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Poder

5 de Agosto de 2011

Hinzpeter transforma marchas estudiantiles en protesta nacional

La prohibición a marchar que el ministro del Interior dio a los estudiantes encendió el polvorín de un conflicto social que empezó como un descontento con el sistema educativo y terminó con el país como no se veía en más de 20 años de democracia, expresado ayer en la noche en cacerolazos y barricadas. Los reclamos por los abusos policiales y la sordera del Ejecutivo al fondo de las demandas estudiantiles tendrán al otrora hombre fuerte del gobierno en el banquillo de los acusados por semanas, en caso de que se mantenga en su cargo. Mientras, Piñera deberá descubrir qué pasó con esa “inmensa mayoría”, que según la CEP desde hoy sólo la compone el 26% de los chilenos.

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El diagnóstico de la mañana era unánime. “Va a quedar la cagá”, decía todo el mundo. Las declaraciones del ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, diciendo que no permitirían más manifestaciones de estudiantes en el centro de Santiago prendieron aún más el ambiente y animaron a otros miles a congregarse en Plaza Italia para una nueva jornada de manifestaciones. Y su promesa se cumplió, a punta de lacrimógenas, palos y correteo.

A primera hora aparecieron algunas barricadas y el gobierno no tardó en volver a echar leña al fuego. “Los estudiantes no son dueños de este país”, dijo el vocero de gobierno y primo del Presidente Piñera, Andrés Chadwick. Por eso, no hubo marcha, carteles ni jóvenes sobre la principal arteria de la capital. La plaza donde se encuentra la estatua del General Manuel Baquedano estaba rodeada de vallas papales desde el amanecer. A las 10 de la mañana, media hora antes de la convocatoria, los policías de Santiago se encargaron de dispersar a cualquier mortal con uniforme escolar que circulara por Vicuña Mackenna con Providencia, por el Parque Forestal, por el Bustamante. Tener mochila era motivo de sospecha y requisaban lienzos y pancartas.

Dos días atrás, Hinzpeter dijo en el Parlamento que este tipo de movilizaciones eran la razón de que su trabajo fuera poco menos que reguleque en materia de seguridad. Según el abogado, los estudiantes tenían la culpa del repunte en los índices de victimización.

En la calle Portugal la policía montada barría lo que quedaba después de que cientos de bombas lacrimógenas sacaran a la fuerza a los jóvenes e impidieran una manifestación que al final no se concretó y que ante la negativa del otrora hombre de confianza de Piñera se convirtió en una serie de escaramuzas entre niños y efectivos de Fuerzas Especiales. Hubo bombas para el Centro Cultural Gabriela Mistral, para los locatarios, los transeúntes y sobre todo para los menores de edad que caminaban con las manos hacia el cielo. La orden de no marchar se cumplió con fuerza, pero las calles estuvieron bloqueadas por el importante despliegue de Carabineros ordenado por Interior.

“El escenario de hoy se parece mucho al estado de sitio. Por más que se diga que hay una nueva forma de gobernar, en realidad hay una forma media añeja, dictatorial”, dijo la presidenta de la Fech, Camila Vallejo, con los ojos llenos de lágrimas, en medio del tumulto que no pudo avanzar por la avenida principal de Santiago.

Los carabineros no se guardaron nada: 1300 efectivos desplegados sólo en la mañana en el centro de Santiago, comenzaron a escribir una historia que llevaría al 4 de agosto de 2011 a ser una fecha que se recordará como el mayor estallido social desde el regreso de la democracia. Y todo gracias a la negativa de un ministro que hace tres semanas era el más cuestionado del gabinete y que después de las manifestaciones no tendría más camino que el de regreso a casa.

El Metro prohibía la entrada a escolares en algunas estaciones y no permitía salir en otras, las más cercanas a Baquedano. Y aunque se apuraron en aclarar la situación, se veía todo un operativo para impedir que los grupos se aglomeraran y comenzaran a constituir una marcha, a razón de todos ellos, injustamente no autorizada.

Así transcurrieron las primeras horas de una jornada en que la palabra represión retumbó en las redes sociales, en las esquinas de colegios, en las universidades tomadas y a última hora en las ollas de las dueñas de casa desde Pudahuel hasta Isidora Goyenechea. Dos heridos y 133 detenidos -un número irónico- al mediodía fue el primer saldo del plan para evitar una nueva demostración de rechazo al gobierno del empresario que a esa hora se enteraba que sólo un 26% de los chilenos lo apaña. Poco antes de comenzar la segunda marcha convocada en la misma Plaza Italia, el gobierno informó que ya eran 527 los detenidos en todo Chile y se hablaba de 14 carabineros heridos. Aún faltaba la otra mitad del día.

El récord de la CEP

Entremedio, las cifras de la encuesta mater de la política chilena confirmaba el desplome de la popularidad del gobierno y de la clase política completa. La prensa extranjera comenzó hablando de los estudiantes desafiando a un gobierno sordo y terminaron escribiendo sobre la represión contra púberes.

Aún no empezaba la hora de almuerzo y las comparaciones con la dictadura de Pinochet no tardaron en florecer. Camila Vallejo, ya repuesta del primer encontrón con Carabineros, llamó a hacer un cacerolazo contra la represión para las 21 horas, igual como se hacía en los tiempos de Pinochet. Poco a poco la idea comenzó a regarse y al rato se transformó en vox populi.

Los escolares, ya replegados, comenzaron a volver a sus colegios tomados poco a poco. “Esperamos que el ministro Hinzpeter y la intendenta recapaciten para que no se repitan los accidentes y que asuman el error que han cometido. Hasta este momento pretendemos marchar por la Alameda”, dijo Rodrigo Rivera, uno de los voceros nacionales de los secundarios, poco después de llamar a sus compañeros a retirarse dada “la enorme represión en el lugar” para volver un par de horas más tarde a ejercer su derecho a expresarse.

