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Opinión

19 de Octubre de 2011

Paremos el hueveo

Acabo de ver en TV, todavía con asombro, el reportaje que da cuenta de los jóvenes que tienen que pagar casi el 50% de sus ingresos para trabajar como empaquetadores de supermercados. Me pareció un déja vu, creo haber escuchado antes la noticia, o el mito urbano, en fin, todavía me asombra. Me viene a […]

Fernando Dazarola Leichtle
Fernando Dazarola Leichtle
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Acabo de ver en TV, todavía con asombro, el reportaje que da cuenta de los jóvenes que tienen que pagar casi el 50% de sus ingresos para trabajar como empaquetadores de supermercados. Me pareció un déja vu, creo haber escuchado antes la noticia, o el mito urbano, en fin, todavía me asombra. Me viene a la memoria ese otro mito (o realidad, ya no sé) de las cajeras que debían usar pañales. Recuerdo un reportaje del día anterior sobre los choferes del Transantiago y sus condiciones laborales. Mi memoria retrocede un poquito más y aparece La Polar, y las farmacias, y la lista podría continuar.

Me asombra tanto abuso, tanto egoísmo, tanta miseria humana de los que tienen más con los que tienen menos. Esa ausencia de ponerse por un momento en el lugar del otro. La vieja enseñanza cristiana de esperar para los demás lo que me gustaría para mí.

Me toca, por trabajo, viajar a muy seguido a Valparaíso y siempre me llamó la atención por qué las bebidas energéticas están siempre bajo llave en los minimarket de los servicentros. La señora que me atendió un día me explicó con resignación: “Si se las roban, tenemos que pagarlas nosotras, las descuentan por planilla”. Increíble ¿o estoy pidiendo mucho? Me imagino que esa no es una política comercial del grupo Angelini.

En el debate interno que se dio en la Concertación para la última campaña presidencial, un amigo decía que para aspirar a mayores grados de igualdad en Chile había básicamente cuatro mecanismos: i) expropiar los medios de producción; ii) reformas laborales que aumenten el poder de los trabajadores; iii) reforma tributaria para que los ricos paguen más impuestos; y iv) reforma educacional, para mejorar acceso y calidad. En aquel entonces mi amigo pensaba que la primera medida no estaba en la cabeza de nadie. Decía que los gobiernos rehúyen asumir como bandera las reformas educacionales, pues rinden frutos a muy largo plazo, por lo que había que centrarse en los tributos y las relaciones laborales.

La historia posterior es más o menos conocida. En honor a la verdad (puedo equivocarme) ninguna de las dos coaliciones políticas principales impulsó un relato abierto por la igualdad.

Y después de un año y medio, curiosamente, los “futuros” líderes de nuestra sociedad, tal vez en un arrebato de entusiasmo juvenil, están proponiendo renacionalizar el cobre. Ni hablar de reforma tributaria y reforma educacional. Solo se echa de menos en el debate la propuesta del movimiento sindical (tal vez es una inadvertencia mía).

¿Cuál es el punto? Chile está hoy, gracias al movimiento estudiantil, discutiendo sobre igualdad y en ese contexto me atrevo a proponer -con todo respeto- otro mecanismo para alcanzarla, una precondición si se quiere: Paremos el hueveo.

Paremos el hueveo de los gerentes de todo tipo que buscan la ventaja pequeña para esquilmar a sus clientes o trabajadores.

Paremos el hueveo de los abogados que se prestan para redactar cláusulas abusivas.

Paremos el hueveo de pagarles el mínimo a nuestros trabajadores, además de quedarnos con la plata de sus cotizaciones previsionales.

Paremos el hueveo de poner el acento en que la “gratuidad total” de la educación no es posible y empecemos a preguntarnos “cuánta gratuidad podemos financiar”, pero en serio, es decir, no con lo que hoy tenemos en el presupuesto, sino con lo que el país en su conjunto puede aportar.

Paremos el hueveo de señalar que “veamos primero las necesidades y después vemos si hay que subir los impuestos”. ¡Si las necesidades son inmensas para la mayoría!

Paremos el hueveo de decir que el foco debe estar en mejorar la gestión del Estado, si las carencias que tiene están por todos lados.

Paremos el hueveo de motejar a los estudiantes como “intransigentes” y de asociarlos a los violentistas, y rescatemos el gigantesco aporte que han hecho y que los políticos no han hecho o no han querido hacer.

Un país serio no puede avanzar si no alcanza mayores grados de igualdad, de cohesión social, de sentido de comunidad, de pertenencia a un colectivo, de confianza en los demás y en las instituciones. Y estamos viendo cómo -de manera preocupante- un resentimiento y una indignación, crecen cada día, y -peor aún- entre los más jóvenes. Y por otro lado, una suerte de indolencia de la élite, con muchos tecnicismos y poca empatía. Una suerte de inmovilismo nacional que no nos permite alcanzar acuerdos en pos de una mayor justicia.

A Dios gracias, no todo es tan negro, mientras escribo estas líneas veo también en TV las declaraciones de Felipe Lamarca, el otrora líder del mismo grupo dueño de los servicentros, abogando por una reforma tributaria; recuerdo entonces haber leído en la misma línea a una señora de origen alemán dando una entrevista a un semanario cuyo nombre me recuerda la famosa obra de Marx, y me pareció haber escuchado en la radio, a la hora del taco, algo similar de
Roberto Fantuzzi, en representación de Asexma.

Sin embargo, en nuestra cuestionada democracia representativa los principales llamados a liderar este proceso son los políticos (que se dedican a representarnos) y, dentro de ese mundo, el Gobierno es -qué duda cabe- el primer responsable. Si no paran de huevear (nuevamente con todo respeto) las próximas elecciones pueden convertirse en la dulce venganza de millones de personas (sobre todo si prospera la inscripción automática), y ahí sí que el hueveo podría ser en serio.

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