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Cultura

23 de Mayo de 2010

Morir porque sí

Tal Pinto
Tal Pinto
Por

SEGUNDOS
Mónica Ríos
Sangría Editora
2010, 208 páginas.

POR TAL PINTO
Entre los narradores chilenos más jóvenes, el realismo ocupa la trinchera de enfrente. No es éste un fenómeno nuevo; no es una revolución planificada en la oscuridad por un puñado de agitadores subterráneos. Existe una tendencia marcada en la nueva novelística chilena -muy en sincronía con un movimiento latinoamericano- por eliminar todo rastro del “boom”, y con él a la “nueva narrativa”. En algunos casos la inspiración proviene de fuera; en otros, la vanguardia chilena de los 80, en especial Diamela Eltit, sirve como el modelo desde el cual organizar modos originales de narración. Todavía en otros tantos casos, la sombra de Donoso, que pesa a su manera sobre Eltit, es reemplazada por el persistente, y muy animado, fantasma de Bolaño. Alejandro Zambra, Carlos Labbé, Diego Zúñiga, Andrea Jeftanovic son sólo algunos nombres de este ecléctico grupo de escritores jóvenes al que hay sumarle, ahora, el de Mónica Ríos (1978).

“Segundos”, su primera novela, es un ejercicio de composición cuyo afán, quizá deliberado, quizá oculto, es poner de manifiesto la bastardía literaria, cruzando cuanto tipo de tropos uno conozca. Predomina el relato tipo guión, pero hay guiños al discurrir de la conciencia, al narrador omnisciente, al lirismo y, en cuanto a géneros, al policial, a la novela de iniciación y al testimonio. Parecen ser muchas las tradiciones incrustadas en una novela breve y, sin embargo, Ríos, más bien que mal, consigue darles una forma orgánica, algo deforme, pero orgánica al fin.

Culpable del desorden es la estructura de “Segundos”. Tres personajes comparten el protagonismo de la novela: Mariana, una adolescente retraída; Salvador, compañero de colegio de Mariana; y Carmona, profesor de historia del colegio. En teoría, estas tres líneas argumentales convergen (más allá de que estén todos relacionados por el colegio) en la muerte de una pareja de alumnos, Nicolás y Denisse. Digo en teoría, porque la reunión de estas tres líneas es tenue. El relato de Carmona, muy por lejos el mejor de la novela, es apenas relacionable a los difuntos; el de Mariana es voluntariamente tangencial, pero eso no lo excusa de ser además el más superficial y el peor escrito –“Hacía ya tanto tiempo que la interacción con ella había cesado que verla venir fue igual que ver a Bruce Willis en la televisión”. Y en lo que compete al relato de Salvador, con el que la novela encuentra su clausura, el aroma a truco es demasiado espeso, excesivamente autoral. Pese a la fragilidad de los cimientos, la novela avanza a buen ritmo y alcanza su clímax, un poco temprano, en el testimonio de Carmona, que como pieza independiente le resta gravedad a los errores de “Segundos”.

Tal como en “2666”, influencia directa, las muertes sobre las que se asientan los relatos representan una especie de secreto terrible, una como velocidad del mal que corrompe a quienes están en su radio directo. La vaguedad de los porqués, cómos y cuándos es una provocación al lector a completar él mismo la trama, y es por lo mismo que la ligereza con la que se resuelve el misterio atente a una interpretación más abierta de la novela. Pifias, objeciones y demás, “Segundos” demuestra, por enésima vez, que la narrativa independiente chilena es vastamente superior a los bodrios que escupen las grandes editoriales

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