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Nacional

17 de Julio de 2011

La leyenda del Indio Juan

¿Cómo es que un tipo que sólo tiene antecedentes por robo y por tener armas de manera ilegal termina siendo conocido como el más brutal pistolero de Chile? ¿Y cómo es que lo matan en la cárcel a sablazos y no pasa nada? Todo eso le ocurrió en sus últimos años a Juan Mujica Hernández, acaso el vecino más conocido -y temido- de la población San Gregorio y que murió en manos de la única ley que funciona en los márgenes de Santiago. Un choro menos, una leyenda más.

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La foto que está arriba es de cuando Juan Luis Mujica Hernández, el pistolero más buscado de Chile, acababa de caer preso y llegaba a un cuartel policial donde lo esperaba la prensa. Cuando le preguntaron cuánta gente había matado, el Indio Juan sacó la lengua y le tiró una patada -sin éxito- a un gran periodista, mientras decía “pónele los que querai”.
Así era Mujica Hernández.

Un año y medio más tarde, la jueza que lo investigaba por una seguidilla de homicidios en la zona sur de Santiago -llegaron a sonar seis muertes- lo absolvía de todos los casos por falta de pruebas para mandarlo otra vez a la calle. El año pasado cayó preso de nuevo por un confuso tiroteo del que sacó la peor parte y que lo mantenía tras las rejas cuando lo mataron en la cárcel de San Miguel.

Al momento de su muerte, Mujica tenía antecedentes por robo con fuerza y tenencia ilegal de armas de fuego. Estaba imputado por homicidio frustrado. Muchas de sus historias empiezan con él con algún tipo de arma. O con otros que dicen que andaba armado (él sólo reconocía -judicialmente- que usaba siempre una cortaplumas para comer frutas). O con otros que andaban armados. En realidad, parece que todos en el entorno de Mujica andaban armados.

La ausencia de pruebas en su famoso juicio dejó a todos con la bala pasada, aunque la expresión suene impropia. Que los testigos tenían miedo y se daban vuelta, que habían amenazas. Plata. Nadie creyó que el Indio Juan podía ser inocente.
El vacío de ese juicio no sólo dejó las cosas en el limbo para el Indio Juan. Seis homicidios –tres de ellos en los que se le investigó prolijamente– se quedaron flotando en el aire. Impunes.

-En teoría somos todos iguales ante la ley pero estos crímenes de población, estos crímenes marginales, nunca tienen el mismo estándar de investigación que los que se cometen en otros lados –explica su abogado Jairo Casanova, un penalista que se ha pasado los últimos años tramitando causas, especialmente en el sector sur de Santiago. Lo suyo son las defensas criminales y en eso, le ha tocado defender a delincuentes connotados.

Ayer miércoles la Corte tenía pensado revisar el fallo que había absuelto al Indio Juan. Estaba en tabla. No lo harán. El procesado está muerto y le ganó el quien vive una “justicia” harto más rápida y que falla con los ojos bien abiertos y un sable en la mano. La verdad es que Mujica venía de un lugar donde las instituciones, definitivamente, no funcionan.

Cadena de errores

Marta Arana Espina, la jueza que absolvió a Juan Mujica de los tres homicidios de Juan Fuentes Olea, Holivai Celis Cárdenas y María Celis Cárdenas, anotó en su fallo que en su proceso no existían pruebas ciertas que le permitieran responsabilizar al Indio de los crímenes. No halló, dice, “una relación de causa a afecto (sic) entre su actuar y los delitos”, y escribió que se encontraba “ante una situación procesal de incertidumbre”. Luego, la jueza Arana cita que existen testigos presenciales que entregaron descripciones del pistolero que disparó en aquellas dos ocasiones en la población San Gregorio “pero se exculpan y/o no le reconocen en diligencia de rueda de presos pertinentes, (de lo que) se colige que a lo mejor su actuación se debió a temor y/o existió una falta de cooperación con la acción de la justicia”.

Lo que sí queda claro en el fallo es que se cometieron los delitos. Es decir, que hay tres muertos.

La jueza Arana se refiere al tiroteo protagonizado por un hombre –que habría sido, podría ser, pero que judicialmente no fue Juan Mujica– en una cancha del Club Deportivo “Escudo de Chile” de la población San Gregorio el 9 de abril de 2000. Un hombre, y en eso todos están claros, llegó hasta el centro deportivo y procedió a interrumpir un partido –que al decir de un testigo estaba malo- a balazos, quitándole la vida a dos personas: Juan Fuentes Olea y Holivai Celis Cárdenas.

El error inicial del proceso partió en el parte. El informe que la policía hace a un tribunal de lo que pasó y debe ser investigado. Carabineros llegó ese día a la cancha en la noche y entrevistó al cuidador. Luego, escribieron un parte en el que el hombre aparecía denunciando al Indio Juan como el autor de las muertes.