Entonces ya todos sabían o habían visto lo que ocurría en el centro de Santiago. Los universitarios aprovecharon la pausa de media tarde para recordar que la respuesta al gobierno aún no estaba zanjada y le agregaron un ultimátum: seis días para responder a sus demandas o paro nacional indefinido. “Instamos al gobierno a dar respuestas serias, concretas y coherentes con nuestras demandas históricas. Para esto, el Ejecutivo tiene un plazo de seis días, a partir de esta jornada de movilizaciones y protesta nacional”, dijo el presidente de la Universidad de Los Lagos, Patricio Contreras.

Después de evaluar el recorrido para la marcha de la tarde-noche, finalmente se decidió mantener el lugar y la hora de inicio. Nuevamente se intentaría bajar por la Alameda, sí o sí. Junto a ello, el presidente del Colegio de Profesores apuntó nuevamente al ministro del Interior y lanzó una declaración que irritó a la comunidad judía en Chile. A juicio de muchos, un flaco favor a las autoridades.

“Los métodos que hoy día se han aplicado hacia el movimiento por la educación pública nos recuerdan a los métodos sionistas del apartheid. Además queremos decir que Hinzpeter tiene alguna formación en alguna escuela de Israel porque aquí se están repitiendo los mismos métodos”, dijo el representantes de los maestros, aunque pocas horas después se retractó, sin antes recibir la condena de la comunidad judía.

El gobierno, a su vez, decía que no permitiría una nueva marcha en la tarde, rechazando el emplazamiento de la Confech y llamando a los estudiantes a desistir de la convocatoria. “Carabineros ha actuado con responsabilidad profesional”, volvió a hablar el vocero Chadwick, poco antes que se volvieran a juntar algunos manifestantes en Plaza Italia.

Pero ninguno de los bandos echó pié atrás. Con las redes sociales encendidas por lo ocurrido en la mañana, la convocatoria fue más masiva. Y más decidida. Aunque volvió a repetirse el operativo de la mañana, apenas se dispersaba una célula de protesta aparecía otra en la cuadra siguiente, sin agotarse los ánimos.

 

Cacerolazo 2011

Pronto reaparecieron las lacrimógenas y con estas el correteo a todos los manifestantes y la casa de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile sitiada por efectivos policiales. Desde el interior, Vallejo decía que les tiraban bombas  y que incluso un zorrillo golpeó la reja de la Casa Fech intentado ingresar a su sede. Al final, entre las sirenas y el sonido de los helicópteros de carabineros -que hace dos semanas pasaron al mando del Ministerio de Interior-, la gente encendió una a una pequeñas barricadas en cada esquina del centro de Santiago y apuraron el bateo de cacerolas casi una hora antes de la convocatoria oficial.

El sonido se expandió por toda la capital a medida que se acercaban las nueve de la noche. Cada vez con más fuerza se oía el repiquetear de las ollas en los rincones de Santiago, replicandose en regiones. Pasadas las 22 horas, con campanazos de iglesias incluido, la sinfonía de acero se extendió a la periferia y recaló en los lugares más insólitos.

Además de La Victoria, Villa Francia, La Bandera y tantas otras poblaciones de caceroleo, el ruido protestante apareció en Plaza Ñuñoa, las esquinas de Providencia, La Reina y hasta en las casas del barrio alto. La gente salió a la calle con una olla en la mano y una cuchara de palo en la otra para decir no más represión, no más restricciones en la vía pública.

El ánimo caldeado llegó a su punto más alto con un saqueo e incendio en una sucursal de La Polar en la calle San Diego, a escasas cuadras de La Moneda, y mandó a 18 compañías a controlar lo que parecía una pequeña repactación por lo que había ocurrido durante el día. Afuera de la 1ª comisaría todavía esperaban padres, amigos y familiares de los primeros detenidos de las marchas -muchos menores de edad-, prendiendo velas al frente de la policía. A eso de las 00:30 horas, con el fuego controlado y los ánimos más tranquilos que un par de horas antes, las cacerolas volvieron a las cocinas.

A esa altura, Carabineros sólo perseguía borrachos que merodeaban La Moneda.

Aunque la mecha la encendió Hinzpeter, el gobierno delegó las últimas vocerías en el subsecretario de Interior, Rodrigo Ubilla y el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, quienes enfrentaron las cámaras. El primero para decir que era un grupo pequeño de personas, de no más de 3.000, las que se habían intentado manifestar durante la tarde (cifra que entra en claro contraste con la de 500 detenidos) y el segundo para rogar por la TV que este movimiento terminara.

“Las cacerolas que se escuchan en algunos sectores de Santiago son naturales, entendibles y por muchos compartidas. Lo que no se comprende ni se comparte es la violencia que se vivió durante el día en la zona de la Plaza Italia”, dijo muy suelto de cuerpo el subalterno de Hinzpeter, ya terminando el día y minizando una manifestación que según la encuesta CEP cuenta con un respaldo del 80% de la ciudadanía.

Fuera de palacio el silencio volvía a instalarse en Santiago y los basureros nocturnos a llevarse los cartones y bolsas de basura quemadas de las calles del centro. Así terminaba el 4 de agosto de 2011, una jornada que prometía conflicto por un par de protestas estudiantiles no autorizadas, y que terminó con un estallido social que no se veía desde antes del plebiscito de 1988. La negativa a las movilizaciones del ministro del Interior culminó con una enorme expresión ciudadana de rechazo al actuar policial y al tono restrictivo del gobierno con menos respaldo y más rechazo desde que volvió la democracia.

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