margarita Serrano, La igual libertad de Edgardo Boeninger. Obra encomendada por CIEPLAN, donde Boeninger actualmente opera, visada por Eugenio Tironi, jefazo del “think-tank”, socio (demás está decirlo) de la señora Serrano en el rubro lobby-comunicacional. Presentación así de “entrenzada” y ya uno, más o menos, puede adivinar lo que viene.

Primero, Boeninger se resiste (“soy un tipo fome… no encuentro que [mi vida] sea de interés para nadie más que para mí”). Dificultad que se despeja rápidamente tras consultar a su señora (“Me fue mal… La Martita considera que debo hacerlo”), y de ahí en adelante, no paran las sesiones, el cuénteme su vida, de su alma, sus amores y penas, soy toda oídos, con “onces” y grabadora prendida. “Llegó muy puntual manejando su auto. Ahora tomamos té y un trozo de queque –mi nana se apuró en prepararlo ante la idea de tener aquí al señor Boeninger en persona–. Él se repitió, porque es bastante goloso y no tiene el complejo de hacer dieta.” Ya antes se nos ha intimado sobre su gusto por el buen vestir (“A la primera sesión llegó con chaleco de cachemira rojo. Deportivo-elegante… ¿Se comprará él la ropa? Es de las pocas cosas que no le he preguntado”, anota la esmerada entrevistadora, supongo que para dar justo ese toque suficiente de realismo televisivo que aumenta el rating y atrapa al recién sintonizado).

Luego vienen las “confesiones” de su infancia melodramática: niño rico pobre, abandonado por su madre, tras lo cual deja el colegio Grange, con padre loco que lo amenaza con matarlo (termina pegándose un tiro), viviendo de ahí en adelante en una pensión donde su dueña, “más polola que mamá”, lo acoge… “Pero contento. Con buena memoria y advirtiendo que su vida comienza a los doce años, porque no existen recuerdos previos”. Falso, por supuesto, porque en página 128 relata cómo en The Grange le pegó un puñetazo a José Donoso quien seguramente fue y lo reportó a uno de los “prefects”, es decir, nada que no supiéramos ya antes de ese acusete precoz. A esas alturas de la lectura, confieso que resignado, y habiendo varias veces recogido el librito del basurero –razones puramente profesionales me instaban a seguir– sólo pensaba en cuánto The Clinic me va a pagar por esta reseña.

Digamos que no mucho más, proporcionalmente hablando, que la Universidad de Chile donde soy profesor jornada completa, institución que Boeninger presidiera tres veces como rector. Nombramiento y gestión más que nada política porque Boeninger (él mismo lo reconoce) no es ningún intelectual. De hecho, sus dotes como profesor siguen siendo un misterio. Sus escasos libros, bodrios. Se conoce mejor su paso previo por la Municipalidad de Santiago a cargo de vialidad (los recorridos de las micros y la señalética de las calles, sus logros más perdurables). Su tesis en Economía la hizo a dúo, en tres semanas, justo a tiempo para ser elegido decano de esa misma facultad dónde él era todavía alumno, y cuyo título no recuerda (!!) Sí, usted leyó bien, los datos provienen de este tomito.

Hace rato que la Universidad de Chile y sus rectores son unos chantas. En no poca medida porque, desde que Boeninger es decano y tres veces rector, la han vuelto una máquina politiquera, si bien personalmente no reconoce que él haya sido, en aquella etapa de su vida, aún un político (no militaba en ningún partido). ¿Confuso? Bueno, sí. De hecho, la dictadura lo sacó a patadas de la rectoría y eso que se había estado convirtiendo en baluarte de la oposición a la UP. Un poco antes del Golpe, Jaime Guzmán y su amigo Jaime Celedón a quien lo suponía de izquierda (ja, ja, ja) quisieron, incluso, ungirlo en figura máxima de la centro-derecha.

Por supuesto, Boeninger y la Serrano no se detienen mucho en su gestión en la Universidad salvo para hablar de cómo ganó las elecciones y cómo iba a bailar apretado con la Martita a “Las Brujas”; su primer matrimonio con “la Pollito” terminó en desastre, muy duro fue distanciarse de los amigos en común. Lo verdaderamente “político” vendría después. ¡Se hizo, por fin, DC, justo cuando se prohibió la política en el país! Pero, igual, él sentía que “tenía fuero”, era cosa de codearse con algunos de los macucos del barrio, gallos pesados, maceteados –Aylwin, Silva Henríquez y Gabriel Valdés– quienes le proporcionaban las pegas para sobrevivir. Y, bueno, claro, ¿cómo no?, de ahí en adelante, la vida le siguió sonriendo. Siguió jugando ping-pong y bailando apretado con la Martita, y, sobretodo, apostó bien (en su años mozos se mantenía a flote jugándole a los caballos), abandonó a Valdés y se arrimó a Aylwin y al “Gute”. Del “Carmengate”, por cierto, no sabe nada de nada, y si lo supo, lo olvidó. Con otros operadores, igual que él, pero de la izquierda más dura aunque no comunista, hizo migas (él siempre fue muy “liberal”), tan así que terminó siendo el cerebro gris de Aylwin, junto a Enrique Correa, en La Moneda. Dios los crea y el diablo los junta.

La señora Serrano y Boeninger, desde luego, no cuentan así de percusionado el cuento. La versión melosa que ofrecen es más “soft”, a media luz los dos. CIEPLAN y Tironi, recordemos, ponen la lucas y están a cargo de la orquesta. Al son del disco platino de esos años, “A la Medida de Lo Posible”, el dúo Boeninger y Correa estaban a partir de un confite con Pinochet: “En rigor, Pinochet fue leal al gobierno. No hizo nada efectivo por fregar al gobierno en esos cuatro años… Nunca influyó en nada… Además, en ese tiempo no era tan odioso como terminó siendo después, cuando se empezaron a revelar los crímenes y su complicidad obvia en ellos”. ¿Cómo? ¿No se sabía nada de los abusos de derechos humanos? ¿No se supone que no se movía ni una hoja sin que lo supiera?

Al parecer, Aylwin y sus dos orejeros, olvidaban todo cuando “el Tata” les susurraba la melodía al oído, en medio de “boinazos” y demases. Cuenta Boeninger como el General le dijo a Aylwin: “Presidente, a usted le conviene que yo siga como comandante en jefe, porque le mantengo en orden a la gente y… estos niños son bastante bravos”. Cuando leí estas máximas edificantes –gansteriles, dirán otros– fue una de las tantas veces que tiré el tomito al papelero.

Rescatándolo, sí, de inmediato porque, por intuición profesional, sé que no hay culpable que, tarde o temprano, no se incrimine y cuente quiénes son sus cómplices más compinches. Boeninger, digamos las cosas como son, no es el ángel de la guarda que se nos quiere pintar. Además, de no haber recogido el libro del tacho de basura, me habría perdido los panegíricos que hace José Joaquín Brunner de su persona, o él mismo de Carlos Peña, rector muy también a la medida suya. Por algo Dios los crea y el diablo los junta.

Todos (Tironi incluido) figuras fáusticas, calculadoras, que han abusado del mundo académico para, luego, descender al inframundo desalmado del poder y sus laberínticas “razones de Estado”. Boeninger, el primero, modelo eximio de esta genealogía pérfida.

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