Pero más tarde, el hombre se desdijo en el tribunal: él no vio nada y menos sabía de un Indio Juan. Hasta ahí puede pasar por miedo. Sin embargo, cuando fueron los policías a declarar corroboraron la versión del cuidador y atribuyeron todo a un error. El cuidador no fue ni testigo ni denunciante.

De ese error se afirmó la defensa del Indio Juan para derribar las acusaciones. En cualquier proceso, para ser justos, es un escándalo.

¿Quién dijo entonces que Mujica era el autor de los homicidios? Nadie. Los testigos son todos de oídas. “La gente de la población dice”. Tampoco hay armas incautadas, menos peritajes. Cuando cayó Mujica preso, le bastó decir que no había tenido ninguna participación en los homicidios, y que parece que ese día había ido a ver a su abuelita a la San Gregorio, aunque no lo podía asegurar. No lo reconocieron ni en rueda de presos ni nada.

El segundo crimen es parecido. Se trata de la hermana de Holivai Celis Cárdenas, María Ubaldina Celís, de 44 años. Un año después de la batalla de la cancha, en la casa de un vecino, la mujer fue muerta de un balazo en el tórax. Los testigos, nuevamente, son vagos, nadie lo vio y en lo poco que se ponen de acuerdo es que el pistolero dijo una cosa así como “sapea ahora” antes de pegarle el balazo.

Cuando el Indio Juan mataba -si es que era el Indio Juan el que andaba matando gente a diestra y siniestra-, lo hacía en los ratos que era invisible. Pero no existe el hombre invisible.

Por qué lo mataron

La investigación no reunió las pruebas contra Mujica. Para su abogado, es derechamente una indagación mala. “Acá hay dos posibilidades: o la policía hizo una muy mala investigación o es que no hay pruebas no más”, dice hoy Casanova.

-¿Pero Mujica era un tranquilo vecino?

-No puedo decir eso. Creo que era una persona normal con defectos, virtudes una persona que a lo mejor… Es que acá se produce una dicotomía bien grande. Creo que a él le gustaba y no le gustaba todo este mito de él mismo. Si estás preso, estás con medio prontuario y eso te impide que te den la libertad, porque estaba condenado de antes. Pero creo que también no sé si el mito le desagradaba tanto. Porque el sólo hecho de ver el funeral, no sé si se da un espíritu de cuerpo porque estigmatizan a toda la población.

Casanova tiene una teoría de por qué no se investigaron los errores del proceso. Es breve y cruel: “porque a nadie le interesó eso, porque es gente marginal”. Como fuera el resultado, tres muertos se quedaron sin justicia.
En el último tiempo, cuenta, Mujica le exigía que apurara el juicio y se querellara contra el fiscal que llevaba su caso. “Me están destruyendo, se quieren hacer famosos conmigo”, me decía.

Tenía razón. Lo destruyeron. A sablazos en la cárcel de San Miguel. Y sobre la causa de la vendetta tampoco hay mucha claridad.

Los presos que están siendo investigados hoy son Edson Díaz Soto, Carlos Riquelme Flores y Ángelo Cea Boza, hermano y primo de dos de los muertos que se le atribuían al Indio y por los que no fue procesado cuando cayó preso el 2001. Mujica, efectivamente, tenía rivalidades históricas con los Celis, aliados de los Cea en la San Gregorio y en la cárcel. Y la mala sangre con la familia Cea, cuentan viejos policías, le venía de marzo de 2001, cuando su hermano Eduardo habría sido muerto en una rencilla por ellos.

La historia la cuentan viejos policías y mirada con la distancia tiene tanta validez como el proceso que llevó al Indio a ser el pistolero más buscado de Chile.

Dicen las fuentes que en ese verano Eduardo Mujica y una cuadrilla se dedicaba a robar autos en Viña del Mar, y se encontró con una banda competidora liderada por los Cea. Ambos grupos empezaron a competir, y la disputa terminó cuando los rivales le hicieron una “mexicana” de radios y chaquetas robadas al hermano del Indio. Eso enojó a Eduardo, que se encontró con uno de sus rivales y le clavó un destornillador, dejándolo malherido.

A los días, se la cobraron y Eduardo fue emboscado y muerto a balazos. Siete tiros. Según algunos, al momento de matarlo, los pistoleros no sabían que Eduardo era hermano del Indio.

El caso es que eso, dicen los policías, explicaría los asesinatos de Cristian Cea Verdugo y Carlos Cea Boza, muertos el 21 y el 25 de mayo de 2001.

Cuatro años más tarde, Mujica cayó preso y gravemente herido en un confuso incidente con la hija de María Celis Cárdenas, la mujer que decían que él había matado el 2001. Pasó por el Hospital Penitenciario, la Cárcel de Alta Seguridad y luego Gendarmería lo trasladó a la cárcel de San Miguel.

Allí lo esperaba Ángelo Cea Boza. Ahora sí, a diferencia de todas las otras muertes, hay alguna claridad de quién mató a quién.

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